Disciplina
Jesús no se avergüenza de aquellos que están bajo la disciplina eclesiástica
Jesús instituyó la disciplina eclesiástica tanto para mantener la santidad de la iglesia como para recordarle a su pueblo que lo perdona cuando se arrepiente de sus pecados y se somete a su señorío. Con frecuencia, nos centramos en el primer aspecto: la amonestación por el pecado que podría terminar en la excomunión. Aunque esto debería llamar nuestra atención y producir una santa sobriedad en nosotros, no es toda la historia.
En cada paso, el objetivo de la disciplina en la iglesia es claramente la restauración. La carga de los miembros fieles de la iglesia en el proceso es persuadir a su hermano en pecado para que abandone el pecado y se someta a Jesús. Así como la excomunión se basa en la verdad de que Cristo es santo, la restauración se basa en la verdad de que es perdonador. Él se deleita en perdonar a su pueblo de sus pecados.
Para ver este énfasis, considera el contexto literario de Mateo 18.
EL CONTEXTO DE MATEO 18
En los versículos que preceden a la instrucción de Jesús acerca de la disciplina en Mateo 18:15-20, enseñó que el Padre es como el pastor que busca a las ovejas que se descarrían (18:12). Luego, en el pasaje inmediatamente posterior, Pedro pregunta cuántas veces hay que perdonar a las personas cuando pecan. Jesús le dijo a Pedro que debía perdonar a los que pecan contra él no solamente «siete, sino aun hasta setenta veces siete» (18:22).
En otras palabras, no debemos llevar la cuenta. Como Dios nos ha perdonado una deuda tan grande, así también debemos perdonar a los demás. Jesús puntualizó esto con una parábola acerca de un hombre a quien se le perdonó una gran cantidad, pero luego fue despiadado con alguien que le debía una deuda (18:23-35). La lección es clara: las personas que han sido perdonadas perdonan.
Cuando observamos el contexto general, vemos que la disciplina eclesiástica se parece menos a un proceso penal y más a una misión de rescate. En todo el proceso está el recordatorio de que Dios perdona a los pecadores, incluso después de que se hayan convertido. Si reflejamos el corazón de Cristo, entonces buscamos con gentileza y amor a nuestros hermanos descarriados, instándolos a someterse a su Palabra y a recibir su restauración (Gá. 6:1).
LA RESTAURACIÓN DEL DISCIPLINADO
Después de preparar y servir el desayuno a sus discípulos en Juan 21, Jesús se dirigió a Pedro y le hizo algunas preguntas para enseñarle acerca del perdón y la restauración. Este no solo era un momento importante en la vida de Pedro, sino también en las vidas de los discípulos. Así como Pedro (antes de negar a Cristo) se jactó delante de los discípulos de su fidelidad a Cristo, así también Jesús lo restauró públicamente1. Jesús quería que Pedro y los discípulos supieran que él lo había perdonado. Este es el tipo de amor que Jesús tiene para con su pueblo. Jesús quiere que el pecador y sus hermanos y hermanas sepan que no se avergüenza de ellos. Él da la bienvenida a los hijos que se arrepienten.
Recorre las páginas de la Biblia y encontrarás muchos ejemplos que demuestran que Dios se complace en ofrecer su perdón a los pecadores. Incluso después de haberse comprometido a seguir a Cristo, muchos creyentes caen de bruces, solo para ser levantados nuevamente por el asombroso amor de Dios.
Adán pecó en el huerto, pero Dios lo buscó y le predicó la promesa del evangelio (Gn. 3:1–15). Abraham mintió sobre su relación con Sara, ¡dos veces! (Gn. 12:11–19; 20:1–12). Moisés desobedeció a Dios y golpeó la peña (Nm. 20:8–12). David cometió adulterio y homicidio. (2 S. 11:1– 27). Jonás desobedeció el llamado de Dios (Jonás 1:1–3). Tomás dudó, incluso al estar en presencia del Señor resucitado (Jn. 20:24–25).
Todos estos ejemplos nos recuerdan que, aunque nuestros pecados son atroces, nunca pueden separar a un verdadero creyente de Dios. Él se complace en perdonarnos en Cristo.
Tú y yo podríamos estar tentados a creer que nuestro pecado no solo nos impide experimentar el amor de Cristo, sino también ser útiles en su servicio, pero no es así. No puede serlo. La historia del apóstol Pedro nos enseña que hay mucha más gracia en Jesús que pecado en nosotros. Él sabía lo que Pedro haría, y aun así lo amó. El Señor predijo no solo el pecado de Pedro, sino también su regreso y su servicio para él. Recuerda: Jesús le dijo a Pedro que, después de su regreso, tendría que fortalecer a sus hermanos (Lc. 22:32).
LA GRACIA ES MAYOR QUE NUESTRO PECADO
No hay mejor manera de alejarte del gozo de conocer a Cristo que atar el peso de la culpa a tu espalda. Nunca saldrás del agua. Te hundirás en la desesperación y te sentirás culpable por ello. Si el enemigo puede convencerte de que no tienes esperanza en tu pecado, entonces puede privarte de uno de los grandes privilegios de seguir a Jesús. Mira de nuevo al apóstol Pedro, sentado en la arena con Jesús, humillado y curado por ese amor indecible. Este es tu Salvador, querido cristiano. Cuando comprendas que no se avergüenza de ti, incluso cuando pecas, te derretirás en amorosa gratitud y te sentirás impulsado a servirle con celo.
Amigo, tus pecados no impidieron que Dios te amara antes, y no impedirán que te ame ahora. Los pecados nunca separarán a Dios de su pueblo. «Sus pecados pueden causar algo extraño entre Dios y ellos, pero nunca causarán una enemistad; sus pecados pueden ocultar el rostro de Dios de ellos, pero él nunca les dará la espalda: a quienes Dios ama, los ama hasta el fin. Él dice: “Yo, el Señor, no cambio”».
Querido amigo, ¿estás viviendo por debajo de tus privilegios en Cristo? ¿Estás atrapado con la cabeza en el fango por la culpa y la vergüenza? Alza los ojos y mira a Cristo a través de su Palabra. Como Pedro, deja que tu corazón sea traspasado y curado por él. Pedro negó a Cristo aquella noche, pero Cristo no negó a Pedro. Él no se avergüenza de tenerte. «Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores» (1 Ti. 1:15).
CONCLUSIÓN
Jesús no se avergüenza de los que aún pecan. Él es quien busca a la oveja descarriada. Perdona al pecador «setenta veces siete». Elimina la deuda de «diez mil talentos» (Mt. 18:24). Cuando pienses en la disciplina eclesiástica, ve el deseo de Cristo de tener un pueblo santo. Pero al mismo tiempo, no pases por alto su corazón para perdonar a los pecadores.
Traducido por Nazareth Bello
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Nota del editor: Este artículo ha sido tomado y adaptado de He Is Not Ashamed: The Staggering Love of Christ For His People [No se avergüenza: El asombroso amor de Cristo por su pueblo], de Erik Raymond, ©2022. Utilizado con el permiso de Crossway.
[1] D.A. Carson, The Gospel according to John [El Evangelio según Juan], Pillar New Testament Commentary (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1991), 675.
[2] William Bridge, A Lifting Up for The Downcast [ Un clamor por los abatidos], Vintage Puritan (Louisville: GLH, 2014), 53.