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La colaboración mutua: Una guía práctica
¿Qué viene a tu mente cuando oyes la palabra «denominación»?
Puedes que pienses en una jerarquía eclesiástica: un obispo o presbiterio capaz de decirle a las iglesias qué hacer. O quizás piense en una institución complicada con seminarios y agencias de envío. Por lo menos, probablemente compares una «denominación» con un grupo de iglesias que se identifican y trabajan juntas.
¿Tiene la Biblia algo que decir sobre las denominaciones? Supongamos que ignoramos esa palabra y simplemente preguntamos si las Escrituras nos dan alguna idea sobre cómo las iglesias deberían relacionarse entre sí. ¿Lo establece?
¡La respuesta es sí! Las iglesias deben relacionarse de cuatro maneras específicas e interconectadas. La forma en que se viven estas formas puede variar de una iglesia a otra y, me atrevo a decir, de una denominación a otra.
Sin embargo, me temo que muchas denominaciones han perdido de vista el bosque por los árboles: se han centrado tan enfáticamente en la cooperación para la misión que han descuidado otros aspectos bíblicos importantes que definen cómo las iglesias independientes se relacionan entre sí.
1. Las iglesias deben conocerse unas a otras
En lo mejor que podamos, las congregaciones deben saber cómo Dios está obrando en y a través de las iglesias hermanas.
Reflexiona cómo Pablo escribió desde Corinto a las iglesias de Roma, antes de visitar Roma. Probablemente aprendió mucho acerca de la obra del Señor allí a través de su asociación con Prisca y Aquila. Podía enviar saludos individuales: «Saludad también a la iglesia de su casa» (Romanos 16:5). Curiosamente, Pablo podía incluso enviar saludos desde otras iglesias: «Saludaos unos a otros con ósculo santo. Os saludan todas las iglesias de Cristo» (Ro. 16:16).
El final de muchas otras epístolas plantea el mismo punto: las iglesias del primer siglo, incluso en diferentes continentes, se conocían lo suficientemente bien como para enviarse saludos afectuosos y genuinos.
Conozco a Jeff, él pastorea una iglesia luterana del Sínodo de Missouri en mi ciudad, y también a Aaron, quien pastorea una iglesia PCA al otro lado de la ciudad. Por supuesto, también conozco a varios otros pastores bautistas en mi área. La profundidad de estas relaciones puede variar, pero nos esforzamos por saber qué está haciendo Dios en cada una de nuestras iglesias, puesto que todos estamos centrados en el evangelio.
2. Las iglesias deben animarse unas a otras
Los autores del Nuevo Testamento nos informan cómo las iglesias del primer siglo se relacionaron lo suficientemente profundamente como para compartir un estímulo genuino. Esto normalmente ocurría mediante visitas personales. Considere las palabras de Pablo en Efesios 6:21–22:
«Para que también vosotros sepáis mis asuntos, y lo que hago, todo os lo hará saber Tíquico, hermano amado y fiel ministro en el Señor, el cual envié a vosotros para esto mismo, para que sepáis lo tocante a nosotros, y que consuele vuestros corazones». (énfasis añadido).
Pablo era un apóstol con una carga única para todas las iglesias. Sin embargo, proporciona un ejemplo a seguir para los pastores y las iglesias. Así como la iglesia en Éfeso necesitaba estímulo, tu iglesia necesita aliento. Es un gozo escuchar al pastor o miembro de otra congregación decir algo como: «Me alegra que estés sirviendo, guardando la fe y compartiendo el evangelio. ¡Alabo a Dios por tu ministerio!». Un estímulo así es como el viento en las velas.
Solía pensar que el único viaje «misionero» legítimo era aquel en el que evangelizaba a los incrédulos o enseñaba a los cristianos. Sin embargo, a veces es mejor ser un Tíquico y simplemente «estar» con otro pastor o iglesia al otro lado de la ciudad o del mundo. Esta construcción de relaciones es profundamente bíblica.
3. Las iglesias deben fortalecerse unas a otras
Pablo, enviado por la iglesia de Antioquía, vuelve a ser un excelente modelo. Termina su primer viaje misionero volviendo a visitar las congregaciones que Dios usó para plantar. Vuelve sobre sus pasos con el único propósito de confirmar estas iglesias incipientes.
Considere la descripción que hace Lucas del viaje de Pablo de Derbe a Listra en Hechos 14:21-23:
«Y después de anunciar el evangelio a aquella ciudad y de hacer muchos discípulos, volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, confirmando los ánimos de los discípulos, exhortándoles a que permaneciesen en la fe, y diciéndoles: Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios. Y constituyeron ancianos en cada iglesia, y habiendo orado con ayunos, los encomendaron al Señor en quien habían creído».
Pablo no sólo plantó iglesias y esperó lo mejor. Volvió a visitar las congregaciones para fortalecerlas. ¿Por qué? Lucas identifica dos necesidades apremiantes: Primero, una iglesia necesita ser renovada espiritualmente para perseverar frente a la persecución (v22). En segundo lugar, una iglesia necesita ser gobernada bíblicamente para proteger la sana doctrina (v23).
Cuando los pastores se reúnen, a menudo «conversan» compartiendo dificultades y soluciones a los problemas. No es una reunión de chismes (al menos, no necesariamente). Son iglesias que se fortalecen unas a otras para la gloria de Dios y la salud de sus rebaños.
Nuestro mundo necesita iglesias más fieles, pero si no logramos fortalecer las iglesias existentes, corremos el riesgo de que las congregaciones se debiliten e incluso se aparten de la fe.
4. Las iglesias deben compartir entre sí
Una vez más, considere Hechos. Cuando estalló la persecución en Jerusalén, los creyentes se dispersaron (Hechos 11:19) y Dios plantó una iglesia próspera y en crecimiento en Antioquía. La iglesia en Jerusalén se enteró de la nueva congregación en Antioquía y decidió compartir lo mejor y lo más destacado: «enviaron a Bernabé a Antioquía» (Hechos 11:22). Sin duda, Bernabé fue un gran estímulo para los creyentes asediados en Jerusalén. Aun así, la iglesia lo dejó ir.
Bernabé se remangó la camisa y se puso manos a la obra. Se asoció con Pablo para ministrar durante más de un año. Luego se enteraron de que habían llegado más problemas a los santos en Jerusalén. Una hambruna azotó la tierra y sus hermanos necesitaban ayuda. La iglesia en Antioquía decidió compartir recursos materiales para servir a la iglesia fundadora: «entonces los discípulos, cada uno conforme a lo que tenía, determinaron enviar socorro a los hermanos que habitaban en Judea; lo cual en efecto hicieron, enviándolo a los ancianos por mano de Bernabé y de Saulo» (Hechos 11:29-30).
¿Cómo se compartieron estas dos iglesias entre sí? Los cristianos en Jerusalén, abundantes en líderes, enviaron a Bernabé a Antioquía. Los cristianos de Antioquía, abundantes en dinero, enviaron ayuda a Jerusalén. En la Biblia tenemos un precedente de envío de ayuda de naturaleza espiritual y material. Todo es parte de compartir con otras iglesias para la gloria de Dios.
CONCLUSIÓN
Hay muchas maneras de practicar estos cuatro principios. Las iglesias pueden formar redes informales o formales. Algunas redes son grandes y constan de miles de iglesias, mientras que otras pueden albergar sólo un pequeño grupo. Algunas redes son organizaciones de gran tamaño que normalmente se unen en torno a la misión, mientras que otras requieren un acuerdo teológico más estrecho. Los pros y los contras de estos diversos enfoques merecen un diálogo serio.
Tenga en cuenta que estos cuatro principios van juntos. Es mucho más fácil para las iglesias compartir recursos cuando ya se conocen, se animan y se fortalecen unas a otras. Piense en estos tres primeros principios como la base sobre la que se construye la cooperación y el intercambio.
Independientemente de cómo nuestras iglesias elijan relacionarse, al menos acordemos que las iglesias locales deben relacionarse conociéndose, animándose, sirviéndose y compartiendo unas con otras para la gloria de Dios y el evangelio.
Traducción, Renso Bello