Pastoreo

¿Soy un gong ruidoso? Reflexiones pastorales sobre el amor

Por Aaron Menikoff

Aaron Menikoff es Pastor Principal de la Iglesia Bautista Mt. Vernon en Sandy Springs, Georgia.
Artículo
01.06.2022

«El ministerio estaría bien si no fuera por toda la gente».

Esa línea siempre alcanza una risita. Revela lo frustrados que podemos estar cuando personalidades difíciles obstaculizan nuestros planes. ¿Cómo tratamos a las personas cuando nos molestan? ¿Seguimos adelante o los amamos?

Es fácil tratar a las personas como engranajes en una maquinaria: piezas que mantenemos para garantizar que el motor funcione sin problemas. Esta «máquina» puede ser una amistad, una familia, un matrimonio o incluso una iglesia. Si esta es nuestra forma de pensar, los amigos, los hijos, los cónyuges y los miembros de la iglesia son simplemente partes que utilizamos para satisfacer nuestros deseos personales. En lugar de amarlos, los usamos y demostramos que nos amamos a nosotros mismos, sobre todo.

Hace años, cuando comencé a predicar, no pensaba mucho en amar a la congregación. Estaba demasiado ocupado predicando. Un lunes por la mañana, me encontré con un amigo que escuchó el mensaje que di la noche anterior. Me escuchó lamentar mi desempeño. Esperaba que contradijera mi valoración. Tuvo todas las oportunidades para corregirme. «Aarón», él podría haber dicho, «tu mensaje fue realmente muy bueno, alentador». Quería que me explicara cómo la agudeza de mis palabras cambió su vida. En su lugar, «sencillamente» me agradeció por mi labor y cambió de tema.

MUCHO QUE APRENDER ACERCA DEL AMOR

Unos días después, me envió una nota escrita a mano. Comenzó con 1 Corintios 13:1: «Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe». Independientemente de la calidad de nuestros sermones, si carecemos de amor por el oyente, no somos más que ruido blanco.

No estoy seguro si algún otro verso hubiera punzado tan bruscamente como éste. De alguna manera, en toda mi preparación y reflexión, había fallado en amar a las personas que Dios me llamó a servir. Por supuesto que necesitaba manejar el texto sabiamente, aferrarme a la verdad firmemente y aplicar el evangelio con cuidado. Pero, qué de bueno es esto. Me preguntó el Señor a través de ese verso, ¿si todo lo hice sin amor? Había tratado al pueblo de Dios como engranajes, y ese día me di cuenta de que tenía mucho que aprender sobre el amor.

No es que ignorara el amor por completo. Después de todo, está prácticamente en cada página de la Biblia y es la base de la teología bíblica. Sabía, por ejemplo, que Dios es amor (1 Jn.4: 8). ¿Qué más podría explicar su búsqueda incesante de un pueblo impío? El Dios que le dijo a su pueblo que le ame (Dt. 6:5), es el que lo amó primero (1 Jn.4:19).

Incontables veces había argumentado que la elección de Dios no se basa en que él mire a lo largo del corredor del tiempo y vea algo hermoso en mí. No, Dios escogió al impío Israel y a mí tan malvado, debido a su vasto depósito de inexplicable y divino amor (Dt. 7:7-8; Ef. 2:4). No es de extrañar que amar a Dios y al prójimo sea parte del tejido y la trama de la vida cristiana (Marcos 12:31). El mandamiento es demasiado obvio para pasarlo por alto.

COLOCANDO EL AMOR A UN LADO

O eso pensé. Más frecuentemente de lo que me gustaría admitir, coloqué el amor a un lado para dejar espacio a sus enemigos: el orgullo y el interés propio.

El orgullo pregunta cómo nos vemos, en lugar de cómo se sienten los demás. Se alimenta cuando el predicador anhela ser escuchado por una multitud más grande o cuando un amigo exige ser amado más. El orgullo demanda atención en lugar de dar aliento. Se hincha cuando un líder codicia la última palabra, o cuando un padre intimida a su familia para que guarde silencio. El interés propio hace todo lo posible para hacernos la vida más cómoda; nos recuerda lo inconveniente que puede ser servir. Avanza cuando no decimos ni hacemos lo que es difícil.

Cuanto más tiempo estoy en el ministerio, más consciente estoy de que mi orgullo, arrogancia e interés propio no desaparecerán sin luchar. Como Rocky, siguen golpeando. Pero aquellos que no contraatacan con feroces golpes de amor, sencillamente son nada (1 Co.13:2).

¿Cómo los líderes fallan en amar? Por ministrar desde una reserva de egoísmo. De camino a la Dieta de Worms, Lutero habló a los hombres que se preparaban para el sacerdocio. Les advirtió que no fueran gongs ruidosos. Los reprendió por su orgullo. Lutero predicaba: «¿De qué sirve, si dices muchas palabras…y, sin embargo, en tu corazón tienes una envidia tan grande? No sería de extrañar que un rayo te derribara al suelo» [1].

Sin muchos rodeos, Lutero advirtió contra un ministerio sin amor.

UNA PALABRA DE ADVERTENCIA

El amor nunca debe oponerse a la verdad. Un pastor «amoroso» que abandona la sana doctrina en realidad no ama en absoluto. Mil visitas por enfermedad no cambiarán eso; la gente necesita la verdad más que un abrazo. Y, sin embargo, la Biblia nunca hace que el amor sea enemigo de la verdad. Son buenos amigos, más cercanos que el comic Calvin y Hobbes. Quizás esta sea una de las razones por las que el Señor le preguntó tres veces a Pedro si lo amaba antes de ordenarle al apóstol: «apacienta mis ovejas» (Jn.21:17). El amor profundo y la sana doctrina no deben separarse. Los pastores enseñan la Palabra de Dios desde corazones cautivados por el amor de Dios (Lucas 6:45).

PABLO Y TESALÓNICA

Nuestras iglesias no necesitan pastores que se posicionen ellos mismos hacia mayores grados de prominencia. Fundamentalmente, los pastores están llamados a amar a la iglesia local. Las personas a las que sirvo necesitan un pastor que las ame entrañablemente. Si 1 Corintios 13:1 me convence de pecado, 1 Tesalonicenses 2:8 me llama a la acción.

Pablo y Silas plantaron fielmente el evangelio en Tesalónica. Muchos judíos y gentiles llegaron a la fe (Hechos 17:1-4), mientras estos nuevos cristianos se esforzaban. Una turba de incrédulos atacó a la iglesia naciente (Hechos 17:5-9). Pablo se fue, pero la iglesia creció en su ausencia, y cuando respondió, agradeció a Dios por su fe, amor y esperanza (1 Tesalonicenses 1:3).

Se regocijó de que la congregación de Tesalónica se había convertido en un centro para el ministerio evangélico (1 Tesalonicenses 1:8). En muchos sentidos, esta iglesia local era todo lo que esperaríamos ver en una iglesia hoy. Demostraron santidad, gozo, constancia y fervor evangelístico.

Visiblemente, Pablo estaba agradecido con Dios por el fruto de su ministerio, pero parece aún más agradecido por ellos. En el corazón del saludo de Pablo hay un simple recordatorio de cuánto amaba a esta congregación:

«Antes fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos. Tan grande es nuestro afecto por vosotros, que hubiéramos querido entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy y queridos» (1 Ts.2:7-8).

Pablo no vio a los tesalonicenses como engranajes en la maquinaria de su propia valía. No los valoró por su potencial para plantar iglesias, alcanzar a las naciones, aumentar su influencia o afirmar sus dones de enseñanza. Pablo simplemente los amaba: tierna, profunda y personalmente. Se preocupaba lo suficiente por la iglesia como para compartir no solo el evangelio con ellos, sino también a él mismo.

CÓMO CRECER EN EL AMOR

No quiero ser un gong ruidoso. Ningún líder fiel lo hace. Entonces, ¿cómo podemos crecer en el amor?

  • Que el evangelio nos cautive. A menos que estemos abrumados por el asombroso amor de Dios por los pecadores, no amaremos a los demás. La fuerza de voluntad no nos impulsará a amar, no puede. El Espíritu de Dios debe obrar antes de que podamos maravillarnos de Dios que «muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Ro.5:8). El amor que mostramos por el cuerpo de Cristo nunca será tan costoso como el amor que Cristo mostró por el cuerpo. Oremos para que entendamos esto.
  • Examina nuestros corazones en busca de signos de orgullo o interés propio. Esto es tan divertido como sacarse una astilla del dedo de tu pie, pero es importante. ¿Estás cabizbajo si no te reconocen? ¿Estás amargado si un voto no sale como quieres? ¿Estás demasiado atemorizado para señalar el pecado? La respuesta a tales preguntas mostrará si has reprimido el amor.
  • Comparte tu vida con los demás. Los ejemplos son muchos: una conversación intencional después de un servicio, un café donde hablas de tusalud espiritual, abrir tu casa para compartir una comida, una nota de aliento para un miembro con dificultades y participar en un grupo pequeño que no lideras. Hay tantas maneras en que nosotros, como Pablo, podemos compartir “no solo el evangelio de Dios, sino también a nosotros mismos”.
  • Perseverar a través del conflicto. Como un amigo me dijo recientemente, es mucho más fácil tomar el barco a Tarsis que el camino a Nínive. El amor nos obliga a abrazar el camino más difícil. Esto significa no huir de los amigos, no alejarse de su cónyuge y no mudarse a una iglesia más fácil. Si las personas son solo engranajes para nosotros, seguiremos adelante cuando comiencen a oxidarse. Pero si los amamos a ellos, los cuidaremos mucho después de que la máquina se ralentice.

Traducido por Renso Bello

 

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[1]. Martín Lutero, «Sermones en Leipzig y Erfurt, 1519; 1521», en las Obras de Lutero, Sermones 1, vol. 51, editado y traducido por John W. Doberstein (Fortress, 1959), 65.