Clases esenciales: El Dinero

El Dinero – Clase 1: El Propósito de Dios para las Riquezas

Por CHBC

Capitol Hill Baptist Church (CHBC) es una iglesia bautista en Washington, D.C., Estados Unidos
Artículo
29.08.2017

  Descargar Manuscrito en formato Word
  Descargar Folleto del Alumno en formato Word

 

Clase esencial
El Dinero
Clase 1: El Propósito de Dios para las Riquezas


ORACIÓN
I. Introducción
¡Bienvenido a la primera clase de este seminario básico de seis semanas! La finalidad de nuestro tiempo juntos será ayudarnos a entender mejor el propósito de Dios sobre cómo usamos nuestro dinero y nuestras posesiones.

Ahora bien, hay una gran cantidad de libertad cristiana en este tema. Por tanto, no profundizaremos en los detalles específicos del presupuesto o de la distribución de los bienes de alguien. No obstante, discutiremos los principios bíblicos generales sobre el dinero y las posesiones. Así que, si vas a la última página del folleto, encontrarás los temas que intentamos cubrir.

Para empezar,  miremos una parábola que Jesús contó en Mateo 25:14-30. Si gustas puedes buscarla en tu biblia, pero permíteme hacer solamente un breve recuento. En Mateo 25, Jesús cuenta la parábola de un hombre que yéndose lejos, confió varias cantidades de dinero a sus tres siervos, a cada uno conforme a su capacidad.

El primero recibió 5 talentos, el segundo recibió 2 talentos, y el tercero recibió 1 talento.[1] Después de regresar de su viaje, el hombre llamó a sus siervos para que ellos rindieran cuentas de cómo habían usado su dinero. Los dos primeros siervos trabajaron el dinero y lo duplicaron. Por esto, el señor elogió su fidelidad y los llamó “buenos”, concediéndoles más responsabilidad y una parte en su felicidad. Pero el tercer siervo fue negligente y malo, y escondió el dinero en un hoyo en la tierra. Por esta razón, el señor lo reprendió, tomó su dinero, y lo echó fuera de su casa.

Bien, esta parábola es una gran manera de empezar a pensar en nuestro dinero y en nuestras posesiones terrenales, a lo que llamaremos «riquezas» en esta clase. Así que, utilizaremos esta parábola como un bosquejo, al examinar al señor, a los siervos y su administración.

II. El Señor: Dios

Primero, observaremos al señor. Ahora, es peligroso suponer que todo en las parábolas de Jesús significa algo distinto—como en una alegoría. Pero en este caso, el señor sí representa a alguien. ¿Quién sería ese? [Dios] ¿Por qué? [Porque Dios está por encima de todo]. Una correcta comprensión de las riquezas comienza con Dios en su relación con su creación.

A. Dios es el dueño de todo

Todo le pertenece a Dios. Él es el dueño de toda riqueza terrenal. Dios es el dueño porque él creó todas las cosas (Gn. 1). Y puesto que Dios creó todo las cosas, eso quiere decir que él también tiene derecho sobre todo lo que ha creado.[2] David escribe en el Salmo 24:1-2, «De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo y los que en el habitan. Porque él la fundó sobre los mares, y la afirmó sobre los ríos». [3]

Por otro lado, el señorío de Dios también significa que él no debe nada a su creación. Dios le dijo a Job, «¿Quién me ha dado a mí primero, para que yo restituya? Todo lo que hay debajo del cielo es mío» (Job 41:11). Dios no necesita las riquezas de su creación, pero todo es suyo para hacer con ello como a él le parezca.[4]

Ahora, cuando Dios creó todo, ¿cómo lo llamó? Él lo llamo «bueno», atribuyéndole valor—o riqueza—a su creación. Sin embargo, cuando el pecado entró al mundo, ¿destruyó la bondad de las riquezas? ¡No! Escucha a Pablo en 1 Timoteo 4:4. «Porque todo lo que Dios creó es bueno, y nada es de desecharse, si se toma con acción de gracias».

De hecho, ¡el disfrute de las riquezas puede glorificar a Dios! Esto es lo que Pablo dice dos capítulos después en 1 Timoteo 6: «A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos». Así que allí, lado a lado, vemos que Dios nos da riquezas para nuestro disfrute—y que no deberíamos poner nuestra esperanza en las riquezas.

Algunos cristianos aplauden la idea de vivir en pobreza y seguir un estilo de vida ascético lejos de las riquezas y el placer. Pero eso no es lo que la Biblia enseña. La abnegación está instituida en la Escritura, sin duda. No obstante, así como las riquezas pueden ser usadas para bien o para mal, lo mismo sucede con la abnegación. El asceta que ve el sufrimiento como una forma para expiar el pecado y la vergüenza, termina edificando su autoconfianza en vez de edificar su santidad—y termina apartándose de la gracia de Dios en lugar de complacerlo. La abnegación puede ser tan autoservicial como las riquezas.

En conclusión: Dios es dueño de todo. Él no debe nada a nadie. Todo lo que él ha hecho es bueno—y eso incluye nuestras riquezas. El secreto para manejar bien el dinero no es huir de él, es someterlo al señorío de Cristo.

B. Dios da a las personas sus riquezas

Bien, si Dios es el dueño de todas las riquezas de este mundo, entonces eso quiere decir que él también es quien nos da nuestras riquezas (Gn. 1:28-30), como hizo el señor con sus siervos en la parábola. «Porque, ¿qué tienes que no hayas recibido?» (1 Co. 4:7). Esto incluye todo—la familia, la educación, los dones espirituales, el trabajo, la iglesia.

El rey David reconocía esto. Los israelitas contribuyeron con sus pertenencias en la construcción del templo. Y esto es lo que David ora a Dios en respuesta: «Las riquezas y la gloria proceden de ti… Oh Jehová nuestro Dios, toda esta abundancia que hemos preparado para edificar casa a tu santo nombre, de tu mano es, y todo es tuyo» (1 Cr. 29:12,16).

Observa, también, en la parábola, que el señor dio diferentes cantidades de dinero a cada siervo. Él no dio a todos la misma cantidad. Aunque la Escritura ordena a las personas más pudientes en la iglesia a invertir sus riquezas para ayudar a los hermanos que se encuentran en necesidad (1 Juan 3:17), sería incorrecto para nosotros concluir entonces que Dios piensa que la desigualdad de riquezas es pecado. Dios da a cada uno su parte en esta vida. «Jehová empobrece y él enriquece; abate y enaltece» (1 S. 2:7). Lo importante es cómo administramos lo que Dios nos ha dado.

III. Los siervos: El hombre

De acuerdo, si Dios es el señor en la parábola, ¿quiénes serían los siervos? [Nosotros]. Y si Dios es el dueño de todo, entonces, ¿cómo deberíamos mirar las riquezas que poseemos? [Solamente como administradores][5].

A. ¡No somos dueños de lo que tenemos!

De todo lo que estaremos conversando hoy, la idea más difícil de aceptar en nuestras mentes (y corazones) es entender que, ¡no somos dueños de lo que tenemos! El auto que compraste el mes pasado—no es tuyo. El diploma en tu pared, o los hijos en tu casa, o el dinero en tu cuenta bancaria—no es tuyo, no son tuyos, no es tuyo.

En nuestra naturaleza pecaminosa, no nos gusta admitir esto. En cambio, somos propensos a decir, «Me gané esto, así que, es mío. ¡No me digas que hacer con él!» Pero si estamos de acuerdo con la Escritura, entendemos que todas las cosas finalmente le pertenecen a Dios.

Esta es una gran razón por la que las personas no quieren seguir a Dios y por la que el joven rico se fue triste en Lucas 18. No quieren someter sus riquezas o sus vidas al señorío de Dios. Pero cuando comprendemos que nuestras riquezas no son nuestras, sino de Dios, somos liberados de llevar una gran carga para lo cual no fuimos diseñados. Nos libera de la tiranía de este mundo—que nos hace pensar que somos sus dueños, cuando en realidad es todo lo contrario. Nos libera de ser egoístas porque nuestras riquezas no son nuestras en primer lugar; son de Dios. ¡Podemos ser generosos! Este es un gran concepto que tiene implicaciones para todo lo que poseemos.

En su libro Deseando a Dios, John Piper da una ilustración sobre alguien que entra en un museo de arte con las manos vacías.[6] Mientras el hombre entra en las habitaciones, comienza a quitar los cuadros de las paredes y los coloca debajo de su brazo. Cuando se le pregunta, «¿Qué está haciendo?» Él responde, «Me estoy convirtiendo en un coleccionista de arte». «Pero esos cuadros no son suyos». Entonces la persona contesta, «Por supuesto que son míos. ¿No ve que los tengo bajo mi brazo?». Qué tonto. Y sin embargo, ¿no es así como a menudo actuamos? Todo lo que tenemos es de Dios. No traemos nada a este mundo, y no podemos llevarnos nada (Ec. 5:15; 1 Ti. 6:7).

B.    Sólo somos administradores de lo que se nos ha dado

Entonces, ¿qué somos? Somos administradores. Un administrador es alguien a quien se le ha confiado las riquezas de otro y es responsable de manejarlas velando el interés superior del propietario.[7]

En el principio, Dios no sólo creó al hombre; él creó al hombre con una tarea: Gobernar la tierra y cuidar de ella.[8] Fuimos creados para ser administradores de su creación. Así que, cuando los israelitas llegaron a la Tierra Prometida, Dios les prohíbe vender la tierra a perpetuidad, porque la tierra es suya y ellos solamente son extranjeros y forasteros.[9] Fue únicamente por la gracia de Dios que ellos pudieron tomar posesión de la tierra en primer lugar (Ex 20:2). Esta relación fue diseñada para mantener su confianza en Dios y para llevarlos finalmente a tomar posesión de un mejor país—¡uno celestial![10]

Entonces, si somos administradores de todas las riquezas que hemos recibido, ¿de qué manera cambia esto nuestra idea acerca de nuestras cuentas bancarias, nuestros autos, nuestras casas, y demás bienes terrenales? [1) No deben usarse para nuestro único propósito, sino para el de Dios; 2) Seremos responsables por la manera en que usamos las riquezas de nuestro señor (Romanos 14:12); 3) Debemos justificar la manera en que usamos todas nuestras riquezas, no sólo lo que damos a la iglesia, sino también lo que invertimos en nosotros mismos; 4) Enriquecerse no es un fin por sí mismo].

¿Preguntas o comentarios?

IV. Administración pobre: Evidencia de incredulidad

Ahora que hemos distinguido entre el señor y los siervos en nuestra parábola inicial, hagamos también una distinción entre los tipos de siervos, empezando por el que fue infiel.

¿Qué hizo el siervo infiel que fue negligente y malo? [Escondió el dinero en la tierra] Y la consecuencia es que él es llamado el menor en el reino de los cielos, ¿cierto? [No: Él es arrojado a la oscuridad—al infierno].

¿En serio? ¡El infierno parece una consecuencia muy grave para algo tan simple como enterrar dinero! ¿Qué sucede aquí?

Permíteme describir más detalladamente lo que hicieron los siervos. Los siervos fieles confiaron en que su señor regresaría como él había dicho—y así, arriesgaron absolutamente todo por su promesa. No se guardaron nada. Pero el siervo infiel decidió jugar a lo seguro. O bien pensó que su señor tal vez no regresaría como había prometido—o que cuando lo hiciera, la fidelidad no sería recompensada. Por tanto, él jugó una estrategia de reducción de riesgos—enterrar el talento y hacer otras cosas con su tiempo.

Los siervos fieles confiaban en la palabra y en la bondad de su señor; el siervo infiel no tenía fe en ninguna de ellas. Y, como Jesús dice en otra parte, no puedes servir a Dios y al dinero. Quizá, puedes creer que puedes jugar para ambas partes y complacer a ambos señores—pero al final, tu deseo de hacerlo demuestra que no tienes fe en Dios. Demuestra que no eres cristiano.

Por tanto, del siervo infiel aprendemos que lo que haces con tu dinero es una señal de si tienes o no la fe salvadora—fe en las promesas de Dios y fe en la bondad de Dios. Esta parábola no trata sobre ser un cristiano «bueno» o «mediocre»—como si esas categorías existiesen. Trata acerca de la diferencia entre el cielo y el infierno.

V. Administración fiel: Glorificar a Dios

Así que, si eso es lo que significa ser un administrador pobre, pasemos el resto de nuestro tiempo considerando lo que significa ser un administrador fiel.

En la parábola, ¿por qué los dos primeros siervos fueron elogiados como buenos y fieles? [1)  Fueron obedientes; obedecieron inmediatamente; 2) Pensaron bien de su señor; 3) Fueron productivos y tomaron riesgos (fe); 4) Recibieron beneficios rentables; 5) Fueron pacientes hasta el regreso de su señor].

Vemos que ser un administrador fiel es usar las riquezas a la manera de Dios. 

A. La motivación del siervo fiel

No obstante, ¿por qué deberíamos hacer esto? ¿Cuál es el motivo de nuestra fidelidad en la administración? Permíteme darte dos.

El primero tiene todo que ver con el Dios a quien servimos. Dios no sólo nos enseñó qué hacer con nuestras riquezas, él lo hizo—en amor. Pablo dice, «Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos» (2 Co. 8:9). En amor, Jesús se humilló a sí mismo como el siervo sufriente, obedeció perfectamente al Padre, y murió en una cruz para que su pueblo compartiera su herencia (Gá. 4:7). Su riqueza fue gastada para hacernos ricos.

La marca del que ha sido perdonado por Cristo es el amor a Dios—y el amor a Dios incluye ciertamente un deseo de usar nuestro dinero para agradarle. «Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios» (1 Pedro 4:10).

El segundo motivo tiene que ver con el juicio final. En la parábola, el señor regresó un día y aclaró cuentas con los siervos. Bien, del mismo modo nosotros también esperamos un día de juicio. Como cristianos, somos perdonados de todos nuestros pecados y recibiremos vida eterna. Pero la Escritura dice, «Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo» (2 Co. 5:10). Lo que hacemos en la tierra todavía tiene implicaciones para ganar recompensas en el cielo… o perder esas recompensas. «Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará» (Gá. 6:7). ¿Influye eso en tus decisiones financieras? Debería. ¿Cuándo esperamos que Cristo regrese? Hoy, ¡por supuesto! ¿Estás preparado para rendir cuentas?

B. Dios establece los términos de cómo usamos las riquezas

Dios no solamente provee motivación. Como dueño de todo, él también establece los términos de cómo deberíamos usar las riquezas que él nos confía. Proverbios está lleno de esta clase de consejos. Debemos ser diligentes y no negligentes (Pr. 10:4), sabios y no necios (Pr. 8:18-19, 17:16), humildes y no orgullosos (Pr. 22:4), generosos y no tacaños (Pr. 11:22, 16:3), honestos y no mentirosos (Pr. 13:11), justos y no pecadores (Pr. 13:21). Debemos buscar el consejo (Pr. 15:22), practicar la abnegación (Pr. 23:1-2), y confiar en Dios (Pr. 28:25).

Al hacer todo esto, Proverbios no está garantizando que siempre ganarás riquezas, pero generalmente son predicciones verdaderas, y es como debemos entenderlas.

Ahora bien, si Dios regula las riquezas, entonces él debe tener un propósito para hacerlo, ¿cierto? Y ese propósito es glorificarse a sí mismo. Esto es lo que Pablo entiende en 1 Corintios 10:31, «Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios».

Hay muchas maneras de glorificar a Dios, pero una actitud piadosa hacia nuestras riquezas dice mucho acerca de quién es nuestro Dios. Lo que hacemos con nuestro dinero exalta al evangelio y es un testimonio de la clase de Dios al que servimos.

Por ejemplo, cuando agradecemos a Dios por lo que hemos recibido, glorificamos a Dios como el dador de todas las cosas (Ef. 5:19). Y cuando ofrendamos las primicias, glorificamos a Dios como digno de confianza (Mt. 6:33). Cuando estamos contentos con nuestras riquezas, glorificamos a Dios como suficiente para suplir nuestras necesidades (Fil. 4:12, 19-20). Cuando usamos nuestras riquezas de manera sacrificial para ayudar a otros, glorificamos a Dios como amoroso y misericordioso.

Así que, para ser un administrador fiel, debemos usar nuestras riquezas con el propósito de glorificar a Dios, exaltar su nombre y enaltecer el evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Ahora, una manera obvia de hacer esto es dando a la iglesia para apoyar a sus ministerios y pastores (Gá. 6:6; 1 Co. 9:9-14).[11] Pero nuestras ofrendas a la iglesia no son todo lo que Dios mira. Es mucho más radical que eso. Podemos usar nuestro auto para dar aventones antes y después de los servicios. Podemos usar nuestra casa para extender hospitalidad y evangelizar  (3 Juan 8). Podemos usar nuestro dinero pasa suplir las necesidades de otra persona que no puede retribuirnos (1 Juan 3:17), para proveer para una familia (1 Ti. 5:8), para compartir con otros (He. 13:16; Lucas 3:11) o para prestar (Salmo 37:26; Lucas 6:35). Hay muchas maneras de glorificar a Dios con nuestras riquezas, y Dios nos da una amplia libertad en esto.

C. Dios es glorificado cuando buscamos beneficios rentables

De acuerdo, de vuelta a nuestra parábola: Los siervos fieles fueron productivos con las riquezas que recibieron, ganando un beneficio. Asimismo, Dios también se glorifica cuando buscamos beneficios rentables. Sin embargo, el sistema de valores de Dios es bastante diferente al del mundo. ¿Qué es valioso en su economía? Déjame dejarte con tres ideas:

1. Invierte en el valor real hoy

Cada vez que gastamos dinero en algo, siempre hay un costo de oportunidad asociado con eso—podríamos haber invertido el dinero en algo más para un propósito distinto. Dios quiere que tomemos en serio estas comparaciones al comprar. Y algunas de las cosas que podemos hacer con nuestro dinero valen más para Dios hoy que otras.

De vuelta en Proverbios, vemos muchas comparaciones hechas con las riquezas. Por ejemplo, vemos que la sabiduría es mejor que las piedras preciosas (Pr. 8:10-11). El temor a Dios es más importante que un gran tesoro (Pr. 15:16). La justicia es más importante que el dinero (Pr. 15:6, 16:8), y una buena reputación es más importante que grandes riquezas (Pr. 22:1). En otros lugares vemos que nuestra fe en Dios es más importante que el oro (1 Pedro 1:7), y la salvación es mejor que ganar el mundo entero (Marcos 8:36).

Ahora, obviamente el dinero no puede comprar la salvación (Pr. 11:4; Hechos 8:18-20). Y no puede comprar la fe, la esperanza o el amor, pero ciertamente puede ser usado para desarrollarlos y practicarlos. La viuda en Marcos 12:41-44 entendió esto cuando echó sus dos monedas de poquísimo valor en el tesoro del templo, todo lo que tenía para vivir. Ella usó su dinero para aumentar su fe en Dios, y esto glorifica a Dios. Así que, cuando prestas dinero a un amigo en necesidad incluso cuando no sabes si él o ella será capaz de pagarte—estás  usando tu dinero para fortalecer tu fe y definir bien tus prioridades. Cuando usas tu auto para darle un aventón a un hermano a la iglesia, estás usando tu dinero para ayudarle a recibir la palabra de Dios. Y en la economía de Dios, esa es una transacción inteligente.

  1. Enfócate en el futuro

Sin embargo, más allá de invertir nuestro dinero en el valor real hoy, Dios también nos llama a pensar en el futuro. Después de todo, la razón por la cual esas cosas que acabo de mencionar (la fe, las relaciones, la palabra de Dios) son valiosas es porque a diferencia de tu dinero y tu auto, ellas serán de valor en el cielo. El hecho es que nuestras riquezas terrenales son fugaces. Proverbios dice, «No te afanes por hacerte rico; sé prudente, y desiste. ¿Has de poner tus ojos en las riquezas, siendo ningunas? Porque se harán alas como alas de águila, y volarán al cielo» (Pr. 23:4-5).[12]

«John D. Rockefeller fue uno de los hombres más adinerados que jamás haya vivido. Después de su muerte, alguien preguntó a su contador, ‘¿Cuánto dinero había dejado John D.?’ La respuesta fue clásica: ‘Él dejó… todo’. No puedes llevártelo».[13]

Si vas tomar un versículo de nuestro tiempo hoy para meditar en él, que sea lo que Jesús dice en Mateo 6:19-21:

«No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón».[14]

 Se ha dicho que no puedes llevártelo… pero puedes enviarlo por adelantado. ¿Qué harías si vieras en las noticias que en 10 días la moneda de tu país sería suspendida y se empezaría a usar la moneda de otro país? Cambiarías todo lo que tienes a la moneda del otro país, ¿no es así? ¡Inmediatamente! Abandonarías lo que está a punto de perder valor e invertirías en lo que conservará su valor. Bien, Jesús nos ha dicho que eso es exactamente lo que sucederá. En algún momento del próximo siglo, todo el dinero que tengas será inservible para ti (ya sea porque estarás muerto o porque Jesús ha regresado)—pero tienes la oportunidad de usarlo ahora para invertir en el tesoro eterno que jamás perderá valor.

Pero lo que hacemos con nuestras riquezas es mucho más que un indicador; es un factor determinante. «Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón». La manera en que terminas usando tu dinero, conducirá tu corazón al bien o al mal. Si yo invierto acciones en Krispy Kreme, naturalmente, estaré preocupado por el bienestar de la compañía. ¡Puede que incluso tenga que visitar la tienda con más frecuencia! «Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón».

Así que, ¿cuál es la segunda manera de gastar el dinero de una forma que agrade a Dios? Haciéndolo con nuestros ojos enfocados en el futuro—cuando no haya más dinero.

  1. Maximiza los beneficios

Y una tercera cosa a tomar en cuenta: No sólo queremos obtener algunos beneficios rentables en nuestras riquezas, Dios quiere que maximicemos esos beneficios. Colosenses 3:17, «Y todo lo que hacéis… hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él». Nuestras vidas deberían maximizar la gloria de Dios. Dios todavía tiene el resultado final a la vista—el resultado final de su gloria. Y él promete bendecir a los que confían en él usando sus riquezas para este propósito.

Al igual que los administradores fieles en nuestra parábola, estamos llamados a apostarlo todo—a arriesgarlo todo confiando en la promesa de Dios de que él regresará, y recompensará a aquellos que hayan vivido con fe en él. Tus financias deberían evidenciar la declaración de Pablo en 1 Corintios 15: «Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres». Si resultara que las promesas de Dios no eran reales, alguien que viera tus financias diría, «Oh, que lamentable. Habría hecho algunos cambios si supiera que Cristo no regresaría». O miraría tus finanzas y diría, «Esto es un desastre. Apostó todo a la promesa de Dios». ¡Apuesta todo a la promesa de Dios!

¿Preguntas o comentarios?

VI. Conclusión

 Para concluir, quiero resumir todo con tres libertades que encontramos al poner estos principios en acción. El mensaje principal de la clase de hoy es que Dios es el dueño de todo—incluso de lo que tú piensas que eres dueño. Y cuando realmente creemos eso y lo ponemos en práctica:

  1. Nos libera de nuestras circunstancias. Si mi auto es golpeado por un árbol y me quedo sin los $2,000 que quería dar para la iglesia a final de año—pero realmente creo que le pertenecen a Dios—mi nivel de estrés disminuye. «Oh—supongo que no necesitaba eso para cumplir sus planes para mí». Él está en control. Él podía haber puesto ese árbol en otro lugar. Pero confío en que él tiene algo mejor en mente que yo. Un trabajo perdido, un mercado de valores caído, un techo con fugas: Todas esas cosas pueden estar dentro del buen plan de Dios para mí. Vivir como si Dios es el dueño de todo, es lo que nos permite decir junto con el apóstol Pablo que hemos aprendido el secreto de estar contentos sin importar las circunstancias.
  1. Nos libera de la idolatría del materialismo. El materialismo dice que yo compro cosas para ser feliz. Pero si Dios es el dueño de todo, no hay nada que compre porque piense que eso me hará feliz—ni siquiera una entrada al cine o un algodón de azúcar. Compro algo porque poseerlo me hará un mejor administrador que poseer algo más. Compro para el placer de Dios y no para el mío—reconociendo, por supuesto, que algunas veces mi disfrute de su creación es lo que le da placer a Dios. Pero para el cristiano, el disfrute de las riquezas nunca es un fin en sí mismo. Es siempre un disfrute derivado—porque finalmente estoy viviendo para el placer de Dios. Así que, si nunca compro nada simplemente porque creo que me traerá placer, me he liberado de la tiranía del materialismo.
  1. Nos libera para ser generosos. Para el mundo, la generosidad es la parte que me pertenece que estoy dispuesto a compartir. Para el cristiano, la generosidad es la parte sobrante de Dios una vez que proveo para mí. Glorifico a Dios al proveer para mí; glorifico a Dios al proveer para otros. De modo que, el forcejeo que ocurre en el corazón del hombre mundano que quiere ser generoso—entre este buen deseo y su propio egoísmo—desaparece una vez que el hombre llega a ver a Dios como el dueño de todo. Este principio nos libera para ser generosos.

Para concluir, Dios es el dueño de todo, y todo lo que tenemos es una administración de él. Como dijo un arzobispo de Canterbury del siglo XVII: «Él que provee para esta vida, pero no toma cuidado de la eternidad [puede parecer] sabio por un momento, pero [es] un tonto para siempre».[15] Procuremos ser administradores fieles usando nuestras riquezas para la gloria de Dios.

ORACIÓN

APPENDIX A

Cita sobre las posesiones del hombre

«Una vez, un hombre angustiado montó su caballo hasta donde se encontraba John Wesley, gritando, ‘Sr. Wesley, ¡ocurrió algo terrible! ¡Su casa se incendió completamente! Wesley sopesó la noticia, luego respondió calmadamente, ‘No. La casa del Señor se incendió completamente. Eso significa una responsabilidad menos para mí». (The Treasure Principle, R. Alcorn, p. 26)

Para ser usado en la sección «Enfócate en el futuro»

En el letrero afuera del edificio de la iglesia hay una cita del misionero martirizado Jim Elliot, que resume bien esta verdad. Dice «No es tonto el que da lo que no puede mantener para ganar lo que no puede perder». ¡No hay nada como invertir en valores garantizados por el cielo!

¿Cuál es la diferencia entre ascetismo y abnegación?

Sería como ir a la casa de un amigo y tener un buen plato de carne preparado para ti. El asceta ve el plato como algo excesivo—las hamburguesas serían algo más razonable—y se niega a comerlo. Él piensa que esto agradará a su amigo, pero en cambio, el amigo se siente ofendido de que el asceta no sea agradecido y se niegue a comer esta buena comida preparada para él. Por otro lado, el que practica la abnegación bíblica agradece el plato de carne y participa de él, pero cuida de comer solamente lo que su amigo le da, sin dejar nada ni ser un glotón por más de lo que se le ha servido. Con éste, el amigo está contento.

Añade los resultados de la revisión de una cartera en la sección «Buscando beneficios rentables»

Esto hablaría de rendición de cuentas. ¿Has abierto tu cartera a otro cristiano para rendir cuentas? Recuerda, no es sólo en lo que gastamos las cosas, sino también la razón por la que estamos gastando.

 

[1] Un talento era una gran suma de dinero.

[2] Jesús insinuó el derecho de Dios sobre todas las cosas cuando dijo dad a Dios lo que es de Dios en Mateo 22:15-22.

[3] Ve también Deuteronomio 10:14.

[4] Ve Hechos 17:24-25.

[5] Algunas personas pueden responder que somos deudores, pero esto no abarca completamente el concepto. Un deudor recibe activos con la única obligación de pagar de vuelta la cantidad. Un administrador también tiene la obligación de usar los activos para los propósitos del amo.

[6] John Piper, Desiring God, p. 161.

[7] Ve Lucas 16:10-12.

[8] Ve Génesis 1:26, 28-30; 2:15.

[9] Ve Levítico 25:23.

[10] Ve Hebreos 11:13-16 y Filipenses 3:20.

[11] Efesios 4:28 y 2 Tesalonicenses 3:7-8 también demuestran que proveer para la iglesia es un medio de edificar la unidad en el cuerpo de Cristo.

[12] Ve también Salmos 39:6, 49:16-17.

[13] Randy Alcorn, The Treasure Principle, pp. 17-18.

[14] Ve también 1 Timoteo 6:17-19 y Salmo16:11.

[15] John Tillotson según lo citado por Randy Alcorn, Money, Possessions and Eternity, p. 137.