Disciplina

Una Teología Bíblica de la disciplina de iglesia

Por Bobby Jamieson

Bobby Jamieson es pastor asociado de la Iglesia Bautista Capitol Hill en Washington, DC. Él es el autor, de su más reciente libro, La Muerte y Ofrenda Celestial de Jesús en Hebreos. Puedes encontrarlo en Twitter en @bobby_jamieson
Artículo
09.05.2019

Para algunos cristianos, la disciplina de iglesia es algo contradictorio que cambia toda la historia de la Biblia. ¿No se trata el evangelio de Jesús dando la bienvenida a los recaudadores de impuestos y pecadores? ¿No estamos devolviendo el reloj y poniendo a los creyentes nuevamente bajo la ley si comenzamos a excluir personas de la iglesia debido a ciertos pecados?

En esta parte quiero desarraigar ese concepto lo más gentil y completo que yo pueda, mostrando cómo la disciplina de Dios hacia su pueblo es una parte integral de toda la historia de la Biblia, comenzando en Edén hasta la nueva creación. Consideraremos esta historia en seis pasos, y cerraremos con tres conclusiones.

  1. EDÉN Y LOS PUNTOS DEL ESTE

En el principio, el pueblo de Dios estaba justo donde Dios los quería, y eran lo que Dios quería que fueran. Dios creó a Adán y Eva. Él le otorgó a Eva y los unió. Él los colocó en el jardín que había hecho para ellos. Él caminó con ellos y habló con ellos cara a cara (Génesis 1:26-28; 2:4-25).

Pero esto no duró mucho tiempo. Adán y Eva pecaron, y Dios impuso sobre ellos una sentencia capital y los desterró. Él los llevó al este, fuera de su jardín y de su presencia (Génesis 3:1-24).

Al este de Edén, toda la humanidad se hundió tan profundamente en el pecado que Dios destruyó toda la raza humana a través del diluvio, salvando solamente una familia (Génesis 6-8). Luego del diluvio y de los nuevos comienzos de la humanidad, el orgullo colectivo humano creció tanto que Dios confundió sus lenguas y los dispersó por la tierra (Génesis 10-11).

  1. LA DISCIPLINA EN EL DESIERTO

Para comenzar a establecer las cosas correctamente, Dios llamó a Abram. Dios pactó con él una nación y un nombre, prometiendo bendecir todas las naciones a través de él (Génesis 12:1-3). Y Dios mantuvo sus promesas, aunque no siempre de la manera más obvia. Él le concedió descendencia a Abram y multiplicó esa descendencia, garantizándole a Abram un nuevo nombre, Abraham (Génesis 17:5). Pero luego él le envió a esa descendencia una hambruna y después los envió a Egipto, llevándolos finalmente a la esclavitud. En este punto, ellos habían sido tan fructíferos y se multiplicaron tanto que llenaron la tierra (Éxodo 1:7).

Cuando Dios libertó la descendencia de Abraham de la esclavitud, él juzgó a sus captores con un rigor implacable. Él envió plagas a su tierra, mató a sus primogénitos, y ahogó su ejército (Éxodo 3-14). Pero cuando el pueblo de Dios necesitó disciplina. A pesar de de las obras asombrosas que Dios hizo antes sus ojos, ellos no creyeron y se quejaron. Ellos rehusaron confiar en que el Dios que rompió sus cadenas podía llenar sus estómagos (Éxodo 16-17; Números 11). Ellos rehusaron confiar en que el Dios que venció al faraón podría librarlos de los enemigos que estaban ante ellos (Números 14).

Por tanto, Dios los enseñó y reprendió. Él proveyó para ellos y los castigó. Él les dio un pan que se dañaba si era guardado, para que aprendieran a confiar en él por el pan diario (Éxodo 16:13-30). Él condenó esa generación a la muerte en el desierto, permitiendo que sólo los niños entraran en la tierra prometida, los niños que los israelitas pensaron que no podría proteger de sus enemigos (Números 14:13-38).

En la cúspide de la tierra prometida, Moisés resumió las lecciones que ellos debían extraer de esta disciplina divina del Éxodo y el desierto:

Amarás, pues, a Jehová tu Dios, y guardarás sus ordenanzas, sus estatutos, sus decretos y sus mandamientos, todos los días.  Y comprended hoy, porque no hablo con vuestros hijos que no han sabido ni visto el castigo de Jehová vuestro Dios, su grandeza, su mano poderosa, y su brazo extendido, y sus señales, y sus obras que hizo en medio de Egipto a Faraón rey de Egipto, y a toda su tierra; y lo que hizo al ejército de Egipto, a sus caballos y a sus carros; cómo precipitó las aguas del Mar Rojo sobre ellos, cuando venían tras vosotros, y Jehová los destruyó hasta hoy; y lo que ha hecho con vosotros en el desierto, hasta que habéis llegado a este lugar; y lo que hizo con Datán y Abiram, hijos de Eliab hijo de Rubén; cómo abrió su boca la tierra, y los tragó con sus familias, sus tiendas, y todo su ganado, en medio de todo Israel. Mas vuestros ojos han visto todas las grandes obras que Jehová ha hecho (Deuteronomio 11:1-7).

Dios disciplinó a Egipto y a Israel, pero nota la diferencia: La disciplina de Dios para Egipto resultó en su destrucción; su disciplina para Israel resultó en su instrucción. Dios castigó ciertos individuos de Israel para eliminar la maldad de Israel. Dios también castigó a todo el pueblo, pero a través de esa disciplina les enseñó a confiar y obedecer. Dios les dio los diez mandamientos para «disciplinarlos», para conformar sus vidas según su voluntad (Deuteronomio 4:36). Él los probó en el desierto, proveyendo para ellos como sólo él podía hacerlo, para que confiaran en él (Deuteronomio 8:1-4). ¿La lección?: «Reconoce asimismo en tu corazón, que como castiga el hombre a su hijo, así Jehová tu Dios te castiga» (Deuteronomio 8:5). Dios disciplina a su pueblo para que aprenda a no dependen de sí mismo y así irse tras otros dioses, sino a buscar todo y encontrar todo en él.

  1. EL PACTO MOSAICO: LA DISCIPLINA PARA EVITAR LA DESTRUCCIÓN

Dios dirigió a su pueblo hacia la tierra prometida, eliminó a sus enemigos, y los estableció allí. En el pacto que Dios hizo con Israel a través de Moisés en el monte Sinaí, él los hizo no sólo un pueblo sino una nación (Éxodo 19:5-6). Él les dio una ley cuyo propósito era no sólo asegurar su obediencia sino gobernar su sociedad. Bajo el pacto mosaico, Dios hizo que Israel fuera responsable de su ley, y autorizó al gobierno humano de Israel para que pusiera sanciones por el incumplimiento del pacto. Los falsos profetas fueron muertos (Deuteronomio 13:1-5), así como los idólatras (Deuteronomio 13:6-18; 17:2-7). El objetivo de Dios al autorizar a su pueblo a eliminar a los idólatras era «borrar la maldad [o «persona mala»] del medio». Dios le ordenó a Israel remover quirúrgicamente el cáncer de la idolatría para que no hiciera metástasis y se convirtiera en algo fatal.

En el pacto mosaico, Dios también utilizó otros medio para disciplinar. Si el pueblo fallaba en obedecer, él enviaba enfermedad y derrota (Levítico 26:14-17). Si no se arrepentían, Dios prometía una «disciplina» mayor arruinando su tierra y eliminando su fuerza (Levítico 26:21-39; ver «disciplina» en los versículos 23, 28). Toda esta disciplina fue diseñada para evitar el desastre del exilio. Dios disciplinaba a su pueblo para librarlos de un juicio aún mayor.

Para resumir dónde estaba Israel bajo el pacto mosaico: Dios reunió a su pueblo. Él los llevó a un lugar que había preparado y plantado para ellos (Éxodo 15:17). Él habitó entre ellos en su tabernáculo, y más tarde en su templo (Éxodo 29:45-46; 40:34-38; 1 Reyes 8:10-12). Él caminó entre ellos (Levítico 26:12). ¿Te resulta familiar? Debería. Israel fue un nuevo Adán, en un nuevo Edén, con una nueva oportunidad de obediencia, y una relación duradera e íntima con Dios.

  1. EL EXILIO: LA DISCIPLINA COMO RETRIBUCIÓN, PARA RESTAURACIÓN

Pero Israel perdió su oportunidad. Durante cientos de años y a pesar de las advertencias de docenas de profetas, el pueblo persistió en rechazar a Dios y su voluntad. Por tanto, Dios eventualmente aplicó las sanciones del pacto, primero al norte de Israel, luego en Judá en el sur (ver Levítico 26; Deuteronomio 28; 2 Reyes 17:1-23; 25:1-21). Debido a que Israel rehusó confiar, adorar y obedecer a Dios, Dios impuso sobre ellos una sentencia capital (Levítico 28:38; Deuteronomio 4:27). Él los desterró. Él los llevó al este, fuera de su tierra y de su presencia.

El profeta Jeremías describe el castigo del exilio como una disciplina. Este castigo es retributivo, sí, pero también tiene como objetivo la restauración:

Tú, pues, siervo mío Jacob, no temas, dice Jehová, ni te atemorices, Israel; porque he aquí que yo soy el que te salvo de lejos a ti y a tu descendencia de la tierra de cautividad; y Jacob volverá, descansará y vivirá tranquilo, y no habrá quien le espante. Porque yo estoy contigo para salvarte, dice Jehová, y destruiré a todas las naciones entre las cuales te esparcí; pero a ti no te destruiré, sino que te castigaré con justicia; de ninguna manera te dejaré sin castigo (Jeremías 30:10-11; 46:28).

El exilio de Israel y Judá es un castigo, justo y medido (Oseas 7:12; 10;10). Pero su objetivo no es la destrucción sino la restauración. Dios destruirá a las naciones que recibieron a su pueblo disperso, pero su propio pueblo aún tiene esta esperanza: «estoy contigo para salvarte».

De la misma manera en que Dios abatió al faraón, redimiendo y castigando a su pueblo, aquí Dios promete destrucción para las naciones pero liberación a través de la disciplina de su pueblo. Efraín clama en el exilio: «Me azotaste, y fui castigado como novillo indómito; conviérteme, y seré convertido, porque tú eres Jehová mi Dios» (Jeremías 31:18). Y Dios responderá esa oración.

Dios promete la destrucción total y final de las naciones que lo ignoran. Sin embargo, Dios disciplina a su pueblo con la destrucción del exilio para restaurarlos de nuevo hacia una relación con él, en arrepentimiento y santidad. ¿Pero cómo?

  1. UN NUEVO PACTO, UN NUEVO PODER, UNA NUEVA DISCIPLINA

El pacto mosaico demandaba obediencia pero no proveyó el poder para obedecer. El nuevo pacto sería:

He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado (Jeremías 31:31-34; 32:37-41; Isaías 54:13; Ezequiel 11:16-20; 36:22-36; 37:15-28; 39:25-29).

Lo que la ley no pudo hacer, el nuevo pacto lo hará: asegurar la obediencia sincera de todo el pueblo de Dios.

¿Cómo es promulgado este nuevo pacto? A través de la muerte expiatoria de Cristo, la resurrección de Cristo, y el don del Espíritu en Pentecostés. El nuevo pacto da nuevo poder. El pueblo de Dios es ahora un nuevo pueblo, nacido de nuevo y habitado por el Espíritu Santo. El pueblo de Dios ahora genuina y característicamente, aunque de manera imperfecta, refleja la gloria de Dios a las naciones.

Este nuevo pacto con nuevo poder también viene con una nueva disciplina. Dios aún disciplina a su pueblo a través de la persecución y las situaciones difíciles, apartándonos del mundo y aferrándonos a sus promesas (Hebreos 12:5-11). Dios aún castiga a su pueblo por el pecado, aun hasta el punto de la muerte (Hechos 5:1-11; 1 Corintios 11:27-31). El propósito, igual que antes, es que al prestar atención a la disciplina del Señor, ahora escapamos del juicio: «mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo» (1 Corintios 11:32).

Pero él también provee nuevos medios para preservar la pureza de su pueblo. Además de la provisión interna del Espíritu, Dios provee una ayuda externa a través de la rendición de cuentas en la iglesia. Ahora, aquellos que dicen ser pueblo de Dios pero cuyas vidas contradicen esa declaración son advertidos, se ruega por ellos, y si es necesario, son excluidos de la membresía de la iglesia (Mateo 18:15-17; 1 Corintios 5:1-13; 2 Corintios 2:5-8; Tito 3:10-11).

Bajo el nuevo pacto, los idólatras no son ejecutados sino excluidos. La iglesia ejerce el poder de las llaves, no el de la espada. Y, al igual que sucedió con la disciplina de Dios para Israel en el desierto, en su tierra, y en el exilio, el objetivo no es la destrucción sino el arrepentimiento y la restauración. Pablo llama a la exclusión de la iglesia «castigo» (2 Corintios 2:6), pero este castigo busca la transformación: arrepentimiento renovado y por tanto relación con Dios y con el pueblo de Dios renovada.

No debemos perder la conexión entre la novedad del pacto y su nueva forma de disciplina. La enseñanza del Nuevo Testamento sobre la disciplina de iglesia presupone que los miembros de la iglesia profesan fe en Cristo, y que sus vidas regularmente muestran eso. Cuando la vida de alguien amenaza su profesión de fe, la respuesta del Nuevo Testamento no es: «bueno, la iglesia es un cuerpo mixto. Los creyentes y los no creyentes estarán juntos, al igual que el trigo y la cizaña, hasta el día del juicio final».

El campo en el que los creyentes y no creyentes permanecen juntos hasta el día del juicio no es la iglesia sino el mundo (Mateo 13:38). La disciplina de iglesia no sólo protege la pureza de la iglesia; sino que presupone la pureza de la iglesia. Es decir, la enseñanza del Nuevo Testamento sobre la disciplina presupone que la iglesia debe estar compuesta de aquellos que realmente profesan la fe en Cristo: aquellos que dicen que confían en Jesús y cuyas vidas, según nuestra mejor capacidad de discernir, lo confirman en lugar de contradecir esto.

  1. CONSUMACIÓN: NO MÁS DISCIPLINA, SINO UNA DIVISIÓN FINAL

Hasta el regreso de Cristo, vivimos en un intermedio. El pueblo de Dios está empoderado de su nuevo pacto para confiar en sus promesas y obedecer sus mandatos. Aunque no de manera perfecta. Las iglesias de Dios deben estar compuestas de personas que verdaderamente confiesan a Cristo, y también de algunos profesantes que parecen falsos (1 Juan 2:19).

Pero en el día final, el pueblo de Dios no necesitará más disciplina. Veremos a Cristo cara a cara, y seremos como él (1 Juan 3:1-2). La disciplina de Dios para su pueblo en este tiempo—ya sea formativa a través de la enseñanza y el entrenamiento, o la correctiva a través de la reprensión y la exclusión, o la disciplina providencial de la persecución y la dificultad—todas buscan moldearnos a la imagen de Cristo, lo cual un día será perfeccionado. La disciplina de Dios para su pueblo a través de la historia siempre ha buscado su restauración y transformación, y un día esa transformación será completada.

Pero en ese día, Dios también establecerá una división final. Él hará una exclusión irreversible. Al igual que lo hizo con Adán y Eva cuando fueron expulsado del Edén, con Israel cuando estuvo exiliado de su tierra, y con aquellos que no confían ni siguen a Cristo, todos los que persisten en el pecado serán excluidos de la nueva creación de Dios para siempre:

Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad. Mas los perros estarán fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira (Apocalipsis 22:14-15).

LECCIONES APRENDIDAS

¿Qué nos enseñan estas historias de los tratos disciplinarios de Dios con su pueblo? De muchas lecciones que pudiéramos ilustrar, seleccioné tres:

Primero, de este lado del juicio final, cada acto de disciplina divina tiene como objetivo reformar y renovar a su pueblo. De este lado del juicio final, ningún juicio es final. A lo largo de la larga y confusa historia de Dios con su pueblo a veces rebelde, él frecuentemente desplegó la disciplina como una manera de sacudirnos por el pecado. El objetivo de cada una fue el arrepentimiento y la renovación espiritual. De la misma manera, cuando excluimos a alguien de la membresía de la iglesia no estamos pronunciando su sentencia final, sino advirtiéndole de lo que podría suceder. Excluir al alguien de la membresía no significa pronunciar su condenación final sino buscar evitarla. Cuando excluimos a alguien, debemos seguir trabajando y orando y esperando su arrepentimiento, renovación y restauración.

Segundo, aun cuando disciplina a su pueblo, Dios hace una distinción entre ellos y el mundo. En Jeremías Dios promete a las naciones un final completo; él promete a su pueblo un nuevo comienzo. Eso es un pronóstico temporal de los destinos eternos. Todo lo que se opone a la voluntad de Dios llegará al «final completo» del castigo eterno; y todos los que confían en Cristo experimentarán el nuevo comienzo eterno de la nueva creación.

Tercero, Dios «nos disciplina para nuestro bien, para que seamos partícipes de su santidad» (Hebreos 12:10). La disciplina de Dios es para nuestro bien; busca un bien mayor del lo que nosotros muchas veces buscamos. Necesitamos ser constantemente recordados que las situaciones difíciles no significan que Dios tiene un corazón duro. Si Dios utiliza medidas duras, debemos ver hacia nuestros corazones endurecidos como objetivo, y no acusar a Dios. Sólo un martillo romperá el concreto. El amor no es siempre amable, la amabilidad no es siempre indulgente y la tolerancia no es siempre una virtud. «No» es muchas veces lo más amoroso que un padre o pastor o iglesia pueden decir. Y si eso no es escuchado, entonces no es cruel sino amoroso seguir el ejemplo de Dios y obedecer sus instrucciones disciplinando a alguien ahora, con la esperanza de que pueda ser salvo en el día final.