Membresía

El individualismo expresivo y la iglesia

Por Carl Trueman

Carl Trueman es profesor de estudios bíblicos y religiosos en el Grove City College de Grove City, Pensilvania.
Artículo
06.07.2022

Hay un peligro real para los cristianos al evaluar muchos de los desarrollos modernos respecto al ser humano, bien sea en los temas de sexo y sexualidad, el aborto, eutanasia o simplemente lo que podemos llamar la naturaleza generalmente egocéntrica de la vida consumista moderna.  Ese riesgo es el mismo cometido por el fariseo en el templo, el mismo que pronuncia las palabras: «te doy gracias, Señor, que no soy como los otros hombres». Esa oración inmediatamente lo establece aparte de sus contemporáneos y lo excusa a sí mismo, al menos ante su propia mirada de los problemas morales de su época.

INDIVIDUALISMO EXPRESIVO EN LA ADORACIÓN CONTEMPORANEA

Si el individualismo expresivo es la típica manera en que la gente piensa acerca de si misma y su relación con el mundo, entonces los cristianos deben comprender que ellos también están profundamente implicados. No podemos extraernos más (nosotros mismos) de nuestro contexto social y cultural y de las intuiciones que nuestro contexto cultiva, de que podemos abandonar nuestros cuerpos y flotar hacia la luna. En efecto, nuestro primer pensamiento no debe ser el del fariseo, sino el de los discípulos cuando Jesús les dijo que uno de ellos lo traicionaría: «¿Soy yo Señor?». Semejante enfoque no solo reflejará y reforzará la humildad apropiada, también puede precisamente ayudar a liberarnos un poco de la cultura que nos rodea. Conocer cómo el mundo nos anima a pensar y vivir nos equipará para poder resistirlo.

Es simple de poner: el individualismo expresivo impregna la vida cristiana moderna. Aquellos de nosotros que asistimos a iglesias con una estética de un culto tradicional probablemente señalaríamos los canticos de alabanza modernos y su estilo de adoración como evidencia de esto. Muchos cristianos ven el culto como un momento para «expresarse así mismo», al hacerlo, ellos destacan el beneficio de la espontaneidad, o los arreglos musicales que juegan con las emociones, o las letras que se enfocan en los sentimientos en primera persona del singular. Eso es un fruto al alcance de la mano para demostrar el caso de que el cristianismo moderno está profundamente moldeado por el individualismo expresivo.

Si bien la expresión de sentimientos en la adoración ciertamente no está mal —los Salmos están repletos de esto— el enfoque en las emociones frecuentemente se convierte en un fin en sí mismo, en lugar de una etapa en el camino para hacer que esos sentimientos se ajusten a la Palabra de Dios. El estado psicológico interior del salmista siempre debe ser interpretado en última instancia a través de la ventana de la revelación de Dios. Incluso el Salmo 88, el salmo más sombrío con las expresiones de desolación más dolorosas, se dirige a Dios al principio por su nombre del pacto. La desesperación incluso debe ser ubicada dentro del contexto del compromiso del pacto de Dios con su pueblo. En el mundo del individualismo expresivo; no obstante, la verdad de las emociones no está establecida en su conformidad con la revelación de Dios, sino en la sinceridad de su expresión. Cuando eso caracteriza un cántico de adoración, sea en términos de la letra o de la música, es sumamente problemático.

Así que hay razones legítimas para ver el individualismo expresivo en la adoración contemporánea.

Pero la situación es mucho más sutil que eso, y los tradicionalistas de la adoración no tienen una causa legítima para llegar a las palabras de la oración del fariseo simplemente porque ellos son tradicionalistas. Si uno de los elementos centrales del individualismo expresivo es la noción de que el individuo toma decisiones sobre la vida en función de sus preferencias personales, no hay razón por la que la elección tradicionalista de, digamos, la liturgia del Libro de Oración Común sobre los cantos de alabanza modernos sea en sí misma irrefutable. Evidencia de que el individualismo expresivo no está en el trabajo. Las palabras pueden ser superiores y más sustanciales desde el punto de vista teológico, pero eso no significa que mi elección no esté impulsada principalmente por una preferencia estética personal más que por un valor verdaderamente objetivo.

Aquí está la pregunta clave es: «¿Por qué adoramos?» No «nosotros» como en una noción abstracta del pueblo de Dios, sino «nosotros» como individuos. ¿Adoramos para sentirnos bien o adoramos como respuesta al ser y la obra de un Dios santo, y así conformarnos (y comprender nuestras experiencias y sentimientos) a la luz de ese Dios? A menos que sea esto último, estamos permitiendo que nuestra propia complicidad en el individualismo expresivo dirija nuestra adoración.

INDIVIDUALISMO EXPRESIVO Y COMPROMISO DE LA IGLESIA

Pero el individualismo expresivo afecta más que solo la adoración. También da forma a cómo pensamos sobre el compromiso de la iglesia. Este problema es aún más complicado de analizar. La libertad de religión es un bien social. ¿Quién de nosotros quiere vivir en un país donde nos enfrentaríamos a un proceso judicial y tal vez a prisión por practicar nuestra fe cristiana? Sin embargo, aquí está el problema: cuando un país disfruta de libertad religiosa, el poder se inclina hacia la congregación y las iglesias individuales se convierten en competidores en el mercado religioso.

A diferencia de la Edad Media en Europa, o incluso del mundo de la Reforma antes de que los viajes a distancia se volvieran rápidos y fáciles, el cristiano de hoy no puede evitar tener que elegir una iglesia. Después de todo, casi siempre hay más de una opción. Puede que no todos usemos la odiosa frase «compras en la iglesia», pero ninguno de nosotros puede evitar hacerlo. La libertad de religión como la democracia misma, no es una virtud absoluta. Sin embargo, es preferible a alguna de las otras opciones.

Y esto se aplica no simplemente a la elección inicial de la congregación, sino al compromiso continuo con esa congregación. Los votos de membresía deben ser solemnes y serios. Y, sin embargo, ¿cuántos se rompen rutinariamente cuando la gente se muda de una iglesia a otra por las razones más triviales? Nuevamente, esto es individualismo expresivo, manifestándose como una forma de consumismo religioso. Si hay algo que no me gusta en la iglesia, tal vez sea la elección de corbata del pastor (o su falta de corbata), tal vez sea el himnario o el orden de adoración, o tal vez sea solo el hecho de que el murmullo inicial de ser un nuevo miembro se ha desvanecido, puedo mudarme a otro lugar que se adapte mejor a mis gustos.

Esto quizás encuentre su resultado más dramático en el gobierno de la iglesia y el discipulado. El individuo expresivo es el individuo soberano. Todas las demás relaciones, con otras personas, con instituciones, con quienes ocupan cargos en dichas instituciones, están subordinadas a las necesidades y sentimientos personales de mí como individuo. Por tanto, puedo elegir si reconozco su autoridad. Puedo elegir lo que debería implicar mi compromiso con ellos y cómo debería tratar cualquier consejo que me den. Yo decido cómo debería responder a cualquier intento de reprenderme o disciplinarme. Soy el árbitro soberano de lo que es bueno para mí. Todos los demás prácticamente no pueden darme nada más que un consejo piadoso basado en su opinión.

¿CÓMO PODEMOS ESCAPAR?

Dado que el individualismo expresivo define nuestro ambiente cultural en este momento, y que los cristianos no estamos más exentos que nadie, quizás haya aquí una tentación a la desesperación. ¿Cómo podemos escapar de aquello de lo que no podemos escapar? Al igual que nuestra naturaleza pecaminosa, el individualismo expresivo es algo que informará nuestras intuiciones y nuestro entendimiento hasta el día de nuestra muerte. Sin embargo, al igual que con nuestra naturaleza pecaminosa, hay cosas que podemos hacer.

En primer lugar, es importante simplemente ser conscientes de la realidad de nuestra situación, ya que eso nos permite realizar un autoexamen.

En segundo lugar, debemos reflexionar conscientemente sobre los motivos reales de algunas de nuestras creencias y conductas más intuitivas. Por ejemplo, ¿por qué vamos a la iglesia a la que vamos? ¿Por qué disfrutamos de su adoración? Por supuesto, tal reflexión debe estar moldeada por lo que Martín Lutero llamó «la Palabra que viene de afuera», es decir, la predicación regular de la Palabra de Dios que, aplicada por el Espíritu, hace posible tal autoexamen.

Y finalmente, debemos arrepentirnos de nuestro individualismo expresivo no solo en general sino en aquellas áreas específicas que el Espíritu nos trae a la atención.

¿Es este un enfoque perfecto? Está lejos de allí. Como con todas las áreas de la santificación, es una que nunca será perfeccionada en esta vida. Pero eso no significa que no pueda haber un crecimiento empoderado por el Espíritu. Y eso es por lo que debemos orar.

Traducido por Renso Bello