Pastoreo
El Pastor Irreprensible
“Palabra fiel es ésta: si alguien aspira al cargo de obispo , buena obra desea hacer. Un obispo debe ser, pues, irreprochable, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, de conducta decorosa, hospitalario, apto para enseñar, no dado a la bebida, no pendenciero, sino amable, no contencioso, no avaricioso. Que gobierne bien su casa, teniendo a sus hijos sujetos con toda dignidad; (pues si un hombre no sabe cómo gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la iglesia de Dios?) No debe ser un recién convertido, no sea que se envanezca y caiga en la condenación en que cayó el diablo. Debe gozar también de una buena reputación entre los de afuera de la iglesia, para que no caiga en descrédito y en el lazo del diablo”, 1 Timoteo 3:1-7.
¿Cómo podemos cumplir a cabalidad con esta larga lista de aparentes imposibles? ¿Qué esperanza de efectividad y éxito podemos albergar aquellos que “hemos puesto las manos en el arado”, si nuestra tarea requiere de tan grande estatura espiritual y madurez emocional? En fin, ¿cómo lo hacemos? Aquí algunos consejos prácticos que debemos implantar a la brevedad posible en nuestra vida personal y ministerial.
VIDA DEVOCIONAL
No existen atajos aquí. No hay manera de poder sustituir el poder y la gracia de Dios en nuestras vidas. Si alguien necesita la verdad de Dios plantada en el corazón y la presencia del Espíritu Santo en su vida, ese es el ministro de Dios. La Palabra dice que “Dios no puede ser engañado”, y es probable que la congregación tampoco. La gente sabe cuando su pastor ha estado en “el secreto con Dios”, porque la unción del Espíritu fluye de nosotros hacia ellos en palabra, exhortación y amor. Es imperativo que saquemos un tiempo diario, fijo, disciplinado, no-negociable, para tener intimidad con Dios.
VIDA MATRIMONIAL
Si nuestra casa no está en orden, nada más lo estará. Los pastores somos en sobremanera tercos y orgullosos para aceptar nuestros problemas matrimoniales. Asuntos de conducta y carácter, de manejo de finanzas, de insatisfacción o disfunción sexual, problemas emocionales y de salud mental, tienen que ser tratados con premura, ya que incidirán negativamente en todo lo demás. Para ello necesitamos médicos, consejeros profesionales y pastores amigos, a los cuales nos sometamos en amor y humildad. No tenemos que probarle a los demás lo “perfectos” que somos; el que conoce el evangelio sabe que la imperfección y la debilidad es nuestra realidad, y entonces busca en humildad la luz de Cristo vertida a través de hermanos fieles a Dios que han sido comisionados para ser nuestra bendición. En fin, no podemos ser ejemplo a otros si nuestra casa, la prueba irrefutable de nuestro liderazgo y carácter, está destruida por el orgullo y la arrogancia.
CONDUCTA Y CARÁCTER PERSONAL
Los asuntos de moralidad, de ética y de relaciones interpersonales requieren de una relación de mentoría externa, una especie de discipulado personal manejado por líderes pastorales de más experiencia que nosotros. Es crucial buscar siervos de Dios, con suficiente testimonio y años de experiencia ministerial, a los cuales podamos someternos en amor y humildad, para que ellos nos lleven de la mano en la solución de conflictos personales y crecimiento individual. Como ejemplo, en estas sesiones habituales de consejería y mentoría podremos diseñar estrategias para evitar caer en la pornografía o en alguna relación extramarital, lecturas y ejercicios para mejorar nuestras habilidades interpersonales, y desarrollar soluciones administrativas para evitar la tentación del dinero y el poder. El mentor se convierte en aquel hermano al cual le hemos “confesado nuestros pecados” y con el que podemos orar para recibir sabiduría y socorro para el momento de la necesidad.
VIDA MINISTERIAL
Todo pastor necesita rodearse de un “equipo de iguales”, un grupo de ancianos con las características de 1 Timoteo 3, que nos ayuden a tomar decisiones sabias, y mantengan nuestros pies “en la tierra”. La posición de pastor, sobre todo aquellos predicadores muy carismáticos en su ejecución, trae consigo la admiración y el respeto de la congregación y la vecindad. Pero esta admiración fácilmente puede convertirse en un ciclo enfermizo de auto-gratificación, en donde alimentamos el ego y el orgullo por nuestro éxito, mientras le damos mucho tiempo y atención a aquellos que nos elevan a un pedestal. Una esposa “ayuda idónea” y un equipo pastoral centrado en el evangelio, son el mejor antídoto a esta necedad que destruirá nuestro ministerio y nuestra alma. No seamos “llaneros solitarios” ministeriales, lo que denota un problema de orgullo espiritual y una sobreestimación de nosotros mismos. Dios no nos llamó a subir la escalera del éxito personal hasta llegar “solitos” al lugar más elevado; eso fue lo que intentó hacer el diablo y terminará hirviendo en el lago de fuego eterno.
UNA ÚLTIMA ADVERTENCIA
En el libro de Jeremías vemos repetidamente la advertencia del derramamiento de la ira de Dios sobre un pueblo que dejó al Señor para seguir los ídolos y la obstinación de su corazón. En el corazón de la debacle del pueblo estaba la pobre función de los sacerdotes y profetas de la época. Ellos, los que manejaban la enseñanza de las Escrituras y la exhortación al pueblo, habían dejado a Dios y aborrecían su Ley, y habían corrido tras el adulterio, la inmoralidad, el abuso espiritual, y la avaricia. Habían convertido la casa de Dios en “cueva de ladrones” y le pasaban la mano al pecado del pueblo, porque ellos mismos vivían en grande inmoralidad.
“Si salgo al campo, veo muertos a espada; y si entro en la ciudad, hay enfermedades por el hambre. Porque tanto el profeta como el sacerdote andan errantes en una tierra que no conocen” (Jeremías 14:18).
¿Cómo queremos ser recordados en la tierra? ¿Cuál es el galardón que esperamos en el cielo? ¿Qué mencionarán los vivos cuando hayamos pasado a morar nuestra eternidad? Ojalá y puedan testificar que fuimos hombres de Dios, gente de una sola pieza, intachables e irreprensibles, que servimos bien a nuestra congregación y a nuestra ciudad. Pero sobre todo, que el día que lleguemos frente al trono eterno de Dios, escuchemos una voz “como estruendo de muchas aguas” que proclame: “Ven buen siervo y fiel, en lo poco has sido fiel, en lo mucho te pondré. ¡Entra en el gozo de tu Señor!”.
Artículo publicado primero en Coalición por el Evangelio