Discipulado
Nadie obtiene la Iglesia que quiere
Durante los últimos días he estado más o menos confinado en cama. Eso es inusual en mí, ya que tengo veintisiete años y estoy saludable. Sin embargo, tengo un disco degenerativo en mi espalda baja que se intensifica cada cierto tiempo.
Aunque las aflicciones físicas llegan, ésta es misericordiosamente leve. No es nada en comparación con el cáncer que enfrenta un miembro de mi iglesia, o con las condiciones debilitantes que otros miembros padecen. Pero aun así, ha acabado con mis planes para la semana. He tenido que faltar a clases, retrasar un día de aniversario lejos con mi esposa, y acostarme en cama toda la noche en lugar de jugar con mis hijos.
En todo esto, Dios ha estado enseñándome lecciones que particularmente no quería aprender. Me está enseñando a no convertir la frustración en palabras hirientes hacia mi esposa, a no preocuparme por cómo esta condición podría resultar en las próximas décadas, a conocer cuán dependiente de él realmente soy.
No quería aprender estas lecciones esta semana, pero Dios sabe que las que necesito. Estoy seguro de que esa es una de las razones, al menos, por la que él no me dio la semana que quería. Sugeriría que hay una lección aquí para la vida en la iglesia. Para decirlo claramente, nadie obtiene la iglesia que quiere.
Puede que no traigas una lista y un portapapeles cuando te presentas en la iglesia, pero todos tenemos una lista de lo que queremos. Quizá buscas cierto tipo de música, una cierta experiencia en la adoración. Tal vez quieres a un predicador que sea capaz de sumergirse profundamente en dos versículos del libro de Romanos. A lo mejor deseas líderes carismáticos y extrovertidos que puedan conectarse con todos y que siempre sepan qué decir. Sea lo que aparezca en tu lista, puedo asegurarte esto: No todo lo que se encuentra en ella, está en la lista de Dios.
Principalmente, me refiero a que tienes opiniones que van más allá de la voluntad revelada de Dios. Un predicador que respeto mucho comenta, «No tengo opiniones, sólo creo en la Biblia». Me encanta ese espíritu, pero eso es imposible. ¿Preferirías comer una hamburguesa o un boeuf bourguignon? ¿Preferirías cantar «Castillo Fuerte» o «10,000 Razones»? De cualquier manera, tienes una opinión, aunque te será difícil ser específico al respecto.
Pero hay otro sentido en el que tu lista de una iglesia no siempre coincidirá con la lista de Dios: Dios ha dado a conocer su voluntad para la iglesia en las Escrituras, no obstante, ninguna iglesia cumple perfectamente esa voluntad. Ninguna iglesia es tan madura y santa como la Palabra de Dios la llama a ser. Cada iglesia es una obra en progreso. En ocasiones, incluso, el hambre de ser parte de una iglesia madura y próspera podría llevarte a ser impaciente con la inmadurez y las luchas de tu propia congregación.
Dios ha revelado lo que las iglesias deberían ser y hacer. Las iglesias deberían ser dirigidas por un número de hombres piadosos que pastoreen el rebaño y prediquen la Palabra (1 Ti. 3:1-7; 2 Ti. 4:1-5). ¿Qué deberías hacer si estás en una iglesia donde no hay pluralidad de ancianos? Las respuestas son tan incontables como las variables en cualquier situación real. Pero una opción probable es que personifiques algo de la paciencia de Dios para con su pueblo imperfecto.
Si Dios puede pacientemente soportar a un pueblo en su inmadurez y fracasos en seguir sus órdenes, tú también puedes hacerlo. Si estás en una posición de influencia, utiliza esa influencia con humildad y sabiduría. Independientemente de lo que hagas, no permitas que tu buen deseo de que tu iglesia obedezca las Escrituras se endurezca en frustración o amargura.
Nadie—así es, nadie—obtiene la iglesia que quiere. Todos tenemos opiniones, preferencias, y en ocasiones convicciones que no encajarán perfectamente con ninguna asamblea real del pueblo de Dios. Todos tendremos que poner los intereses de los demás antes que los nuestros, y sacrificar lo que deseamos por el bien de lo que todo el cuerpo necesita.
De alguna manera, ese es el propósito de la vida en la iglesia. Dios nos ha hecho miembros del cuerpo a fin de que aprendiéramos a ayudar al cuerpo (1 Co. 12:12-27). Dios nos ha hecho colaboradores en el evangelio para que pudiéramos reflejar el evangelio al poner a otros antes que a nosotros (Fil. 2:3-4). Cristo dejó a un lado sus derechos para servirnos, y eso es lo que haces cada vez que sacrificas una preferencia para fomentar el crecimiento del cuerpo.
Poner a otros antes que a ti mismo te costará. En una cultura saturada con el consumismo, y en ciudades con un buffet lleno de opciones para la iglesia, normalmente lo último que queremos hacer es sacrificar nuestras preferencias. Pero eso es precisamente lo que el evangelio nos llama a hacer.
Digamos que en tu iglesia tocan una canción que realmente te desagrada. Las palabras son ortodoxas, y haces muecas ante la melodía y el tono. En lugar de sonreír silenciosamente, esforzarte y cantar con todas tus fuerzas. Las probabilidades son que otro miembro de tu iglesia la ame. Por tanto, anima a ese miembro, sin importar quien sea, acercándote a él o ella con ese himno particular o canción espiritual (Col. 3:16-17).
Practica el hábito de dejar tus preferencias para que puedas aprovechar lo bueno de todo el cuerpo. Capacita tu corazón, mente, lengua y manos a fin de que entres en el hábito del evangelio de ceder para que otros puedan ganar. Puede que Dios no te de la iglesia que quieres, pero él es más que capaz de darte la iglesia que necesitas. Así que, echa un vistazo. Quizá ya lo ha hecho.
Traducido por Nazareth Bello, Venezuela.