Disciplina

Poniendo a las personas antes que las Políticas sobre la disciplina de iglesia

Por Nate Pickowicz

Nate Pickowicz es el pastor de la Iglesia Bíblica de la Cosecha en Gilmanton Iron Works, New Hampshire. También se desempeña como editor general de la American Puritans Series.
Artículo
08.05.2019

Durante los últimos años, la cantidad de iglesias comprometidas con ejercer la disciplina bíblica de iglesia parece estar aumentando. ¡Esto es algo bueno! Sin embargo, en el proceso de implementación de políticas y revisión de estatutos, es fácil olvida que las personas están involucradas y son afectadas. Al final, si no ponemos al pueblo de Dios antes que las políticas de nuestra iglesia, podemos hacer daños irreparables al cuerpo de Cristo.

EL CORAZÓN DEL ASUNTO: RESTAURACIÓN AMOROSA

Aunque hay varios pasajes que tienen que ver con la disciplina correctiva de iglesia, el más destacado es Mateo 18:15-17. El Señor Jesús provee un proceso de confrontación de pecado con una visión hacia la restauración piadosa. Este pasaje es frecuentemente visto como «el pasaje de la disciplina de iglesia», Mateo 18 expresa cuatro pasos [1] hacia la restauración de un hermano o hermana que pecan. Sin embargo, el contexto del pasaje nos ayuda a entender más que el proceso de practicar la disciplina de iglesia; vemos el corazón de ello detrás de todo.

Es importante recordar que las palabras de Jesús sobre la disciplina de iglesia surgen inmediatamente luego de la Parábola de la Oveja Perdida (v. 10-14). Este es el preámbulo para lo que se expresa en los versículos 15-17. En la parábola, el Señor describe a un pastor que deja sus 99 ovejas para buscar la que se ha descarriado. La historia termina con una nota alta, con la oveja siendo recuperada y el pastor regocijado. Jesús concluye: «Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños» (v. 14). Estas palabras le dan vida a la parábola en el ámbito de la iglesia. Los cuatro pasos mencionados en los versículos 15-17 están establecidos en el contexto de la oveja perdida que ahora es restaurada.

Sin embargo, algunas iglesias han fallado en entender el verdadero propósito de la disciplina de iglesia. No está llamado a ser una regla de tres pasos para expulsar miembros que pecan; sino que es un proceso de gravedad creciente con una visión hacia la recuperación. John MacArthur señala:

«El objetivo de la disciplina de iglesia no es expulsar a las personas, avergonzarlas, ser farisaico, practicar la disciplina significa restaurar a las personas hacia una relación pura con Dios y con los demás en la asamblea» [2].

Añadiendo las palabras de Stephen Davey:

«El objetivo principal de la disciplina de iglesia es la restauración del creyente que no se arrepiente hacia un estilo de vida bendecido y producido de obediencia e intimidad piadosa con Jesucristo» [3].

Si continuamente nos recordamos el objetivo de Jesús con la disciplina de iglesia, entonces nuestras políticas y procedimientos reflejarán ese fin.

LAS PERSONAS ANTES QUE LAS POLÍTICAS

Una vez que una iglesia se compromete a obedecer la enseñanza de la Escritura sobre la disciplina de iglesia; puede ser muy fácil ver a Mateo 18 como simplemente «otro proceso». Pero mientras buscamos honrar a Cristo en la disciplina de iglesia, debemos estar conscientes de las personas antes que aferrarnos a un proceso o política específicas.

Las iglesias tienen políticas que le ayudan a guiarlas, pero no somos esclavos de ellas. Ese fue el problema de los fariseos en Mateo 23. Mientras se adherían a los detalles de sus reglas, descuidaban los asuntos de mayor importancia en el trato con las personas: mostrar justicia, misericordia y fidelidad(v.23). Y así, al considerar la forma cómo podemos poner a los creyentes antes que los estatutos, permítanme  ofrecer algunas exhortaciones:

Primero, habla la verdad en amor.

Al lidiar con la disciplina de iglesia, la honestidad es muy importante. No podemos darnos el lujo de ser diplomáticos en lo que se refiere a llamar la atención hacia el pecado por parte de los creyentes. De hecho, minimizarlo o desviarlo sólo hará que el problema empeore; el pecado permanecerá sin arrepentimiento y se complicará. Sin embargo, cuando hacemos un llamado al reconocimiento, el arrepentimiento y la restauración subsecuente, debemos «hablar la verdad en amor» (Efesios 4:15; 25; Colosenses 3:9). Nuestra táctica debe ser una honestidad sincera acompañada de gracia y compasión.

Segundo, sé humilde y amable.

En la carta de Pablo a las iglesias de Galacia, él da instrucciones sobre cómo restaurar a un hermano pecador. Él los exhorta: «Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado» (Gálatas 6:1). ¿Cómo medimos quien es espiritual? ¿Qué tan amables debemos ser? Pablo no lo menciona. Sin embargo, lo imperativo permanece. Debemos humillarnos y trabajar para restaurar amablemente al hermano o hermana en pecado. Luego él añade: «sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo» (v. 2). Al final, los creyentes que son espiritualmente maduros que trabajan para amonestar y restaurar a aquellos que están en pecado tienen una tarea bendecida; esto cumple con «la ley de Cristo,» lo cual es «la ley del amor» (Juan 15:12; Romanos 13:10).

Tercero, trata a los demás de la manera que quieres que te traten.

Es fácil despreciar a otros que están atrapados en patrones pecaminosos sin reconocer que nosotros también hemos sido libertados de la esclavitud del pecado (Romanos 6:15-22; 1 Corintios 6:9-11). Incluso en el ámbito de la disciplina de iglesia, debemos considerar a otros más importantes que a nosotros mismos (Filipenses 2:3), y si es necesario ponernos en su lugar. ¿Cómo respondería si fuera tratado de esta manera? Al considerar a los demás, debemos tratarlos como quisiéramos ser tratados (Mateo 6:12). Recuerda, no se trata sólo del testimonio y la reputación de la iglesia, sino también del bienestar espiritual del individuo. Minístrales de tal manera que al final te agradezcan (Proverbios 27:6).

Cuarto, sé paciente.

Aunque aferrarnos mucho a las políticas de la iglesia puede ser un factor determinante en el tiempo, debemos recordar que no todo el mundo responde y reacciona de la misma manera. John MacArthur dice: «¿por cuánto tiempo debe la iglesia mantenerse exhortando a alguien para que se arrepienta? Tal vez sientes que su corazón se está endureciendo y definitivamente rehúsa dejar de pecar. El Espíritu de Dios tiene que darte ese tipo de sabiduría subjetiva. Pienso que generalmente es un tiempo menor del que pensamos, porque Dios quiere una respuesta» [4]. No todo fruto espiritual—incluyendo el arrepentimiento—crece al mismo tiempo. Determina ser paciente con los demás sin tener que involucrarte mucho en la disciplina (1 Corintios 13:4; Gálatas 5:22; Efesios 4:2).

«¡ATRÁELO CON AMOR!»

¿Cuál es el resultado de poner a las personas antes que las políticas? Lo siguiente es una historia verdadera dicha por un miembro de iglesia:

Un domingo en la mañana, nuestro pastor pidió a los miembros que se quedaran después de terminar el servicio para discutir un asunto. Los ancianos se reunieron en la plataforma y nos dijeron que habían estado lidiando con un asunto sobre la disciplina de la iglesia. Sam, un miembro de muchos años en la iglesia, se había «separado de su matrimonio».

Los ancianos leen Mateo 18 y describen los pasos que han dado para persuadir a Sam de arrepentirse y volver con su esposa. Ellos explicaron cómo se habían reunido con Sam de manera individual varias veces, aconsejándolo con la Escritura, pero sin resultados. Ellos nos dijeron que le advirtieron a Sam que su infidelidad sería llevada ante la iglesia y que él se había molestado y amenazaba con una acción legal.

A medida que se dirigían a nosotros, fuimos aconsejados de no chismear sobre este asunto, sino «abordarlo con amor». Los ancianos expresaron que nuestra preocupación debía ser por su arrepentimiento y restauración.

La congregación estaba sorprendida. Sin embargo, preguntamos que se podía hacer para ayudar la esposa de Sam y qué debíamos hacer si nos encontrábamos con Sam. En lo que se refiere a Sam, se nos pidió que lo amáramos, oráramos por él, y lo llamáramos al arrepentimiento por el bien de su alma. En lo que se refiere a la esposa de Sam, a aquellos cercanos a ella se le pidió que la consolaran. Sobre todo, se nos pidió que oráramos por ella. Poco se dijo cuando la iglesia se dispersó, sólo tristeza, y de nuestra parte nos sorprendimos por lo bien que la situación fue manejada. Estaba claro que los ancianos estaban unidos, que habían hecho todo lo que podían, y que estaban siguiendo la Escritura.

Pasaron muchos meses y la esposa de Sam siguió asistiendo a la iglesia. Todos oramos. Luego, un domingo al final del servicio, se nos pidió que nos quedáramos. Los ancianos se reunieron en la plataforma y Sam salió y se unió a ellos. Ellos dijeron que Sam se había arrepentido y reconciliado con su esposa, y fue restaurado a la congregación. Sam dio un paso hacia adelante y comunicó su dolor por haber pecado contra Dios y su esposa. Él pidió nuestro perdón y nos agradeció nuestras oraciones y amor. La iglesia se llenó de aplausos y lágrimas de gozo. Una oveja que había estado perdida fue encontrada y volvió al rebaño.

Aunque Sam no volvió inmediatamente a todos sus ministerios, los ancianos continuaron aconsejando a Sam y su esposa. No había chisme, no se involucraron en los detalles, sólo regocijo. Ya han pasado 10 años desde ese domingo, y hoy Sam y su esposa están felizmente casados y continúan asistiendo a la misma iglesia.


[1] En su útil libro, Manual de disciplina de la iglesia, Jay E. Adams señala que hay cinco pasos en la disciplina de la iglesia, el primero es la “autodisciplina” (Grand Rapids: Zondervan, 1974), 27-30.

[2] John MacArthur, El Plan Maestro para la Iglesia (Chicago: Moody, 2008), 267.

[3] Stephen Davey, En busca de los pródigos: una introducción a la disciplina y la reconciliación de la Iglesia (The Woodlands, TX: Kress, 2010), 12.

[4] MacArthur, El Plan Maestro para la Iglesia, 274.