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Reseña del libro: Mere Discipleship [Mero Discipulado], de Alister McGrath

Reseña de Paul Alexander

Paul Alexander es el pastor de la Iglesia Grace Covenant de Fox Valley en Elgin, Illinois.
Review
15.08.2021

El discipulado cristiano de hoy se reduce frecuentemente a una sesión de autoayuda pseudo-espiritual o reuniones de coaching para la mentoría personal. Es entonces refrescante, ver a un anglicano vigorosamente evangélico como McGrath definirlo como «transmisión intergeneracional de sabiduría» (65) y «habitación reflexiva de nuestra fe» (31). El objetivo de McGrath en Mere Discipleship [Mero Discipulado] es ayudar a las iglesias a desarrollar «individuos teológicamente informados y profesionalmente competentes, que puedan establecer conexiones entre estos dos dominios…[como] sal y luz en el mundo profesional y académico» (16).

Con ese fin, busca aplicar un enfoque al estilo de C.S. Lewis para el discipulado cristiano, particularmente el discipulado de la mente. No dejes que la cubierta te engañe. Este libro es un material que invita a la reflexión de un líder evangélico británico, expresada ciertamente en «formas un tanto opacas» (46).

McGrath sirve en la academia, donde los malentendidos del cristianismo como anti-intelectuales son una legión. En el mejor sentido de cada palabra, su enfoque es intelectual (capítulo 1), evangelístico, credo (capítulo 2), eclesial (capítulo 3), literario (capítulo 4) e incluso doxológico (44-46). El libro de McGrath también es «filosófico» en el sentido de que aplica y proclama el cristianismo como una cosmovisión completa, una protesta Protestante contra el «dogmatismo racionalista» (81). Sin embargo, no es menos legible o atractivo para la persona en la banca de la iglesia. Como tal, se presenta como un manual de entrenamiento cristiano y apologético reflexivo para comprender y mostrar la razonabilidad de la verdad cristiana, como la mejor forma de darle sentido al mundo que vemos y experimentamos.

CUATRO EJEMPLOS DE DISCIPULADO

McGrath ofrece un capítulo sobre los enfoques teológicos y apologéticos de Dorothy Sayers, C.S. Lewis, John Stott y JI Packer. Cada uno representa un enfoque apologético distintivo para ser emulado en el evangelismo personal o desplegado en la predicación evangelística. Señala a Sayers como un ejemplo de búsqueda en el universo de patrones de significado (79) basados ​​en «nuestra creencia implícita en la racionalidad intrínseca del mundo» (77). Buscamos constantemente «la inferencia de la mejor explicación», solo para descubrir que no tenemos toda la información, lo que para Sayers hace necesaria la revelación divina, no como «una violación de la razón humana, sino una demostración de sus límites y una revelación de lo que se encuentra tentadoramente más allá de sus límites» (80).

La admiración de McGrath por la perspectiva de Lewis se centra en la reflexión: «Creo en el cristianismo como creo que ha salido el sol, no solo porque lo veo, sino porque por él veo todo lo demás» (97; Sal. 119:105). La atracción más fundamental de McGrath por la «apologética de Lewis» es que «frecuentemente toma la forma de una invitación visual: ¡intenta verlo de esta manera!» (89). Con Lewis, «‘se nos presenta una visión, y es la visión la que conlleva convicción’» (89, citando a Austin Farrer). Sé testigo de su personaje Eustace Scrubb, cuya fantástica codicia lo transforma en un dragón, y cuya única esperanza de rehumanización es la eliminación de las escamas de reptil por Aslan y que lo sumerjan dentro de una fuente de sanidad para convertirlo en un mejor Eustace (90). Lewis «transpone» la doctrina «a una narrativa» que apela a la imaginación (91), así ilustra la racionalidad del cristianismo, más que argumentar por éste.

McGrath también explora la apologética de John Stott como pionero de la «doble escucha» (99), prestando atención en primer lugar a Las Escrituras, pero aprendiendo de nuestra cultura moderna tan bien que desarrollemos la fluidez bilingüe necesaria para hablar las doctrinas del Evangelio en los idiomas actuales. Su punto aquí es que los cristianos deberían preguntar cómo le parecerá nuestro evangelismo o predicación a un incrédulo, por qué les parecerá así y cómo podemos ayudar a que el mensaje de las Escrituras resuene sin distorsionarse. De lo contrario, «correremos el riesgo…de responder a las preguntas que nadie hace, de rascar donde nadie pica, de suministrar bienes para los que no hay demanda» (105, citando a Stott).

El ejemplo final de McGrath es el pastor y teólogo J. I. Packer, quien exuda una clásica teología bíblica, madura con el espíritu de los puritanos del pasado, que se destila en la divinidad Edwarsiana. Su rico compromiso con Owen y Baxter, entre muchas otras luminarias, nos enseñó a «ver con otros ojos» y «sentir con otros corazones» (116), hasta que desarrollemos la sabiduría para despreciar el «esnobismo cronológico» (115) y para sostener «la teología y la espiritualidad…inseparables» (116).

Pero McGrath no extrae todas sus ilustraciones de las obras de autores del pasado. Incluye cuatro de sus propios sermones breves de actualidad, cada uno pronunciado en un entorno universitario, para ilustrar cómo involucra a profesionales educados con la verdad y elogia la cosmovisión cristiana. Con todo, es un libro fantásticamente estimulante. Te desafiará a expandir tu imaginación y vocabulario evangelístico. Solo por esa razón, vale la pena leerlo.

ALGUNAS DEFICIENCIAS

Habiendo dicho eso, será difícil tomar este libro como un modelo independiente para la evangelización, el discipulado o la predicación. Mientras que el libro menciona el evangelio frecuentemente, parece asumir su definición sin ni siquiera articularlo en forma clara. McGrath se acerca con un resumen de los temas centrales de la Biblia (25). En otro lugar incluso señala la prioridad de la «confianza personal» en Cristo (29), y luego el arrepentimiento como «transformación de la mente» (36). Todo muy bien, y quizá el lector pueda hilvanar el evangelio por sí mismo. Aun así, no observé nada sobre la necesidad de la muerte de Cristo debido a nuestros pecados personales y específicos, o el significado de su muerte como un sacrificio sustitutivo por los pecadores, o nuestra necesidad, no simplemente de cambiar nuestra cosmovisión, sino de apartarnos de nuestra pecaminosidad innata y de patrones específicos de rebelión. También me decepcionó ver estas sorprendentes omisiones en los sermones incluidos.

Quizá detrás de esta omisión está el uso que hace McGrath de la famosa distinción de George Herbert entre «mirar y mirar a través de» (31, énfasis en el original). Pero algunas veces la perspectiva de mirar a través del evangelio es tan atractiva que no hacemos la primera ojeada al evangelio mismo. Por supuesto, deberíamos mirar al mundo y nuestras vocaciones a través del lente del evangelio. De hecho, debemos hacerlo. McGrath tiene toda la razón al llamar nuestra atención sobre el asombroso poder explicativo de la fe cristiana. Pero mirar a través del evangelio no significa que podamos mirar más allá de él. Nosotros necesitamos admirar la claridad y precisión del propio objetivo. Debemos proclamar el evangelio antes de «usarlo». Lastimosamente, Mero Discipulado hace que el evangelio se sienta un tanto utilitario; como si solo fuera valioso mirar a través de él para que podamos ver otras cosas, en lugar de valorar el evangelio por lo que es en sí mismo.

Además, el libro carece de una noción convincente de autoridad. Repetidamente McGrath emplea el tacto, o verbosidad, de Lewis: «intenta verlo de esta manera». Es una estrategia astuta para la conversación personal. Pero la sugerencia personal es ajena al medio autorizado de la predicación y su llamado al arrepentimiento. En los sermones de ejemplo, McGrath usa un lenguaje de sugerencia precisamente donde la predicación exigiría declaraciones autorizadas. Por ejemplo, McGrath dice en un sermón: «Me parece que la fe cristiana puede enriquecer una narrativa científica» (135). Esa es una subestimación profunda de una de nuestras voces evangélicas más convincentes. Podríamos decir ese tipo de cosas en la etapa de pre-evangelización o en una charla TED. Pero, ¿es la predicación realmente esto, si llega en forma liviana al corazón del que la escucha, y sin la autoridad del evangelio?

Es difícil imaginar a John Owen, Richard Sibbes, Charles Spurgeon o JC Ryle, llegando al lanzamiento final en la novena entrada del sermón y lanzando una frase como: «Todos necesitamos una mejor narrativa… en mi opinión, precisamente esta visión de la realidad es presentada en la gran visión de la fe cristiana» (138).

Si le preguntara a McGrath si hay una diferencia entre proclamar el evangelio por un lado y compartir una opinión metafísica o hacer una sugerencia moral por el otro, estoy seguro de que no solo estaría de acuerdo, sino que podría escribir un libro al respecto. Pero esos son los sermones que quería leer en este libro, aquellos en los que él estaba proclamando, no simplemente sugiriendo.

Mere Discipleship [Mero Discipulado] es un libro impresionante, único y que invita a la reflexión; lleno de cosas edificantes que lo convierten en una inversión que vale la pena. McGrath nos muestra correctamente cómo el evangelio debe ser el lente a través del cual interpretamos toda la realidad. Necesito mejorar en esto yo mismo, por eso me alegro de haber leído el libro de McGrath.

Solo recuerda que el evangelio no se trata simplemente de ver nuestra vocación a la luz de la creación de Dios para sentir más propósito o permanencia en nuestro trabajo. Eso puede ser un beneficio del evangelio, pero el evangelio es más objetivo y específico que eso. Después de todo, el discipulado comienza con el arrepentimiento de nuestro pecado y la confianza en la sangre y la justicia de Jesús, para el perdón y la reconciliación con Dios (Mateo 7: 21-23).

Traducido por Renso Bello