Membresía
El tolerarse los unos a los otros
Los miembros de la iglesia de Jesucristo comprada con sangre tienen un santo llamamiento de soportarse los unos a los otros. Deléitate por un momento en esa parte del «santo llamamiento». En los eternos consejos de Dios, fuimos predestinados a la salvación (Efesios 1: 3-14). Luego, con el tiempo, fuimos insertados en un cuerpo local de creyentes para formar un afloramiento distintivo del cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:12). Es en comunidad que trabajamos por su reino eterno (Col. 3: 1-4). Nuestra vida juntos es de gloriosa misión.
Ahora considera un momento eso de «soportar». Es tan terroso que casi puedes oler el olor corporal. Soportarse unos a otros. Soporten a sus hermanos y hermanas en Cristo mientras viven juntos como familia de Dios. ¿Un deber tan extenuante amerita más que un asentimiento de pasada? Tengan paciencia conmigo.
La tolerancia es más que una delicadeza que extendemos a los miembros de la iglesia cuando es conveniente. Es una responsabilidad moral: estamos llamados a revestirnos de la virtud de «soportarnos unos a otros» en fidelidad a Cristo (Efesios 4:2; Col. 3:13; cf. Ro.15: 1). También es una habilidad moral: debemos crecer en la sabiduría para soportar, perseverar, persistir pacientemente y elegir vivir en paz unos con otros en la comunidad cristiana.
LA TOLERANCIA: AMOR EN BOTAS DE TRABAJO
La tolerancia es un concepto viable en nuestra cultura, pero tiene un olor rancio. La filosofía predominante del individualismo occidental nos orienta a desarrollar nuestro subconjunto personal de valores. Al expresar esos valores, nuestro mundo elogia la acción agresiva y el logro eficiente, incluso si debemos pisotear a otros en el proceso. Por tanto, tu jefe puede ofrecer unas palabras de elogio en una revisión de desempeño por demostrar tolerancia con los demás. Pero no es probable que aproveches esa virtud en una promoción.
La iglesia local, por supuesto, es diferente. Es una familia espiritual en la que soportarse unos a otros es una virtud que conduce a innumerables bendiciones.
A medida que aprendamos a desplegar esta virtud, debemos enfrentar la realidad de que la tolerancia se aplica principalmente en espacios donde nos encontramos con creyentes que aburren, molestan, irritan, frustran, intimidan, exasperan o simplemente nos hacen la vida difícil. La tolerancia ciertamente ocurre con la gente fácil. Pero hace flexionar tus músculos cuando nos relacionamos con personas que nos resultan difíciles.
Invariablemente, cuando los hermanos y hermanas cristianos nos aburren, molestan, irritan, frustran, intimidan o exasperan, esas respuestas viscerales tienen sus raíces en nuestras propias pasiones pecaminosas.
La tolerancia reina en esas pasiones. Expresa amor perdurable por las personas contra las que nuestra carne quiere luchar o huir. La tolerancia es amor con botas de trabajo. Con amor, todo lo soporta y todo lo sufre. Con amor, la tolerancia no es arrogante, irritable o resentida. Resiste implacablemente las debilidades, los fracasos, la locura y los rasgos, hábitos y prácticas desagradables de los miembros de la iglesia.
Esto significa soportar a ese hermano cuya personalidad gruñe contra tu espíritu, y a esa hermana cuyas preferencias nunca parecen alinearse con las tuyas. Significa soportar a ese miembro que habla demasiado o procesa demasiado lento. Significa soportar a ese miembro que ama las conversaciones incómodas, ese líder del ministerio que hace cumplir las políticas que usted encuentra ridículas y esa familia que promociona puntos de vista políticos que le dan indigestión. Significa tolerar a ese santo que lucha por liberarse de un patrón exasperante de pecado. Significa soportar a ese anciano que ha herido tus sentimientos o muestra debilidades que te frustran o molestan. Significa elegir soportar los sermones bíblicos, semana tras semana, incluso cuando duran más de lo que deseas o resultan menos cautivantes de lo que deseas.
Tales miembros de la iglesia no merecen tu tolerancia. No se la han ganado con sus actos ejemplares. De hecho, si los dejaras expuestos ante algunos incrédulos desenfrenados, tendrían una reprimenda. Pero estas mismas personas son tu familia en Cristo, y estás llamado a soportarlas tal como son, al menos por ahora.
POR AHORA, TOLERAR
De hecho, es este aspecto «por ahora» el que sostiene la tolerancia como virtuosa. Es cierto que existe una especie de tolerancia espiritualmente anémica y sin espinas que se disfraza de tolerancia. La paciencia genuina es virtuosa porque imita con celo la obra santificadora del Espíritu Santo en la vida de los redimidos. Lo soporto a él y a ella porque Dios nos soporta a todos (Hechos 13:18; Ro. 2: 4). Dios nos está cincelando lentamente a la semejanza de Cristo con toda la paciencia de un Padre perfecto.
Permítanme decirlo de otra forma: soportar a otros creyentes es una asociación activa con el Espíritu Santo. El Padre nunca renuncia a sus hijos, y el Espíritu nunca deja de soportar nuestros pecados y debilidades hasta que tiene el premio que busca: nuestra conformidad con el Hijo. Por eso, cuando no soportamos a un miembro de la iglesia, nos apartamos de los esfuerzos de santificación del Espíritu y lo contristamos.
¿TOLERAR, HASTA CUANDO?
Tenme un poco más de paciencia.
Nuestra tolerancia es incompleta hasta que reconozcamos que tiene una vida útil. La virtud de soportar a los pecadores puede convertirse en un vicio. La paciencia de Dios no es eterna. Llega el día en que su justicia vuelve injusta cualquier extensión adicional de tolerancia (Mateo 17:17; 25: 41–46). Entonces, si bien la gracia y la misericordia deben alimentar el amor perseverante por los pecadores, las iglesias locales también deben determinar cuándo la tolerancia ha recorrido su curso con un miembro que persiste en el pecado sin arrepentimiento.
La herramienta que Cristo le da a su iglesia para tomar tal determinación no es tu opinión personal y unilateral como juez y jurado, que todos hemos soportado durante suficiente tiempo. La herramienta que Dios provee es la disciplina correctiva de la iglesia. Debemos continuar soportando a cada miembro del cuerpo hasta que como iglesia determinemos unidos que debemos dejar de hacerlo. La corrección disciplinaria constituye una extensión final de la tolerancia, con la esperanza de que el miembro que yerra se arrepienta y sea restaurado a la comunión (Mateo 18: 15-20). Pero, no es hasta que la asamblea pronuncie un llamado al arrepentimiento que podemos suspender la tolerancia.
Hasta entonces, debemos soportarnos unos a otros con amor constante y con los ojos puestos en la gloria. Entonces, cuando sea más difícil tolerar a otro miembro de la iglesia, recordemos al que eligió amarnos cuando éramos su enemigo (Ro.5:8). Recordemos que él, igualmente eligió amar a ese miembro difícil. Recordemos que muy pronto, cuando todos estemos glorificados en la presencia de nuestro Salvador, no habrá nada más que resistir. El amor habrá ganado. Para siempre.
Traducido por Renso Bello.