Liderazgo
Cómo ser un buen pastor de acuerdo a Jesucristo
Imagínate esta escena: el pastor en el campo, serenamente sentado debajo de un árbol tocando su arpa. A su alrededor, las ovejas pastan tranquilamente en una gran pradera verde con un arroyo que suena con el dulce arrullar del agua.
Bonita escena… ¡pero la realidad es totalmente diferente!
Ser pastor de ovejas es difícil. Las ovejas se enferman. Son indefensas ante los depredadores que las amenazan. Son tercas y tontas. Frecuentemente se extravían del rebaño para buscar un bocado suculento que ya tenían a su alcance en la verde pradera donde el pastor las había llevado.
En Juan 10, Jesús escoge la imagen del pastor con sus ovejas para describirse a sí mismo y su relación con los creyentes. Podemos aprender mucho acerca de Él y de la iglesia, pero también podemos aprender mucho sobre el pastorado cuando meditamos en el Buen Pastor.
¿Qué lecciones acerca del pastorado podemos aprender del Buen Pastor?
1. Un buen pastor tiene una relación íntima con sus ovejas
Cristo afirma que Él conoce a sus ovejas y sus ovejas le conocen a Él. Esto no lo dice una o dos veces. Lo repite una y otra vez (Jn. 10:4, 5, 14, 15, 27). Podemos ver que es una relación de intimidad. Juan 10:15 nos da un atisbo del grado de intimidad de la relación cuando lo compara con la intimidad que existe entre Dios Padre y Dios Hijo. ¡Ellos se conocen perfectamente! Y el Buen Pastor conoce a sus ovejas y las ovejas le conocen a Él.
Esta relación íntima era esencial en la Palestina antigua, donde todas las familias de la aldea guardaban sus ovejas en un solo redil. Por la mañana, cuando los pastores querían llevar a sus ovejas a los prados verdes, era un momento de caos potencial. ¿Cómo distinguían entre las ovejas de un pastor y de otro? Era simple. El pastor hacía su llamado particular, y las ovejas conocían la voz de su pastor y le seguían.
Pero el conocimiento íntimo que el pastor tiene de sus ovejas va más allá: las llama “por nombre” (Jn. 10:3). Si alguna se llegaba a quedar en el redil con las ovejas de otro rebaño, el pastor lo detectaba de inmediato y la llamaba por nombre, y así garantizaba que no se perdería. Entonces, todo el rebaño seguía al pastor a los prados verdes.
Si alguien quiere ser un buen pastor de su iglesia local, debe conocer a sus ovejas. Tiene que estar en contacto con ellas. La intimidad de la relación permite que el pastor las pueda guiar de la manera específica que ellas necesitan. Como escribe Jeramie Rinne en Los ancianos de la iglesia: “El pastor está en medio de las ovejas. No está lejos en otro lugar. Camina en medio de los animales, los toca, y les habla. El pastor las conoce porque vive con ellas. Como resultado, huele a oveja”.[1]
No podemos pastorear por control remoto. Tenemos que estar cerca de las ovejas.
Pastores, no podemos ser un buen pastor y pastorear a la distancia. Amigos bien intencionados a veces nos advierten en contra de relacionarnos demasiado con las ovejas de nuestra iglesia. Afirman que es una manera segura de que nos traicionen y nos rompan el corazón. Y posiblemente sucederá. Pero la cercanía, la relación íntima, es la única manera de tener una profunda influencia sobre el rebaño. No podemos pastorear por “control remoto”. Tenemos que estar cerca de las ovejas.
2. Un buen pastor es un conducto a la vida abundante en Cristo
Jesús afirma que Él es la puerta al redil, una metáfora impactante en el mundo antiguo. Los rediles en Palestina no tenían una puerta como tal. Eran recintos cerrados con una apertura sin reja. Las familias contrataban un portero para que pasara la noche en la apertura y protegiera a las ovejas contra los depredadores (los de cuatro patas y ¡los de dos también!). Entonces de manera literal, el portero se convertía en la puerta del redil.
Jesús es la puerta a la vida abundante de una profunda relación con Él y a la vida abundante en su presencia en el futuro.
Jesús afirma que Él también es la puerta del redil (Jn. 10:5). Pasa la noche con las ovejas, protegiéndolas y sacándolas a pastar durante el día (Jn. 10:9). Nunca las abandona. Siempre las protege. Siempre provee para ellas. Por ello, Jesús dice que entrar por la puerta (que es Él mismo) al redil y ser parte de su rebaño es garantía de vida abundante (Jn. 10:10). Entendamos bien: Jesús no es la puerta a la vida abundante de las riquezas terrenales, sino la puerta a la vida abundante de una profunda relación con Él en el presente y a la vida abundante en su presencia en el futuro (Sal. 16:11).
En el caso de Jesús, Él es la puerta. En el caso de los pastores humanos, nosotros no somos la puerta, pero sí debemos ser un conducto a la vida abundante para las ovejas. ¿Qué significa? Significa que dirigimos a las personas a la Puerta que es Jesús. Nuestro objetivo no es que las personas nos aplaudan a nosotros. No buscamos que la iglesia sea grande para sentirnos orgullosos. No deseamos que las personas simplemente hagan lo que nosotros les decimos porque somos el pastor de la iglesia. Queremos apuntarles a Cristo. Queremos que se acerquen a Él. Queremos que conozcan la vida abundante que solamente Cristo puede darles. Yo no soy la puerta, pero puedo ser un conducto para que pasen por la Puerta que es Jesús.
3. Un buen pastor se sacrifica abnegadamente por su rebaño
Jesús es el Buen Pastor que da su vida por las ovejas. Es un sacrificio inconcebible. En el mundo antiguo, los depredadores buscaban atacar al rebaño. Un buen pastor estaría dispuesto a sufrir e incluso quizá morir por su rebaño si fuera necesario. Pero ningún pastor desearía morir ni lo haría deliberadamente. Sin embargo, Jesús no solamente estuvo dispuesto a sacrificarse, sino que lo hizo de manera deliberada por el bienestar de sus ovejas (Jn. 10:15-18).
Jesús sabía muy bien el sacrificio que realizaría. Sería traicionado por uno de sus seguidores más íntimos, lo abandonarían los demás discípulos, sería objeto de burla y de escarnio, sufriría maltrato injusto, sería acusado falsamente y condenado por ofensas que nunca cometió. Y nunca flaqueó. ¡Ese es el Buen Pastor!
El párrafo anterior describe el pastorado. Estoy seguro de que todo pastor ha experimentado estas cosas hasta cierto grado. Claro, no podemos comparar nuestro sacrificio con el sacrificio de Cristo, pero si queremos ser buenos pastores como el Buen Pastor, tendremos que realizar los mismos tipos de sacrificio. Ser objeto de burla. Ser traicionados. Ser abandonados. Ser acusados falsamente. Pero esa es la vida de un buen pastor. ¿Qué nos motivará a realizar tal sacrificio?
- Primero, un profundo amor por el Buen Pastor (Jn. 21:15-17). Debemos recordar que Él se sacrificó de esta manera por nosotros, y que nos ha llamado por nombre para ser pastores de su rebaño. Estas verdades nos motivan a vivir una vida de abnegación, expuestos al mismo sufrimiento que Él.
- Segundo, un profundo amor por el rebaño por el cual el Buen Pastor derramó su sangre (Hch. 20:28). En último análisis, este rebaño no es nuestro, y por ello no se trata de nuestra gloria, sino de la suya. No seamos como los asalariados que huyen ante el primer atisbo de peligro (Jn. 10:12). ¡Vale la pena sacrificarnos por el rebaño que el Buen Pastor compró con su misma sangre!
- Tercero, saber que un día el Príncipe de los pastores aparecerá en gloria y recibiremos “una corona incorruptible de gloria” (1 P. 5:2). Un día Él nos premiará y nos dirá: “Bien, buen siervo y fiel, […] entra en el gozo de tu señor” (Mt. 25:21). Pero solamente escucharemos estas palabras si nosotros somos pastores como el Buen Pastor.
Hermanos pastores, no es fácil ser pastor de ovejas tercas e insensatas. Pero el Buen Pastor que nos llamó a esta tarea conoce muy bien las dificultades que enfrentamos. Pongamos nuestros ojos en Él. Busquemos imitarle. Vivamos en relación íntima con las ovejas, conociéndolas y dejando que nos conozcan a nosotros. Dirijamos su atención a Cristo, asegurándonos de que no pongan sus ojos en nosotros sino en Jesús, porque solo Él es la Puerta a la vida abundante. Sacrifiquémonos abnegadamente porque así lo hizo Cristo y porque nos promete una recompensa eterna. Así cada uno seremos un buen pastor como el Buen Pastor.
[1] Jeramie Rinne, Los ancianos de la iglesia (9Marks), p. 42. Compartir