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Reseña del libro: Engaging the Written Word of God [El compromiso con la Palabra de Dios escrita], de J. I. Packer

Reseña de Noah Braymen

Noah Braymen es el pastor principal de la Iglesia Bautista Redeemer en Des Moines, Iowa.
Review
14.01.2023

Engaging the Written Word of God [El compromiso con la Palabra de Dios escrita] es una colección de ensayos de J. I. Packer en los que esboza sus respuestas claramente evangélicas a preguntas acerca de las Escrituras. Esta colección consta de tres partes: La Palabra inerrante de Dios (capítulos 1-9), La interpretación de la Palabra (capítulos 10-16) y La predicación de la Palabra (caps. 17-23).

Packer ha sido testigo del fruto venenoso que ha dado el relativismo bíblico. Vio a los pioneros «evangélicos liberales» en los años cuarenta, y luego, en los setenta, vio a sus hijos y nietos rechazar los principios evangélicos fundamentales (123-4). Pide a sus lectores que recuerden que él es «un niño quemado que teme el fuego», ya que vio el daño que hizo en Inglaterra la visión subortodoxa de las Escrituras (153). También escribe que su objetivo es hacer discípulos de Cristo, no de sí mismo: «nadie se hará Packerista si yo puedo evitarlo» (204).

LAS SAGRADAS ESCRITURAS ES DIOS PREDICANDO

Packer describe la Biblia como Dios predicando al abrir su mente y corazón a los lectores (81, cf. 298, 310). A lo largo de cada ensayo Packer llama al lector a la confianza de que las Escrituras son la Palabra de Dios necesaria, inerrante, infalible, inspirada y llena de autoridad. Así describe el carácter divino de la Biblia: Las Escrituras tienen a Dios como fuente, a Dios como tema y a Dios como usuario (155). Así es como Packer piensa en todos los ámbitos de la vida:

Escucho las Escrituras para oír a Dios que me predica y me instruye en asuntos teológicos y prácticos, asuntos de creencia y asuntos de conducta, asuntos de doctrina, asuntos de doxología, asuntos de devoción, asuntos de ortodoxia (creencia correcta) y asuntos de ortopraxia (vida correcta) (162).

 

Así como Dios es inmutable, también lo es su Palabra. Packer sostiene que la Palabra de Dios relativiza a los hombres y no viceversa: «porque la Palabra de Dios es lo absoluto y nosotros, pecadores, estamos más o menos descentrados en relación con ella. Por eso hay que permitir que entre en nuestras mentes y corazones para que nos enderece» (163). Propone repetidamente que nos acerquemos a las Escrituras utilizando la analogía fe/Escritura (128, 214, 240, 257, 286) y la exégesis gramatical-histórica (147, 158, 163, 303, 311) con sensibilidad al género (17, 143, 166-7, 192-3, 214, 305), al sentido literario o natural (58, 143-4, 303) y armonizando la intención original divina y humana del autor (143, 303-4). Estos son los límites adecuados del compromiso con la Palabra de Dios escrita.

Las convicciones de Packer acerca de las Escrituras determinan cómo cree que los predicadores cristianos deben enfocar su tarea: «El texto bíblico es el verdadero predicador, y el papel del hombre en el púlpito o en la conversación de asesoramiento es simplemente dejar que los pasajes digan lo suyo a través de él» (244). Esta es una de las razones por las que defiende la predicación expositiva.

¿Cuál es el punto principal de la predicación de Dios en la Biblia? Jesucristo. Una vez más, esto demuestra cómo Packer describe la tarea de la predicación:

[El predicador] nunca dejará que nada en su exposición de las Escrituras se separe de la cruz del Calvario y de la redención que allí se llevó a cabo, y de este modo sostendrá un ministerio de predicación centrado en Cristo y orientado a la cruz año tras año, con un impulso tanto evangelístico como pastoral (238).

Packer llama a sus lectores a seguir los «viejos caminos» de la Reforma: «La propia Reforma surgió de la predicación práctica con Cristo en el centro» (263). Esta es una de las razones por las que argumenta que la predicación sin aplicación no es predicación en absoluto. Positivamente: «Como la predicación está centrada en Dios en su punto de vista y está centrada en Cristo en su sustancia, así está centrada en la vida en su enfoque y cambia la vida en su empuje» (239).

La predicación aplicada expone el pecado y proclama el remedio de Dios en el Evangelio. Con este fin, Packer cita el sermón de David Clarkson titulado El culto público debe preferirse al privado: «Es cierto que el Señor no se ha limitado a obrar estas cosas maravillosas solo en público; sin embargo, el ministerio público es el único medio ordinario por el que las obra» (242). La iglesia local es fundamental para Packer a la hora de entender cómo un creyente se relaciona con la Palabra de Dios (4, 94, 96, 149, 172, 192, 229, 245-6, 262, 274, etc.). Por eso la aplicación y la persuasión es lo que define la predicación: «[La predicación] es enseñanza más aplicación… es una forma de hablar dirigida tanto a la mente como al corazón, y que busca sin vergüenza cambiar la forma de pensar y de vivir de la gente. Por tanto, es siempre un intento de persuasión» (247, cf. 264, 269, 289, 291, 294-5, 300, 311-4). Así pues, los predicadores son portavoces de Dios (251, 268, 310).

Como debería resultar evidente a partir de este breve repaso, Packer es uno de los mejores exponentes contemporáneos de una doctrina sólida, fiel y clásicamente evangélica de las Escrituras. Y su explicación de la predicación como exposición aplicada no solo es pastoralmente acertada, sino que fluye directamente de sus convicciones sobre la naturaleza y el papel de las Escrituras.

TRES CRÍTICAS MENORES

Teniendo esto en cuenta, mis tres críticas son de menor importancia. La primera y la tercera se refieren al formato; la segunda es de fondo.

En primer lugar, al tratarse de una recopilación de ensayos, no existe un flujo de pensamiento sostenido a lo largo de todo el libro, y carece de cohesión de un capítulo a otro (con la excepción de los capítulos 11-14). También hace que el libro sea bastante repetitivo. Algunos ejemplos: el uso repetido de la definición de la predicación de Phillips Brooks (243, 262, 291, 311), citando repetidamente el Artículo 20 anglicano para reforzar los mismos puntos o similares (128, 144-5, 208, 244, 267), y aclarando a menudo que no define la predicación institucional y sociológicamente, sino teológica y funcionalmente (237, 261, 288). Algunas secciones del capítulo 20 repiten partes del capítulo 18, casi textualmente.

En segundo lugar, aprecio su analogía de que la Palabra es encarnacional (122, 158-9, 205), pero dudo en aplicar esta categoría a los predicadores como lo hace él (243, 262, 291). Su argumento de que un predicador debe tratar de encarnar, aplicar, interiorizar y verse afectado por el texto que expone es bueno y correcto. Además, los predicadores sirven como portavoces de Dios y como modelos para la congregación. Pero hay que tener cuidado al utilizar la categoría de encarnación. La encarnación de Cristo es única. Packer explica claramente a lo largo del libro que los hombres son falibles y errantes (66, 89, 95, 154). No está diciendo que los predicadores sean inerrantes o infalibles, por lo que parece prudente limitar la analogía de la encarnación a las Escrituras.

En tercer lugar, muchas de las ideas del libro serían más accesibles si contara con un índice temático y bíblico.

UNA COLECCIÓN ÚTIL, AUNQUE NO PARA PRINCIPIANTES

Engaging with the Written Word of God [El compromiso con la Palabra de Dios escrita]es una colección útil.

Aprecio la claridad con la que Packer expone el compromiso liberal con la Biblia basado en «corazonadas privadas» poco fiables (53), «incertidumbre nebulosa» (99) y «conjeturas» (78, 219), y cómo aporta regularmente la perspectiva histórica (cap. 1, 51-53, 58-62, 73-4, 86-7,133, cap. 19). También aprecio sus advertencias sobre «pulpitar» y «sermonear» (238, 242, 262, 290), y de no imponer «camisas de fuerza» filosóficas extrabíblicas al texto (51, 158).

Este libro no sería mi primera recomendación para alguien que esté luchando con la doctrina de la Palabra de Dios, aunque el propio Fundamentalism‘ and the Word of God [El «fundamentalismo» y la Palabra de Dios] de Packer es una introducción accesible a la inspiración, autoridad e inerrancia de las Escrituras. El presente volumen es probablemente más accesible para ancianos, estudiantes de Biblia más serios y seminaristas.

 

Traducido por Nazareth Bello