Misiones

Lecciones para las misiones de los ministerios de John G. Paton y Wang Ming-dao (王明道) (王明道)

Por Eric Beach

Eric Beach vive en Washington, D. C.
Artículo
02.07.2023

Los cristianos no siempre reconocen la importancia de la iglesia local y de la política eclesiástica para las misiones. Sin embargo, algunos de los grandes misioneros y evangelistas del pasado sabían que la construcción de iglesias sanas era fundamental para su trabajo.

Las biografías de John G. Paton y Wang Ming-dao (王明道)1 ilustran esta lección.

JOHN PATON (1824-1907)

Nacido en Escocia en 1824, John G. Paton pasó gran parte de su vida adulta como misionero en las islas Nuevas Hébridas del Pacífico Sur. A lo largo de muchos años, mientras Paton realizaba una labor misionera pionera entre los pueblos no alcanzados, fue testigo de notables conversiones. Paton sirvió a la causa de las misiones en las Nuevas Hébridas durante décadas, y finalmente falleció en 1907 en Australia. Hoy, el cristianismo es la religión dominante en estas islas, ahora conocidas como Vanuatu.

Aunque Paton ofrece muchas lecciones para los cristianos de hoy, tres puntos de su autobiografía destacan para los debates contemporáneos sobre las estrategias de las misiones. (1) Paton practicó la membresía cuidadosa a la iglesia como parte de su evangelismo pionero. (2) Paton centró su ministerio en la iglesia local. (3) Paton subrayó la importancia de la paciencia.

Prácticas cuidadosas de la membresía de la iglesia

Paton se negó a considerar que el evangelismo pionero estuviera en desacuerdo con la membresía de la iglesia. Su forma de abordar el bautismo y la Santa Cena ilustra esta convicción. Por ejemplo, en su autobiografía, Paton relató cómo trató a Waiwai, un hombre que vivía en la poligamia y que comenzó a asistir a la iglesia y quiso tomar la Cena del Señor:

A la hora de la comunión, se sintió terriblemente decepcionado cuando se le informó de que no podía ser bautizado ni admitido en la Mesa del Señor hasta que hubiera renunciado a una de sus esposas, ya que Dios no permitía a ningún cristiano tener más de una esposa a la vez. Se le aconsejó que asistiera con regularidad y aprendiera más y más del cristianismo, hasta que Dios le guiara con respecto a este asunto (402)2.

En respuesta, Waiwai expresó públicamente su arrepentimiento, pero Paton «se enteró en privado» de que Waiwai probablemente estaba siendo hipócrita. Así que Paton «le reprendió por su hipocresía, advirtiéndole que Dios conocía su corazón» (403). Después de algún tiempo y pruebas providenciales, Waiwai finalmente mostró lo que parecía ser un verdadero arrepentimiento. En un discurso, Waiwai dijo: «Intenté engañar [a Paton], pero no pude engañar a DiosFingí servir al Señor, cuando solo me servía y complacía a mí mismo” (404).

Como resultado de este discurso, Paton «accedió a bautizarlo y admitirlo en la Mesa del Señor» (404).

Después de contar esta historia en sus memorias, Paton anticipó que algunos «lectores tal vez piensen que este caso de las dos esposas y el trato que le dimos fue demasiado duro con Waiwai» (405). Paton respondió: «En nuestra iglesia, tenemos que trazar la línea tan nítida como lo permita la ley de Dios entre lo que es pagano y lo que es cristiano, en lugar de minimizar la diferencia» (405).

Paton relató más tarde una historia similar que muestra sus cuidadosas prácticas de membresía eclesiástica. Recuerda que cuando «un número considerable de candidatos a la membresía» habían completado la clase de comulgantes, «después de un cuidadoso examen, aparté a nueve niños y niñas, de unos doce o trece años de edad, y les aconsejé que esperaran por lo menos otro año más o menos, para que sus conocimientos y hábitos maduraran. En efecto, habían respondido a todas las preguntas y estaban deseosos de ser bautizados y admitidos; pero temía por su juventud, no fuera que se alejaran y trajeran la desgracia a la iglesia» (414-415).

Luego de un tiempo considerable, los adolescentes volvieron a hablar con Paton. Finalmente, «después de mucha conversación, accedí a bautizarlos, y ellos accedieron a abstenerse de ir a la Mesa del Señor durante un año, para que toda la iglesia pudiera tener conocimiento y prueba de su vida cristiana constante» (415). Esto era como la primera clase de comulgantes de Paton, donde exigía que la gente «diera evidencia de entender lo que estaban haciendo, y de haber entregado sus corazones al servicio del Señor Jesús» antes de participar de la comunión (375).

Dejando a un lado los detalles de estas historias, la idea de Paton es clara: Ser cuidadosos con la membresía a una iglesia es bíblico y útil para las misiones.

Ministerio centrado en la iglesia

Paton construyó su ministerio en torno a la iglesia local. Trabajó para ver conversiones reales, así como ancianos levantados para pastorear el rebaño de Dios. Entendía que los ancianos eran fundamentales para el esfuerzo misionero. En una oportunidad, Paton escribió: «Cuando vi la diligencia y fidelidad de estos pobres ancianos de Aniwan, enseñando y ministrando durante todos esos años, mi alma clamó en voz alta a Dios: ¡Oh!, ¡qué no podría lograr la iglesia si los ancianos educados y dotados y otros en tierras cristianas se pusieran a trabajar para Jesús, para enseñar a los ignorantes, proteger a los tentados y rescatar a los caídos!» (416).

Además, vio la centralidad del Día del Señor para el discipulado. Reflexionó sobre cómo «sábado tras sábado fluían en incesante servicio y comunión», una realidad que le hizo lamentar cómo «se abusaba del Día del Señor en la cristiandad blanca» (380, énfasis original).

La importancia de la paciencia

Durante 15 años, Paton trabajó en un área no mayor que unas docenas de millas (312). Al principio, sus esfuerzos parecían infructuosos, pero en lugar de seguir adelante, se quedó allí. Incluso después de que los discípulos comenzaran a multiplicarse, él permaneció en su lugar. Reflexionando sobre su vida y su devoción a la evangelización del pueblo de las Nuevas Hébridas, escribió: «¿No es mejor tener una buena idea y vivir para ella y tener éxito en ella, que desperdiciar la vida en muchas cosas y no dejar huella en ninguna?» (443).

WANG MING-DAO (1900-1991)

Poco antes de la muerte de John Paton en 1907, Wang Ming-dao nació en 1900 en el seno de una familia cristiana en Pekín, China (hoy, Pekín se conoce como Beijing) (2).3 Ming-dao creció en torno al cristianismo occidental propagado por occidentales. Pronto denunciaría este cristianismo y comentaría que «nunca se estudiaron las verdades doctrinales» (19).

Tras convertirse a los 14 años, su vida cambió, aunque siguió profundamente disgustado por el cristianismo occidental, laxo y en gran medida antibíblico (20). Hacia los 18 años, empezó a aspirar a predicar, escribiendo: «Empecé a ver la predicación bajo una nueva luz y la consideré una labor grande e importante. Ni siquiera el presidente de un país podría cambiar el corazón de la gente» (47).

Hambriento de las Escrituras y pensando en el ministerio, leyó la Biblia seis veces en sesenta y dos días (73-74). Ming-dao ejercería un influyente ministerio de evangelización, pastoreo y discipulado en China. Murió en 1991 en Shanghai (China). Su vida transcurrió entre guerras, revueltas y hambrunas, y pasó dos décadas en prisión por su fe. Incluso en los últimos días de Ming-dao, tras ser liberado de prisión, un erudito señaló que Ming-dao «seguía siendo un símbolo incomparable de fe inflexible»4.

Aunque la vida de fidelidad de Ming-dao es un poderoso testimonio que se recordará durante siglos, hay tres puntos que destacan de su ministerio a la luz de los debates contemporáneos sobre las estrategias misioneras en relación con (1) las falsas conversiones, (2) el bautismo y (3) la disciplina eclesiástica.

El peligro de las falsas conversiones

Ming-dao vio los peligros de las falsas conversiones, especialmente de llenar las iglesias de miembros no regenerados. Lo consideraba un obstáculo importante para la evangelización. Ming-dao escribió: «Si tuviera que relatar lo que he visto y oído sobre las deplorables circunstancias de las iglesias, podría llenar un pequeño libro. Hay, por supuesto, muchas razones para esta corrupción generalizada. La principal de ellas es que se ha recibido en la iglesia a muchos que no son verdaderos cristianos» (96; cf. 89, 92, 94, 107).

Para proteger al cristianismo de las falsas conversiones, Ming-dao insistía a menudo en la importancia de los frutos de la fe, no solo de la profesión de fe. De hecho, relató una experiencia en la que aumentó su preocupación por las falsas conversiones: «Mientras les escuchaba, me di cuenta de que, aunque esas personas eran cristianas de nombre, en realidad no eran creyentes en absoluto. Se me abrieron los ojos y empecé a distinguir entre verdaderos cristianos y falsos cristianos» (66).

Más adelante, Ming-dao escribió: «Hace muchos años, yo también pensaba que los que hacían profesión de fe eran verdaderos creyentes.

Tras muchos años de dolorosa experiencia, he llegado a la conclusión de que, de los que profesan creer en el Señor, menos de la mitad lo han hecho realmente» (135).

El peligro de practicar negligentemente el bautismo

Ming-dao también vio cómo el rápido bautismo de falsos conversos conducía al tipo de cristianismo no bíblico que le repugnaba de joven. Escribe:

En marzo de 1924, fui invitado junto con más de treinta predicadores, chinos y occidentales, de todas las iglesias de la ciudad, a participar en una campaña evangelística en un campamento del ejército situado más al sur. Era la primera vez que me reunía con obreros de todas las iglesias. Desgraciadamente, las cosas que vi y oí me causaron gran ansiedad (lit. dolor de cabeza y de corazón). Algunos de estos predicadores causaron una buena impresión, pero en su mayoría eran verdaderamente indignos de ser llamados siervos de Dios. Como resultado de los seis días de evangelización hubo más de 3000 bautizados. Pero era evidente al observar cuidadosamente que solo unos pocos de ellos realmente se arrepintieron y creyeron en el Señor. El día en que todos se reunieron con entusiasmo para la ceremonia bautismal, no pude soportar ser espectador y regresé en tren a la ciudad. Esta experiencia no hizo sino hacerme reconocer con mayor claridad la corrupción, el vacío y la pobreza de las iglesias en China (77-78).

Más adelante, Ming-dao explicó con más detalle sus principios sobre las misiones y el bautismo:

A menos que estemos seguros de que una persona se ha arrepentido y ha creído en el Señor y, por tanto, se ha salvado, en ningún caso la aceptaremos para el bautismo. No indagamos sobre el conocimiento de la doctrina, solo hacemos hincapié en el arrepentimiento, la fe y la salvación. Esta experiencia debe ser evidenciada por el cambio en su manera de vivir. En algunos casos, pronto queda claro que se ha arrepentido y creído, y puede ser bautizado o bautizada sin demora. En otros casos, es más difícil estar seguro. Entonces les pedimos que espere; puede ser un año, o dos años, o incluso tres años, y solo entonces pueden ser bautizados. En algunos casos, se les pide que esperen tanto tiempo que empiezan a quejarse e incluso a enfadarse. Dejan de asistir a las reuniones. Desde luego, está bien que se haya retrasado a esas personas, porque si se convirtieran en miembros de la iglesia, no sería por el bien de ésta (124-125).

Para Ming-dao, bautizar a personas de las que no podía tener una confianza razonable en su conversión era antibíblico. Además, socavaba el esfuerzo misionero y la causa de la iglesia en China.

La importancia de practicar la disciplina eclesiástica bíblica

Ming-dao entendía que la disciplina eclesiástica era bíblica, por lo que la practicaba. Sobre el tema escribió: «Si un creyente de nuestra hermandad cae en pecado, solo tiene dos caminos: uno es confesar su pecado y arrepentirse; el otro es abandonarnos» (132). Ming-dao comprendió que había «adquirido enemigos» debido a esta práctica (132). Aceptó esta oposición porque la Escritura era su autoridad.

En su vida, Ming-Dao promovió un cristianismo marcado principalmente por las Escrituras y la cultura china autóctona, y no por la influencia occidental.

Entre Dao y Paton destaca un rasgo común: el fruto de su labor perduró. En la actualidad, China y las Nuevas Hébridas (actual Vanuatu) cuentan con importantes poblaciones cristianas. Aunque John Paton y Wang Ming-Dao sirvieron en siglos diferentes, en continentes distintos y con idiomas diferentes, ambos creían y obedecían las Escrituras. Por ello, lucharon por la pureza de la iglesia mediante las prácticas cuidadosas del bautismo y la membresía. Creían que las iglesias son un acelerador esencial y poderoso para las misiones.

 

Traducido por Nazareth Bello


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[1]. A veces se hace referencia a Wang Ming-dao como «Wong Mingdao».

[2]. Todas las citas en línea relativas a John Paton proceden de John G. Paton, The Autobiography of the Pioneer Missionary to the New Hebrides (Vanuatu) (1898; repr., Carlisle, PA: The Banner of Truth Trust, 2016).

[3]. Todas las citas en línea relativas a Wang Ming-dao proceden de Wong Ming-dao, A Stone Made Smooth, trans. Arthur Reynolds, 2ª ed. (Southampton, Reino Unido: Mayflower Christian Books, 1984).

[4]. Lian Xi, Redeemed by Fire: The Rise of Popular Christianity in Modern China (New Haven, CT: Yale University Press, 2010), 221.