Ministerio

Cuando el hijo de un pastor se descarría

Por David Gough

David Gough es el ex pastor de la Iglesia Bautista Temple Hills en Temple Hills, MD, un organismo local al que sirvió durante 13 años. Antes de eso, se desempeñó como presidente del Departamento de Ministerios Educativos en Washington Bible College durante 25 años.
Artículo
10.05.2022

Hace poco me encontré con un viejo amigo. Habíamos servido juntos en el ministerio de la iglesia local, pero no nos habíamos visto en varios años. Después de que él aceptara el llamado a pastorear en otro estado, perdimos el contacto. Hubo intercambios ocasionales de correos electrónicos y la tarjeta anual de Navidad, pero nada más.

Fue un placer verle. Pero cuando nos preparábamos para despedirnos, la conversación adquirió de repente un tono sombrío. «¿Puedo pedirte que ores por algo?», preguntó. Se le llenaron los ojos de lágrimas y su voz, normalmente fuerte, se debilitó. Se disculpó y se tomó un momento para serenarse. Durante los siguientes minutos me contó la desgarradora historia de su hijo, que recientemente se había alejado de la fe.

Lamentablemente, ya había escuchado la historia de mi amigo. Otro hijo de pastor, descarriado. Criado en un hogar cristiano, que aparentemente había creído en Cristo desde muy joven, memorizaba las Escrituras, servía como líder en el grupo de jóvenes y participaba en actividades misioneras; la historia era demasiado familiar. Casi de la noche a la mañana y sin previo aviso, su hijo tuvo una epifanía: ya no creía en nada de eso. El evangelio y las afirmaciones del cristianismo ya no tenían sentido para él, si es que alguna vez lo tuvieron.

UNA HISTORIA FAMILIAR

No escribo como mero observador o simpatizante, sino como padre y pastor que ora por sus propios hijos descarriados. Cuán desesperadamente anhelo que abracen la fe que les fue enseñada y modelada imperfectamente. He esperado durante años que el Señor los llame de regreso, incluso mientras lucho con mi propio sentimiento de fracaso por el curso de vida que eligieron seguir actualmente. ¿Qué podríamos haber hecho mi esposa y yo de manera diferente? ¿Cómo podríamos haber hecho más atractivo el evangelio? El sentimiento de culpa que a veces siento, legítimo o no, suele ser abrumador.

El ministerio es lo suficientemente complicado cuando las cosas marchan bien, pero se vuelve doblemente difícil cuando el camino elegido por nuestros pródigos se aleja del Señor y pesa mucho sobre nosotros. Hermanos, necesitamos que otros nos ayuden a seguir adelante cuando la carga se vuelve demasiado pesada como para llevarla solos. Tal vez los siguientes recordatorios resulten útiles para proporcionarnos apoyo y reorientar nuestra perspectiva.

1. No intentes hacerlo solo

Rodéate de un grupo de hombres fieles y de oración. Tal vez esto involucre a los ancianos de tu iglesia con los que sirves. O tal vez sea un pequeño grupo de colegas pastores en los que has llegado a confiar. Deben ser hombres con los que estés dispuesto a ser vulnerable y transparente, que no te juzgarán ni aumentarán la culpa y el dolor que ya sientes.

Debes estar dispuesto a recibir las críticas apropiadas por parte de otros hombres fieles. Probablemente descubrirás que tu situación no es tan «única» como imaginabas, que no estás tan solo en el dolor que sientes. A medida que estos hermanos te ayuden a replantear tu perspectiva, el camino a seguir se hará más llevadero. Aunque la recuperación de tus hijos no será inmediata, disfrutarás de una visión más clara de Aquel cuyas manos sostienen la misericordia y la gracia que tanto necesitas.

2. No finjas ante tu congregación

Los miembros de la iglesia tienden instintivamente a admirar a sus pastores. Los consideran inmunes o que han superado los inconvenientes cotidianos a los que se enfrentan habitualmente. Esto ocurre especialmente cuando se trata de problemas en el hogar. Por esa razón, los pastores pueden sentir la necesidad de enmascarar las luchas que implican los hijos caprichosos. Creen que esto ayuda a su ministerio, pero en realidad es más probable que lo obstaculice.

Como pastores, no debemos sentirnos apenados o avergonzados de revelar nuestras propias imperfecciones como padres. No debemos minimizar los resultados decepcionantes para proteger nuestra reputación. Incluso el hombre de Dios más respetado tiene «pies de barro», y no debemos ceder a la tentación de fingir que estamos exentos. Puede ser totalmente apropiado admitir que estamos dolidos, y pedir oración por nosotros y por nuestras familias. Considera la posibilidad de entrelazar discretamente breves viñetas de tus propias luchas como padre en un sermón ocasional, teniendo cuidado de no decir demasiado. Pero conviene hacer una advertencia: debemos evitar hacer esto con demasiada frecuencia o con demasiada vehemencia, no sea que seamos culpables de querer que nos compadezcan.

3. Nunca dejes de amar a tus hijos, de amarlos de verdad

A pesar de lo que algunos piensan, los pastores no tienen «todas las respuestas». Tampoco creemos tener todas las respuestas. En privado, lo sabemos muy bien, pero en público a veces no nos gusta admitirlo. Rara vez podemos discernir lo que Dios está haciendo «entre bastidores». Esto es así en la vida de nuestros hijos, quizá especialmente cuando están «lejos de casa». Así que evita culpar a una causa específica, y en su lugar recibe la problemática providencia como una lección de humildad de parte del Señor.

 Sin embargo, nuestro amor por ellos no debe desvanecerse. Tampoco se debe dar de forma condicionada. Abrazar calurosamente a nuestros hijos sin aprobar el estilo de vida que han elegido es una habilidad que se practica, y no se debe fingir. Si esperamos mantener las líneas de comunicación abiertas para el evangelio, debemos aprender a amarlos bien, aunque se desvíen.

Es en este punto donde los pastores a veces se desvían en sus emotivas apelaciones a sus hijos descarriados. Considera cómo el Señor no desistió cuando nos encontrábamos en el «país lejano», y cómo su amor constante nos atrajo finalmente hacia él (Lucas 15:11-32 LBLA). No debemos menos a nuestros hijos. Por tanto, sigamos orando para que el Espíritu Santo les conceda fe y arrepentimiento para que se aparten del pecado y abracen al Salvador.

4. Aférrate a la gracia de Dios

No tenemos ninguna garantía de que nuestros hijos llegarán a la fe salvadora. Pero sabemos con absoluta certeza que el Dios al que servimos es bueno y perfecto en todos sus caminos. Es misericordioso y justo. Mientras suplicamos persistentemente a nuestro Padre Celestial que perdone y salve a estos preciosos seres que amamos, que nuestra confianza dependiente en él nunca se desvanezca. Solo él es nuestra esperanza y solo en él confiamos.

En las últimas palabras de la profecía de Malaquías, se nos dice que el Señor «hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres» (Malaquías 4:6). Por supuesto, esto no significa que Dios salvará a todos los hijos de pastores que hayan abandonado la fe. A algunos los salvará; su rebeldía terminará en su salvación. A otros no los salvará; su rebeldía terminará en su destrucción.

Así que la pregunta que nos queda es difícil: ¿Seguiremos sirviendo fielmente al Señor sin ataduras… incluso sin aquellas que están ligadas a nuestro propio corazón?

«¿El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?» (Génesis 18:25). Esta seguridad nos da esperanza tanto a mi amigo como a mí mientras oramos sin cesar para que nuestros hijos vuelvan a casa.

 

Traducido por Nazareth Bello