Pastoreo

Por qué los pastores necesitan entender un tema abstracto como el «individualismo expresivo»

Por Justin Harris

Justin Harris es el pastor principal de la Faith Bible Church en Naples, Florida.
Artículo
19.07.2022

Debo admitir que cuando me topé con el nuevo libro de Carl Trueman, el título y la portada no me sedujeron. ¿Qué tienen que ver «el yo», la «amnesia cultural», el «individualismo expresivo» y «el camino a la revolución sexual» con las cosas cotidianas a las que me enfrento como un pastor común y corriente? Todo parecía tan filosófico, tan abstracto, tan obtuso. Sin embargo, por recomendación de algunos amigos y mentores, me atreví a leerlo. Tras leer el libro varias semanas después, me sorprendió saber que cada uno de esos temas filosóficos había moldeado mi vida, mi ministerio y mi mundo más de lo que podía imaginar.

El objetivo de este artículo es convencerte de esto también.

EL DIAGNÓSTICO DESESPERANZADOR

Antes que nada, ¿qué intenta decir Trueman? Esencialmente, argumenta que nuestro tiempo y lugar actuales son moral y filosóficamente únicos. Es similar a la distopía de Aldous Huxley en Un mundo feliz, pero con una enorme diferencia: en el futuro fantástico de Huxley, reinaba la comunidad; en nuestro mundo moderno, reina el individuo. En pocas palabras, la reciente embestida de la revolución sexual no es más que un síntoma de un nuevo orden mundial individualista.

Ciertamente, el pecado sexual nos ha asolado desde la Caída. Sin embargo, esta expresión de rebeldía nunca ha sido tan aceptable, completa, extendida y celebrada. Trueman ilustra la singularidad de nuestro tiempo contemplando la siguiente frase: «Soy una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre» (El origen y el triunfo del ego moderno, 19ff.). Piensa en la supuesta plausibilidad de tal afirmación en nuestros días. Bíblicamente (y lógicamente), sabemos que esta afirmación es absurda. Sin embargo, para muchos tiene sentido. De hecho, tiene tanto sentido para algunos que estar de acuerdo con ella se ha convertido en una cuestión de consecuencias legales y sociales.

Hace veinte años, la mayoría de la gente se habría burlado. Ya no es así. Por lo que, Trueman dice: bienvenidos al ethos sexual de nuestro nuevo y feliz mundo.

En el viejo mundo, las normas judeocristianas de la sexualidad eran ampliamente comprendidas y, al menos, superficialmente aceptadas. El pecado y la desviación sexual existían, pero normalmente bajo el manto de la oscuridad (es decir, de la vergüenza) o en abyecto desafío al orden social (es decir, de la rebelión). Ahora, sin embargo, la comprensión bíblica del género, la sexualidad y el matrimonio es vista con recelo, si no es que con total desprecio. Al mismo tiempo, la desviación sexual se considera normal, y tal vez incluso moralmente superior. La pregunta ya no es: «¿Cómo puede alguien decir que es una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre?», sino más bien: «¿Cómo puede alguien siquiera cuestionar si alguien puede decir que es una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre?».

En pocas palabras, la revolución sexual ha triunfado. Pero… ¿por qué? ¿Cómo llegamos hasta aquí? Al responder a estas preguntas, el genio del trabajo de Trueman comienza a brillar. No responde a la pregunta que quizá queremos que haga: «¿Cómo detenemos o revertimos la revolución sexual?». En su lugar, traza lentamente el triunfo de la revolución sexual. Como un médico experto, analiza los síntomas sociales, culturales y éticos para dar un diagnóstico preciso. Y su conclusión te sorprenderá.

Tanto los pastores como la gente de la iglesia estarían tentados a pensar que esta es una respuesta fácil. Puedo oírlo ahora: «Clase, ¿qué causó la revolución sexual?». Los pastores y la congregación gritan: «¡El pecado!». Pero Trueman se resiste a esas respuestas simplistas. Culpar al pecado de la revolución sexual es como culpar a la gravedad del derrumbe de las Torres Gemelas.

Entender nuestro mundo feliz requiere que comprendamos no solo la fuerza gravitatoria del pecado, sino también la filosofía y las estratagemas políticas que emplea. Él resume el principal culpable en dos palabras: «individualismo expresivo». Este término se refiere a la tendencia a encontrar nuestro significado dando expresión a nuestros propios sentimientos y deseos (p. 46). A través de un cuidadoso análisis histórico y cultural, el libro traza la historia de más de 300 años del ascenso político del yo. Corriendo el riesgo de simplificar demasiado, la desconcentración se produjo a través de tres pasos estratégicos.

1. En primer lugar, gracias a la influencia de Rousseau y otros pensadores y poetas posteriores a la Ilustración, el yo se «psicologizó». Nuestra familia, nuestro país o nuestra iglesia ya no determinaban quiénes éramos, sino que pensadores y artistas importantes nos convencieron de que podíamos y debíamos determinar quiénes éramos. Según estos propagandistas, la identidad no debe ser orientada por nadie ni por nada fuera de nosotros, sino creada o expresada desde dentro.

2. En segundo lugar, a través de las enseñanzas de Freud (con cierta nivelación científica por parte de Darwin), la psique, es decir, el yo determinado internamente, se sexualizó. Como la teoría de Darwin redujo al hombre a un animal elevado, Freud capitalizó esto argumentando que, como animal superior, los humanos son esencialmente sexuales. Aunque muchas de las teorías y prácticas de Freud son obsoletas e irrelevantes, esta insistencia en la humanidad como un ser fundamentalmente sexual ha echado raíces en el pensamiento popular.

3. En tercer lugar, y por último, gracias a la sorprendente influencia de Marx y otros progresistas políticos del siglo XX, la psique sexualizada se politizó. Si el ser es intrínsecamente sexual, entonces cualquier negación o desaliento de ciertos derechos y libertades es simplemente otra expresión de la opresión hegemónica. Abajo los tiranos tradicionales que defienden las costumbres sexuales judeocristianas, arriba los nuevos seres sexuales liberados que merecen intrínsecamente el derecho a disfrutar de sus apetitos sexuales libres de desprecio o desaprobación.

La revolución sexual no causó la revolución sexual. Más bien, el origen y el triunfo de la revolución sexual deben su victoria al origen y el triunfo del yo psicologizado, sexualizado y politizado. Si las iglesias no abordan el problema a este nivel, pueden ser engañadas al tratar simplemente los síntomas, sin esforzarse por lograr una cura real.

LA SOLUCIÓN DINÁMICA

¿Cuál es el remedio?

Trueman confiesa que no tiene muchas respuestas muy formuladas. En su «epílogo final no científico», admite que hay más trabajo por hacer aquí, aunque intenta prever posibles futuros dentro de la sociedad y la iglesia (p. 383-407).

Aunque parece que las soluciones podrían venir de múltiples sectores —la familia, las artes, la academia, el ámbito político hay uno que no se puede descuidar: la iglesia local. Precisamente por eso, 9Marks ha decidido dedicar una revista a este tema. Independientemente de otras soluciones que se puedan conjeturar, hay que invertir tiempo y reflexión en potenciar la única institución acompañada y potenciada por Cristo resucitado (Mt. 28:18-20), la única entidad contra la que «las puertas del Hades no prevalecerán» (16:18). En concreto, parece que las iglesias sanas frenan la marea del individualismo expresivo mientras siguen aprovechando la Palabra autoritativa y viviendo en una auténtica comunidad cristiana.

Aprovechando la Palabra autoritativa

Las iglesias sanas frenan los errores del individualismo expresivo mientras aprovechan la Palabra autoritativa de Dios. Para preservar a nuestros hijos y miembros de la iglesia del contagio del individualismo expresivo, debemos dispensar constantemente el antiviral de la verdad bíblica. En otras palabras, nuestra enseñanza debe estar marcada por la predicación expositiva, la teología bíblica y el evangelio.

La predicación expositiva, por ejemplo, despliega la autoridad de la Palabra contra muchas ideologías erróneas. Mientras que nuestra cultura nos dice que la verdad es algo que se siente o algo que parece atractivo, la predicación expositiva es un argumento real de una fuente objetiva y sobrenatural: Dios mismo. Cuando el énfasis y la forma de los sermones coinciden sistemáticamente con el énfasis y la forma del texto divino, se recuerda a la congregación que la verdad es objetiva y autoritativa. Además, se le recuerda que esa verdad existe fuera de nosotros.

Las iglesias sanas también difundirán abundantemente la teología bíblica no solo en los sermones sino también en las clases adicionales. En primer lugar, consideremos la teología bíblica como el argumento de la Escritura y luego examinémosla simplemente como teología que es bíblica (es decir, sana doctrina, teología sistemática).

A medida que los miembros de la iglesia se impregnan con regularidad del argumento histórico-redentor de la Biblia, el imaginario social popular obsesionado con el individuo expresivo pierde cada vez más fuerza. La Escritura es, en efecto, una historia y en su centro no está el yo, sino el Dios soberano y trino. Esta historia no solo revela quién es Dios, sino también lo que ha hecho. En primer lugar, creó seres humanos corpóreos y de género a su imagen y semejanza para reflejar su bondad soberana en todo el universo. El pecado, por supuesto, arruinó el ideal divino. Y sin embargo, Dios orquestó un plan de rescate para los rebeldes pecadores, devolviéndoles así la comunión eterna, tanto aquí y ahora en este mundo caído, como allá y entonces, en los nuevos cielos y la nueva tierra. De hecho, aunque el héroe de la historia es el Salvador, cada acto orienta nuestra comprensión del ser.

Este plan de rescate es el evangelio.

1. En el acto de apertura, Dios crea a los seres humanos a su imagen y semejanza para que reflejen su soberana bondad al procrear, cultivar y proteger el mundo creado de cualquier cosa o persona que se oponga a Dios.

2. En el siguiente acto, lamentablemente, los seres humanos escuchan la promesa de la serpiente de un yo mejorado y desobedecen a Dios. Aunque el yo fue maldito a causa del pecado, Dios desplegó promesa tras promesa para asegurar a su pueblo que destruiría a su enemigo y le devolvería las bendiciones que habían perdido.

3. En el tercer acto, Dios cumple su promesa enviando a su Hijo para que se convierta en un ser humano corpóreo y de género como un nuevo representante del mundo. Aunque el primer ser humano, Adán, fracasó, Cristo tendría éxito: obedeciendo perfectamente la ley de Dios, muriendo en la cruz para satisfacer la ira plenamente justa de Dios, y resucitando físicamente para declarar su victoria sobre los poderes de la muerte, el infierno y el pecado.

4. En el cuarto acto, una nueva humanidad disfruta de la vida espiritual ahora y de la promesa de la vida física eterna en el futuro al depender de la persona y la obra de Cristo para su rescate. Al confiar en Cristo, son bautizados físicamente e invitados a participar en la Mesa del Señor, por lo que son identificados como parte del pueblo visible de Dios.

5. Por último, en el quinto acto, el Hijo de Dios resucitado y todavía humano, con género y cuerpo, regresa para gobernar con su pueblo encarnado sobre un nuevo cielo y una nueva tierra por toda la eternidad. Esta narrativa no solo es más convincente que cualquier otra ofrecida por Rousseau o Freud, sino que también tiene la ventaja de ser absolutamente verdadera.

En cada uno de estos actos, Dios ejerce su gracia soberana sobre sus criaturas físicas. Cuando enseñamos esta narrativa, desbaratamos las nociones maleables y en última instancia nihilistas del yo propagadas por otros.

Las iglesias sanas deben ser «columna y baluarte de la verdad» (1 Ti. 3:15). Esta frase supone la protección y propagación de la revelación propositiva. En otras palabras, las iglesias locales tienen la responsabilidad única de defender la sana doctrina. Debemos «contender ardientemente por toda la fe que ha sido una vez dada a los santos» (Judas 3), lo que significa que las doctrinas relacionadas con la antropología pueden merecer una atención especial en nuestros días.

Ahora más que nunca, las iglesias deben luchar por la verdad y la belleza de la existencia encarnada y las verdades relacionadas, como la imago dei, el complementarismo, el género, el matrimonio y la ética sexual. Trueman señala con razón que los protestantes, especialmente, tienen que hacer un trabajo de maquillaje: «El protestantismo, con su énfasis en la palabra predicada y captada por la fe, es quizá especialmente vulnerable a restar importancia a lo físico. La recuperación de una comprensión bíblica de la corporeidad es vital. Y estrechamente relacionado con esto está el hecho de que la iglesia debe mantener su compromiso con la moral sexual bíblica, sea cual sea el costo social» (p. 406-407).

Por muy agradecidos que estemos por los seminarios, las denominaciones, las entidades paraeclesiásticas y los sitios web, la iglesia local sigue siendo «columna y baluarte de la verdad». Aunque el evangelio sea «locura a los que se pierden», para los que se salvan sigue siendo «poder de Dios» (1 Co. 1:18).

Viviendo en una comunidad auténtica

Al mismo tiempo, las iglesias sanas son más que proclamadoras y defensoras de la verdad del evangelio. Las iglesias sanas también frenan las corrientes del ego moderno a través de su comunidad evangélica. Trueman muestra la naturaleza de ambas cosas en el cargo de la iglesia: «Si la iglesia ha de evitar la absolutización de la estética mediante un compromiso apropiado con el cristianismo como primera y principal doctrina, entonces, en segundo lugar, debe ser también una comunidad» (Trueman, p. 404). Esto es cierto porque el yo no se entiende simplemente a partir de la lectura y el estudio, sino a través de las interacciones con los demás que nos rodean.

Considera, por ejemplo, el acto de ser bautizado en la membresía. Es un acto notablemente pasivo. Uno no se bautiza a sí mismo ni «decide» unilateralmente pertenecer a una iglesia local; más bien, debe ser bautizado y debe ser recibido en la comunión de esa iglesia. En las iglesias sanas, uno no puede simplemente «identificarse» como cristiano; Cristo ha confiado este trabajo a sus iglesias.

De hecho, uno no puede ni siquiera elegir permanecer identificado como cristiano sin la aprobación regular de una congregación; eso es lo que significa que una iglesia local tenga la autoridad y la responsabilidad de excomulgar a los que persisten en pecado impenitente (Mt. 18; 1 Co.5). La membresía de la iglesia y su contraparte, la disciplina de la iglesia, trazan una línea clara entre quién pertenece a Cristo y quién no. Y esto golpea el corazón mismo de la visión moderna del ser.

Pero la comunidad evangélica que se disfruta en las iglesias sanas es el resultado de mucho más que sus estructuras formales. Las iglesias locales sanas no solo hacen discípulos «bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo», sino también «enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado» (Mt. 28:19-20). Una vez más, hacemos bien en afirmar la transmisión del contenido evangélico, pero el objetivo de dicho contenido es la conducta.

En otras palabras, el cristianismo no es un proyecto de superación personal. Las iglesias sanas no solo hacen discípulos marcándolos mediante la señal del bautismo (inicialmente) y la comunión (continuamente), sino que también hacen madurar a estos discípulos mediante la aplicación modelada, tutelada e interpersonal de la Palabra. Crecemos no solo por la instrucción, sino por la imitación (1 Co. 4:16; 11:1). Por tanto, las iglesias sanas exhortan a sus miembros a crecer en santidad y a ayudar a otros a hacer lo mismo. Todo esto se enfrenta directamente a la noción moderna del yo. En lugar de que el miembro de la iglesia se exprese a sí mismo, es exhortado por otros a morir al yo y a imitar a Jesús en su lugar.

CONCLUSIÓN

En muchos sentidos, el ministerio en el Occidente del siglo XXI es realmente el mejor de los tiempos y el peor de los tiempos. Algunas iglesias malsanas se han capitulado plenamente ante el origen y el triunfo del ego moderno. Otras se han rebelado eficazmente contra su influencia.

Concluyamos con los siguientes ejemplos hipotéticos.

Cuanto menos sana sea la iglesia, menos potente será su impacto. Los sermones populares centrados en las necesidades sentidas probablemente solo alimentarán aún más las nociones antibíblicas del yo. Durante al menos treinta años, las iglesias evangélicas han tratado de crear una «comunidad» en torno a sermones aplicables y afinidades personales como la música, las aficiones o la etapa de la vida. Tales iglesias no han equipado bien a la gente para que entiendan y enfrenten la visión moderna del yo. En algunos casos, las iglesias atraccionales no solo no apagan las llamas del individualismo expresivo, sino que las alimentan.

Por otro lado, imagina una iglesia donde la Palabra de Dios es proclamada y protegida. Imagina a los santos reunidos siendo formados y moldeados regularmente por el evangelio, la predicación expositiva, la sana doctrina y la teología bíblica. E imagina a esos mismos creyentes haciendo un pacto oficial como comunidad cristiana, predicando el evangelio a los perdidos, compartiendo en la Mesa del Señor hasta que él venga, estimulándose unos a otros a la piedad, y protegiéndose mutuamente de los errores y males del pecado.

En una iglesia así, el yo se minimiza mientras el Salvador se magnifica. Sí, el pecado todavía frustra y persiste, y lo hará hasta que el Señor regrese. Pero hasta entonces, tales iglesias tendrán una influencia positiva en un mundo que se oscurece y decae.

Traducido por Nazareth Bello