Teología bíblica

La ley del amor y el amor de la ley

Por Kevin DeYoung

Kevin DeYoung es el pastor principal de University Reformed Church en East Lansing, Michigan, cerca de Michigan State University. Puedes seguirle en Twitter @RevKevDeYoung
Artículo
16.02.2022

Algunos cristianos cometen el error de enfrentar el amor contra la ley, como si fueran mutuamente excluyentes. O tienes una religión de amor o una religión de ley. Pero tal ecuación es profundamente antibíblica. Empezamos por el hecho de que “amar” es un mandamiento de la ley (Dt. 6:5Lv. 19:18Mt. 22:36-40). Si animas a la gente a amar, les estás dando ley. En cambio, si les dices que la ley no importa, pues tampoco importa el amor, el cual es el resumen de la ley. Además, considera la íntima conexión que Jesús hace entre el amor y la ley. Para Jesús no hay amor si no se guarda la ley (Jn. 14:15). Pero dice más: Jesús conecta la comunión con Dios con guardar los mandamientos. Cuando guardamos los mandamientos de Cristo, le amamos. Y cuando amamos a Cristo, el Padre nos ama. Y la persona que es amada por el Padre, es amada por Cristo y Cristo se le revela (Jn. 14:21). Por tanto, no podemos permanecer en el amor de Cristo si no guardamos sus mandamientos (Jn. 15:10). Esto significa que no hay plenitud de gozo si no buscamos la santidad (Jn. 15:11).

La ley de Dios es una expresión de su gracia. La ley es el plan de Dios para que su pueblo santificado goce de una comunión con él. Es por esta razón que los Salmos están llenos de declaraciones de deleite en referencia a los mandamientos de Dios. Incluso después de haber pasado el pacto de Moisés, el salmista es un ejemplo certero para nosotros. El hombre feliz se deleita en la ley del Señor y medita en ella de día y de noche (Sal. 1:2). Los preceptos y reglas del Señor son más dulces que la miel y más deseables que el oro (Sal. 19:10). Sí, la ley puede incitar al hombre natural al pecado (Ga. 3:1922).

Pero los que son de Dios se regocijan en sus estatutos y contemplan cosas maravillosas en su ley (Sal. 119:18). Ellos desean guardar con firmeza sus estatutos (v. 5). En los ojos del creyente la ley es todavía verdadera y buena; es nuestra esperanza, nuestro consuelo y nuestra canción. No tengamos miedo de abrazar la ley, no como el medio para merecer la justificación, pero como la expresión adecuada de haberla recibido. No hay nada de malo en que un sermón termine diciéndonos algo que tenemos que hacer. No es inapropiado que nuestra consejería exhorte a la obediencia. El legalismo es un problema en la iglesia, pero el antinomianismo también lo es. Cierto, no oigo a nadie que diga “continuemos en pecado para que la gracia abunde” (Rom. 6:1).

Esta es la peor forma de antinomianismo. Pero hablando de forma estricta, antinomianismo simplemente significa “no ley”, y algunos cristianos tienen muy poco lugar para la ley en la búsqueda de la santidad. Un erudito dice, en referencia a un pastor antinomiano de la Inglaterra del siglo 17: “Él creía que la ley servía para un fin útil al convencer a los hombres de su necesidad de un Salvador; no obstante, le daba poco o ningún lugar en la vida de un cristiano puesto que mantenía que ‘la gracia gratuita es la profesora de las buenas obras’”.

Enfatizar la gracia gratuita no es el problema. El problema está en asumir que las buenas obras fluirán de forma invariable solamente de un diligente énfasis en el evangelio. La ironía es que si convertimos cada imperativo en un mandamiento para creer el evangelio de una forma más plena, estamos convirtiendo al evangelio en una cosa más que tenemos que hacer bien, y la fe se convierte en aquello en lo que tenemos que ser mejores. “Si solo creyéramos de verdad, la obediencia se ocuparía de sí misma”. No hay necesidad de mandamientos o esfuerzo. Sin embargo, la Biblia no razona de esta manera.

La Escritura no tiene ningún problema con la expresión “por tanto”: gracia, gracia, gracia, por tanto, deja de hacer esto, empieza a hacer aquello y obedece los mandamientos de Dios. Las buenas obras siempre deberían estar arraigadas en las buenas noticias de la muerte y resurrección de Cristo, pero creo que esperamos demasiado que las cosas “fluyan”, sin hacer un esfuerzo por enseñar que la obediencia a la ley – de un espíritu dispuesto, hecho posible por el Espíritu Santo – es la respuesta correcta a la gracia gratuita. Por mucho que Lutero ridiculizara el mal uso de la ley, él no rechazó su papel positivo en la vida del creyente.

La Fórmula de la Concordia Luterana acierta plenamente cuando dice, “Creemos, enseñamos, y confesamos que la predicación de la Ley debe ser exhortada con diligencia, no solamente sobre el incrédulo e impenitente, pero también sobre los creyentes verdaderos, quienes han sido verdaderamente convertidos, regenerados y justificados por fe”(Epítome 6.2). Los predicadores deben predicar la ley sin temor. Los padres deben insistir en la obediencia sin sentir vergüenza. La ley puede, y debe, ser exhortada a los creyentes verdaderos; no para condenar, sino para corregir y promover semejanza a Cristo. Tanto los indicativos  de la Escritura como los imperativos son de Dios, son para nuestro bien, y son dados en gracia.

 

Artículo publicado primero en Coalición por el Evangelio