Membresía

Habla solo lo que es bueno para dar gracia

Por Josh Manley

Josh Manley es pastor de la Iglesia Evangélica RAK en los Emiratos Árabes Unidos. Puede encontrarlo en Twitter en @JoshPManley.
Artículo
21.10.2021

Echa un vistazo a Twitter, a las noticias por cable o a tu grupo de mensajes más activo. Decir que las palabras amables han escaseado en el último año es más que obvio. En cualquier número de temas, considera cuántas palabras las personas han utilizado para dividir en lugar de reconciliar, para lastimar en lugar de sanar, para denigrar en lugar de enaltecer. Los palos y las piedras siguen rompiendo huesos, pero no puedes decirme que las palabras no hacen daño.

Desde tu computadora hasta tu iglesia o tu comedor, ¿Cuál ha sido tu estrategia para elegir tus palabras este año? Como quienes confiesan y sirven al Dios que habla —que creó el mundo por su Palabra y cuya Palabra da vida—, ¿hemos olvidado lo eternamente importante y poderoso que es el don de la palabra? Después de todo, el Dios Trino se ha revelado por medio de su Palabra. En Cristo, nos ha dado libertad para usar nuestras palabras para fines sorprendentes y duraderos.

¿Cómo lo sé? Por el libro de Efesios.

Efesios comienza con expresiones elevadas de la soberanía de Dios sobre todas las cosas (1:11). Pablo nos muestra la elección y el amor de Dios por su pueblo antes de la fundación del mundo (1:4). Considera cómo Dios nos levanta de la muerte espiritual a la vida espiritual (2:1-5). Revela cómo Dios nos incluye en sus planes cósmicos de unir no solo a los judíos y gentiles (2:15), sino a todas las cosas en Cristo (1:10). En Efesios, Pablo nos conduce a las impresionantes vistas de la cima de la montaña de la gloria de Dios.

Sin embargo, no nos deja allí. Nos llama a responder, o, más específicamente, a hablar. Pablo nos muestra cómo la gran obra de redención de Dios en Cristo transforma nuestras vidas y, al hacerlo, transforma nuestra manera de hablar. Pablo escribe en Efesios 4:29: «Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes».

¡Léelo una vez más! Efesios enseña que los gloriosos propósitos de Dios para el universo y su pueblo en Cristo se extienden a nuestras palabras. Sin la fe en Cristo, los corazones pecaminosos vomitan palabras que amplifican la muerte y la decadencia del mundo caído. Pero ahora, en Cristo, podemos usar nuestras palabras para dar lo que antes era imposible: gracia.

Veamos dos formas en las que esta enseñanza debería orientar nuestra manera de hablar.

1. Dios usa nuestra manera de hablar para fines que no podemos comprender del todo

Estoy seguro de que puedes recodar fácilmente palabras que te han lastimado. Pero espero que también puedas recordar momentos en que otro hermano cristiano habló intencionalmente para edificarte: cuando alguien te sorprendió con una respuesta amable cuando esperabas una palabra dura, o compartió el evangelio cuando te sentías lejos de Dios. En esos momentos ordinarios, Dios hizo algo eternamente glorioso a través de las palabras de tu hermano o hermana. Utilizó a esos creyentes para hablar lo que es bueno a fin de dar gracia.

¿Qué pasaría si realmente creyéramos que nuestras palabras pueden dar gracia? Sospecho que empezaríamos a buscar formas de emplear nuestras palabras para este fin eternamente bueno. ¿Qué pasaría si, basándonos en Efesios 4:29, consideráramos la reunión semanal de nuestra iglesia como una oportunidad indispensable para hablar palabras que edifiquen la vida de los demás? Teniendo en cuenta lo que leemos aquí en Efesios, el Dios que habla debe glorificarse de manera particular al utilizar las palabras de su pueblo redimido para lograr objetivos que no podemos comprender plenamente de este lado de la eternidad.

Todavía no podemos comprender el alcance de la gracia de Dios para sus hijos, pero sabemos que él usa nuestras palabras para extender cierta medida de gracia.

2. Dios usa nuestra manera de hablar para lo que perdura

Si hiciéramos un inventario de todo lo que hemos desperdiciado en el último año, ¿Cuántas palabras estarían en la lista?

Como con cualquier otro recurso escaso, incluso los más verborreicos tienen una cantidad limitada de palabras en su vida. Qué tragedia sería llegar al final de nuestras vidas y darnos cuenta de que hemos desperdiciado nuestras palabras en un discurso que no tenía ningún valor duradero.

Pero si hablamos lo que es bueno para dar gracia, entonces Dios usa nuestras palabras ordinarias para sus propósitos extraordinarios. Inclusive las utiliza para edificar a su pueblo en su morada en el siglo venidero (2:22). En Cristo, Dios quiere utilizar nuestras palabras para edificar lo que perdura.

No debemos reducir este mandato a una mera positividad o adulación. El habla que da gracia está saturada del evangelio. Esto implica que, a veces, hay que decir una palabra dura cuando es apropiado porque eso hará el mayor bien eterno. Implica pedir disculpas cuando nos equivocamos o animar a alguien en sus dones, aun cuando eso significa que los nuestros pasan a un segundo plano.

Piensa en el maravilloso lugar contracultural que serían nuestras iglesias locales si todos planificáramos estratégicamente el uso de las palabras para lo que se celebrará en el último día. Los planes de Dios para exaltar a Cristo, transformar el universo y cambiar el destino en Cristo incluyen el despliegue de nuestras palabras para fines eternos. En este momento cultural actual, en el que las palabras parecen ser muchas, pero las buenas parecen ser tan pocas, que nuestro deseo sea pasar los años que el Señor nos dé hablando lo que es bueno para dar gracia.

A mi generación se le exhortó con razón: «¡No desperdicies tu vida!». Para cumplir esa llamado, necesitamos escuchar otro: «¡No desperdicies tus palabras!».

Nuestros días y nuestras palabras están contados, y dentro de poco tendremos que rendir cuenta a Dios de cómo los hemos utilizado. Sus palabras son siempre verdaderas, siempre buenas y nunca se desperdician. Como hijos suyos, que las palabras que pronunciemos den gloria a su gran nombre y gracia a todo su pueblo.

Traducido por Nazareth Bello