Reseñas
Reseña del libro: Saints, Sufferers and Sinners (Santos, sufrientes y pecadores) de Michael Emlet
En 1 Tesalonicenses 5:14, el apóstol Pablo proporciona categorías para varios males que afectan a los cristianos en la iglesia. Habla de los «ociosos», los «de poco ánimo» y los «débiles». Además, Pablo establece una postura ministerial específica hacia cada grupo. Los ociosos deben ser «amonestados», los de poco ánimo deben ser «alentados» y los débiles deben ser «sostenidos». Diferentes grupos requieren diferentes respuestas, adaptadas a cada lucha en particular.
Y, aunque Pablo habla de los pastores en los versículos anteriores (1 Ts. 5:12-13), aquí dirige sus palabras a los «hermanos», es decir, a toda la congregación. El trabajo del cuerpo es ministrar al cuerpo, aplicando el consejo oportuno de manera específica.
El nuevo libro de Michael Emlet, Saints, Sufferers and Sinners (Santos, sufrientes y pecadores), adopta este paradigma apostólico y equipa a la iglesia para caminar junto a los hermanos y hermanas en todas las dificultades de la vida. Se pregunta: «¿Qué hay de cierto en ti mismo y en cada cristiano que conoces, según las Escrituras?» (6). La respuesta de Emlet:
En primer lugar, puedes estar seguro de que luchan con la identidad en algún nivel, lo que significa que se preguntan implícita o explícitamente: ¿Quién soy?… En segundo lugar, puedes estar seguro de que luchan contra el mal. Esta lucha con el mal se expresa de dos maneras. Experimentan el mal desde afuera (el sufrimiento)… También experimentan el mal desde adentro (el pecado)… Tú y yo, y todos los cristianos que conocemos, luchamos con… la identidad y el mal (6-7).
Tras unos capítulos introductorios, cada sección del libro trata de una de estas identidades: santos (capítulos 4-10), sufrientes (capítulos 11-18) y pecadores (capítulos 20-27). Dentro de cada una de esas secciones, el autor ofrece capítulos que contienen:
Una exposición de cómo la Escritura habla de los cristianos como santos, sufrientes y pecadores.
Ejemplos bíblicos de cómo Dios nos ama en cada una de estas condiciones.
Prioridades ministeriales que surgen de cada una de estas condiciones.
Ejemplos prácticos y cotidianos para la consejería.
Barreras para cada condición.
Una visión de cómo aplicar estas verdades a los incrédulos.
LOS SANTOS NECESITAN SER CONFIRMADOS
Emlet comienza su libro con nuestra identificación fundamental en Cristo: la de un «santo», alguien llamado por Dios y apartado para él. Los «santos» no son clases especiales de cristianos. Los santos son cristianos, y los cristianos son santos.
Pero los santos también luchan con su identidad de santos, porque a menudo el mal interior y exterior (es decir, nuestra lucha con el pecado y el sufrimiento) oscurece nuestra experiencia de santidad.
Por tanto, los santos necesitan una «confirmación regular de su identidad como hijos de Dios» (8). Tomando un ejemplo de las palabras de Pablo en 1 Corintios 1:1-9, Emlet nos ayuda a ver cómo el apóstol animaba a los santos y cómo podríamos imitar su ejemplo en nuestra propia consejería, incluyendo la atención a la obra del Espíritu en el santo (44) y el uso de la Palabra de Dios para animar al santo (45).
Mi esposa y yo tuvimos recientemente la oportunidad de poner en práctica esta verdad con un miembro de nuestra propia congregación. En el curso de mi propio ministerio pastoral, me encuentro con muchos santos que necesitan esa confirmación. En esta ocasión, mi esposa aprovechó la oportunidad para empezar a memorizar la primera pregunta del Catecismo de Heidelberg con esta hermana santa en particular, como un medio de luchar juntos para creer en la sagrada bendición que el Evangelio declara sobre nosotros:
¿Cuál es tu único consuelo tanto en la vida como en la muerte?
Que yo, con cuerpo y alma, tanto en la vida como en la muerte, no me pertenezco a mí mismo, sino a mi fiel Salvador Jesucristo, que me libró del poder del diablo, satisfaciendo enteramente con preciosa sangre por todos mis pecados, y me guarda de tal manera que sin la voluntad de mi Padre celestial ni un solo cabello de mi cabeza puede caer antes es necesario que todas las cosas sirvan para mi salvación. Por eso también me asegura, por su Espíritu Santo, la vida eterna y me hace pronto y aparejado para vivir en adelante según su santa voluntad.
Las hermanas santas no son las únicas que necesitan este recordatorio. Los pastores también lo necesitan. Por eso, estas palabras están ahora enmarcadas en mi propia casa, a la espera de ser colgadas en un lugar prominente donde me las puedan predicar regularmente.
LOS SUFRIENTES NECESITAN SER CONSOLADOS
Los sufrientes necesitan ser consolados en medio de la aflicción. Desde el principio hasta el final de las Escrituras, el consuelo de Dios se extiende a su pueblo en medio del sufrimiento. Se extendió de manera suprema al enviar a su Hijo, quien vino para aliviar nuestro sufrimiento, tanto temporal como eterno (68). E incluso cuando su alivio de nuestro sufrimiento temporal no es lo que pedimos, podemos confiar en que actúa sabiamente en y a través de nuestro sufrimiento para desconectarnos del mundo, renovar nuestras almas a su imagen y prepararnos para un eterno peso de gloria (2 Co. 4:16-18).
Citando la carta de Jesús a la pequeña y sufrida iglesia de Esmirna en Apocalipsis 2:8-11, Emlet nos recuerda que Jesús conoce y se compadece de nosotros en nuestras dificultades: «Dios se acerca a su pueblo individualmente, consciente de las lágrimas específicas que derraman» (75). El consejo práctico incluye escuchar bien, hacer buenas preguntas, orar (incluyendo el papel vital del lamento) y brindar esperanza.
LOS PECADORES NECESITAN SER CORREGIDOS
No solo somos santos que necesitamos ser confirmados y sufrientes que necesitamos ser consolados; también somos pecadores que necesitamos ser corregidos.
Después de hablar de la presencia permanente del pecado en la vida de los santos sufrientes (y de todos los creyentes), Emlet examina varios episodios de los relatos de los Evangelios en los que Jesús se enfrenta a los pecadores y los corrige en su pecado: la mujer samaritana (128), el joven rico (129) y los fariseos (130). Se discuten las prioridades del ministerio al corregir el pecado, incluyendo la importancia de una disposición humilde y misericordiosa y una expectativa de arrepentimiento.
CONCLUSIÓN
Todos los cristianos, en un momento u otro, nos encontramos a nosotros mismos y a los que nos rodean desanimados y necesitando ser alentados, ociosos y necesitando ser amonestados, o débiles y necesitando ser sostenidos. Y puesto que este «ministerio de consejería» pertenece a toda la iglesia, necesitamos recursos que nos ayuden a vivir esta vocación. Este libro es uno de esos recursos importantes.
Traducido por Nazareth Bello