Pastoreo

Eres pastor, no un terapeuta

Por Jeremy Pierre

Jeremy Pierre es el decano de estudiantes y profesor asociado de consejería bíblica en el Seminario Teológico Bautista del Sur y sirve como anciano en la Iglesia Bautista Clifton.
Artículo
25.05.2022

«No soy terapeuta. Solo predico la Palabra. Si las personas escuchan con atención, podrán manejar sus propios problemas».

Las palabras eran limpias y decididas, y cautivaron al puñado de pastores que habían invitado al conferencista a desayunar. Alrededor de platos y tazas de café a medio limpiar, todos asentían con la cabeza. Probablemente yo también lo hice, aunque recuerdo que tuve sentimientos encontrados. En ese entonces era un pastor novato y sabía que mi experiencia era mucho menor que la de este veterano. Sin embargo, no podía dejar de pensar: «Pero la gente que conozco en tu iglesia está en terapia y tú ni siquiera lo sabes».

La tensión que sentía era entre mi creencia en el poder de la Palabra predicada y mi conciencia de que incluso las personas deseosas de recibir la Palabra siguen luchando profundamente con sus problemas personales. Los años de ministerio pastoral desde entonces han confirmado esta tensión. Esto es lo que he aprendido: Predicar la Palabra intemporal a personas temporales requiere una profunda comprensión de ambas. Para conocer mejor las Escrituras, hay que estudiar mucho; para conocer mejor a las personas, hay que hacer lo mismo.

Un pastor no es un terapeuta. Pero eso no significa que opte por no ayudar a la gente con sus problemas personales. De hecho, un pastor tiene la tarea de ayudar en formas que un terapeuta no puede. En este artículo, explicaré a qué me refiero con esto. El trabajo de un pastor no es descartar la experiencia personal, sino ayudar a la gente a verla de manera diferente; específicamente, a verla de acuerdo con quién es Dios y el propósito principal de su diseño para la vida humana.

Las personas quieren entender su propia experiencia.

La gente acude a los terapeutas para dar sentido a sus propias experiencias. Esto no es un problema en sí mismo. El problema es que los modelos terapéuticos han surgido en gran medida de una cultura secular caracterizada por una profunda valoración de lo que Carl Truman describe como individualismo expresivo. La experiencia humana se entiende no desde el punto de referencia externo del orden sagrado, sino desde el punto de referencia interno de la felicidad percibida [1].

En general, la terapia busca ayudar a una persona a vivir de forma efectiva y coherente según esa percepción de plenitud. Mi propósito aquí no es discutir los beneficios e inconvenientes de los distintos modelos terapéuticos. Simplemente señalo lo que la terapia como empresa intenta hacer.

Un pastor no es un terapeuta. Pero eso no significa que pase por alto la experiencia personal. Más bien, significa que ayuda a las personas a ver su experiencia desde una perspectiva mucho más amplia: cómo Dios diseñó a las personas para que se relacionaran consigo mismas y con su orden sagrado de la creación. Dios diseñó a las personas para que le amaran a él y a los demás (Mt. 22:37-40), y este propósito de diseño es la forma en que entendemos el funcionamiento saludable. Es el gran privilegio de la experiencia humana, un privilegio restaurado a la humanidad al hacerse Dios mismo hombre (He. 2:10-11).

La obra redentora de Jesús es la única manera de darle sentido a la experiencia humana. Esto incluye también la experiencia personal del individuo.

Los pastores no abordan la experiencia personal ni como algo sin importancia ni como algo que lo es todo.

Tu trabajo como pastor no es ni pasar por alto la importancia de la experiencia personal ni venerarla como algo sagrado. Los pastores pueden cometer ambos errores.

Como en el ejemplo inicial, he visto a pastores desestimar las experiencias de su congregación porque esas experiencias parecen extrañas, inquietantes o «mundanas». Desestimarlas es casi una garantía para que busquen a otros que les ayuden a entenderse a sí mismos. Y privamos a nuestra congregación del poder explicativo de la Palabra para la experiencia personal. Los propios autores bíblicos no ignoran la experiencia individual, sino que la abordan a la luz de realidades superiores.

Cuando Jesús habló con la mujer del pozo, lo hizo como si su situación familiar fuera importante. La ocupación de Pedro como pescador importaba. Los problemas estomacales de Timoteo importaban. La falsa enseñanza que amenazaba a la iglesia de Galacia, en contraste con la que amenazaba a la iglesia de Corinto, importaba. Como pastor, nunca debes insinuar que la experiencia personal no importa. La verdad sí. Por el contrario, aclara que la verdad nos ayuda a entender cómo importan nuestras experiencias personales.

También he visto a pastores cometer el otro error. Se ven envueltos en la experiencia de una persona y se sienten incómodos ofreciendo comentarios. No quieren parecer despectivos, así que, sin saberlo, afirman las malas opiniones de la persona, sobre todo, desde lo que significa ser feliz hasta cómo se ven a sí mismos. Los pastores pueden temer ser vistos como el tipo trillado de las «respuestas bíblicas» que descuidan su deber de hablar realmente de ideas sólidas de la Escritura, ayudando a una persona a comenzar a ver su experiencia a la luz de la bondad, fidelidad e intenciones redentoras de Dios en su situación única. Los pastores no deben insinuar: «Tu experiencia personal es lo único que importa. La verdad puede esperar». Más bien deberían decir: «La verdad te ayuda a experimentar más plenamente lo que Dios te hizo ser».

Entonces, ¿cómo se aborda bien la experiencia humana? Poniéndola en su justo orden.

Los pastores ayudan a su congregación a verse a sí misma en relación con Dios y con su orden sagrado.

Los pastores dicen a su congregación: «Fuiste creado para verte como Dios te ve, no como prefieres ser visto». La primera conversación de Dios con Adán fue acerca de la identidad de Adán, diciéndole quién era y para qué había sido diseñado (Gn.1:28). Adán necesitaba que Dios le dijera algo para darse sentido a sí mismo. Eso es lo que ocurre con todas las personas creadas a imagen y semejanza de Dios. No saben cómo encajar en el orden de las cosas sin que Dios se los revele.

Por eso el resto de la creación puede describirse como el orden sagrado. El Dios santo diseñó la creación para reflejar su santidad. Ordenó la creación para reflejar la verdad de su propia mente y la belleza de su propio carácter. Luego colocó a los individuos dentro de ese orden. Esto significa que la verdad y la belleza no son determinadas subjetivamente por los individuos. En otras palabras, no podemos entendemos a nosotros mismos verdaderamente sin el orden sagrado en el que fuimos colocados [2].

Por eso un pastor siempre tiene su Biblia abierta. No es para ignorar lo que la persona describe de su propia experiencia, sino para poder decir: «Tu experiencia personal importa, y solo se entiende correctamente a la luz de las verdades reveladas desde fuera de ti. Consideremos algunas». Y luego, desgrana uno o dos de los innumerables temas de la Escritura que iluminan diferentes aspectos de lo que una persona está viviendo. No se trata de descartar la experiencia personal, sino de iluminarla.

Los pastores logran esto a través de los ministerios públicos y personales de la Palabra.

El ministerio público y el ministerio personal de la Palabra se complementan en esta tarea. Juntos, crean un imaginario social alternativo, una perspectiva eterna basada en lo que Dios ha revelado en su Palabra.

El ministerio público de la Palabra, principalmente la predicación, debe abordar la experiencia común de la congregación. Los pastores deben desafiarse a sí mismos para considerar lo que su iglesia enfrenta en su gama de profesiones, oficios, círculos sociales, entornos educativos y vecindarios. Acércate a tu congregación en muchos entornos diferentes: sus lugares de trabajo, sus hogares, sus actividades. Así, a medida que el pastor estudia para alcanzar la comprensión del significado de un texto, verá la experiencia colectiva de su iglesia bajo una nueva luz. Esto le permite aplicar el texto para ellos con una mayor comprensión.

El ministerio personal de la Palabra, incluyendo la mentoría y la consejería, debe abordar regularmente las experiencias personales de los individuos. Esto requiere un mayor intercambio de información. Requiere escuchar y conocer a la persona y abordar su experiencia específica, no solo las experiencias colectivas. No todos los pastores estarán igualmente dotados para tales conversaciones exploratorias, pero tratar de obtener una visión de las experiencias personales de tu congregación te dará la oportunidad de aplicar las Escrituras con mayor especificidad y eficacia.

Pastor, no eres un terapeuta. Tienes una posición a largo plazo en la vida de tu iglesia. No estás ayudándoles solo por un poco de tiempo para que logren objetivos personales específicos. Al contrario, les estás ayudando durante toda la vida a entenderse a sí mismos a la luz de lo que Dios dice de ellos.

Traducido por Nazareth Bello

 

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[1]. Carl R. Trueman, The Rise and Triumph of the Modern Self: Cultural Amnesia, Expressive Individualism, and the Road to Sexual Revolution (Wheaton, IL: Crossway, 2020), p. 46.

[2]. Ibid, p. 194.