Clases esenciales: Nuevo Testamento

Nuevo Testamento – Clase 19: Gálatas

Por CHBC

Capitol Hill Baptist Church (CHBC) es una iglesia bautista en Washington, D.C., Estados Unidos
Artículo
27.06.2018

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Clase esencial
Panorama del Nuevo Testamento
Clase 19: Gálatas


Los enemigos del Reino – El legalismo: El libro de Gálatas

1. Introducción

A lo largo de la historia, el hombre ha intentado agradar a Dios a través de sus propias obras. Es parte de nuestra naturaleza. La gente quiere poder decir que su destino depende de alguna acción propia. Y así, el hombre ha creado todo tipo de religiones falsas para proporcionar un sistema de creencias a través del cual puede obtener la reconciliación con Dios.

Podría ser la persona que cree que se salvará porque, en general, es una buena persona. Podría ser el católico romano que cree que la gracia de Dios coopera con sus propias buenas obras para asegurar la justificación. Podría ser el musulmán devoto que piensa que sus buenas obras logran la mayor parte de lo que necesita para llegar al cielo, y que la misericordia de Dios logra el resto. Podría ser la persona que piensa que debe ser bautizada para poder ser salva. Cualquiera que sea la situación, todas estas formas de pensar tienen lo mismo en común: hacemos algo, Dios hace algo. Y, presumiblemente, al final ambos nos llevamos el crédito.

Bueno, esa es exactamente la clase de creencia falsa a la que Pablo responde en la carta a los Gálatas. Los falsos maestros en las ciudades de Galacia estaban pervirtiendo el evangelio al agregar requisitos para la salvación, concretamente, la circuncisión, y Pablo con gran pasión y celo exhorta a los gálatas a reconocer esta enseñanza como falsa. Entonces, por favor abre tu Biblia en Gálatas. Primero, veamos un poco de contexto.

2. Contexto

La región de Galacia y la fundación de iglesias

Galacia era una provincia romana en el centro de Asia Menor (Turquía central). A diferencia de otras cartas en el Nuevo Testamento, Gálatas no fue escrito para una sola iglesia, sino para un grupo de iglesias, todas ellas situadas en la provincia de Galacia. Es muy probable que Pablo haya plantado iglesias en las ciudades del sur de Galacia durante su primer viaje misionero (46-48 d. C.). En particular, aprendemos en el libro de Hechos que él plantó iglesias en Antioquía de Pisidia (13:14-50), Iconio (13:51-14:7), Listra (14:8-19) y Derbe (14:20, 21).

La oposición: Los judaizantes[1]

Bueno, ¿qué pasó entre la plantación de estas iglesias y la redacción de esta carta? Después de que Pablo dejó las iglesias en Galacia, leemos en Hechos 15:1 que: «Entonces algunos que venían de Judea enseñaban a los hermanos: Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos».

Comúnmente llamados «judaizantes», estos judíos enseñaban que los gentiles que querían convertirse en cristianos debían seguir la ley del Antiguo Testamento. Es posible que los maestros que vinieron a Antioquía fueran los mismos maestros que se encontraban perturbando a las iglesias en toda Galacia.

Ahora bien, al parecer estos maestros no rechazaban a Cristo de plano. De hecho, pueden haber creído que él era el Mesías. Ciertamente, no hay indicios de que Pablo intentara corregir a alguien por decir que Jesús no era el Mesías. Pero lo que estaban haciendo era decir que el pueblo de Dios debía continuar cumpliendo la ley. Entonces, según ellos, para convertirse en cristianos, primero debías obedecer la ley, específicamente a través de la circuncisión. Estaban enseñando un evangelio falso. Reconoce que algunos evangelios falsos son falsos porque restan al evangelio. Puedes ser cristiano pero no creer en la realidad del pecado, la deidad de Cristo, etc. Pero otros evangelios falsos son falsos porque agregan al evangelio. Lo hacen todo bien, pero luego añaden algunos requisitos adicionales. Pero esos «evangelios», como dice Pablo, no son ningún evangelio en absoluto.

Aparentemente, para convencer a estas iglesias de sus requisitos adicionales, de acuerdo con esta carta, estos falsos maestros estaban atacando la reputación y la autoridad de Pablo. Esto es lo que se desprende de algunos de los comentarios de Pablo y la defensa que él ofrece de su ministerio en los capítulos 1 y 2. Parece que los judaizantes afirmaban que: Pablo había inventado «su» evangelio, (1:11-12), que había errado con respecto a la ley, y que  su autoridad o apostolado provenía el hombre y no del Señor (1:1).

Los falsos maestros estaban motivados por un par de factores. Primero, querían evitar la persecución. Los judíos, de todas las personas, estaban exentos bajo la ley romana de someterse a la religión estatal, por lo que obedecer la ley judía podía hacer que una persona evitara la persecución tanto de los judíos como de los romanos. Y segundo, querían alardear de sí mismos, de sus obras. Pablo advierte: «Todos los que quieren agradar en la carne, éstos os obligan a que os circuncidéis, solamente para no padecer persecución a causa de la cruz de Cristo. Porque ni aun los mismos que se circuncidan guardan la ley; pero quieren que vosotros os circuncidéis, para gloriarse en vuestra carne» (6:12-13).

3. Propósito de la carta

Y así, el propósito de la carta es claro: contrarrestar las falsas enseñanzas de los judaizantes. Pablo escribe esta carta a las iglesias de Galacia. Y en ella, vuelve a afirmar el verdadero evangelio de la justificación solamente por la fe, solamente en Cristo. Muchos de los puntos que Pablo hace aquí, también los hace en su carta a los Romanos. Por tanto, en la parte posterior del folleto, verás un cuadro que resume muchas de las similitudes entre las dos cartas.

4. Breve Bosquejo

Como señala la Biblia de estudio ESV, es difícil dividir a los gálatas en secciones ordenadas porque Pablo regresa a los mismos temas en todo el libro. Aproximadamente, pasó los primeros dos capítulos abordando asuntos personales. Establece sus credenciales como apóstol. Defiende el evangelio que predica como no de su propia invención. Relata sus relaciones con los otros apóstoles, incluyendo su reconocimiento y su oposición a Pedro en una ocasión. Su propósito aquí es defenderse de las acusaciones que algunos falsos maestros estaban alzando contra él, y establecer que el evangelio es más importante que la autoridad personal de cualquier individuo.

Los siguientes dos o dos capítulos y medio son el argumento teológico central del libro. Pablo les dice a los gálatas que su dependencia de las buenas obras para la justificación era exactamente contraria al evangelio. Es equivalente a regresar a la ley mosaica y hacer caso omiso a la obra expiatoria de Cristo. Porque la ley dada a Moisés no justificó a Israel: en cambio, sirvió para ilustrar la incapacidad de Israel de vivir a la altura de los estándares de Dios. Incluso Abraham no fue hecho justo por las obras sino por la fe, escribe. Sin embargo, Dios a través de Cristo nos ha dado gracia para que podamos ser adoptados como sus hijos. Como hijos, somos libres.

El último capítulo y medio aplica el argumento teológico a la vida cotidiana. En vista de que somos libres, deberíamos vivir vidas marcadas por el Espíritu, no por la carne. La vida según la carne está marcada por la idolatría, la inmoralidad, los celos, etc., pero la vida por el Espíritu está marcada por el amor, la paz, la paciencia, la bondad y los demás frutos del Espíritu. Pablo concluye con una advertencia final y una despedida.

Por tanto, a riesgo de una simplificación excesiva, puedes pensar en la carta en tres partes. La personal, el Predicador de la Justificación (es decir, Pablo) en los capítulos 1 y 2. La doctrinal, el Principio de  la Justificación, del 3:1 al 5:15. Y la práctica, los Privilegios de la Justificación, del 5:16 hasta el final del capítulo 6.

5. Temas principales

Bien, ¿cómo responde Pablo a la falsa doctrina, a las acusaciones contra su autoridad y a la perversión del evangelio?

Específicamente, le da al lector de Gálatas:

Dos cosas para recordar, y

Dos cosas para hacer.

Esto  dará forma al bosquejo del resto de la clase.

A. DOS COSAS PARA RECORDAR

Primero, echemos un vistazo a las dos cosas que Pablo nos anima a recordar. 

  1. El Evangelio viene directamente de Dios.

En primer lugar, Pablo refuta la afirmación de que él o cualquier otro hombre inventó el evangelio o compuso las doctrinas centrales de la fe para satisfacer sus propios fines. Pablo insiste en esto a lo largo de la carta.

Primero reafirma su apostolado: Jesucristo y Dios el Padre lo enviaron. Comienza la carta presentándose a sí mismo y sus credenciales: «Pablo, apóstol (no de hombres ni por hombre, sino por Jesucristo y por Dios el Padre que lo resucitó de los muertos)» (1:1). Como mencionamos anteriormente, parece que por el tono y los comentarios hechos en los dos primeros capítulos, los judaizantes estaban atacando la afirmación de Pablo de un apostolado autentico. Por tanto, él contrarresta ese error desde el principio, literalmente desde el saludo inicial en el versículo 1.

No solo Pablo reafirma su apostolado, sino que demuestra que recibió la revelación directamente de Jesucristo. «Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo», escribe en Gá. 1:11-12. Para enfatizar este punto, Pablo revela su dramática conversión de ser perseguidor de los cristianos a ser perseguido por el bien de Cristo. Qué ridículo pensar que esto es algo inventado por él. «Porque ya habéis oído acerca de mi conducta en otro tiempo en el judaísmo, que perseguía sobremanera a la iglesia de Dios, y la asolaba; y en el judaísmo aventajaba a muchos de mis contemporáneos en mi nación, siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis padres. Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia, revelar a su Hijo en mí, para que yo le predicase entre los gentiles, no consulté en seguida con carne y sangre, ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo; sino que fui a Arabia, y volví de nuevo a Damasco» (1:13-17).

Por tanto, Pablo demuestra la consistencia de su evangelio con el que enseñó desde el principio. Observa en el capítulo 2, que Pablo no conocía a la iglesia de Judea, pero que ellos habían confirmado que el evangelio que Pablo estaba predicando era el mismo que enseñó desde el principio en la iglesia primitiva. Era la misma fe que ellos ya tenían y la misma fe que Pablo había perseguido anteriormente. Entonces, el evangelio que predicó era anterior a su conversión y su apostolado.

Pablo luego documenta que su evangelio era el mismo evangelio afirmado y reconocido por los apóstoles. Pablo relata un encuentro con los apóstoles, que fue importante porque afirmó la obra de Dios en el ministerio de Pablo y afirmó que los «pilares» de la iglesia, Santiago, Pedro y Juan, estaban de acuerdo con el mensaje que Pablo comunicaba a los gentiles. Pablo registra que los apóstoles, «antes por el contrario, como vieron que me había sido encomendado el evangelio de la incircuncisión, como a Pedro el de la circuncisión (pues el que actuó en Pedro para el apostolado de la circuncisión, actuó también en mí para con los gentiles), y reconociendo la gracia que me había sido dada, Jacobo, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos dieron a mí y a Bernabé la diestra en señal de compañerismo, para que nosotros fuésemos a los gentiles, y ellos a la circuncisión» (2:7-9).

  1. La justificación solo por la fe, solo en Cristo.

Bueno, esa es la respuesta al argumento de que «Pablo inventó el evangelio o inventó el cristianismo». ¿Pero qué les decimos a aquellos que afirman que «el evangelio es fe más obras»? Eso nos lleva a la segunda cosa que debemos recordar acerca del evangelio: la justificación es solo por la fe, solo en Cristo.

Este fue uno de los temas centrales y principios de la Reforma Protestante. Pero cientos de años antes de la Reforma, Pablo insiste precisamente en esto aquí. Pablo es muy claro al respecto. Y podemos verlo justo al comienzo de la carta. Mira Gá. 1:3: «Gracia y paz sean a vosotros, de Dios el Padre y de nuestro Señor Jesucristo, el cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén».

Es solo Cristo quien nos ha rescatado y nos ha salvado, y no por ningún mérito en nosotros. Observa algo aquí al principio de esta carta. Pablo no comienza como lo hace en sus otras cartas, señalando evidencias de la gracia en la vida de sus lectores o alabando a Dios por ellos. No, él va directo al grano. «Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente. No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo» (1:6-7). Pablo reconoce que el corazón mismo del evangelio está en juego aquí. El debate en las iglesias de Galacia planteó preguntas de vital importancia. ¿Debía mantenerse la ley para ser justificados? ¿Algunas partes de la ley, como la circuncisión y ciertas fiestas, eran esenciales para la salvación?

Pablo da una respuesta resumida a esa pregunta en 2:15-16. Escribe: «sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado».

Este puede ser el versículo clave en toda la epístola. Debemos creer solo en Jesucristo para ser justificados. Este pasaje advierte que la ley es completamente ineficaz para la justificación. Deberíamos dejar que la última parte del versículo 16 resuene en nuestros oídos. «Por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado».

Para apoyar este argumento, Pablo recurre sabiamente a la persona considerada como «el padre» de los judaizantes: Abraham. Y, sin embargo, señala que Abraham es el modelo mismo de la justificación solo por fe; ni siquiera Abraham fue justificado al cumplir la ley, sino por la fe. Comienza citando Génesis 15:6: «Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia». Luego continúa: «Así Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia. Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham. Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones. De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham» (3:6-9).

Esto está en claro contraste con la ley, que trae una maldición sobre los pecadores, una maldición que solo Cristo puede soportar por nosotros. «Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero, para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu» (3:13-14).

Pablo luego anticipa la siguiente pregunta del lector. Si esto es así… si la ley no imparte la salvación: «¿Cuál es el propósito o el valor de la ley?». Primero observa lo que Pablo dice que la ley no tenía la intención de hacer. «¿Luego la ley es contraria a las promesas de Dios? En ninguna manera; porque si la ley dada pudiera vivificar, la justicia fuera verdaderamente por la ley» (3:21). Entonces, la ley no era contraria a la promesa de Dios a Abraham de bendecirlo con una simiente que bendeciría a todas las naciones. Tampoco era para impartir vida o justicia. Más bien, la ley debía conducirnos a Cristo. «De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo» (3:24-25). Pablo nos enseña que la ley funcionaba como un maestro o tutor severo, ladrándonos por cada uno de nuestros pecados y señalándonos nuestra necesidad desesperada de un Salvador.

Luego, Pablo continúa hablando más específicamente acerca de lo que significa haber sido justificado con Dios solo por la fe solo en Cristo. Pablo nos da al menos tres consecuencias directas de la justificación que debemos recordar.

Primero, Dios nos adopta como hijos y herederos. «Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos» (4:4-5). Ya no somos esclavos, sino hijos.

Segundo, Dios envía Su Espíritu a nuestros corazones. «Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!» (4:6). El Espíritu nunca nos dejará.

Tercero, Dios nos hace libres. Ya no estamos bajo la condena de la ley.

PUNTO DE APLICACIÓN:

Esta distinción entre la ley y el evangelio o la gracia nos ayuda en nuestro evangelismo. Quizá conozcas a alguien que piense que su moralidad es lo suficientemente buena para asegurar la salvación de Dios. Esta perspectiva de la ley nos lleva a preguntar: «¿Qué tan bueno es lo suficientemente bueno?», o «¿cuál supones que es el estándar de Dios para la justicia y la salvación?». Bueno, la respuesta es la perfección. Quebrantar el menor de los mandamientos es violar toda la ley [la mayoría de las personas reconocerán que no viven vidas perfectas]. Debemos ayudar a las personas a ver que Dios exige la perfección y está más allá de nuestra capacidad; Y entonces, todos necesitamos al Salvador; alguien que pueda pagar el castigo de todos nuestros pecados. Una lectura cuidadosa del Sermón en el Monte, especialmente el llamado de Jesús a la perfección, es increíblemente útil en estas conversaciones. «…si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos» (Mateo 5:20b).

Entonces, dos cosas para recordar al contrarrestar esta falsa enseñanza: (1) el evangelio viene directamente de Dios; y (2) el contenido del mensaje del evangelio es la justificación solo por la fe solamente en Jesucristo.

B. DOS COSAS QUE HACER

Luego, consideremos las dos cosas que debemos hacer si queremos mantener el evangelio bíblico y sus efectos a la vista. Primero:

  1. Luchar por la verdad del evangelio

Vale la pena luchar por algunas cosas. Vale la pena luchar por el evangelio. Las instrucciones del apóstol para luchar por la verdad pueden resumirse en tres puntos:

Paso 1: No te dejes persuadir por los falsos maestros de abandonar la verdad, en cambio, enfrenta a aquellos que pervierten el evangelio. «Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema» (1:8-9).

Paso 2: No te preocupes por lo que piensan los demás de ti. Pablo reconoce que tiene oponentes y pregunta: «Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo» (1:10). El miedo al hombre es una tentación poderosa. Aquí Pablo está diciendo, no temas al hombre, teme a Dios.

Paso 3: El tercer aspecto de luchar por el evangelio es que debemos tomar posiciones incluso en contra de líderes y otras personas a quienes respetamos si están en grave error en lo que respecta al evangelio. Esto es exactamente lo que hizo Pablo cuando descubrió que Pedro estaba equivocado. Pedro parece haber caído en esto cuando se separó de los gentiles por su miedo al hombre. «Pero cuando Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de condenar. Pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con los gentiles; pero después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la circuncisión. Y en su simulación participaban también los otros judíos, de tal manera que aun Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos. Pero cuando vi que no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio, dije a Pedro delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar?» (2:11-14). Es interesante, sabes, que hace solo unos versículos, en el versículo 9, Pablo describe a Pedro como alguien en quien Dios estaba obrando como apóstol, y como alguien considerado pilar de la iglesia. Sin embargo, aquí en el versículo 14, Pablo está contando cómo reprendió a Pedro porque estaba equivocado.

Ahora, por supuesto, esta idea de luchar por el evangelio es peligrosa. ¿Qué hacemos con esto?

APLICACIÓN:

Simplemente, no actúes solo. ¡Pero actúa! Para una iglesia congregacional como CHBC, la carta de Galacia sugiere que, en última instancia, es responsabilidad de los miembros juzgar la exactitud de sus líderes. Recuerda que esta carta está dirigida a las iglesias, no a un líder de una iglesia en particular o a un grupo de ancianos. Pablo amonesta a los miembros de la iglesia por aguantar a estos falsos maestros (y estos son jóvenes cristianos). De hecho, en Gá.1:8, Pablo dice que incluso si él, ¡un apóstol!, viniera y predicara un evangelio diferente al que ellos ya habían aceptado, entonces deberían rechazarlo. Pablo supone que sus lectores conocen el evangelio, o deberían, y que tienen la capacidad y la responsabilidad de corregir a quienes enseñan cosas falsas. Debemos estar preparados en oración para proteger el testimonio de la iglesia y la pureza del evangelio al abordar de inmediato las falsas enseñanzas. 

  1. Proteger nuestra libertad en Cristo.

Lo segundo que la carta de Pablo nos alienta a hacer es mantener a plena vista la libertad que tenemos en Cristo. A lo largo del capítulo 4, especialmente 4:21-31, Pablo argumenta que la ley esclaviza a quienes intentan obedecerla.

Pero con respecto al evangelio, Pablo nos dice: «Cristo en verdad nos ha liberado» (NTV) (5:1). Jesús nos liberó de la maldición de la ley, del pecado y sus efectos, de la ira de Dios. Y entonces somos libres de servir al Dios verdadero y vivo sabiendo que nuestros intentos de ganar el amor o la aprobación de Dios son inútiles y opresivos.

Pero al descubrir nuestra libertad, ¿cómo vamos a usarla? Debemos usar nuestra libertad para amar a los demás, lo que irónicamente, cumple la ley de Cristo. «Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros. Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (5:13-14). Entonces, con esto, Pablo plantea un punto importante. Nuestra libertad no debe consumirse en nuestras concupiscencias y pecados (antinomianismo, lo opuesto al legalismo); más bien, somos libres del pecado y libres para entregarnos a los demás en el amor.

A lo que Pablo se ha opuesto no es que las personas obedezcan la ley, sino que insisten en que se requiere la obediencia de la ley para la salvación. Es por eso que Pablo puede suplicar a los gálatas que no vivan como esclavos de la ley, y luego dar media vuelta y decirles que hagan muchas de las cosas que la ley exige. La diferencia es que, en lugar de obedecer la ley con el objetivo de ganar el favor de Dios, nosotros como cristianos debemos vivir de acuerdo con nuestra nueva naturaleza como hijos de Dios, de tal manera que lo glorifiquemos por nuestras vidas transformadas. Debemos vivir vidas santas porque no podemos evitar querer complacer a nuestro Dios salvador.

Por tanto, solo la fe en Jesús para nuestra salvación conduce a una vida llena de Espíritu. Debemos crecer en los frutos del Espíritu. «Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu» (5:22-25).

¿Y cómo aplicamos estos principios de libertad en nuestras propias vidas? Luchando contra el legalismo y el libertinaje como enemigos de nuestra libertad en Cristo.

No creo que muchos de nosotros defendamos la circuncisión como algo necesario para nuestra salvación. Como cristianos, estaríamos de acuerdo en que somos salvos solo por la fe en Cristo. Y sin embargo, incluso como cristianos, el legalismo a menudo se infiltra en nuestras vidas. Entonces, deberíamos examinarnos regularmente en esto.¿Alguna vez has intentado convertirte en «justo» ante Dios tratando de vivir correctamente, olvidando que solo la justicia de Cristo nos ayuda? ¿Das por hecho que tus tiempos devocionales consecuentes o la membresía modelo de tu iglesia durante varios años te harán ganar el favor de Dios?

¿Te resulta difícil aceptar la gracia de Dios cuando pecas, pensando que de alguna manera debes soportar el castigo por ese pecado? Estas son formas de pensar legalistas en las que podemos caer. Para contrarrestar tales pensamientos, debemos continuar predicándonos el evangelio, recordándonos el sacrificio perfecto de Cristo por nuestro pecado, pasado, presente y futuro, y su justicia perfecta que se nos imputa si creemos. Solo su sangre pagó por nosotros y, debido a eso, ahora estamos seguros en él para siempre.

Pero al mismo tiempo, solo porque la salvación es por la fe, no debemos presumir sobre la gracia de Dios. ¿Te sientes tentado a convertir la libertad en permiso para pecar?

Si es así, lea estos versículos nuevamente en Gálatas 5:13-14:

«No uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros. Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo».

O a lo mejor no sea en ese extremo, pero por el deseo de huir del legalismo, tu tendencia sería estructurar la iglesia de manera que no proporcionemos la responsabilidad que necesitamos para luchar contra el pecado. Sí, necesitamos que se nos recuerde diariamente el evangelio de la gracia. Pero en el momento en que comienzas a acusar a quienes te hacen preguntas difíciles acerca de tu vida de legalismo, presumiblemente juzgando sus motivos para ser críticos, has hecho exactamente lo que Pablo nos advierte en contra. Las preguntas de sondeo a veces son legalistas. Pero no necesariamente. Y entre los cristianos sanos, no con frecuencia. La presión sana de los compañeros para hacer cosas piadosas puede interpretarse, en especial por aquellos que tienden a ser inseguros, como legalista. Pero a menudo no es más que la clase de estímulo divino que vemos escrito en Hebreos. Especialmente si proviene de un entorno que era genuinamente legalista, ten mucho cuidado de pegar la etiqueta de «legalismo» en todo lo que se sienta incómodo en esta iglesia. Dios parece haber creado una cultura aquí de ser celebrantes del evangelio centrados en la gracia y también profundamente involucrados en las vidas de los demás, de maneras que a veces se ponen incómodas. Eso es algo asombroso, y tenemos que trabajar duro para proteger ambas cosas.

Conclusión

La iglesia de Galacia y la iglesia de hoy encuentran ataques de los enemigos del Reino. En vista de tales ataques, debemos mantener a la vista el verdadero evangelio que confía solo en Cristo y sus efectos de libertad, amor y una justicia provista por Cristo. Debemos luchar por la verdad del evangelio; resistir a quienes lo oscurecen; y vivir por el Espíritu de Dios, haciendo morir los deseos pecaminosos de la carne.

 

[1] Véase la sección de Don Carson acerca de los judaizantes en Love in Hard Places.