Clases esenciales: Teología Sistemática

Teología Sistemática – Clase 13: La obra de Cristo – Parte 2

Por CHBC

Capitol Hill Baptist Church (CHBC) es una iglesia bautista en Washington, D.C., Estados Unidos
Artículo
31.08.2018

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Clase esencial
Teología Sistemática
Clase 13: La obra de Cristo – Parte 2


«Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores» (1 Ti. 1:15).

  1. Introducción y repaso 
  • Los estados de humillación y exaltación: «Todo el Nuevo Testamento enseña al Cristo humillado y exaltado como centro del evangelio»[1].
  • Humillación: Encarnación, vida sin pecado, muerte expiatoria.
  • Exaltación: Resurrección, ascensión, sesión, intercesión, segunda venida.
  1. El estado de exaltación

A. La resurrección de Cristo

(Salmo 16:8-11; Isaías 53:10; Mateo 16:21; 17:22-23; 20:18-19; 28:1-20; Marcos 8:31; 9:31; 10:32-34; 16:1-8; Lucas 9:22; 18:31-33; 24:1-53; Juan 2:19-22; 10:17-18; 20:1–21:25; Hechos 2:32; Romanos 4:25; 1 Co. 15:3-4, 12-22; Hebreos 7:16, 24-25)

Las obras del Cristo exaltado comienzan con la resurrección. De acuerdo con el apóstol Pablo en 1 Corintios 5, la resurrección es el fundamento de nuestra fe y esperanza, y dado que es el fundamento de la fe y esperanza del cristianismo, es esencial para los escritos del Nuevo Testamento.

Los Evangelios testifican la resurrección de Cristo. El libro de Hechos es la historia de la proclamación de los apóstoles de la resurrección de Cristo y de la continua oración a Cristo como el que vive y reina en los cielos. Las epístolas dependen enteramente de la suposición de que verdaderamente Jesús ha resucitado de la tumba, y el libro de Apocalipsis muestra reiteradamente al Cristo resucitado reinando en los cielos en preparación para su regreso para conquistar a sus enemigos y reinar en gloria. Por tanto, todo el Nuevo Testamento da testimonio de la resurrección de Cristo, y si la resurrección es tan fundamental para el Nuevo Testamento, deberíamos preguntarnos por qué es tan importante para nosotros.

  • La resurrección asegura nuestra regeneración

(1 Pedro 1:3; Efesios 2:5-6)

En su primera carta, Pedro dice: «Bendito el Dios y Padre nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos». Aquí, Pedro conecta explícitamente la resurrección de Jesús con nuestra regeneración o nuevo nacimiento. Cuando Jesús se levantó de entre los muertos tenía una nueva calidad de vida, una «vida de resurrección» en un cuerpo y espíritu humanos que eran perfectamente adecuados para la comunión y obediencia a Dios para siempre. En su resurrección, Jesús obtuvo por nosotros una nueva vida como la suya. No recibimos todo lo de esa nueva «vida de resurrección» cuando nos convertimos en cristianos, porque nuestros cuerpos permanecen como estaban, todavía sujetos a debilidad, envejecimiento y muerte. Pero en nuestros espíritus fuimos hechos vivos con un nuevo poder de resurrección. Así, es a través de su resurrección que Cristo ganó por nosotros la nueva clase de vida que recibimos cuando nacemos de nuevo.

  • La resurrección de Cristo asegura nuestra justificación

(Romanos 4:25)

En Romanos 4:25, Pablo dice que Jesús «fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación». La resurrección de Cristo de entre los muertos fue la declaración de Dios de que había aceptado la obra de redención de Cristo. Al levantar a Jesús de la tumba, Dios el Padre estaba en efecto diciendo que aprobaba la obra de sufrimiento y muerte de Jesús por nuestros pecados, que su obra había sido consumada, y que Cristo ya no tenía necesidad de permanecer muerto. No quedaba ningún castigo que ser pagado por el pecado, no más ira de Dios, ni culpa ni responsabilidad por el castigo, todo había sido completamente cancelado y no quedaba culpabilidad alguna. En la resurrección, Dios estaba diciendo: «Apruebo lo que has hecho, y has hallado favor ante mis ojos».

Pero Dios en su gran amor y misericordia nos vida juntamente con Cristo, y «juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús» (Efesios 2:6), entonces en virtud de nuestra unión con Cristo, la aprobación de Dios de Jesús también es su aprobación hacia nosotros. Cuando el Padre, en esencia, dijo a Cristo: «Todo el castigo por los pecados ha sido pagado y no te encuentro culpable, sino justo delante de mí», al mismo tiempo hizo la declaración que se aplica a nosotros que hemos creído en Cristo. De esta manera, la resurrección de Cristo también da la prueba final de que él había ganado nuestra justificación.

  • La resurrección de Cristo asegura que recibiremos cuerpos perfectos de resurrección

(1 Co. 6:14, 2 Co. 4:14, 1 Co. 15:12-58)

El Nuevo Testamento en varias ocasiones conecta la resurrección de Jesús con nuestra resurrección corporal final. En 1 Corintios 6:14, Pablo dice: «Y Dios, que levantó al Señor, también a nosotros nos levantará con su poder». Del mismo modo, en 2 Corintios 4:14, dice: «El que resucitó al Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Jesús, y nos presentará juntamente con vosotros». Por otra parte, en 1 Corintios 15, que es el tratado más largo de la conexión entre la resurrección de Cristo y la nuestra, Pablo dice que Cristo es el primer fruto de los que han dormido. El término «primicias» es una metáfora agrícola que indica que seremos como Cristo. Así como él, «las primicias» serán levantadas, así también nosotros seremos resucitados. El cuerpo de resurrección de Cristo muestra cómo será el nuestro cuando seamos resucitados. Seremos sanados, glorificados, completos, incorruptos y no susceptibles a la corrupción.

B. La ascensión de Cristo

(Salmo 110:1; Juan 6:61-62; 20:17; 16:4-7; Mateo 22:41-46; Lucas 24:50-53; Hechos 1:1-11; 2:32-36; 3:19-21; Efesios 4:7-8; 1 Timoteo 3:16)

La ascensión como el eje/prerrequisito de otras obras salvíficas de Cristo 

La ascensión es el prerrequisito para las subsiguientes obras salvíficas de Cristo: la sesión, el Pentecostés, la intercesión, y la segunda venida. En el Salmo 110:1 y Hechos 2:33-36, es notorio que Cristo tenía que ascender para sentarse a la diestra del Padre, comenzando así su sesión celestial. Por su ascensión, por tanto, Cristo pudo tomar su lugar como Rey sobre toda la creación hasta el momento en que todas las cosas estarían totalmente sujetas a él.

La ascensión también fue necesaria para que Cristo enviara el Espíritu en Pentecostés. Cristo hace esta afirmación explícitamente en Juan 16:7: «Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré». Después de la ascensión de Cristo, recibió el Espíritu del Padre, y luego como el gran profeta, sacerdote y rey ​​derramó el Espíritu sobre su iglesia como una bendición (Juan 7:39; Hechos 2:33).

La ascensión también fue necesaria para la intercesión de Cristo. En Hebreos 8, la intercesión de Cristo es su ministerio sacerdotal actual para su pueblo. Este ministerio celestial solo es posible si Cristo toma su posición de sacerdote para siempre en el orden de Melquisedec. Esa posición no está en la tierra sino en el cielo, y esa posición se logra solo por su ascensión (Hebreos 8:4).

Finalmente, está claro que Cristo podría venir nuevamente solo si se fue en primer lugar. Pedro declaró esta verdad ante el Sanedrín en referencia a Jesús, «a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas» (Hechos 3:21). Aunque no podemos entender completamente el misterio del plan de Dios, sí requiere que Jesús ascienda al cielo, y una vez allí gobierne y dé poder a su iglesia para que el reino de Dios se extienda. La ascensión de Cristo salva. Cada beneficio que la iglesia recibe de Jesús en el cielo sería imposible a menos que él primero ascendiera para tomar su posición allí. 

C. La sesión de Cristo

(Salmo 110:1; Hebreos 1:3-4; 8: 1-2; Hechos 5:30-31; Romanos 8:33-34; Colosenses 3:1-4)

La sesión de Jesús salva. Un aspecto específico de la ascensión de Cristo al cielo y de recibir honor fue el hecho de que se sentó a la diestra de Dios, que es lo que se conoce como la sesión de Cristo a la diestra de Dios.

El Antiguo Testamento predijo que el Mesías se sentaría a la diestra de Dios en el Salmo 110:1: «Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies». Y cuando Cristo ascendió de nuevo en el cielo recibió el cumplimiento de esa promesa. Esto es a lo que Hebreos 1 se refiere cuando dice: «habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas».

Esta bienvenida a la presencia de Dios y sesión a la diestra de Dios es una indicación dramática de la finalización de la obra de redención de Cristo. Al igual que nos sentamos al final de un duro día de trabajo, satisfechos con lo que hemos hecho, Cristo también se sentó visiblemente demostrando que su obra de redención está completa.

De manera similar, sentarse a la  diestra de Dios es una indicación de la autoridad que recibió sobre todo el  universo. Esto es a lo que Pablo se refiere en Efesios 1:20-21, cuando dice que Dios «resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra».

Y es a la diestra de Dios que Cristo ahora intercede por su pueblo…

D. La intercesión de Cristo

(Levítico 16, Salmo 110:4, Isaías 53:12, Juan 17, Romanos 8:31-34, Hebreos 6:19-20, 7:25, 8:3, 9:11-14, 24; 1 Juan 2:1-2;)

La Biblia enseña que la intercesión salva. ¿Pero exactamente cómo nos salva la intercesión celestial de Cristo? Primero, nos salva porque es la culminación de la obra sacerdotal de Cristo. La intercesión de Cristo no es, enfáticamente, la culminación de su obra sacrificial. Su obra sacrificial se consumó para siempre en la cruz. Sin embargo, su obra sacrificial no fue el final de su obra sacerdotal. Después de hacer el sacrificio final por los pecados, se levantó nuevamente, ascendió al cielo, se sentó a la diestra de Dios y derramó el Espíritu Santo sobre la iglesia. Como resultado de estos acontecimientos salvíficos previos, él ahora intercede por los pecadores que vino a salvar.

Si no hubiese resucitado de entre los muertos, entonces no habría podido comparecer en presencia de Dios en nuestro favor como intercesor, y si no hubiese aparecido en presencia de Dios en nuestro favor, su obra sacerdotal estaría incompleta. El testimonio de la Escritura es que Cristo ha resucitado y que ha ascendido al cielo y se ha manifestado en presencia de Dios en nuestro favor. E incluso ahora el Cristo exaltado en el cielo intercede continua y efectivamente por su pueblo, garantizando así nuestra salvación final. Esto nos lleva a la segunda forma en que la intercesión salva.

Nos salva porque es un medio por el cual Dios permite a su pueblo continuar en fe y obediencia. Es el plan de Dios que sus escogidos perseveren en la fe y la obediencia (Romanos 8:29-30), y un medio por el cual Dios logra su plan es la intercesión continua de Cristo en nuestro nombre.

La intercesión sacerdotal de Cristo no solo es continua, sino que también es efectiva. Dios el Padre escucha a su Hijo, y el Padre siempre responde las peticiones de su Hijo (Juan 11:42). Esto significa que las oraciones de intercesión de Cristo siempre son exitosas. Como Jesús oró por Pedro (Lucas 22:31-32), ora por todo su pueblo. Él ora para que los escogidos continúen en la fe y perseveren hasta la salvación final, y Dios responde sus oraciones. Él siempre tiene éxito. Él siempre vive para interceder por nosotros (Hebreos 7:25). Jesucristo es un Salvador perfecto para su pueblo.

M’Cheyne: «Si pudiera escuchar a Cristo orando por mí en la habitación contigua, no temería a un millón de enemigos. Sin embargo, la distancia no hace diferencia; Él está orando por mí».

E. La segunda venida de Cristo

(Salmo 110: 1; Daniel 7:13-14; Mateo 25:31-34; Marcos 13:26-27; Juan 14:1-3; Hechos 1:9-11; Filipenses 3:20-21; Colosenses 3:4; 1 Tesalonicenses 4:14-18; Tito 2:11-14; Hebreos 9:24-28; 1 ​​Pedro 1:13; 1 Juan 3:2-3)

El regreso de Jesús significa que estaremos con él y el Padre. Jesús mismo afirma esto en el Evangelio de Juan: «En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis» (Juan 14:2-3). Aquí Jesús compara el cielo con una gran casa con muchas habitaciones. Él ha regresado a la casa del Padre para preparar un lugar para cada creyente. El punto es que el Padre nos ama y estaremos «en casa» en su presencia celestial. No nos sentiremos fuera de lugar; perteneceremos a la casa celestial de nuestro Padre. 

Pablo enseña la misma verdad cuando aclara la confusión de los tesalonicenses con respecto al regreso de Jesús. Tenían la idea equivocada de que sus compañeros creyentes que murieron podrían perder la salvación final. Pero Pablo dice que no deben llorar, como hacen los que no son salvos, cuando mueren sus seres queridos. No se perderán la salvación final, porque Jesús los resucitará de entre los muertos. «Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor» (1 Tesalonicenses 4:17). La segunda venida de Jesús significará la salvación para los creyentes vivos y muertos. La salvación se expresa aquí como estar con Jesús para siempre. Se desencadena por la segunda venida y en ese momento todos los santos irán a estar con el Señor.

Y el regreso de Jesús trae gloria. Pablo afirma que el regreso de Jesús significará gloria para los cristianos. Aunque vivimos en la tierra, «nuestra ciudadanía está en los cielos». Desde allí «también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas» (Filipenses 3:20-21). Nuestros cuerpos mortales son humildes porque están sujetos a la enfermedad y la muerte. A su regreso, Cristo ejercerá su poder omnipotente y hará que nuestros humildes cuerpos compartan la gloria de su resurrección. Su segunda venida significará gran gloria para todos los redimidos.

Dios se ha unido espiritualmente a cada creyente con su amado Hijo, para que sus beneficios salvíficos se vuelvan nuestros. Nosotros espiritualmente morimos con él, fuimos resucitados con él, y estamos sentados en los lugares celestiales con él (Col. 2:20, 3:1, 3, Efesios 2:6). Estamos tan unidos a él que dos veces las Escrituras enseñan que la segunda venida de Cristo significará una segunda venida para nosotros, por así decirlo. «Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria»  (Col. 3:4; véase también Ro. 8:19). Pablo quiere comunicar que la verdadera identidad de los cristianos se revela solo parcialmente ahora porque está oscurecida por el pecado. Estamos tan unidos a Cristo espiritualmente que nuestra plena identidad se revelará solo cuando Jesús regrese. En ese sentido, también tendremos una «segunda venida». El regreso de nuestro Señor significa la revelación de nuestra verdadera identidad, y eso implica aparecer con él «en gloria».

El regreso de Jesús también trae vida eterna. El mensaje de Jesús acerca de las ovejas y los cabritos en Mateo 25 es el pasaje bíblico más famoso acerca de los destinos eternos de los seres humanos. Él enseña poderosamente que las ovejas serán bendecidas con una rica herencia en el reino final de Dios, pero los cabritos serán malditos para siempre en el fuego preparado para el diablo y sus ángeles. Jesús deja las siguientes palabras resonando en los oídos de sus oyentes: «E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna» (Mateo 25:46). Al considerar estas palabras aleccionadoras, es importante tener en cuenta la manera en que Mateo presenta las enseñanzas de Jesús: «Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria» (v. 31). Es el venidero Rey Jesús quien condenará al malvado al infierno y bendecirá a los justos con la vida eterna.

La Biblia concluye con una temática similar. Cerca del final de Apocalipsis, alguien dice: «He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra» (Apocalipsis 22:12). Quien habla es Jesús, que vendrá nuevamente y recompensará a su pueblo (y castigará a los malvados). Luego, Juan pronuncia una bienaventuranza: «Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad» (Apocalipsis 22:14). Aquí nuevamente, las Escrituras llaman a los cristianos «bienaventurados», llenos de gozo, al final. ¿Por qué? Porque han sido limpiados por la sangre del Cordero y como resultado tienen «el derecho al árbol de la vida». El árbol que representa la vida eterna con Dios se encontraba en el huerto de Edén y reaparece al final de la historia bíblica. Adán y Eva fueron desterrados del huerto para que no comieran del árbol y vivieran para siempre en un estado pecaminoso. Al final, todo el pecado será eliminado del pueblo de Dios, y tendrán acceso libre al árbol, que simboliza la vida abundante (Apocalipsis 22:2).

El regreso de Jesús trae gozo. Tanto Pablo como Juan hablan de la alegría consumada de los redimidos. Como acabamos de ver, Juan, después de registrar la promesa de Jesús de regresar, habla de la bienaventuranza que les espera a los santos: «Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida» (Apocalipsis 22:14). El mensaje de Pablo es parecido. Después de exaltar la gracia de Dios que trae la salvación, dirige nuestra atención a «la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo quien se dio a sí mismo por nosotros» (Tito 2:11, 13-14). El apóstol habla del Redentor que regresa. ¿Cómo describe él la «manifestación» de Cristo? Es «nuestra esperanza bienaventurada» (v. 13). La esperanza del Señor y la segunda venida del Salvador llenan de alegría a los cristianos mientras esperan estar con él para siempre.

El regreso de Jesús trae liberación. Otro beneficio que Jesús trae con su regreso es la liberación. Esta liberación toma dos formas. Primero, liberará a su pueblo de cualquier persecución que soporten. Pablo lo aclara al comienzo de 2 Tesalonicenses: «Porque es justo delante de Dios pagar con tribulación a los que os atribulan, y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego» (1:6-8). En ese día vendrá «para ser glorificado en sus santos y ser admirado» por todos los verdaderos creyentes (v. 10). El siguiente pasaje nos dice por qué. Segundo, Cristo librará a su pueblo del castigo eterno. Al comienzo de su primera carta a los cristianos en Tesalónica, el apóstol repite con orgullo el testimonio de la iglesia en esa ciudad. Personas en las áreas circundantes, «ellos mismos cuentan… cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera» (1 Tesalonicenses 1:9-11). Debido a que la (muerte y) resurrección de Jesús salvan, cuando venga «de los cielos» traerá la liberación final «de la ira venidera» (v. 10).

El regreso de Jesús trae el reino y nuestra herencia. En el mismo mensaje acerca de las ovejas y los cabritos mencionados anteriormente, Jesús promete más bendiciones a los santos a su regreso. Antes de condenar a los cabritos, que están a su izquierda, da palabras de consuelo a las ovejas, a su derecha: «Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo» (Mt. 25:34). Aquí Jesús combina imaginería familiar y real. Dios es nuestro Padre, y todos los que confían en su Hijo para salvación de sus pecados se convierten en hijos de Dios y reciben una herencia. Dios también es Rey, como lo es su Hijo, y la herencia de los hijos e hijas de Dios es el reino preparado para ellos desde la fundación del mundo. Aprendemos de otros pasajes en la Escritura que la dimensión final del reino de Dios, nuestra herencia, ¡es nada menos que el cielo nuevo y la tierra nueva!

El regreso de Jesús trae restauración cósmica. Pedro habla de los sufrimientos de Jesús a sus oyentes en Jerusalén y luego los invita a arrepentirse. ¿Cuáles serán los resultados? Que los oyentes penitentes puedan conocer el perdón de los pecados y que tiempos de refrigerio puedan venir «de la presencia del Señor… y que él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas» (Hechos 3:20-21). El regreso de Jesús traerá muchas bendiciones para su pueblo, como hemos visto. Dará como resultado que Dios restaure todas las cosas según la predicción profética del Antiguo Testamento. Aquí nuevamente aparece la segunda venida en los nuevos cielos y en la nueva tierra anunciada por Isaías (65:17; 66:22-23).

Aplicación: ¡Adora a Jesucristo, el resucitado, ascendido y reinante, Señor de gloria que ha de regresar!

Apocalipsis 22:20: «El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús».

 

[1] Herman Bavinck, Reformed Dogmatics: Sin and Salvation in Christ, vol. 3 (Grand Rapids, MI: Baker, 2006).