Clases esenciales: Paternidad

Paternidad – Clase 5: Disciplina Formativa

Por CHBC

Capitol Hill Baptist Church (CHBC) es una iglesia bautista en Washington, D.C., Estados Unidos
Artículo
23.11.2018

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Clase esencial
Paternidad
Clase 5: Disciplina Formativa


Introducción

Comencemos con un breve resumen de la clase de la semana pasada: Cómo llegar al corazón de la conducta:

La Escritura enseña que el corazón es el centro de control para la vida. La vida de una persona es un reflejo de su corazón. Proverbios 4:23 dice: «Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida». La conducta que una persona exhibe es un desbordamiento de, y una ventana al corazón.

Esta interpretación es importante para la crianza de los hijos. Enseña que la conducta no es el problema fundamental. El problema básico siempre es lo que sucede en el corazón. Los padres se preocupan por la conducta, lo cual es entendible: lo que te indica si tu hijo necesita corrección es su conducta, de manera que la conducta se convierte fácilmente en tu enfoque. Corriges la conducta inaceptable y continúas con lo que estabas haciendo. Problema resuelto, ¿correcto?

Ojalá. Las necesidades de tu hijo son mucho más profundas e intensas que eso. Su mal comportamiento no es producto de la nada. Las cosas que dice y hace reflejan su corazón. Si realmente quieres ayudarle, debes preocuparte por las actitudes del corazón que provocan su conducta.

Ahora, por supuesto, debes exigir una conducta apropiada. La ley de Dios lo demanda. (Y la próxima semana, Dios mediante, ahondaremos más en los asuntos de obediencia y uso correcto y bíblico de la disciplina). Simplemente estamos diciendo… No quedes satisfecho con corregir la conducta sin abordar su corazón.

(Confío en que todos hemos sido convencidos en estas últimas semanas de aplicar estos principios a nuestros corazones: ¿Cómo es tu obediencia? ¿Haces berrinche y te desconectas cuando estás frustrado o molesto? ¿Tienes un «corazón irritable»? ¿Un corazón codicioso? Ese pecado que no quieres soltar… ¿Qué hay detrás de él? ¿Un corazón descontento?).

Así que un buen recordatorio a medida que avanzamos en este seminario: mientras más honestos seamos al lidiar con nuestro pecado, estaremos mejor preparados para ayudar a nuestros hijos a enfrentar el pecado.

El día de hoy hablaremos acerca de la comunicación. Y cubriremos cuatro puntos:

  • ¿Por qué nos comunicamos?
  • ¿Qué comunicamos?
  • ¿Cómo nos comunicamos?
  • ¿Cuándo y dónde nos comunicamos? 
  1. ¿Por qué nos comunicamos? (el «por qué» es útil…) Dos respuestas básicas:

Respuesta #1: Reflejamos a Dios cuando lo hacemos.

¡Dios es un comunicador! Está en su naturaleza darse a conocer, y especialmente con palabras. La Escritura es Dios hablándonos. (Oseas 6:6 – conocimiento de Dios > sacrificio) Conocer y ser conocidos, relacionarnos, expresarnos, comunicar conocimientos, todo esto está esa lista de cosas que hacemos porque somos hechos a imagen de Dios. ¿Por qué es eso importante? (Quizá eso suene un poco «académico» para ti). Bueno, entre muchas otras cosas, nos recuerda que no solo somos lobos en una manada, si así lo deseas, sometiendo a los más jóvenes para establecer el orden social. Somos almas vivas, a las cuales han sido encomendadas otras almas vivas, para cuidarlas y enseñarlas.

Lo que es un buen conector a la respuesta #2 para nuestra pregunta:

Respuesta #2: ¿Por qué comunicamos?         Porque Dios nos ha ordenado comunicar la verdad a nuestros hijos.

Una de los mejores descripciones del trabajo de la paternidad bíblica se encuentra en Deuteronomio 6:4-9: que leímos la semana pasada: «Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas» (Dt. 6:6-9).

A los padres se nos ordena comunicar las verdades de Dios a nuestros hijos. Y si te detienes y piensas sobre ello, es un mandamiento bastante serio. Escucha este breve relato en Jueces 2. Israel había tomado posesión de la Tierra Prometida y había visto las promesas de Dios cumplirse de manera asombrosa.

Pero escucha lo que sucede:

«Y toda aquella generación también fue reunida a sus padres. Y se levantó después de ellos otra generación que no conocía a Jehová, ni la obra que él había hecho por Israel. Después los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de Jehová, y sirvieron a los baales. Dejaron a Jehová el Dios de sus padres…» (Jueces 2:10-12).

¡No conocían al Señor ni lo que él había hecho por Israel! ¿Cómo es posible que la siguiente generación no conociera lo que Dios había hecho (y se apartaran)? Al parecer, no se les había hablado. Nosotros, como padres, tenemos la responsabilidad de enseñar la verdad a nuestros hijos. Somos el principal medio que Dios usa para comunicar la verdad a la siguiente generación (NOSOTROS, no el pastor o la maestra de la escuela dominical).

¿Por qué lo hacemos? Es nuestra responsabilidad dada por Dios, que nuestros hijos puedan conocer a su Creador y lo que él ha hecho por nosotros en Cristo, y hacerlo en VIDA.

  1. ¿Qué comunicamos?

Hay MUCHO acerca de la vida que nuestros hijos necesitan aprender de nosotros. Debemos darles las instrucciones prácticas de todo, desde la higiene dental hasta las citas, cosas que son necesarias para que les vaya bien en este mundo. Hay tanto que podemos darles que es útil, pero que no da VIDA. Tenemos que entrenar a nuestros hijos para que piensen bíblicamente.

Pero incluso más que pensar bíblicamente, ¿qué es lo que realmente quieres para tus hijos? Haz una pausa pregúntate qué es lo que intentas lograr como padre. ¿Cuál es exactamente tu objetivo? Como padre cristiano debes tener un objetivo supremo para tus hijos: que sean conformados –gradualmente cambiados– a la imagen de Cristo. (Romanos 8:29: «Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo…». Esta es la voluntad de Dios para sus hijos). Quiero a Cristo para mis hijos.

Bueno, un par de cosas son necesarias para la madurez cristiana: el Espíritu Santo y las Escrituras. Nosotros no podemos impartir el Espíritu Santo. Pero podemos impartir las Escrituras. Las Escrituras son necesarias para la madurez cristiana. Y es nuestra labor como padres impartirlas a nuestros hijos y usarlas con nuestros hijos.

  • Salmo 119:105: «Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino».
  • Isaías 55:11: «Así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié».
  • Hebreos 4:12: «Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón».
  • 2 Timoteo 3:16: «Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra».

Debemos enseñarles las Escrituras, la verdad acerca de Dios. Las Escrituras nos convencen. Las Escrituras distinguen el bien del mal. Las Escrituras nos presentan a Dios y nos preparan para reflejarlo fielmente. Dios en Cristo es la buena noticia. Dios es lo que queremos para nuestros hijos. Así que debemos comunicar su Palabra.

Une esto con lo que escuchamos la semana pasada, no queremos enseñar una conducta externa e ignorar el corazón. Es insuficiente, potencialmente engañoso e incluso letal meramente enseñar a tu hijo una conducta cristiana, enseñarle a solo actuar como cristiano. Enseñamos las Escrituras, orando para que penetre sus corazones, confiando en que la Palabra de Dios es lo que posee el poder de transformar a nuestros hijos. No queremos crear fariseos, personas que sepan que papel interpretar o qué decir, pero que no conozcan a Dios personalmente.

(Y sí, a menudo seguiremos  luchando con llegar al corazón, así que a veces obediencia es todo lo que puedes lograr, pero veremos más al respecto la próxima semana). 

  1. ¿Cómo nos comunicamos?

A menudo reducimos la crianza de nuestros hijos en tres elementos: reglas, corrección y castigo. Por tanto, reducimos la crianza de nuestros hijos en tres roles: legislador, policía y guardián.

  • Legislador: Das a tu hijos reglas. (No salgas de la cama).
  • Policía: Corriges a tus hijos por romper las reglas. (¿Por qué estás jugando con tu ropa de vestir cuando te acosté?).
  • Guardián: Aplicas el castigo dado por la infracción. (Ahora mamá tiene que disciplinarte).

Toda familia necesita reglas, corrección y castigo. No hay discusión en esto. Pero quiero hablar acerca de otras dimensiones de la comunicación y de los medios de comunicación que son escasamente utilizados al pastorear a nuestros hijos.

Así que además de:

Reglas, corrección y castigo

También debemos usar cosas como:

Estímulo, reprimenda, ruego, instrucción, advertencia, oración

1 Tesalonicenses 5:14 dice: «Hermanos, también les rogamos que amonesten a los holgazanes, estimulen a los desanimados, ayuden a los débiles y sean pacientes con todos» (NVI).

Amonesta, Estimula, Ayuda, Sé paciente

Una de las cosas que obtenemos de este versículo es que ocasiones diferentes y oyentes diferentes necesitan enfoques o herramientas diferentes. ¿Cuántas veces he preparado un sermón y he terminado predicándole a mi hijo que realmente solo necesitaba que lo escuchara? ¿Cuántas veces hemos reprendido a un hijo por ser holgazán en el hogar cuando realmente lo que él o ella necesitaba era un estimulo, o instrucción?

Veamos cada una de ellas brevemente:

Reprimenda: Una reprimenda censura el comportamiento. A veces un hijo debe experimentar tu sentido de alarma, asombro y decepción por lo que ha hecho o dicho. Quizá tu hijo es grosero fuera del hogar. El uso de «esa palabra» públicamente o donde sea no es una conducta aceptable («Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca…» Ef. 4:29).

En nuestro hogar, que nuestros hijos griten o sean irrespetuosos con su madre es una ofensa grave. Quiero ser extraordinariamente claro en que mis hijos no pueden tratar a mi esposa de esa manera.

Ruego: Esto es comunicación sincera e intensa. Puede ser suplicar, insistir e incluso implorar. Es el ruego sincero de un padre o de una madre que, entendiendo a su hijo, el camino de Dios, y la necesidad del momento, está dispuesto a exponer su alma en un ruego sincero para que su hijo actúe con sabiduría y fe.

Usa esto cuidadosamente. No debe utilizarse cuando ya no hay marcha atrás o por simple necedad. Es Proverbios 23:26: «Dame, hijo mío, tu corazón, y miren tus ojos por mis caminos…». Ruegas cuando ves a tu hijo errante. Ruegas cuando ves peligros como la influencia de la pornografía o la inmoralidad sexual, o cuando ves un corazón frío.

Instrucción o enseñanza: Este es el proceso de dar una lección, un precepto o información que ayudará a tus hijos a entender y actuar en su mundo. Como padre, eres el medio a través del cual Dios llevará a tus hijos de la completa ignorancia al conocimiento del mundo y la sabiduría de Dios.

Como padres a menudo asumimos una postura de defensa en relación a la paternidad, invirtiendo mucho tiempo corrigiendo y castigando a nuestros hijos. Es muy útil pensar acerca de la instrucción como una de las principales herramientas en nuestro arsenal como padres. Cuando nuestros hijos fallan en un área, una de las primeras preguntas que deberíamos hacernos como padres es: «¿Qué les hemos enseñado acerca de ______________? [Ejemplo: limpiar su habitación, lidiar con un acosador, etc.].

Si usamos el ruego con moderación, queremos usar la instrucción diariamente y con frecuencia.

Esta idea de instruir a nuestros hijos está en muchas partes en la Escritura, incluyendo el Salmo 78. El salmista escribe: «No las encubriremos a sus hijos, contando a la generación venidera las alabanzas de Jehová, y su potencia, y las maravillas que hizo» (v. 4).

Advertencia: Las advertencias alertan a nuestros hijos de un peligro probable. Una amonestación no es una amenaza cuando se usa correctamente. Es un discurso misericordioso. Es el equivalente a publicar un cartel informando a los conductores de un puente que colapsó.

Ejemplo: Proverbios 14:23 dice: «En toda labor hay fruto; mas las vanas palabras de los labios empobrecen». Esa es una advertencia.

Ejemplo de una advertencia útil: Les pedimos a nuestros hijos que realmente se queden en sus camas e intenten dormir durante la hora de la siesta. Entonces, a veces decimos: «Cariño, saliste de tu cama ayer durante la hora de la siesta. Si lo haces otra vez hoy, tendré que disciplinarte».

Ejemplo de una advertencia problemática: «¿Quieres una nalgada?». Esa es una pregunta retórica si es que hay alguna. No le preguntes a un niño si quiere una nalgada. Otro ejemplo: «Contaré hasta diez y si no estás aquí para cuando termine, recibirás una nalgada». El problema es que acabas de enseñarle a tu hijo que la obediencia retrasada está bien.

Oración: La oración no es hablar con un hijo, sino con Dios, no obstante, es un elemento esencial de la comunicación entre el padre y el hijo. Entender qué y cómo oran nuestros hijos es a menudo una ventana a sus almas. Y viceversa: un hijo puede ver el corazón de su padre cuando habla con su santo Dios.

He escuchado numerosas historias de personas que fueron significativamente afectadas en la vida al ver a sus padres orar regularmente. (Ejemplo: «…todos los días bajaba las escaleras y veía a mi madre orar por nosotros»).

Hace un par de semanas, citamos los testimonios de la esposa de Charles Spurgeon y un amigo acerca de su liderazgo en la adoración familiar. Susannah Spurgeon dijo esto de las oraciones de Charles: «Parecía estar tan cerca de Dios como un niño pequeño con un padre amoroso, y a menudo nos conmovíamos hasta las lágrimas mientras hablaba cara a cara con su Señor».

De nuevo, reitero, no todos somos Charles Spurgeon. Creo que nunca he conmovido a mi familia hasta las lágrimas con una oración. PERO, no hagamos de eso una «autoexcusa». Podemos amar a Dios. Podemos orar con sinceridad a él. Y podemos reflejar eso frente a nuestros hijos.

Nuestra oración con nuestros hijos puede enseñar a nuestros hijos:

  • Que mamá y papá son personas bajo autoridad
  • Que Dios es a quien debemos acudir en nuestra necesidad
  • Que vivimos una vida de fe
  • …solo por nombrar algunas

Resumen: Has escuchado la frase: «Si tu única herramienta es un martillo, tiendes a tratar cada problema como si fuera un clavo». Como padres, necesitamos desarrollar las herramientas que Dios nos ha dado en la comunicación. Necesitamos evitar ser simplemente legisladores, policías y guardianes. Queremos ser capacitadores, alentadores, retadores, líderes, maestros y compañeros de oración.

Un comentario más acerca de cómo nos comunicamos: Considera cuando tienes un monólogo con tu hijo, y cuando estás teniendo un diálogo. Hay ocasiones en que necesitamos instruir, rogar o advertir y nuestros hijos básicamente necesitan escuchar. Pero también hay ocasiones en que necesitamos hablar con nuestros hijos, hacer preguntas y entender qué sucede en sus corazones. Sé que mi tendencia pecaminosa será predicarle a mis hijos cuando el momento pueda requerir un dialogo con ellos para entender con qué están luchando. Te animo a considerar cuál es tu tendencia como padre. Decidir cuándo tener un monólogo y cuándo tener un diálogo amerita discernimiento, así que necesitamos sabiduría de parte del Señor [¡Santiago 1:5!].

  1. ¿Cuándo y dónde nos comunicamos?

Recuerda los versículos de Deuteronomio 6:

«Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas» (Dt. 6:6-9).

Estando en casa, andando en el camino, al acostarte o cuando te levantes parece estar diciendo: ¡Habla de Dios y sus mandamientos siempre y en todas partes! No solo enseña las Escrituras, habla de ellas y aplícalas en toda clase de lugares y en todo tipo de circunstancias, cuando sea y donde sea que te encuentras en la vida.

Como punto interesante: «Y las atarás como una señal en tu mano» parece ser una metáfora que da a entender  que las Escrituras deben gobernar toda nuestra conducta. «…y estarán como frontales entre tus ojos», una metáfora que sugiere que las Escrituras deberían gobernar nuestros pensamientos.

Ponlo todo junto y el pasaje de Deuteronomio 6 está diciendo que deberíamos usar cada oportunidad para enseñar a nuestros hijos que las Escrituras deben gobernar toda nuestra vida.

Conclusión

La crianza de los hijos es un acto de fe gigante. Esta comunicación, de manera bíblica, de las verdades de la Escritura es la semilla. Esperamos a ver qué brota. Por la fe, esperamos, oramos y confiamos.

Si nunca has leído la historia de Adoniram Judson, te animo a hacerlo. Fue criado por un ministro a finales del siglo XVIII, comienzos del siglo XIX. Se graduó como mejor estudiante del seminario (Universidad de Brown) cuando tenía 19 años. Por amigos que conoció allí, abandonó totalmente la fe, hasta que a través de algunos acontecimientos increíbles Dios restauró su corazón. Más adelante, se convirtió en el primer misionero estadounidense de Norte América para Burma, e hizo una serie de cosas asombrosas. Es un gran estimulo para los padres piadosos de la obra soberana y bondadosa que Dios, y SOLAMENTE Dios, puede hacer en nuestros hijos.

Para el caso, reflexiona sobre los muchos testimonios de bautismo que escuchamos en nuestra iglesia. Observa cómo muchos de ellos comienzan como: «Crecí en un hogar cristiano, pero me alejé de las enseñanzas de mis padres en la universidad (o secundaria…). ¡Pero Dios….!» (Ef. 2:4).

¡Así que no renuncies a comunicarte con tus hijos!