Cena del Señor

Reservas para dos: Recordando juntos la muerte del Señor en la santa cena

Por Caleb Batchelor

Caleb Batchelor es el ministro de Jóvenes y Familias de la Iglesia Desert Springs en Albuquerque, Nuevo México.
Artículo
16.01.2021

Piensa en tu primer viaje de campamento. O tu primer juego de béisbol. El día de tu boda o tu conversión. ¿Qué sientes? Es asombroso lo vívido que puede ser el pasado. Si los recuerdos son poderosos, el compartirlos lo es aún más. Cuando pienso en la universidad solo esbozo una sonrisa. Pero cuando mi antiguo compañero de dormitorio cuenta la historia de la zarigüeya y los dardos, no puedo parar de reírme. Los recuerdos están supercargados en comunidad.

RECORDANDO EN COMUNIDAD

En la Cena del Señor, recordamos la muerte de Jesús por nosotros (1 Co. 11: 23–25). Pero si bien la Cena es personal, no es privada. Como ha escrito Guy Waters: «El significado de la Cena no es la suma total de nuestras capacidades de reflexión sin ayuda…ocupamos nuestras mentes para que en la Cena podamos tener comunión con el Salvador».

La Santa Cena no es como hojear viejos álbumes de fotos por ti mismo, reflexionando sobre buenos recuerdos de tu juventud. El recordar ocurre en comunidad, primero con Cristo y luego con sus hermanos y hermanas en Cristo (1 Co. 10:16, 25). La comida del nuevo pacto es comunitaria en su esencia. Y eso no debería sorprendernos. La comida del antiguo pacto también era comunitaria.

Para ratificar su pacto con Israel, Dios establece una comida para los líderes de Israel en la cima del monte Sinaí (Éxodo 24:5–11). ¿Te imaginas ver tu nombre en esa lista de invitados? Seguramente cancelarías todos tus planes. Le dirías a la familia Smith que viajarás en camello con ellos la próxima semana. Harías lo que fuera necesario para estar en esta comida. Después de todo, Dios estará allí.

Me pregunto cuántas veces olvidamos esto: Dios está en la Cena del Señor. Nuestro nombre está en la lista de invitados y el anfitrión nos ha preparado una rica variedad. En la Cena del Señor, el espíritu de Cristo invita a la esposa a sentarse a la mesa con él y le ofrece el pan para comer y la copa para beber.

Mi esposa y yo estamos a punto de celebrar nuestro aniversario. Cuando reserve una mesa, haré reservas para dos. ¿Por qué? En primer lugar, no creo que mi esposa agradecería que celebrara nuestro aniversario yo solo. No soy el esposo más listo, pero tampoco soy el más despistado.

Sin embargo, lo que es más importante, al considerar los votos que nos hicimos el día de nuestra boda, nuestra determinación de cumplir esas promesas se fortalece hoy. Cuando recordamos nuestro pacto del pasado, nuestro amor se eleva en el presente y crece nuestra expectativa por el futuro. Recordar juntos el día de nuestra boda es simplemente más poderoso que reflexionar por separado. Y recordar el mismo evento año tras año no empaña nuestro aniversario. La previsibilidad es lo que hace que la comida sea tan emocionante.

RECORDANDO UNA Y OTRA VEZ

No necesitamos iniciadores de conversación en la Cena del Señor. Nuestra comunión es una experiencia en tiempo presente incluso cuando hablamos de las mismas realidades en tiempo pasado y futuro: la cruz, la resurrección, la promesa de Jesús de volver. De hecho, la falta de originalidad hace que la comunión sea tan dulce. Si nuestros ojos se apartan de la cruz, entonces la Cena del Señor se convierte en una búsqueda frustrante de una elevación espiritual.

Así que, deberíamos dejar de cerrar los ojos y realizar un movimiento de «judo espiritual» para identificar la presencia de Cristo. No necesitamos fabricar experiencias espirituales para que Cristo se encuentre con nosotros. Él ya está feliz de nuestro encuentro debido al Calvario. La antigua historia es lo que necesitamos, cuando los mismos pecados pasados están ante nuestra vista.

Mientras la iglesia llega a la mesa siendo infiel, Jesús viene siendo fiel. Nunca renueva sus votos porque siempre cumple sus promesas. Cristo llega a la mesa primero porque nos amó primero, y nos aplica los beneficios de la redención (1 Juan 4:19). Herman Bavinck dice: «Lo más importante en la Cena del Señor es lo que Dios hace, no lo que nosotros hacemos». No iniciamos la conversación en la Santa Cena, Jesús lo hace. Como pecadores, merecemos la vara de la ira de Dios, pero en su mesa, Jesús nos recuerda su cuerpo quebrantado. Él dice: «Toma y come». Como pecadores, merecemos la copa de la ira de Dios, pero en su mesa, Jesús nos recuerda su sangre derramada. Él dice: «Toma y bebe».

A menudo llegamos a la mesa inquietos. Sabemos que le hemos sido infieles. Pero cuando nuestros ojos cambiantes miran hacia arriba, nuestro Salvador se sienta a la cabecera de la mesa, mirándonos con ojos llenos de afecto. Si ha ido a la cruz por nosotros, ¿no vendrá también a la mesa (Romanos 8:32)? Al reunirnos con Cristo, su amor perfecto reaviva nuestro amor imperfecto. Así que, no pasemos tanto tiempo mirando hacia adentro que nos olvidemos de mirar hacia arriba.

Al reflexionar sobre el pasado, la iglesia disfruta de la comunión con Cristo en el presente y espera la comunión con Cristo en el futuro. La Cena del Señor anticipa el regreso de Cristo y la Cena de las Bodas del Cordero (1 Co. 11:26; Ap. 19: 6–9).

Si la Cena del Señor es maravillosa, entonces no puedo evitar preguntarme: ¿Cómo será la Cena de las Bodas del Cordero? La novia de Cristo tomará asiento, pero no se sentará sola. ¿Por qué? Porque su esposo ha hecho reservas para dos.


Traducido por Renso Bello