Pastoreo

Cómo ha cambiado mi mente – la centralidad de la congregación

Por Mark Dever

Mark Dever es el pastor principal de Capitol Hill Baptist Church en Washington, D. C., y el presidente de 9Marks. Puedes encontrarlo en Twitter como @MarkDever.
Artículo
14.10.2018

El papel de la congregación local ha sido importante para mí desde que me convertí en cristiano en la escuela secundaria. Recuerdo pasar horas (muchas) en la librería de mi iglesia durante el primer verano siendo cristiano, reuniendo estadísticas acerca de la membresía creciente de nuestra iglesia y tabulando eso en comparación con nuestra reducida asistencia. El gráfico de la era pre-computadora que hice con mi investigación fue simplemente una cartulina con líneas cuidadosamente dibujadas para la membresía y la asistencia, divergiendo notablemente en algún lugar de la década de 1940 ó 1950. Y aunque pasé horas y horas en esa cartulina y las cifras que había en ella, sólo tenía los compromisos más limitados en una pared destacada de nuestra iglesia. Los coloqué sin autorización (no había tomado en cuenta eso). Sin embargo, su desmontaje fue debido y rápidamente autorizado.

Mientras crecía como cristiano y mi entendimiento de la gracia de Dios aumentaba durante mis años de licenciatura y seminario, mi preocupación acerca del nominalismo en la iglesia también creció. Muchas «conversiones» reportadas llegaron a ser obviamente falsas para mí. Comencé a sospechar del evangelismo que había generado estas cifras aumentadas, y más aun, de estas personas tan seguras e inactivas.

Sin embargo, durante mis estudios doctorales mi mente comenzó a enfocarse aún más en el tema de la iglesia, especialmente en la centralidad de la congregación local. Recuerdo haber tenido una conversación discordante un día con un amigo que trabajaba con un ministerio para-eclesiástico. Él y yo asistíamos a la misma iglesia. Me uní cuando me mudé por primera vez a la ciudad y él simplemente escogió asistir un par de años más tarde. Y a pesar de su asistencia, solo vendría al servicio de la mañana y cuando era el tiempo del sermón. Así que un día decidí preguntarle sobre esto.

Él respondió con su honestidad y transparencia típica y dijo «realmente no recibo nada del resto del servicio». Le pregunté, «¿alguna vez has pensado unirte a la iglesia?» Muy sorprendido y con un gesto inocente respondió: «¿unirme a la iglesia? honestamente no sé por qué haría eso. Se para lo que estoy aquí y esas personas solo me frenarían». Esas palabras sonaron frías cuando las leí pero fueron expresadas con la calidez típica, genuina y humilde de un evangelista dotado que no quería perder una hora del tiempo de Dios. Él quería utilizar su tiempo de la mejor manera posible y todas las inquietudes y molestias relacionadas a unirse oficialmente a una iglesia parecían completamente irrelevantes.

«Fréname», las palabras retumbaban en mi mente. «Fréname». Mi mente tenía pensamientos diferentes y todo lo que yo decía era una simple pregunta— «¿alguna vez pensaste que si te unes a esas personas, si, puede que te frenen, pero puede que las ayudes a acelerarlas? ¿Has pensado que ese podría ser parte del plan de Dios para ellos y para ti?» La conversación continuó, pero la parte más importante y clara de ello según mi propio pensamiento estaba hecha. Dios busca usarnos en la vida de los demás— aun en lo que parece tener un costo espiritual para nosotros.

Al mismo tiempo, mis estudios de puritanismo me estaban costando la oportunidad de leer los debates teológicos que se estaban desarrollando acerca de la política de la iglesia en los períodos isabelinos y principios de Stuart. El gran debate en la reunión de Westminster fue muy interesante para mí. Fui atraído por la controversia de algunos de los «independientes» o «congregacionalistas» que establecían que la autoridad pastoral debía estar unida a la relación pastoral. Sus argumentos de que la congregación local era también el tribunal definitivo en asuntos de disciplina y doctrina parecía bíblicamente persuasivo (ver Mateo 18:17; 1 Corintios 5; 2 Corintios 2; Gálatas; 2 Timoteo 4). El papel del pastor y la congregación parecían estar adquiriendo una nueva importancia en mi mente por la manera como el cristiano promedio debía vivir la vida cristiana.

Luego en el año 1994, me convertí en pastor principal. Aunque siempre he respetado el oficio de anciano y había servido en dos iglesias como anciano, tomar el papel del único anciano reconocido en una congregación me hizo reflexionar más (y más cerca de casa) en la importancia del oficio. Textos como Santiago 3:1 («juzgados más estrictamente») y Hebreos 13:17 («debe rendir cuentas») crecieron en mi mente. Las circunstancias amenazaban con enfatizar la importancia con la que Dios se refiere a la iglesia local. Recuerdo leer una cita de John Brown, quien en una carta de consejos paternales a uno de sus pupilos ordenados recientemente en una congregación pequeña escribió: «conozco la vanidad de tu corazón y que te sentirás humillado porque tu congregación es muy pequeña en comparación con aquellas de tus hermanos de alrededor, pero asegúrate en la palabra de un anciano de que cuando vayas a rendir cuentas por ellos al Señor Jesucristo en su trono de juicio te darás cuenta de que tuviste lo suficiente». Mientras observaba la congregación que tenía a cargo sentí el peso de dicha responsabilidad ante Dios.

Esta lección continuó siendo transmitida a mi hogar a través de mi trabajo regular semanal. Cuando prediqué a través de los evangelios y luego las epístolas, tuve la ocasión una y otra vez de refinar los conocimientos del amor cristiano señalando que aunque algunos textos enseñan que los cristianos deben amar a todo el mundo (por ejemplo, 1 Tesalonicenses 3:12), muchos de los textos utilizados clásicamente para enseñar esto realmente tenían que ver con nuestro amor unos por otros. Recuerdo predicar de Mateo 26, señalando que las instrucciones acerca de otorgar vasos de agua fría eran para «el menor de mis hermanos», y hacer que una persona llegue tarde y me diga que había arruinado ¡el «versículo de su vida»!

Sin embargo, para mí todos los pasajes de «unos a otros» comenzaron a tomar vida y encarnar las verdades teológicas que había conocido acerca del cuidado de Dios por su iglesia. Conforme he predicado a través de Efesios 2-3, ha sido más claro para mí que la iglesia es el centro del plan de Dios para reflejar su sabiduría a los seres celestiales. Cuando Pablo le habló a los ancianos de Éfeso se refirió a la iglesia como algo que «Dios compró con su propia sangre» (Hechos 20:28). Y claro, en el camino hacia Damasco cuando anteriormente Saulo fue interrumpido en su camino hacia la persecución de cristianos, el Cristo resucitado no le preguntó a Saulo porque perseguía a esos cristianos ni tampoco a la iglesia sino que Cristo se identificó con su iglesia de tal manera que la pregunta acusadora que le planteó a Saulo fue «¿por qué me persigues?» (Hechos 9:4). La iglesia fue claramente central en el plan eterno de Dios, en su sacrificio, en su preocupación continua.

Tal vez todo esto parece más como una explicación de la centralidad de la eclesiología que de una iglesia local, pero conforme he predicado a través de la Biblia semana tras semana lo que es indiscutible para mí es que la decisión de Tyndale de traducir la palabra ecclesia como «congregación» ¡fue algo bueno! La importancia de la red de relaciones que conforman una iglesia local es que es el lugar donde es vivido nuestro discipulado. El amor es mayormente local. Y entonces la congregación local es el lugar que reclama reflejar su amor para que todo el mundo lo vea. Así lo enseñó Jesús a sus discípulos en Juan 13:34-35: Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros». He visto amigos y familiares alejarse de Cristo porque percibieron esto o que la iglesia local era un lugar terrible. Y he visto amigos y familiares venir a Cristo porque han visto exactamente este amor que Jesús enseñó y vivió— el amor de unos por otros, el tipo de amor sacrificial que él mostró— y hacia el cual han sentido la atracción humana natural. Por tanto, la congregación— la congregación como la caja de resonancia de la Palabra— se ha convertido en algo más central en mi entendimiento del evangelismo y la manera como debemos orar y planificamos evangelizar.

La congregación también se ha convertido en algo más central para mi entendimiento de la manera como debemos discernir la verdadera conversión en los demás, y como debemos tener seguridad de ella nosotros mismos. Recuerdo haber sido impactado por 1 Juan 4:20-21 cuando me preparaba para predicar sobre el mismo: «Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?… El que ama a Dios, ame también a su hermano». Santiago 1 y 2 tienen el mismo mensaje. Este amor no parece ser opcional.

Recientemente, esta consideración de la centralidad de la congregación trajo a mi mente un nuevo respeto por la disciplina de la congregación local: formativa y correctiva. Está claro que si vamos a depender de los demás en nuestras congregaciones, debe haber disciplina como parte del discipulado. Y si debe haber el tipo de disciplina que vemos en el Nuevo Testamento, debemos conocer a los demás, estar comprometidos con ellos y permitirles conocernos. También debemos tener alguna confianza en la autoridad. Todos los aspectos prácticos de la confianza en la autoridad en el matrimonio, el hogar y la iglesia son formados a nivel local. Entender esto mal y llegar a sentir aversión y resentimiento por la autoridad, parece estar muy cerca de lo que fue la caída. Por consiguiente, entender esto parece estar muy cerca del corazón de la obra de gracia de Dios de restablecer su relación con nosotros, una relación de autoridad y amor conjuntamente.

En general, puedo ver porque los cristianos del pasado trataron la no asistencia como un asunto tan importante. Y pienso que puedo ver el daño que comenzó a suceder a varios niveles cuando comenzamos a investigar el cambio de esas membresías y asistencias. Cambiar decisiones acerca de la asistencia a la iglesia de ser asuntos de importancia para toda la congregación a ser simplemente asuntos de decisiones privadas— no un asunto nuestro— ha causado estragos en nuestras congregaciones y las vidas de muchas personas que una vez asistían.

Ahora tengo más preguntas dando vueltas en mi mente, preguntas acerca de seminarios y «líderes cristianos» que están en algún lugar diferente cada fin de semana, y pastores que no entienden la importancia de la congregación y las ovejas que vagan como muchos consumidores frustrados de una congregación a otra. Si Dios lo permite, la década por venir debe ser tan interesante como la que acaba de pasar.


                                                                                                  Traducido por Samantha Paz