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Teología Sistemática – Clase 12: La obra de Cristo – Parte 1

Por CHBC

Capitol Hill Baptist Church (CHBC) es una iglesia bautista en Washington, D.C., Estados Unidos
Artículo
31.08.2018

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Clase esencial
Teología Sistemática
Clase 12: La obra de Cristo – Parte 1


  1. Introducción y repaso

¿Por qué fue ejecutado Jesús de Nazaret en una cruz romana? Esta pregunta, más que cualquier otra, te lleva al mensaje central del cristianismo. Algunos protestan que la visión cristiana tradicional de la cruz se refiere al «abuso infantil divino»: ¿Cómo podría Dios el Padre orquestar la insoportable muerte de su propio Hijo? Otros, como nuestros amigos musulmanes, declaran que Jesús realmente no murió. Solo pareció haber sido crucificado. Otros retratan a Jesús como el mártir supremo, uno que se enfrentó a un sistema mundial injusto, pero que finalmente fue aplastado cuando la rueda de la historia se volvió contra él. Su muerte fue desafortunada e innecesaria. Por el contrario, la Biblia describe la muerte de Cristo, y de hecho, toda su obra redentora como un todo, como el acontecimiento más significativo, valioso y profundo de la historia. La obra de Cristo es literalmente nuestra única esperanza.

Aquí llegamos a un clímax en la teología cristiana. Hemos considerado quién es Dios: su naturaleza trina y su carácter inmaculado. Hemos considerado cómo creó el mundo para su gloria y la humanidad como el pináculo de su creación para representar su dominio. Hemos visto cómo Dios gobierna y dirige toda la historia con su mano soberana y cómo la humanidad se rebeló libremente contra el reino de Dios. Y hemos visto cómo Dios, que es rico en misericordia, envió a su Hijo. Jesucristo ahora es y siempre será una persona con dos naturalezas. Él es completamente Dios, que vino a revelarnos a Dios y a cumplir el plan del Padre. Y es completamente hombre, identificándose con nosotros en nuestra debilidad, tentado en todo pero sin pecado. ¿Qué vino a hacer? Puedes verlo en la parte superior de tu folleto: «Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores» (1 Ti. 1:15).

Así que hoy y la próxima semana queremos estudiar la obra de Cristo. ¿Por qué? Primero, porque esto es fundamental para hacerlo bien. Si no comprendemos lo que Jesús vino a hacer, corremos el riesgo de perdernos la salvación que logró y engañar a otros sobre las noticias más importantes de la historia. Pero segundo, estudiamos la obra de Cristo porque él es digno de adoración y honor por lo que ha hecho. Nada enciende el amor de nuestros corazones como recordar el precio que pagó por nosotros. Toda la teología es práctica; pero la obra de Cristo lo es especialmente. Sean cuales sean tus luchas, tentaciones y dolores, el sufrimiento sacrificial de Jesús y su resurrección triunfal proporcionan una base inquebrantable de confianza y esperanza para nosotros.

Con eso en mente, comencemos con:

  1. Un panorama de la obra de Cristo

Una forma práctica de resumir la obra de Cristo es a través de los tres oficios que él cumple. Él es nuestro profeta, sacerdote y rey[1].

  • Jesús es la máxima revelación de Dios, el Profeta que habló la Palabra de Dios y que fue él mismo el Verbo hecho carne. Conocemos a Dios a través de Cristo. Hebreos 1:1-2: «Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo».
  • Jesús también es el sumo sacerdote supremo quien media un nuevo pacto entre Dios y su pueblo. Somos reconciliados con Dios por medio de Cristo. Hebreos 7:26: «Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos».
  • Y Jesús es el gran Rey del universo que gobierna con paz y justicia. Somos ciudadanos del reino de Dios a través de Cristo. Él inauguró su reino en su primera venida, y consumará el reino al final de los tiempos: Apocalipsis 19:11, 16: «Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES».

Por tanto, debemos alabar a Jesús porque él es nuestro profeta, sacerdote y rey. No necesitamos a nadie más. Él es suficiente y preeminente en su revelación, sacrificio y gobierno.

Otra forma de resumir la obra de Cristo, que seguiremos el resto de nuestra clase, es considerar a Jesús en su humillación y exaltación. Vemos esto en un pasaje clásico como Filipenses 2:7-11. Jesús «se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz». Esa es su humillación: su encarnación, su vida perfecta y su muerte sacrificial. Luego, Pablo continúa: «Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre». Esa es su exaltación: su resurrección, ascensión, sesión (estar sentado en su trono celestial) y su regreso. Herman Bavinck escribió: «Todo el Nuevo Testamento enseña a Cristo humillado y exaltado como el centro del evangelio»[2].

  1. El estado de humillación

El resto de nuestra clase de hoy, veremos la primera mitad de este par: la obra que Jesucristo realizó en su estado de humillación.

Primero, debemos comenzar con A. La encarnación de Cristo. ¿Por qué el Hijo de Dios tomó forma humana? Por nosotros y nuestra salvación. Hablamos de esto extensivamente la semana pasada cuando discutimos la humanidad de Cristo, así que no repetiré lo que dijimos. Simplemente vale la pena degustar la belleza de este misterio. El Hijo de Dios nació como un bebé para ser nuestro nuevo Adán. El infinito se cansó y durmió, el todopoderoso sintió nuestra debilidad, el omnipresente tomó un cuerpo humano. Él compartió plenamente nuestra humanidad para servir como nuestro representante y mediador sacerdotal ante Dios el Padre. Hebreos 2:14-17: «Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre. Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham. Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo».

Pero Jesús no solo asumió nuestra humanidad; B. Vivió una vida sin pecado. Esto también se llama la obediencia activa de Cristo. El primer Adán desobedeció. Pero Jesús, el nuevo Adán, obedeció por completo a su Padre. Israel quebrantó la ley de Dios, pero Jesús vino a cumplir la ley (Mateo 5:17)[3]. Él es como un nuevo Israel.

Este es un punto trascendental, porque nosotros también hemos seguido los pasos desobedientes de Israel. Jesús es quien, para usar una frase sorprendente de Mateo 3:15, vino a «cumplir toda justicia». A través de la fe, su historial de justicia se nos imputa.

La obediencia activa de Cristo debe consolarnos. Él ha sentido la atracción de la tentación y el encanto del pecado. Él no nos reprende cuando somos tentados, como el entrenador que grita a su equipo: «¡Solo necesitas ser más fuerte!». Con ternura, gentilmente nos consuela y nos invita a buscar ayuda en él. Nos recibe con gusto cuando admitimos nuestra total dependencia de él. Hebreos 4:15-16: «Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro».

Por muy maravillosas que fueron la encarnación de Cristo y su vida sin pecado, no completaron su obra. C. La muerte de Cristo. En Marcos 8, tan pronto como Pedro confiesa que Jesús es el Cristo, Jesús enseña que «le era necesario al Hijo del Hombre padecer mucho, y ser desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y ser muerto, y resucitar después de tres días». Aquí, pisamos suelo especialmente santo. Jesús se hizo obediente hasta el punto de morir, de morir incluso en una cruz. Esto a veces es llamado su «obediencia pasiva», no en el sentido de que fue una víctima trágica del destino, sino porque obedeció amorosamente el plan del Padre al someterse a la pena de muerte que nuestros pecados merecían.

¿Qué logró la muerte de Cristo? Su muerte fue tan monumental, el Nuevo Testamento habla de ella usando varios temas y metáforas relacionadas y superpuestas.

Primero, (1) Cristo es nuestro sacrificio expiatorio substitutivo penal. Esta es la forma predominante en que la Biblia describe la muerte de Cristo, por lo que pasaremos la mayor parte del tiempo en este punto.

Expiación es una palabra que se refiere a la restauración de la correcta relación entre el hombre y Dios; también lleva la connotación del sacrificio que se realiza o el precio que se paga para que esa relación sea posible.

Comencemos con la necesidad de la expiación. Aquí solo tenemos que recordar nuestra clase hace unas semanas acerca del problema del pecado. Somos culpables ante Dios como aquellos que son representados por Adán. Hemos confirmado nuestra sentencia de culpabilidad por nuestros propios actos sucios. Como dice Juan 3:36, la ira de Dios está sobre todos los que están sin Cristo. Efesios 2:3 dice que por naturaleza somos hijos de ira. Esto es porque Dios es bueno. Su ley es correcta, su santidad es inimaginablemente pura, y su justicia es totalmente recta. Por tanto, él no permitirá que el mal y la iniquidad queden impunes. Él no esconderá nuestro pecado debajo de la alfombra.

Entonces, Dios ordenó los sacrificios y las ofrendas del Antiguo Testamento para expresar gráficamente la absoluta necesidad de la expiación. Los animales eran sacrificados diariamente según lo prescrito por Levítico. ¿Por qué? Como lo explica Hebreos 9:22: «Sin derramamiento de sangre no se hace remisión». La paga del pecado es muerte según Romanos 6:23. Esta lección estaría arraigada en las mentes de todos los israelitas, porque el piso del templo estaría cubierto de sangre. Dios no necesitaba salvar a nadie. Pero en su misericordia, proporcionó sacrificios regulares que apuntaban todos hacia el sacrificio final que expía el pecado de manera definitiva. 

Eso nos lleva a la naturaleza de la expiación.

La muerte expiatoria de Cristo fue «penal». Es decir, él sufrió la pena en la que incurrieron nuestros pecados: el precio de la muerte. Isaías 53:5: «Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados». 1 Pedro 2:24: «Llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia».

Su muerte también fue sustitutiva. Él tomó la muerte que legítimamente merecíamos, en nuestro lugar. La idea de la sustitución se incorporó a la historia de Israel desde el principio. Solo piensa en el Éxodo, donde un cordero fue asesinado, por así decirlo, en vez de —en  lugar de— el hijo mayor de la familia. No es de extrañar que Juan el Bautista llamara a Jesús el «Cordero de Dios» (Juan 1:29) y que Jesús muriera durante la Pascua. Isaías 53:12,  él fue contado con los transgresores. 2 Corintios 5:21: «Al que no conoció pecado [Cristo], por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él».

John Stott escribió memorablemente: «La esencia del pecado es el hombre sustituyéndose a sí mismo en lugar de Dios, mientras que la esencia de la salvación es Dios sustituyéndose a sí mismo en lugar  del hombre»[4]. Cuando reflexionamos sobre la sustitución de Cristo por nosotros, ¿cómo podrían nuestros corazones no fluir en alabanza? Como lo expresa un himno con tanta fuerza: «Llevándome a la vergüenza y burlándome groseramente, en mi lugar, condenado, se puso de pie, selló mi perdón con su sangre. ¡Aleluya! ¡Qué Salvador!».

Luego, ¿cuál es el resultado de la expiación, o qué logró esta muerte penal y sustitutiva para el pueblo de Dios? Por un lado, logró la propiciación de la ira de Dios, lo que significa que la buena ira de Dios contra el pecado ha sido resuelta y removida por el sacrificio de Cristo. Los libros proféticos del Antiguo Testamento muestran la buena ira de Dios contra toda iniquidad mientras él derrama la copa de su santa ira. Él bebió esa copa en la cruz por todos los que confían en Cristo. Experimentó la justa oposición de Dios contra el pecado, la oposición que merecíamos conocer eternamente. Esto es a lo que Pablo se refiere en Gálatas 3:13 cuando dice: «Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero». El único obediente absorbió la maldición que merecían los pecadores desobedientes como nosotros.

Tal vez el pasaje más claro acerca de la propiciación es Romanos 3:23-25: «Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios,  siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre». Como vimos anteriormente, el derramamiento de sangre es necesario para la expiación. Jesucristo es ese sacrificio de sangre que fue aceptable para Dios. Y debemos recordar, que si bien la propiciación es necesaria porque Dios es santo, es posible porque Dios es supremamente amoroso y misericordioso. 1 Juan 4:10: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecado».

Eso es la propiciación. La muerte de Cristo también logró la expiación, lo que significa que su muerte cubre por completo la culpa de nuestro pecado. Ya no somos culpables ante Dios, sino que somos declarados inocentes. Juan 1:29: «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». La ley trae condenación porque expone cómo no cumplimos con los estándares de Dios, pero Colosenses 2:14 dice que Dios perdonó todas nuestras ofensas, «anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz».

No solo esto, sino que la muerte de Cristo también produjo nuestra purificación, o lo que los teólogos a veces llaman la santificación posicional, lo que significa que hemos sido limpiados y apartados como aceptables para Dios. Ya no estamos manchados por el pecado; hemos sido lavados (1 Co. 6:11). 1 Juan 1:7 dice: «la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado». El autor de Hebreos en el capítulo 9, versículo 14 dice que la sangre de Cristo purifica nuestra conciencia para que ahora podamos servir al Dios viviente.

Como puedes ver, la obra de Cristo en la cruz lo cambia todo para nosotros. Así que vale la pena hacer una pausa aquí y alabar a Dios porque la obra de Cristo fue totalmente efectiva. Como dice el versículo con el que abrimos: «Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores», y eso es exactamente lo que hizo. Nosotros no contribuimos en nada a nuestra salvación. Jesús no compró una posibilidad de salvación que luego necesitamos activar. Él no vino a hacer de la expiación una realidad potencial, sino una realidad verdadera para aquellos que se arrepienten y creen. Podemos verlo en la naturaleza misma de la expiación. La sustitución, bíblicamente, significa sustituir a un grupo definido de personas. Ese fue el caso con el Cordero de la Pascua y con los sacrificios del Antiguo Testamento. Incluso estos sacrificios, que anticiparon la expiación de Cristo, realmente lograron la purificación del adorador, a pesar de que ese tipo de purificación fue solo temporal. ¡Cuánto más, entonces, el sacrificio de Cristo realmente logra la propiciación, la expiación y la purificación permanente para el pueblo de Dios! Él murió, dice Efesios 5:25, por la iglesia, su Novia. Él es nuestro sustituto.

Esta expiación nos es aplicada por el Espíritu Santo cuando nos convertimos, cuando nos alejamos de nuestro pecado y confiamos en Cristo. Así, las tres personas de la Trinidad actúan armoniosamente en la gran obra de redención. La muerte de Cristo fue un acto sustitutivo por todos los que el Padre escogió, que son todos aquellos a quienes el Espíritu da el regalo de una nueva vida. Creyente, ¿alguna vez has sentido la tentación de dudar u olvidar el amor de Cristo por ti? Mira su expiación sustitutiva. Cuando Jesús fue a la cruz, pensaba en ti. En Juan 17, su oración sacerdotal, Jesús oró por los que han de creer en él. Ese eres tú. Él sudó gotas de sangre en el huerto de Getsemaní porque sabía que estaba a punto de tomar el castigo por tus pecados, para siempre. Los agujeros en sus manos siempre serán monumentos de su amor por ti y por mí[i][ii].

Como dije anteriormente, el Nuevo Testamento describe la muerte de Cristo usando términos e imágenes superpuestos. Pasamos la mayor parte de nuestro tiempo en la expiación sustitutiva, pero veamos cuatro aspectos más importantes y hermosos de lo que hizo por nosotros en la cruz.

(2) Cristo es nuestro sustituto legal

Esta es la gloriosa verdad de la justificación. Aquí la Escritura usa el lenguaje de un tribunal de justicia para transmitir nuestra salvación. Somos culpables ante el tribunal de Dios. Pero Cristo toma nuestra sentencia. Como resultado, somos declarados inocentes, ¡pero no solo eso! Eso sería bueno, pero solo por unos 2 segundos, ¡hasta que pequemos otra vez! También, el récord de justicia perfecto de Cristo se nos acredita o «imputa». Él toma nuestra hoja de antecedentes penales, y Dios el juez nos trata de acuerdo con la posición recta y perfectamente inocente de Cristo. Isaías 53:11 destaca cómo el siervo sufriente «justificará… a muchos, y llevará las iniquidades de ellos».

Al proveer a Cristo para nuestra justificación, Dios vindica su justicia mientras que al mismo tiempo  muestra una misericordia maravillosa a los pecadores. Pablo explica que cuando los creyentes del Antiguo Testamento pecaron, Dios simplemente estaba reteniendo su castigo, hasta la muerte de Cristo. Cuando Jesús murió en la cruz, tomó la culpa legal por todos los pecados de todos los creyentes: pasados, presentes y futuros. Romanos 3:24-26: somos «justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar  su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo y el que justifica al que es de la fe de Jesús». Entonces, al contrario de lo que mucha gente piensa e incluso enseña, nunca podremos ganar el suficiente mérito ante Dios, para presentarnos ante su tribunal, incluso si ese mérito puede obtenerse a través de las buenas obras y los sacramentos. Más bien, Dios en su justicia nos declara justos porque la muerte de Cristo paga la sentencia de nuestra culpa y su justicia nos es contada. Entonces misericordia y justicia se encuentran en la cruz. Alabado sea Cristo, el que provee nuestra justificación.

(3) Cristo también es nuestro redentor

Aquí las Escrituras usan la ilustración de la venta de esclavos. Somos esclavos del pecado, incapaces de liberarnos de nuestra esclavitud voluntariamente. Cristo compra nuestra libertad para siempre. Marcos 10:45: «Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos». Algunos a través de los años han sugerido que Jesús pagó este rescate a Satanás, pero no hay base bíblica para eso. Más bien, esta redención es el pago que Dios mismo exige a causa de su justicia. Nuestro pecado nos ha encerrado en cautividad a su juicio. La sangre de Cristo, es decir, el final de su vida, es lo que nos libera de este cautiverio. Nuestro juicio cayó sobre él. Como dice 1 Pedro 1:18-19: «fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación».

De manera práctica, esto quiere decir que le pertenecemos a Cristo. ¡Ya no somos esclavos del pecado! Tenemos un nuevo señor y su yugo es fácil y su carga es ligera. Fuiste comprado con un precio, dice Pablo. Por tanto, glorifica a Dios en tu cuerpo (1 Co. 6:20). Satanás puede mentir todo lo que quiera, pero no tiene poder sobre nosotros y el pecado no tiene derecho sobre nosotros. Col 1:13-14, hemos sido liberados del dominio de las tinieblas y transferidos al reino del Hijo amado de Dios, en quien tenemos redención.

Pero no solo nos liberamos del pecado y la muerte, ahora disfrutamos de una nueva relación con Dios:

(4) Cristo es nuestro reconciliador

Aquí es donde la obra de Cristo se vuelve especialmente dulce. La Biblia no solo describe nuestra salvación en términos de justicia, redención y sacrificio, sino también en términos de relación. Nosotros éramos enemigos de Dios. Ahora, en Cristo, somos sus hijos adoptivos. Nuestra separación de Dios comenzó cuando Adán y Eva fueron exiliados del huerto de Edén. Nuestra hostilidad hacia él no era una Guerra Fría, era una batalla total. Nos rebelamos contra él y sus designios. Esta es la razón por la que Lucas 15 es quizá mi capítulo favorito en la Biblia, porque todos podemos identificarnos con ese hijo pródigo que toma de su padre y, sin embargo, rechaza una relación con él.

De nuevo, la sustitución de Cristo está en el corazón de nuestra reconciliación. Romanos 5:1: «Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo». Romanos 5:10: «Siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo».

Las Escrituras usan la bella ilustración de la familia para describir nuestra reconciliación. Gálatas 4:4-6: «Cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo». Dios escucha nuestras oraciones. Él nos cuida con ternura como un padre. Como hijos adoptivos, la herencia del reino que pertenece a Cristo ahora es nuestra herencia también.

Una implicación de esta reconciliación con Dios como nuestro padre es que todos estamos unidos como hermanos y hermanas en su hogar. Judíos y gentiles, blancos y negros, jóvenes y viejos, poderosos y débiles – Efesios 2:14: «Porque [Cristo] es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación».

Finalmente, (5) Cristo es nuestro vencedor. Por su muerte y resurrección, Jesús conquista a Satanás, el pecado y la muerte en nuestro nombre. Es por eso que cuando habla de su próxima muerte en Juan 12:31, Jesús dice: «ahora el príncipe de este mundo será echado fuera». Col 2:15: «[Dios] despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz», es decir, en Cristo y en su muerte victoriosa. 1 Corintios 15:56-57: «Ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo». Nadie puede oponerse a él, y en él somos más que vencedores. Esto nos recuerda que la muerte sustitutiva de Cristo no solo nos reconcilia con Dios, sino que nos lleva a un glorioso estado de triunfo y esperanza. No por lo que hemos hecho, sino por lo que él ha hecho. Pero este es un buen lugar para concluir hoy, porque la victoria de Cristo está estrechamente vinculada no solo a su muerte sino a su resurrección. De hecho, todo lo que hemos dicho hoy acerca de su muerte carecería de sentido y sería en vano si no fuera por esta gloriosa verdad: Jesús resucitó de entre los muertos. Es por eso que la expiación, la justificación, la redención, la reconciliación y la victoria que él ofrece son sólidas y están garantizadas. Porque él no era un simple hombre. Conquistó la muerte y se levantó para que todos los que están unidos a él por la fe puedan compartir su nueva vida. Eso es lo que veremos la próxima semana. Pero por ahora, oremos y alabemos a Dios por la muerte de su Hijo.

 

[1]A veces, estos roles casi se superponen, por ejemplo, en Moisés que descendió de una línea sacerdotal e intercedió por el pueblo ante Dios, pero que fue designado como profeta en Deuteronomio 18. O David, que gobernó como rey y también danzó en la presencia de Dios llevando una prenda sacerdotal. Estas pistas apuntan hacia alguien que cumpliría perfectamente todos estos roles.

[2] Herman Bavinck, Reformed Dogmatics: Sin and Salvation in Christ, vol. 3 (Grand Rapids, MI: Baker, 2006), 418.

[3] Recuerda, el Israel del Antiguo Testamento fue llamado el «Hijo» de Dios en Éxodo 4:22. Dios les dio vida y debían representarlo en el mundo de la misma manera que un hijo lleva la reputación de su padre. Pero después de que Dios los guió a través de las aguas del mar Rojo, lo desobedecieron en el desierto. Sus corazones se endurecieron y sus acciones fueron rebeldes. El Nuevo Testamento presenta a Jesús como el nuevo y mejor Israel. Él es el Hijo de Dios en el sentido más completo. En Mateo 3, Jesús es bautizado; la voz del cielo dice: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia», e inmediatamente Jesús, como Israel, es tentado en el desierto. Pero él obedece perfectamente.

[4]Cross of Christ.

[i] Aquí hay una sección más completa sobre el alcance de la expiación que se escribió en  el año 2016, pero decidí no usarla en la clase por razones de tiempo y porque este es un tema potencialmente confuso.

Esta discusión acerca de la efectividad de la expiación nos ayuda a abordar la cuestión común del alcance de la expiación. ¿Por quién vino Cristo a morir? ¿Él expió los pecados de todos sin excepción, o murió específicamente por los escogidos, el pueblo de Dios? Los evangélicos ofrecen diferentes respuestas a esta pregunta, y nuestra declaración de fe no requiere que tomes una posición particular. Pero me gustaría argumentar que la naturaleza de la expiación muestra que Cristo murió específicamente por nosotros, su novia.

Esto es a lo que me refiero. Si observamos la naturaleza de la sustitución, significa sustituir a un grupo definido de personas. Ese fue el caso con el cordero de la Pascua y con los sacrificios del Antiguo Testamento. Esos animales no eran sustitutos de toda la humanidad, sino de un subconjunto particular de personas. Sucede lo mismo con Jesús. Él vino a sacrificarse por el pueblo de Dios. Esto se deriva del argumento de Hebreos capítulos 7-10, Jesús es mediador de un nuevo pacto, y este pacto se hace específicamente, de acuerdo con Hebreos 9:15, con «los llamados», es decir, aquellos a quienes Dios aparta como su pueblo del nuevo pacto. Jesús, en sus propias palabras, vino a dar su «vida en rescate por muchos» (Marcos 10:45), a «dar su vida por las ovejas» (Juan 10:11). O, Pablo dice en Efesios 5:25: «Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla». En Hechos 20:28, él declara que Dios «ganó [la iglesia] por su propia sangre». Ahora bien, esta no es una declaración acerca del mérito o el valor del sacrificio de Cristo; por supuesto, él era Dios, por lo que su sacrificio tenía un valor infinito. Estamos hablando de su diseño: fue pensado para la salvación del pueblo escogido de Dios. Este punto de vista, que defiendo de las Escrituras, ha sido llamado «expiación limitada» o «expiación particular», pero creo que el mejor título es «expiación definitiva» porque sintetiza lo que es alentador sobre esta verdad: Cristo murió para asegurar la redención del pueblo escogido de Dios, y lo ha hecho definitivamente, efectivamente, sin nada que carezca de la expiación sustitutiva que ha logrado. Esta expiación nos es aplicada por el Espíritu Santo cuando nos convertimos, cuando nos alejamos de nuestro pecado y confiamos en Cristo. Entonces es cuando somos salvados. Pero el punto es que la muerte de Cristo fue un sacrificio sustitutorio por todos los que el Padre escogió, que son todos aquellos a quienes el Espíritu da el regalo de una nueva vida.

Por supuesto, hay contraargumentos comunes a este punto de vista. Muchos señalarán varios versículos del Nuevo Testamento que hablan de la venida de Cristo para ofrecer expiación por «todas» las personas o por «todo el mundo». No tenemos tiempo para revisar cada uno de estos pasajes, pero sugiero que, si miras el contexto, el autor no pretende decir que Cristo murió por todas las personas sin excepción, sino que vino a salvar a todo tipo de personas sin distinción.

Tomemos 1 Juan 2:2 por ejemplo: «[Cristo] es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo». ¿Qué quiere decir Juan con esto? Claramente, él no cree que todas las personas en todas partes serán salvas, porque toda su carta advierte acerca de los falsos maestros y de las personas que niegan a Cristo. Más bien, mira el énfasis de 1 Juan en amar a tu hermano y caminar en la comunión de la luz. Su punto parece ser que la muerte de Jesús no fue solo por los judíos, como muchos judíos pudieron haber creído, sino que la expiación de Cristo fue por todos los pueblos, judíos y gentiles. Juan se refiere a todos los grupos de personas y no a todas las personas. De nuevo, puedes estar en desacuerdo con la perspectiva que estoy enseñando aquí. Pero creo que este es realmente un punto maravillosamente alentador: Cristo murió por nosotros, su ovejas, su novia. Cuando él murió, si eres creyente, lo hizo pensando en ti. Nada puede deshacer la expiación que ha hecho por ti. Fue totalmente efectiva. ¡Alabado sea Dios por Cristo, nuestro sustituto!

[ii] Más material acerca de la expiación limitada de una versión anterior de esta clase:

John Owen, teólogo del siglo XVII que escribió uno de los mejores libros jamás escritos acerca de la expiación, La muerte de la muerte en la muerte de Cristo, proporciona un fuerte argumento para la posición de que el mérito ilimitado de la muerte de Cristo fue limitado en su intento.

Owen comienza con Isaías 53:

«Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros».

Este pasaje deja en claro que Cristo murió por los pecados y trajo la paz con Dios. Según Owen, hay tres posibilidades:

  1. Cristo murió por algunos de los pecados de todos los hombres;
  2. Cristo murió por todos los pecados de todos los hombres;
  3. Cristo murió por todos los pecados de algunos hombres.

Nadie afirma que la primera posibilidad sea verdadera. Si Cristo murió solamente por algunos de los pecados de todos los hombres, entonces todo se perdería debido a los pecados por los cuales Cristo no murió.

La segunda declaración es que «Cristo murió por todos los pecados de todos los hombres». Sin duda, Cristo no tendría que hacer nada más por haber muerto por todos los pecados de todos los hombres, pero si esto es cierto, entonces ¿por qué no todos son salvos? La respuesta normalmente presentada es: «Debido a su incredulidad; no creerán». Pero las Escrituras nos dicen que la incredulidad se categoriza como un pecado. Si es un pecado, entonces de acuerdo con la proposición de que «Cristo murió por todos los pecados de todos los hombres», Cristo murió por ese pecado. ¿Por qué debería ese pecado en particular obstaculizarlos más que sus otros pecados por los cuales Cristo murió? ¿Por qué ese pecado no está cubierto por la sangre de Cristo también? Entonces, vemos que esta afirmación tampoco puede ser verdadera. Si bien obtener la salvación y dar la salvación no son exactamente lo mismo, tampoco deben separarse.

Es la tercera declaración la que refleja con precisión toda la enseñanza Bíblica: Cristo murió por todos los pecados de algunos hombres. Es decir, murió por la incredulidad de los escogidos, de modo que la ira punitiva de Dios se aplacó contra ellos. Esto es la gracia salvadora.

Cuando comparezcamos ante el tribunal de Dios, no tendremos nada de qué jactarnos ante nuestro Creador. No podemos darnos una palmadita en la espalda por creer. La salvación es completamente por gracia. No tenemos que lograr por nosotros mismos nuestro nuevo nacimiento y camino hacia la fe. No, oímos la voz del Pastor llamando, y lo seguimos, encontrándonos atraídos irresistiblemente de las tinieblas a su luz admirable. Esta es la teología bíblica en su mejor momento. Esta es la cosa más tremenda, más gloriosa, más asombrosa del universo y de toda la historia.

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