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Teología Sistemática – Clase 16: La obra del Espíritu Santo – Parte 1
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Clase esencial
Teología Sistemática
Clase 16: La obra del Espíritu Santo – Parte 1
- Introducción
Bienvenido. Cielos, veo que podemos necesitar una dosis extra del Espíritu esta mañana. Entonces, ¿por qué no comenzamos con una pregunta: ¿Quién sabe quién es Shai Linne? Shai escribió estas palabras en una de sus canciones llamada «Mercy & Grace», en ella Shai rapea; Yo no rapeo, pero Shai rapea y dice:
Es bastante sorprendente cómo en la salvación
Cada persona de la Trinidad contribuye como una compilación
El Padre me eligió, Jesús sangró por mí
Y la regeneración es la confirmación del Espíritu Santo
Ahora bien, ¿por qué Shai se sorprendería de eso? ¿Y qué es la regeneración del Espíritu Santo? Bueno, permíteme continuar y resumir la obra del Espíritu Santo; este será el punto dos en la parte delantera de tu folleto.
- Resumen
El teólogo Anthony Hoekema lo expresó así: «El Espíritu Santo completa el plan del Padre, mediante la aplicación de la Palabra y los beneficios del Hijo, actuando sobre y en la creación».
Ahora bien, quizá no sea necesariamente el resumen más pegadizo, pero es útil por dos razones.
En primer lugar, resalta útilmente la obra del Espíritu de una manera trinitaria. Con demasiada frecuencia, la obra del Espíritu está divorciada de la obra del Padre y del Hijo. El Espíritu es considerado el misterioso, pero emocionante miembro de la Trinidad que hace todas esas cosas impredecibles, por lo que lo relegamos a su propio gimnasio donde puede rebotar por las paredes. Pero bíblicamente, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no están haciendo cosas diferentes. Por el contrario, están resolviendo el único plan de Dios. Vemos esto claramente en textos como Juan 15:26: «Pero cuando venga el Consolador (el Espíritu), a quien yo (Jesús) os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí». En términos generales, el Padre escribe, el Hijo cumple, y el Espíritu aplica. Son tres personas, pero un Dios, y sus actividades representan un trabajo unificado.
Segunda razón por la cual la definición de Hoekema es útil: resalta la obra del Espíritu como cristológica. En otras palabras, la obra del Espíritu se centra en Jesús. El rol principal del Espíritu Santo en nuestra salvación es hacernos uno con Cristo. Él nos une a Cristo, y todas las bendiciones que vienen con esa unión (la regeneración, la conversión, la adopción, etc.). Por esa razón, el Espíritu Santo es llamado el Espíritu de Cristo (Ro. 8,9; 1 P. 1,11) y el Espíritu del Hijo de Dios (Gá. 4,6). Tener al Espíritu es tener a Cristo (Ro. 8.9-11).
Cualquier comprensión del Espíritu que no sea trinitaria y cristológica de esta manera, lejos de exaltar al Espíritu, lo deshonra. Simplemente no es cristiana. Es por eso que comenzamos a definir bíblicamente qué es el Espíritu.
- La obra del Espíritu Santo en el Antiguo Testamento
Comenzando en el Antiguo Testamento, ¿dónde crees que aparece primero el Espíritu Santo?
Génesis 1:1-3: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz».
Observemos dos cosas que el texto dice que están presentes: número 1) el Espíritu de Dios y número 2) la Palabra de Dios. Dios habla: «Sea la luz» y se hace realidad por el poder de su Espíritu. Dios crea por su Palabra[1] a través de su Espíritu. El Espíritu produce la voluntad del Padre en la creación, trayendo orden del caos, creando lo que es, de lo que no era (Génesis 1:2, Hebreos 11:3). En otras palabras, la obra del Espíritu en la creación consiste en extender la presencia de Dios a la creación de tal manera que ordene y complete lo que se ha planificado en la mente de Dios[2].
¿No es increíble? El Espíritu Santo es uno de los agentes de Dios el Padre para lograr lo que él pensó.
Y este mismo Espíritu Santo aparece en todo el Antiguo Testamento de manera similar. La presencia divina que guió al pueblo de Dios en el Éxodo fuera de Egipto –una columna de nube durante el día y de fuego por la noche (Éxodo 13:21-22)–, era el Espíritu Santo (Isaías 63:10-14). Es el Espíritu de Dios quien dota a ciertos hombres en la construcción del Tabernáculo e inspira a los profetas del Antiguo Testamento con la Palabra de Dios (por ejemplo, 2 S. 23:2).
El Antiguo Testamento está lleno de referencias de la obra del Espíritu, pero por lo general, la actividad del Espíritu en el Antiguo Testamento era «enigmática, esporádica, selectiva y externa». Los profetas anhelaban días mejores. Vemos esto conmovedoramente en las palabras de Moisés de Números 11:29 en tu folleto: «Ojalá todo el pueblo de Jehová fuese profeta, y que Jehová pusiera su espíritu sobre ellos». Moisés anhelaba el día en que todo el pueblo de Dios poseería el poder del Espíritu de Dios.
¿Significa esto que los creyentes del Antiguo Testamento no poseían el Espíritu? ¿Qué crees? ¿Los creyentes del Antiguo Testamento poseían el Espíritu de Dios?
El Antiguo Testamento nunca hace referencia al Espíritu Santo morando en los creyentes. El lenguaje de «morada» es el lenguaje del pacto, el lenguaje de la presencia de Dios. Es relacional y nos lleva de vuelta al huerto de Edén. Pero en el Antiguo Testamento, la morada de Dios es siempre externa, en el Tabernáculo y el Templo, nunca en los creyentes[3].
En el Antiguo Testamento, el Espíritu empodera a los creyentes, pero no por igual, y no indefinidamente. Y otro testimonio de la obra selectiva del Espíritu Santo es la oración de David en el Salmo 51; él ora para que Dios no le quite el Espíritu Santo.
En el Antiguo Testamento, la obra del Espíritu estaba predominantemente reservada a los líderes: profetas, sacerdotes y reyes. Pero existe la esperanza de que lo que Moisés deseaba –que todas las personas posean el Espíritu de Dios– se cumpliría. ¿Sabes dónde vemos eso en el Antiguo Testamento?
Ezequiel 36:25-27: «Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra».
Joel 2:28-32: «Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días. Y daré prodigios en el cielo y en la tierra, sangre, y fuego, y columnas de humo. El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día grande y espantoso de Jehová. Y todo aquel que invocare el nombre de Jehová será salvo; porque en el monte de Sion y en Jerusalén habrá salvación, como ha dicho Jehová, y entre el remanente al cual él habrá llamado».
Jeremías 31:33-34: «Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado».
Vemos el comienzo del cumplimiento de estas promesas en la persona de Jesucristo.
- El Espíritu Santo en la persona de Cristo
Cuando nos volvemos al Nuevo Testamento, nuestra comprensión de la persona y obra del Espíritu Santo entra en un mayor enfoque y claridad. Para comenzar, veamos la obra del Espíritu en la persona de Cristo.
Podemos rastrear la obra del Espíritu Santo en Cristo a través de tres etapas.
A. La concepción
En el Evangelio de Lucas, el ángel que habla con María dice: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios» (Lucas 1:35).
Esa palabra «cubrir» se usa en la traducción griega del Antiguo Testamento (LXX) para referirse a la nube de la gloria de Dios que se cierne sobre el Tabernáculo. Lucas dice que el nuevo templo prometido del Antiguo Testamento es Jesucristo. Jesucristo es la gloria prometida del Padre, que mora con su pueblo.
[4]. Avanzando directamente a «la segunda etapa»…
B. La unción bautismal
La segunda etapa de la obra del Espíritu en Cristo comienza con su bautismo. Los cielos se abren y nos preparan para una nueva revelación cuando desciende una paloma y Dios habla: «Este es mi hijo amado, en quien tengo complacencia»[5]. Y luego, «lleno del Espíritu», leemos que Jesús es conducido a través de una repetición del Edén: correcto, Satanás tienta a Jesús como lo hizo con Adán. Pero a diferencia de Israel, que entristeció al Espíritu en las peregrinaciones en el desierto, el segundo Adán, Jesús, ¡tiene éxito! Jesús, lleno del Espíritu, camina hacia territorio enemigo en el desierto para enfrentar a Satanás y ser tentado durante 40 días y 40 noches. Él lucha por su pueblo y gana. Después de derrotar a Satanás, exige: «Vete, Satanás» (Mateo 4:10), y el diablo huye. ¡No es de extrañar que Jesús infundiera miedo a los demonios durante su ministerio!
Incluso los primeros días del ministerio de Jesús nos recuerdan que en Cristo, el cristiano lucha desde una posición de victoria; y solo peleamos esta batalla por el poder del Espíritu de Dios en nosotros. Pasemos a la siguiente obra del Espíritu en Cristo.
C. La resurrección y ascensión de Jesús
La tercera etapa de la obra del Espíritu en Cristo comenzó con la resurrección y la ascensión de Jesús. Aunque a menudo se atribuyen al Padre y al Hijo, la resurrección y la ascensión también son obra del Espíritu Santo. Romanos 1:4 dice acerca de Jesús «que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos». Y 1 Pedro 3:18 dice: «Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu».
El Nuevo Testamento enseña que a través de su vida y ministerio, Jesús llegó a tal posesión completa del Espíritu, experimentándolo sin límites (Juan 3:34), que llegó a ser «Espíritu del Señor» (2 Co. 3:18). En resumen, la Biblia nos enseña que gran parte de lo que hizo Jesús fue debido a la obra del Espíritu en él; su concepción, su unción, su resurrección y ascensión, éstas fueron hechas en el poder del Espíritu en Jesús.
- La obra del Espíritu Santo en el cristiano
Las palabras de despedida de Jesús prepararon a su pueblo para el Espíritu Santo prometido. En Lucas 24:49, dice: «He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto». ¿Dónde se cumplió lo prometido? En el día de Pentecostés. Miremos el primer punto, el don del Espíritu.
A. El don del Espíritu
Hechos 2:1-4…, puedes ir allí: «Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen».
Entonces Pedro predica, explicando lo que ha sucedido citando Joel 2 que leímos anteriormente. Luego cita el Salmo 110, y leemos en Hechos 2:33: «Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís».
Observa dos cosas. En primer lugar, vemos cómo el don del Espíritu representado por vientos recios y llamas de fuego, no es un giro peculiar en el plan de Dios. Más bien, es el elemento central en la promesa del nuevo pacto que Dios le había dado a su pueblo en Joel 2 o Ezequiel 36; vimos esos pasajes antes.
Y en segundo lugar, al citar el Salmo 110, Pedro muestra cómo el don del Espíritu a Cristo y luego el otorgamiento del Espíritu por Cristo cumple la promesa del Padre al Hijo en el Salmo 2:8: «Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra». Bueno, en el día de Pentecostés vemos que las naciones vienen a Cristo; la gran comisión se está cumpliendo y se está cumpliendo principalmente por la obra del Espíritu.
También en Pentecostés tenemos la inversión de Babel. ¿Recuerdas esa historia? En Génesis 10, se nos da una lista de naciones, seguidas por Dios confundiendo su lenguaje y dispersándolas. Aquí, en Hechos 2:8-12, se nos da otra lista de naciones, excepto que esta vez sus lenguas se entienden cuando se reúnen en Jerusalén. Los efectos del pecado se están revirtiendo en una nueva comunidad de judíos y gentiles, unidos por… ¡el Espíritu Santo!
Mientras estudiaba esto, me sorprendieron las conexiones del Espíritu Santo desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo Testamento. Después de todo: fuego, viento y una lengua divina nos recuerda lo que Moisés encontró en el monte Sinaí. Allí Moisés ascendió, solo para descender con los Diez Mandamientos, la Ley de Dios. De la misma manera en el Nuevo Testamento, Cristo acaba de ascender, y en Pentecostés baja, no con la ley escrita en tablas de arcilla, sino con el don de su propio Espíritu para escribir la ley en el corazón del creyente. Esto nos permite cumplir los mandatos de la ley. Aquí está el cumplimiento de Jeremías 31 y la gran esperanza de Moisés que vimos en Números 11.
Mientras que en el antiguo pacto la obra del Espíritu generalmente se limitaba a unos pocos, en su mayoría, hombres y líderes, ahora leemos en Hechos 2:17 que los hijos e hijas profetizan, los jóvenes tienen visiones, los ancianos tienen sueños. Estas visiones y sueños eran modos de comunicar el conocimiento de Dios bajo el antiguo pacto. Pero en Cristo y por el don del Espíritu, todo el pueblo del Señor posee el conocimiento de Dios. Jeremías 31:34 espera con ansias este punto, dice: «Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová».
Entonces podrías decirme: «Isaac, eso es mucho». Esto es lo que quiero que veas, ¡El día de Pentecostés es la culminación de la obra de Jesús! Recuerda lo que Jesús dijo en Juan 7:37-39: «En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado».
La venida del Espíritu es evidencia de la glorificación de Cristo, su entronización celestial. Por tanto, el libro de Hechos no trata tanto acerca de los hechos del Espíritu Santo a través de los apóstoles, sino de los hechos continuos de Jesucristo a través del Espíritu.
Entonces, ¿qué beneficios trae la morada del Espíritu en el creyente? Bueno, solo tenemos tiempo para mirar uno más, pero es glorioso porque hablaremos de la regeneración.
B. La regeneración
Así como el rol del Espíritu es dar vida física y aliento a toda la creación, también es su rol dar vida espiritual a los hombres. Jesús le dice a Nicodemo que debe «nacer de nuevo» por el Espíritu (Juan 3:6-7). También les dice a sus discípulos que «el Espíritu es el que da vida» (Juan 6:63).
Para que ese corazón de piedra se convierta en un corazón de carne (Ezequiel 36), Dios debe hacer una obra sobrenatural a través del Espíritu. Espiritualmente hablando, el mundo no es lo que parece. Parece vivo, pero en realidad estamos rodeados de cadáveres espirituales. Caminamos todos los días entre muertos. Nuestra oración y esperanza es que Dios, a través de su Espíritu, los traiga a la vida.
La obra del Espíritu del renacimiento en la vida del cristiano tiene varios aspectos.
En primer lugar, implica una iluminación intelectual. Juan escribe en 1 Juan 2:20: «Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas». Esta unción del Espíritu Santo es compartida por cada cristiano y se dice que lleva a un cierto conocimiento: el conocimiento de quien es Dios y lo que ha prometido. Eso no significa que el cristiano lo sabe todo; más de lo que un ciego que recibe la vista puede ver todo simultáneamente. Pero la verdad que una vez no fue reconocida ahora es conocida y celebrada por el que es regenerado, o el que es «nacido de nuevo».
En segundo lugar, la obra de regeneración del Espíritu implica la liberación de la voluntad. Antes, nuestras voluntades, nuestros deseos, estaban esclavizados al pecado y eran incapaces de seguir a Jesús, del mismo modo que un muerto no responde (Efesios 2:1).
Tercero, la obra del Espíritu de la regeneración implica limpieza y renovación. Así, cuando Jesús le dice a Nicodemo que «el que no naciere de agua y del Espíritu», está aludiendo a la promesa del nuevo pacto de Ezequiel 36: «Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias… Os daré corazón nuevo». (1 Corintios 6:11 habla claramente de esto también).
La obra de renovación del Espíritu en la regeneración es tan completa que Pablo escribe: «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (2 Corintios 5:17). ¡Alaba a Dios por su gloriosa obra en nuestras vidas!
Amigo, tenemos mucho más que cubrir acerca de la obra del Espíritu Santo en la vida del creyente: convicción, unión con Cristo, fruto del Espíritu, la oración del Espíritu en nuestro nombre y la seguridad… pero hemos abarcado todo lo que podemos por el día de hoy.
Oremos.
[1] Col. 1:16
[2] Véase Ferguson en The Holy Spirit.
[3] Véase God’s Indwelling Presence de James Hamilton Jr.
[4] Así como Dios se preocupó por su «hijo» (Éxodo 4:22) al llamar a Israel a salir de Egipto (Deuteronomio 8:1ff, Ez. 16:1ff), asimismo Dios continúa a través del Espíritu cuidando de su Hijo encarnado (también llamado de Egipto, Mt. 2:15).
[5] Mateo 3:17
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