Misiones
¿Deberían los misioneros buscar «personas de paz»?
«Todas las personas que conocemos están en un caminar espiritual».
Hace poco me encontré con esta afirmación impresa en un folleto de un estudio bíblico de evangelización. Cuando veo un texto como éste en contextos eclesiásticos y ministeriales, tengo dos respuestas. Por un lado, es cierto que debemos empezar con el no creyente en su propio terreno. Esto implica entablar una conversación, aprender lo que cree y contextualizar nuestra presentación del evangelio de forma adecuada.
También es cierto que todas las personas que conocemos están en un «caminar espiritual». Todos, en términos de la eternidad, vamos a alguna parte. O avanzamos hacia la vida eterna o nos dirigimos hacia el infierno (cf. He. 9:27).
Pero, por otro lado, me temo que tales afirmaciones revelan una teología poco bíblica. Además, afirmaciones como «todo el mundo está en un caminar espiritual» plantean preguntas misionológicas desafiantes. ¿En qué sentido puede alguien ser un «buscador»? ¿Los no creyentes se dedican a la búsqueda honesta de la verdad espiritual o, mejor aún, pueden hacerlo?
En América del Norte, estas preguntas se complican con los movimientos de sensibilidad al buscador, de crecimiento de la iglesia y de atracción. Ciertamente, hay verdades contenidas en cada una de las filosofías ministeriales representadas por estos movimientos: las iglesias deberían ser hospitalarias con los no creyentes que visitan sus reuniones (1 Co. 14:24), las iglesias sanas deberían perseguir el crecimiento evangelístico (Hch. 2:41), y una iglesia que exalta a Cristo es la reunión más atractiva del cosmos (Ef. 3:10).
Las implicaciones se extienden también más allá de América del Norte cuando hablamos del concepto y la estrategia relacionados con las «personas de paz» (cf. Lc. 10:6). Puede que no te resulte familiar, pero esta estrategia de «personas de paz» es bastante popular en el extranjero. ¿Qué o quiénes son estas personas de paz? Según David y Paul Watson: «Tienen tres características principales: Están abiertas a una relación contigo. Tienen hambre de respuestas espirituales para sus preguntas más profundas. Y compartirán lo que aprendan con los demás». Estas son las personas que los misioneros deberían buscar, ya que hacen que la evangelización y la plantación de iglesias sean más rápidas y fáciles.
Todo esto suena muy prometedor, pero vale la pena preguntarse: Cuando salimos al campo misionero, ¿deberíamos esperar enfrentarnos a preguntas honestas, a una incredulidad hostil, o a ambas?
Antes de salir corriendo a predicar el evangelio, ganar almas y hacer discípulos, debemos conocer algo de la doctrina bíblica acerca del hombre. Según las Escrituras, el hombre no es moralmente neutro, y tampoco lo son sus creencias ni sus sentimientos con respecto a las realidades espirituales.
LA ANTROPOLOGÍA BÍBLICA
El testimonio bíblico sobre la responsabilidad del hombre de buscar a Dios es múltiple: se ordena al hombre buscar a Dios, que se ofrece como el gran objeto de toda nuestra búsqueda y anhelo:
- «y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón» (Jer. 29:13)
- «para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros» (Hch. 17:27)
- «Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan» (He. 11:6)
- «Yo amo a los que me aman, y me hallan los que temprano me buscan» (Pr. 8:17)
- «En ti confiarán los que conocen tu nombre, por cuanto tú, oh Jehová, no desamparaste a los que te buscaron» (Sal. 9:10)
Es innegable que la Escritura ordena a todos los portadores de su imagen que busquen a Dios. Pero se requiere un salto lógico para suponer que Dios concede así a los seres humanos caídos la capacidad de hacerlo por sí mismos. En términos de la naturaleza humana pecaminosa, no hay buscadores de Dios, ni en el campo misionero ni en ningún otro lugar. «No hay quien entienda,
no hay quien busque a Dios» (Ro. 3:11; cf. Sal. 14:1-3, 53:1-3). Nadie que viva «según la carne» puede hacer nada que Dios le agrade (Ro. 8:8), lo que ciertamente incluye buscarlo con fe. Nadie es un «buscador» espiritual en un sentido moralmente neutro del término.
Así, Dios obra para atraer a los incrédulos a Cristo (Jn.12:32) al menos de dos maneras, empleando medios naturales y sobrenaturales, de los cuales solo uno es verdaderamente determinante. Dios ordena medios secundarios por los cuales los incrédulos son expuestos al testimonio del evangelio, tales como conversaciones humanas, relaciones, circunstancias y sufrimiento. Estos medios no son eficaces en sí mismos. Todos hemos experimentado conversaciones con incrédulos en las que, providencialmente, se vieron impulsados a entrar en un servicio de la iglesia, enviar un correo electrónico a un amigo cristiano, o llamar a un creyente a medianoche con preguntas espirituales, sin embargo, estas circunstancias a menudo no resultan en la conversión.
Para que se produzca la conversión, el Espíritu Santo debe intervenir en la regeneración, cambiando el corazón (Ez. 36:26) y haciendo que el individuo sea capaz de aprehender e inclinarse hacia Dios (2 Co. 4:3-6). Dios, en Cristo, nos busca (Lc. 19:10). Nadie puede venir a Cristo si el Padre no lo atrae soberanamente (Jn.6:44). Cuando buscamos a Dios, es solo porque él nos ha buscado primero, ya que únicamente las personas regeneradas pueden ser descritas como buscadoras de Dios (cf. Jn. 3:3, He. 11:6).
Cuando buscamos a Dios, es solamente porque él nos ha buscado primero.
¿Qué significa esto para los términos que empleamos en nuestros esfuerzos misioneros, como «buscador» o «persona de paz»?
LA TEOLOGÍA EN LA PRÁCTICA
No debemos considerar a los incrédulos como imparciales, negando los efectos noéticos del pecado. El evangelio conlleva una ofensa necesaria; es un llamado a arrepentirse y abrazar al Señor, cuya muerte sangrienta descarta los cargos de nuestros crímenes cósmicos. Si consideramos a los incrédulos como imparciales, inevitablemente evitaremos la naturaleza escandalosa de este mensaje en un intento de apelar a la sensibilidad humana (cf. 1 Co. 1:18).
La aplicación de una teología bíblica del pecado y de la muerte espiritual del corazón del hombre no consiste en que dejemos de llamar a los incrédulos para que «[busquen] a Dios mientras pueda ser hallado» (Is. 55:6). Antes bien, reconociendo que su capacidad de búsqueda depende totalmente del poder de Dios, no confiamos en los medios de persuasión meramente humanos en nuestra evangelización.
Al igual que Pablo, renunciamos a lo «oculto y vergonzoso» y nos negamos a «[andar] con astucia, y [adulterar] la palabra de Dios»; más bien, mediante la «manifestación de la verdad recomendándonos a toda conciencia humana delante de Dios» (2 Co.4:1-2). Y, en la medida en que no nos disculpemos por la ofensa de la cruz, la nueva fe de nuestros oyentes «no [estará] fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios» (1 Co. 2:5).
Esto no significa que debemos dejar ser hospitalarios, de organizar estudios bíblicos evangelizadores o de participar en un proceso significativo de preguntas y respuestas con los no creyentes. Significa, sin embargo, que confiamos en el Espíritu de Dios para que conceda la regeneración, la fe y el arrepentimiento a nuestros oyentes por el único medio del contenido simple y sin adornos del evangelio, que es Cristo mismo.
Al tratar de confiar en los medios ordinarios de la proclamación en nuestro ministerio, sostengo que la lección se aplica mucho más allá de los confines de nuestros púlpitos o incluso de las paredes de nuestras iglesias. Nuestra antropología debe atravesar la tierra y el mar hasta llegar a nuestra misionología.
DE «BUSCADOR» A «PERSONA DE PAZ»
Mientras que el término «buscador» se ha asociado con el movimiento de crecimiento de la iglesia en Norteamérica en particular, «persona de paz» se ha alojado en el léxico de las misiones modernas.
En el lenguaje misionero moderno, una persona de paz es alguien a quien Dios coloca y prepara providencialmente para que escuche el evangelio y lo difunda a otros. Sus practicantes obtienen esta idea del ministerio de Jesús. Cuando Jesús envía a sus 72 discípulos en Lucas 10 para anunciar el evangelio del reino al pueblo judío, añade estas instrucciones: «En cualquier casa donde entréis, primeramente decid: Paz sea a esta casa. Y si hubiere allí algún hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; y si no, se volverá a vosotros. Y posad en aquella misma casa, comiendo y bebiendo lo que os den; porque el obrero es digno de su salario. No os paséis de casa en casa» (vv. 5-7).
La estrategia de buscar en oración la conversión de un individuo clave con la esperanza de influir en una unidad social, aunque no siempre es posible o conveniente, es ciertamente válida. Debemos orar y trabajar por conversiones grupales, no solo individuales: «Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa» (Hch. 16:31). Pero también es posible aplicar esta estrategia con demasiado celo. ¿Pretendía Jesús establecer un paradigma intemporal que todos los misioneros deban seguir en todas las situaciones? ¿Deben los cristianos modernos «No [llevar] bolsa, ni alforja, ni calzado; y a nadie [saludar] por el camino» (v. 4)? Puesto que Jesús dijo: «No os paséis de casa en casa», ¿debemos imponer una suspensión a la evangelización de puerta en puerta? Ciertamente, las palabras de Jesús se aplican a las misiones modernas, pero importar todas sus instrucciones a nuestro contexto crea problemas.
También es posible malinterpretar el concepto de persona de paz e introducir las mismas suposiciones antropológicas erróneas que hacemos con el concepto contemporáneo de «buscador». ¿Deben entenderse las personas de paz como regeneradas sin escuchar el evangelio? ¿Las religiones paganas contienen el contenido de la fe salvadora?
La respuesta a todas estas preguntas se encuentra en el contexto bíblico.
EL CONTEXTO IMPORTA
En esta conversación acerca de la «Persona de la Paz» falta trágicamente la comprensión del singular contexto redentor-histórico de Lucas 10. Inmediatamente después de que Jesús envía a los 72 (vv. 1-12), pronuncia el ay sobre las ciudades incrédulas de Israel (vv. 13-16) y explica la soberanía de Dios en la evangelización y la salvación (vv. 17-24). A esto le sigue una conversación en la que expone la justicia propia de un abogado judío (vv. 25-37). No debemos perder el punto de vista de Lucas aquí: está contrastando la expansión del reino con el endurecimiento espiritual del Israel étnico contra el Mesías.
En pocas palabras, Lucas 10 registra el envío de los 72 discípulos en una misión única, por todo el Israel incrédulo, para anunciar la oferta del reino. Este es un punto central de la trama de los cuatro Evangelios. Los judíos étnicos están sometidos a un endurecimiento (Mt. 13:13-15, Mr. 4:12, Jn. 12:40, Ro. 11:25, Hch. 28:25-28; cf. Is. 6:9-11), que se convierte en el catalizador final de la misión gentil. El juicio sobre Jerusalén es inminente (Mt. 24:1-2, 34). Este juicio tuvo lugar en el año 70 d. C., cuando los romanos destruyeron el Templo y masacraron a más de un millón de judíos. De ahí que la misión de Jesús a sus 72 discípulos en Lucas 10 y pasajes paralelos tenga importantes consecuencias en el siglo I. El antiguo pacto estaba llegando a un final convulso. Era la última oportunidad para que aquella generación de israelitas étnicos abrazara a su verdadero Rey.
Claramente, el énfasis de nuestro Señor en estas instrucciones altamente contextuales a sus discípulos era la urgencia e inmediatez de su misión a Israel. Curiosamente, nunca se nos habla expresamente de ningún caso en el que los discípulos encontraran realmente a una «persona de paz» o si se produjeron después conversiones en todo el pueblo. En un texto paralelo, Jesús comenta que sus discípulos «no [acabarán] de recorrer todas las ciudades de Israel», antes que venga el Hijo del Hombre en juicio temporal contra Israel (Mt.10:23). Para los judíos, era ahora o nunca. Y para los discípulos, ésta fue la madre de todos los viajes misioneros a corto plazo.
Otro factor contextual que falta en la discusión misionológica es una definición bíblico-teológica de la frase griega real υἱὸς εἰρήνης; se traduce mejor como «hijo de la paz». Dentro de Lucas 10, es una suposición e imposición descarada sobre el texto leer la frase como referida a la preparación previa a la evangelización. Chad Vegas argumenta convincentemente que la frase un «hijo de paz» solo puede referirse correctamente a alguien que responde visiblemente al evangelio en la fe, señalando que, en el contexto de los Evangelios, «recibir» a Jesús o a sus discípulos es aceptar las buenas noticias del reino y unirse así a ese reino (Mt. 10:14, 40-41).
AVANZANDO
¿A dónde nos lleva esto en lo que respecta a la aplicación misionera contemporánea del concepto de persona de paz? Me gustaría sugerir cuatro consideraciones cruciales.
1. Deberíamos esperar en oración que Dios atraiga a las personas hacia él
Pidamos a Dios que ponga en nuestro camino a sus elegidos. En Corinto, el Señor Jesús animó a Pablo: «tengo mucho pueblo en esta ciudad». Pablo siguió predicando porque los elegidos de Dios aún debían ser atraídos. Pablo escribió más tarde: «todo lo soporto por amor de los escogidos» (2 Ti. 2:10). Lo mismo deberíamos hacer nosotros. Tenemos el privilegio de ser el medio humano por el que Dios lleva a cabo su plan sobrenatural de atraer hacia sí a su pueblo atesorado (cf. Ef. 1:5, 11-13). Si entendemos que las personas de paz son simplemente aquellas que son atraídas eficazmente por Dios para creer en el evangelio, estamos de acuerdo con las Escrituras. Pero si agregamos algo a esta definición, nos salimos del contexto de Lucas 10. Desafortunadamente, el uso moderno de la frase —y la estrategia que involuntariamente ha inspirado— a menudo va más allá de esta definición y del contexto de Lucas 10.
2. Debemos derivar nuestras metodologías de textos más claros
Como se ha señalado anteriormente, Lucas no vuelve a mencionar el concepto de persona de paz en su Evangelio, al menos no de forma explícita. Tampoco los otros sinópticos utilizan esta frase. Cuando los discípulos informan sobre su misión con Jesús (vv. 17-20), no se menciona explícitamente a las personas de paz.
Esto no quiere decir que Lucas 10:6 no sea inspirado ni autorizado. Sin embargo, se trata de decir que, por regla general, las metodologías ministeriales deben basarse en pasajes prescriptivos y didácticos que hablen claramente de los temas relevantes. Cuando se utilizan textos descriptivos y narrativos para informar nuestras metodologías, deben emplearse dentro del contexto de la instrucción más clara. En Hechos, Lucas documenta a múltiples personas que podrían describirse adecuadamente como «personas de paz», entre ellas Lidia, el carcelero de Filipinas y el eunuco etíope. Pero igualmente prevalecen a lo largo de la narración los recurrentes discursos apostólicos en los que el evangelio se proclama indistintamente a todo un grupo. No debemos ser demasiado selectivos en cuanto a las partes del modelo apostólico que decidimos imitar.
3. No debemos confundir a las personas de paz con los llamados «buscadores»
Este es el meollo del asunto. Si importamos una antropología defectuosa a nuestra misionología, en efecto, socavaremos el argumento que nos sirve de apoyo: la predicación. El hombre incrédulo y pagano en su depravación no está en una búsqueda de la verdad moralmente neutral. Solo Cristo puede abrir los ojos espiritualmente ciegos, y lo hace mediante la proclamación de la Palabra.
Un tema afín que no se puede explorar aquí en profundidad es el concepto neotestamentario de «temerosos de Dios» como Cornelio (cf. Hechos 10:2). Aunque el caso de Cornelio es ciertamente único, lo que textos como Hechos 10 no proporcionan es autorización para suponer que los grupos de personas modernas no alcanzadas y no comprometidas puedan ser salvadas sin escuchar y creer el evangelio (cf. Ro. 10:9-17).
4. No nos atrevemos a presumir de conocer la voluntad secreta de Dios
¿Cómo podemos identificar a los elegidos? No podemos. Solo una vez que seamos testigos de una respuesta creíble de fe al evangelio tenemos razones para identificar a una persona como «elegida». Por tanto, los problemas surgen cuando empezamos a adivinar quién es “pacífico” antes de presentar el evangelio.
Se dice que Charles Spurgeon bromeó una vez diciendo que predicaba el evangelio a todo el mundo indistintamente porque, desafortunadamente, los elegidos no están marcados con tiza en la espalda. Si Spurgeon pronunció o no estas palabras es menos relevante que la idea que se transmite. La Gran Comisión nos ordena llevar el evangelio a todos sin discriminación ni distinción. No podemos estar tan preocupados por encontrar personas especiales, apartadas. Si lo hacemos, entonces fallaremos en ser evangelísticamente francos con todos.
Los problemas surgen cuando empezamos a adivinar quién es «pacífico» antes de presentar el evangelio.
Tampoco debemos esperar que Dios atraiga a alguien hacia él simplemente por su estatus social dentro de una comunidad. A menudo se asume que una persona de paz es una persona influyente en su unidad social, de tal manera que su decisión de seguir a Cristo podría influir en toda una familia o pueblo para hacer lo mismo.
Si bien podemos orar para que los conversos potenciales sirvan como influenciadores dentro de sus unidades sociales, como probablemente fue el caso de Felipe y el eunuco etíope (Hch. 8:26-40), Lucas 10 no nos promete incondicionalmente tales guardianes. Contrario a las teorías contemporáneas, no podemos hacer que la iglesia se multiplique de forma sociológica. No tenemos derecho a discriminar. De hecho, a menudo no son los ricos, influyentes o respetados —las porristas y los jugadores de fútbol, podríamos decir— a quienes Dios llama. Más bien, «lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia» (1 Co. 1:28-29). Somos responsables de obedecer la misión de Dios, pero los resultados están a merced de la voluntad soberana de Dios; gracias a Dios.
Ciertamente, Dios puede preparar encuentros para nosotros, como el del eunuco etíope, pero debemos aprender a darle gracias por sus providencias extraordinarias mientras descansamos contentos en sus caminos ordinarios.
CONCLUSIÓN
Oremos para que Dios disponga providencialmente los encuentros evangélicos adecuados con las personas adecuadas. Pidamos al Señor de la mies que salve no solamente a individuos sino a grupos. Pero también prediquemos el evangelio indiscriminadamente a todos y no solo cuidadosamente a algunos.
Traducido por Nazareth Bello