Teología bíblica

Atesorar el rastro de la traducción: Por qué leer el Nuevo Testamento griego antes de enseñar el castellano

Por Matt Sliger

Matt Sliger es uno de los pastores de la Iglesia Bautista de South Woods en Memphis, Tennessee.
Artículo
02.01.2023

Este artículo intenta convencer a una persona ya ocupada de que el primer paso al prepararse para enseñar la Biblia es un paso lento, uno que la mayoría de sus oyentes no notarán o no deberían notar, y un paso que es intrínsecamente empinado. Además, para complicar la dificultad de convencerte de que des este paso empinado, hay un atajo en la esquina de tu escritorio. Es como si en el momento en que tus rodillas empiezan a doblarse en un largo sendero, un 4×4 cargado de gasolina se detuviera, prometiendo un cómodo paseo hasta la cima. Para ser honesto, convencerte de que rechaces la propuesta del Jeep podría ser —me atrevo a decir— una batalla cuesta arriba.

Pero el objetivo de este breve artículo sigue siendo: si te han enseñado el idioma, lee el Nuevo Testamento griego antes de enseñar el castellano. Y si no te han enseñado el idioma, intenta aprenderlo por las cuatro razones que se detallan a continuación.

1. El griego a menudo obliga a una lectura más cercana del texto

Antes de que se me acuse de describir nuestras traducciones al castellano como poco claras, permíteme decir claramente que no es necesario saber griego para entender las Escrituras. En caso de que hayas ojeado esa frase, permíteme ser aún más directo: nuestras traducciones al castellano son mejores que las tuyas. Probablemente morirás sabiendo una fracción infinitesimal de lo que sabían los del comité de traducción de tu Biblia.

Si eso es cierto, ¿por qué no saltarnos el paso de leer el griego? Porque se podría argumentar que la claridad de nuestras traducciones al castellano funciona potencialmente como un impedimento para una exégesis fiel. Esto no implica que la traducción castellana sea demasiado clara para el lector, sino que plantea la posibilidad de que el idioma castellano sea demasiado familiar.

A modo de ejemplo, uno no se fija en todas y cada una de las piedras del camino cuando pasea por una acera pavimentada del barrio. Debido a la familiaridad con ese terreno concreto, el caminante asume un cierto grado de suavidad, preocupándose poco de tropezar. Sin embargo, cuando se recorre un sendero por la ladera de una montaña, hay que asumir la postura contraria. Antes de cada paso, uno mira, y mira de cerca. ¿Está esa roca lo suficientemente seca como para evitar un deslizamiento prematuro? ¿Por dónde podría ir mi dedo para esquivar el musgo o el barro?

Como es de esperar después de esta comparación, el terreno de la exégesis fiel para enseñar a otros se parece más a una caminata que a un paseo suburbano. El ojo se esfuerza por encontrar cada letra. Porque, en la exégesis fiel, saltarse una palabra puede hacer que el intérprete resbale en la siguiente. Y si un determinado enfoque de la exégesis nos lleva a la pereza o a la facilidad, entonces ese proceso particular de interpretación podría estar subvirtiendo la naturaleza de la tarea.

El trabajo en griego impide el ojeado. Suele minimizar la tentación de saltarnos ese matiz gramatical que Dios inspiró. Dado que la mayoría de nosotros no posee la capacidad de leer el griego con rapidez, la propia práctica nos obliga a una lectura más detenida del texto.

2. La lectura más atenta del texto griego facilita la comprensión

Este primer punto lleva, necesariamente, al segundo. Porque la lectura lenta y atenta del texto debe servir para comprender lo que el texto comunica. No se trata simplemente de que cada palabra importe, sino de que la relación de cada palabra con las que la rodean transmita realmente el sentido del propio texto. La conjunción «y», la preposición «en», el tiempo verbal de «buscar», el aspecto de «encontrar», todo ello conduce al lector a la intención del autor.

Repito, la claridad de nuestras traducciones al castellano conduce absolutamente a la comprensión. De hecho, varios medios —diagrama, arco, memorización— pueden facilitar la lectura atenta del texto, logrando el mismo fin. En cierto sentido, la exégesis griega funciona como otra opción, un camino lento, metódico y a veces desafiante hacia la belleza de la cumbre, es decir, la comprensión de lo que Dios reveló.

Por otro lado, sin embargo, para su propia desventaja, los profesores de las Escrituras se aíslan de los que han estudiado el pasaje que tienen delante. Y como muchos comentaristas discuten los entresijos del Nuevo Testamento en su idioma original, algunas de las herramientas más completas para la interpretación resultarán casi incomprensibles para alguien sin conocimientos de griego. Por el contrario, la capacidad de leer las lenguas originales —al menos para entender sus categorías gramaticales— inicia una conversación con quienes han trabajado en el texto mucho antes.

3. La comprensión facilita el atesoramiento del texto

Sin embargo, hay que decir que el énfasis en la lectura y la traducción del griego en realidad disminuye la dependencia de la interpretación de segunda mano. Aunque los comentarios ayudan a comprobar el propio trabajo, en un escenario ideal los eruditos se limitan a confirmar algo ya descubierto en el estudio.

Volviendo al camino, contemplar la grandeza de una vista supera con creces la descripción mejor redactada de la experiencia ajena. En otras palabras, la vista supera la re-vista. El monte Mansfield atrae a miles de excursionistas cada año, no solo porque es el pico más alto de Vermont, sino también porque casi la mitad del sendero se encuentra por encima de la línea de árboles. Mucho antes de llegar a la cima —más de un kilómetro y medio— se puede cruzar el lago Champlain hasta los Adirondacks de Nueva York. Las vistas se suceden una tras otra.

Dudo que el párrafo anterior te haya convencido. Hay que verlo para atesorarlo. Ya sea que uno sostenga que el griego agrega un grado de color al texto o una cierta profundidad de dimensión, el idioma original efectivamente esboza más plenamente la perspectiva del autor. Y si eso es cierto, los que se preparan para enseñar harían bien en no privarse de la alegría de contemplar las vistas —ver con sus propios ojos lo que Dios ha revelado— para poder atesorar ellos mismos el texto.

4. Atesorar el texto facilita su enseñanza

Parafraseando a alguien que escuché una vez: «Predicar es atesorar el texto delante de la gente». Ese orden es vital; atesorar precede a la enseñanza. El texto le predica primero al que enseña. Por tanto, sean cuales sean los medios que utilice el que enseña para prepararse, los pasos de su proceso deben servir para este fin: deleitarse en la revelación de Dios.

CONCLUSIÓN

Para el predicador, no es solo la cima lo que busca. Se asciende para llegar, sí, pero el teleférico no logrará todo lo que el sendero. El trabajo lento y empinado de la lectura del idioma original despierta nuestro afecto por las verdades del texto, facilita que sintamos el énfasis del texto y permite nuestra meditación profunda sobre el mismo. Al hacerlo, despeja las nubes para que se puedan ver las vistas de todo el pasaje.

Después de décadas traduciendo, mi mentor me dijo que no estaba seguro de poder predicar un sermón sin estudiar primero el griego. Su incapacidad no proviene de la incompetencia, sino del apego a la escalada alegre.

 

Traducido por Nazareth Bello

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