Reseñas

Reseña del libro: Lead [Lidera], de Paul David Tripp

Reseña de Raymond Johnson

Raymond Johnson es el pastor principal de Christ Church West Chester en West Chester, Pennsylvania.
Review
27.05.2022

Desde la década de 1950, la cultura occidental ha creado una máquina de gestión industrial que navegó los cambios sísmicos en los negocios y la tecnología que condujeron a los albores de la era digital. Durante esa época, los ministerios cristianos en Estados Unidos también tomaron prestado el lenguaje y las tácticas de la administración de empresas y las implementaron en las iglesias locales. El resultado fueron ministerios a gran escala que, francamente, parecerían muy extraños en la mayor parte del mundo.

No estoy sugiriendo que las innovaciones modernas no hayan servido para hacer avanzar el evangelio. Pero junto a estas prácticas novedosas también ha surgido un flujo constante de escándalos de liderazgo ministerial. En un esfuerzo por utilizar las mejores prácticas de las empresas de marketing, la misión de alcanzar a la gente para Cristo se transformó en ministerios a gran escala que permitieron a hombres y mujeres vivir vidas secretas de ricos y famosos hasta que la estafa salió a la luz.

EL FRACASO DE LOS MÉTODOS MINISTERIALES MODERNOS

La exposición del fracaso del ministerio moderno no es nada nuevo. Al leer el libro de Hechos y las Epístolas Pastorales, se tiene la clara impresión, parafraseando a William Gurnall, de que un cristiano (especialmente un ministro cristiano) se parece a un hombre que camina por un sendero con enemigos escondidos en los setos dispuestos a lanzarle flechas a cada paso. Con semejantes obstáculos y oposición dispuestos contra los hombres que buscan liderar al pueblo de Dios, ¿es de extrañar que los fracasos crónicos de liderazgo en las iglesias y ministerios parezcan dispararse en la era de los ministerios mediáticos inducidos por el COVID?

En esta era de fracasos ministeriales, el libro Lead:12 Gospel Principles for Leadership in the Church, [12 Principios del evangelio para el liderazgo en la iglesia] escrito por Paul D. Tripp es un recurso bienvenido. No se trata de otro manual de instrucciones de camino al cielo. Más bien, esclarece una visión del liderazgo en la iglesia local en una época de crisis.

Lead nos recuerda que la gran necesidad de las iglesias son las comunidades de liderazgo saludables (17). Tripp pregunta:

¿Podría ser que la forma en que hemos estructurado el liderazgo de la iglesia local, la forma en que los líderes se relacionan entre sí, la forma en que elaboramos la descripción del trabajo de un líder y el estilo de vida diario de la comunidad de liderazgo pueden estar contribuyendo a los factores del fracaso pastoral? ¿Podría ser que mientras nosotros, los líderes, disciplinamos al pastor, lidiamos con el daño que ha dejado y trabajamos hacia la restauración, necesitamos mirar hacia adentro y examinar lo que su caída nos dice acerca de nosotros mismos? ¿Podría ser que estemos mirando los modelos equivocados para entender cómo liderar? ¿Podría ser que, al enamorarnos de los modelos corporativos de liderazgo, hayamos perdido de vista las ideas y los valores más profundos del evangelio? ¿Podría ser que hayamos olvidado que el llamado a liderar la iglesia de Cristo no se resume en organizar, dirigir y financiar un catálogo semanal de reuniones y eventos religiosos? ¿Podría ser que muchas de nuestras comunidades de liderazgo no funcionen realmente como comunidades? ¿Y podría ser que muchos de nuestros líderes no quieren realmente ser dirigidos, y muchos de nuestra comunidad de liderazgo no valoran la verdadera comunidad bíblica? (17).

La respuesta obvia a estas preguntas es un rotundo: «¡Sí!». El enfoque de Tripp comienza y permanece en la vida en la comunidad de una iglesia local, no en un enorme imperio mediático. Las iglesias locales son el foco de la Biblia, y las iglesias locales deberían, por tanto, ser el foco de los líderes cristianos. Sin embargo, mucho de lo que los magnates modernos del liderazgo pastoral discuten en sus libros y seminarios se parece poco o nada a la enseñanza bíblica sobre quién debería servir a la iglesia y cómo debería hacerlo una vez que ocupa el cargo.

LOS PELIGROS DEL AISLAMIENTO EN EL LIDERAZGO

Tripp es un antídoto bienvenido para este virus. Las iglesias no necesitan un líder, sino una pluralidad de líderes (cf. Tito 1:5). Por diseño bíblico, esta comunidad de liderazgo no debe centrarse únicamente en un líder individual, porque esto conduce a la inevitable consecuencia del aislamiento en el ministerio. El aislamiento es peligroso y mortal (18). Un hombre aislado es un hombre vulnerable. En pocas palabras, los líderes cristianos necesitan amigos, amigos de verdad.

El problema es que las iglesias han divorciado la amistad del liderazgo, asumiendo que es algo sub-espiritual [1]. Muchos creen que los líderes deben ser solitarios porque sus habilidades parecen estar por encima de las necesidades de los «simples» seres humanos. La súper espiritualidad es necesaria para el liderazgo. La amistad es un complemento opcional. Como resultado, las comunidades de liderazgo evalúan la salud espiritual de un líder individual simplemente por lo bien (o no) que toma decisiones de liderazgo y «actúa» en el escenario.

Sin embargo, las comunidades de liderazgo sanas, según Tripp, fomentarán la amistad que ama el servicio mutuo (24) mientras los líderes crecen en dependencia unos de otros (25), para que puedan «interrumpir las conversaciones privadas [entre ellos] con percepciones bíblicas protectoras y verdades evangélicas restauradoras» (26) para proteger al líder, a la comunidad de liderazgo y, en finalmente, a la iglesia (27).

NO VALORAR LOS DONES POR ENCIMA DE LA PIEDAD

El carácter del líder es más importante que su teología, sus dones o su pasión. Tripp se pregunta: «¿Hemos cerrado los ojos a ciertas deficiencias en el carácter de un líder debido a la eficacia de su desempeño en el liderazgo?» (105). Con demasiada frecuencia, las comunidades de líderes confunden los dones con la piedad, o están dispuestas a sacrificar lo segundo por lo primero. Sin embargo, los requisitos para un anciano en 1 Timoteo 3:1-7 solo tienen un «don de desempeño» (es decir, «apto para enseñar»), todo lo demás tiene que ver con el carácter (104). Cuando las comunidades de liderazgo confiesan el valor del carácter, pero premian y alaban el rendimiento, funcionalmente no valoran lo que Dios ha considerado más importante (101). Cuando eso sucede, «ya no valoran lo que [nuestro] Salvador valora ni se comportan de una manera que le agrade» (107). Así, la comunidad de líderes acepta lo que no debe, evaluando el desempeño de un líder en lugar de su carácter y «se calla cuando debería hablar, [o] es pasiva cuando debería actuar» (111). Eso deja al líder desprotegido y sin apoyo (112), y a la iglesia, por tanto, vulnerable.

Los pastores necesitan relaciones profundas con otros líderes debido a sus limitaciones naturales (70-84), a los puntos ciegos de su carácter (114-127) y al crecimiento de su santidad personal (144-158). Ningún líder está diseñado para saber o hacer todo (74), porque ningún líder es el Cristo. Una comunidad de liderazgo saludable es una «comunidad de dones que trabajan en cooperación unos con otros» (75).

Ningún líder está destinado a hacer su trabajo solo (74), porque «sencillamente hemos sido creados para nada menos que una existencia mutua». «Una comunidad de liderazgo moldeada por el evangelio, [por tanto,] será una comunidad confesional» (152), pero eso requiere «vulnerabilidad redentora» [2].

Los líderes ministeriales con los que me reúno regularmente suelen compartir experiencias personales, pero dejan de lado su propia influencia. Hablan de lo que sucedió y de lo que otras personas hicieron y dijeron, pero me dan poca idea de su propia lucha interna mientras todo sucedía. Siento que tengo que husmear un poco para llegar a la lucha espiritual que hay detrás de la dificultad situacional (150). Confesar a tientas nuestros pecados impide que nos conozcan y que rindamos cuentas. Una comunidad de liderazgo sana permite que los demás se abran respecto a la forma exacta de pecar de los pecadores y, por medio de esta honestidad, la comunidad florece.

CONCLUSIÓN

Por último, Tripp nos ayuda a ver que el ministerio de la iglesia local está orientado a las personas porque la «iglesia nunca será una comunidad de personas espiritualmente maduras si los líderes están tan ocupados en conseguir logros que no tratan a las personas inmaduras con paciencia y gracia» (45). Trágicamente, sin embargo, muchas comunidades de liderazgo permiten que «los afanes [ministeriales] del mundo y el engaño de las riquezas [ministeriales] [ahoguen] la palabra, [para que] resulte infructuosa», al no atender a las personas inacabadas entre ellos. Esto solo se corregirá cuando Cristo sea el objetivo y la identidad del ministerio cristiano.

Como señala Tripp: «Si el liderazgo ministerial es tu identidad, entonces Cristo no lo es» (156). El ministerio no puede hacer por los ministros lo que únicamente el Mesías puede hacer por ellos. En su misericordia, Dios nos da a sus amigos como si fueran nuestros. Al final, el amigo que necesitamos es el que vive y es la Palabra eterna: el Señor Jesucristo, el amigo de los pecadores.

 

Traducido por Nazareth Bello

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[1]. Esta idea fue tomada de Made for Friendship: The Relationship That Halves Our Sorrows and Doubles Our Joys (Wheaton: Crossway, 2018), 46, escrito por Drew Hunter.

[2]. Esta frase fue tomada de Deeper: Read Change for Real Sinners (Wheaton: Crossway, 2021), 118, escrito por Dane C. Ortlund.