Evangelio

«Te tienes a ti mismo»: Cómo la internet cultiva el individualismo expresivo en todos nosotros

Por Samuel D. James

Samuel D. James es editor asociado de adquisiciones en Crossway Books, y publica un boletín periódico llamado Insights.
Artículo
29.06.2022

La película del año 2010 de Christopher Nolan, El origen, cuenta la historia sobre una tecnología llamada «sueño compartido», inventada en algún momento indeterminado del futuro, que permite a los participantes entrar en los sueños de los demás a través de su subconsciente. El protagonista, interpretado por Leonardo DiCaprio, reúne a un equipo de «hackers» de sueños para invadir la mente de un multimillonario heredero de negocios y convencer a su subconsciente de que rompa el imperio comercial de su padre.

En una de las escenas más sutilmente metafóricas de la película, el equipo visita a un químico que puede fabricar un sedante especialmente potente que permite compartir sueños vívidos y prolongados. El químico lleva al equipo al piso de abajo, donde se encuentra una sala poco iluminada en la que hay decenas de personas durmiendo, conectadas a dispositivos para compartir sueños. El químico explica que estas personas llegan a pasar horas cada día soñando juntas, ya que su subconsciente construye una vida alternativa en sus sueños. Atónito, el equipo pregunta: «¿Vienen aquí a dormir?». «No —responde el químico—, vienen aquí a despertarse». El sueño se ha convertido en su realidad.

No existen dispositivos para compartir sueños en el mundo real, pero sí hay una tecnología del mundo real que conecta a miles de millones de personas en una realidad onírica: la internet.

Como Carl Trueman expone brillantemente en El origen y el triunfo del ego moderno, el individualismo expresivo tiene su origen en una compleja colisión de historia, filosofía y política. Hoy, sin embargo, el vehículo más poderoso para moldear a la gente a su imagen no es el salón de clases o el Tribunal Supremo, sino la internet. Para ver esto más claramente, tenemos que pensar en la internet menos como una herramienta singular o un pasatiempo, y más como lo que es ahora: un hábitat epistemológico inmersivo en el que cientos de millones de personas tienen una membresía regular y activa. La internet ha transformado la forma en que los humanos leen, aprenden, se comunican, trabajan, compran, se recrean e incluso «rinden culto». Ninguna otra tecnología es tan disruptiva para las formas tradicionales de la actividad humana.

La membresía a una comunidad en línea tiene efectos formativos en nosotros, al igual que la membresía de una iglesia local. Las liturgias del culto evangélico reunido y encarnado nos orientan hacia un conjunto de creencias y valores, mientras que las liturgias de la membresía a la internet nos orientan hacia un conjunto diferente.

Mientras que los críticos de la tecnología secular han estado hablando así de la vida digital durante un tiempo, los cristianos en gran medida no lo han hecho. En su lugar, nos hemos centrado no en la forma de la internet, sino en su contenido, animándonos unos a otros a evitar la pornografía, la calumnia y la envidia en los distintos sitios web y plataformas de medios sociales por los que navegamos a diario. Este estímulo es bueno y necesario, pero se necesita mucho más. Los pastores y los líderes de las iglesias, en particular, necesitan ver las tecnologías en línea como poderosos instrumentos de formación personal que nos empujan en una determinada dirección espiritual y epistemológica.

Antes de seguir adelante, deberíamos tomar buena nota de algo importante. La visión bíblica del florecimiento humano como portadores de la imagen divina y seguidores de Cristo es una visión profundamente analógica. Con esto quiero decir que la Escritura supone y prescribe doctrinas, actitudes y prácticas que están vinculadas a nuestra existencia física y encarnada. Por un lado, los cristianos creen que la revelación divina se expresa en un libro físico, la Biblia, y que este libro presenta un lenguaje con significado objetivo [1]. Además, lo primero que aprendemos de la Biblia sobre nosotros mismos es que hemos sido creados a imagen de Dios, hombre y mujer. Esto significa que nuestra identidad fundamental como personas está vinculada a nuestro cuerpo.

Dios crea portadores de imágenes físicas que tienen identidades sexuales encarnadas y, en sumisión a Dios, estos portadores de imágenes se unen para casarse, hacer el amor y tener hijos que llenan la tierra (con sus seres físicos) y la someten. La familia no es un concepto abstracto, sino una institución de carne y hueso que se ordena en función de personas reales y encarnadas.

La internet, por el contrario, es radicalmente incorpórea. Estar en línea es, en un sentido muy real, escapar de lo dado de la existencia creada. El crítico social Laurence Scott escribe:

Si nuestros cuerpos han proporcionado tradicionalmente el esquema básico de nuestra presencia en el mundo, entonces no podemos entrar en un entorno en red, en el que nos presentamos en múltiples lugares a la vez, sin replantearnos el alcance y los límites de la corporeidad. Mientras estamos sentados junto a una persona, sonriendo a través de una pantalla a otra, nuestros pensamientos, nuestras visiones, nuestras declaraciones a destiempo y de corazón se materializan en los fragmentos de los bolsillos de los demás. Es asombroso pensar cómo en los últimos veinte años se han redefinido tan radicalmente los límites y la coherencia de nuestros cuerpos [2].

El carácter incorpóreo y «fragmentado» de la internet no es una mera trivialidad interesante. Es una parte enormemente importante de la forma en que estar en línea moldea nuestras creencias, intuiciones y hábitos.

Consideremos ahora tres «liturgias digitales» distintas que nos moldean a todos a imagen y semejanza de la internet incorpórea [3].

1. «Mi historia, mi verdad»

El carácter aplanador y democratizador de la tecnología en línea significa que la moneda social más valiosa no es la experiencia, la sabiduría o el carácter, sino la historia. Cuando una afirmación de la verdad se enfrenta a una narrativa, la narrativa gana siempre. La experiencia personal es la norma autorizada en el discurso digital y, en muchos casos, ninguna prueba o argumento puede superarla. Sugerir que la historia de alguien puede ser relevante, pero no necesariamente autorizada, se considera a menudo como un ataque groseramente inaceptable a su persona.

El poder de la historia individual para justificar los deseos y frustrar cualquier crítica es poderosamente evidente para la Generación Z. En su libro Un daño irreversible: La locura transgénero que seduce a nuestras hijas, la periodista Abigail Shrier describe cómo un gran y creciente número de adolescentes y preadolescentes estadounidenses están aprendiendo a cuestionar su género dado a través de influenciadores transgénero, especialmente en YouTube, Reddit y Tumblr. Los influenciadores difieren en personalidad y enfoque, pero un mensaje que prácticamente todos ellos tienen en común es: no escuches a nadie que te diga que no eres trans. No lo saben y no pueden entenderlo.

Cuando se combina con el carácter inmersivo e incorpóreo de la internet, este es un mensaje enormemente poderoso. La internet requiere una curación constante, lo que significa que la existencia en línea puede y debe ajustarse continuamente para que no haya que ver nada que nos condene o nos inquiete. Los algoritmos de las redes sociales animan a los usuarios a profundizar en sus intereses más salvajes y marginales, porque son esos intereses los que alimentan una actividad prolongada en la aplicación. Y todo este descenso a las profundidades de nuestros propios estados emocionales y psicológicos ocurre lejos de la observación y la ayuda de otras personas en nuestras vidas, ya que la tecnología nos aísla y la cultura digital insiste en que solamente ella es un lugar seguro para nosotros.

Pero según la Escritura, ni tú ni yo somos los intérpretes finales de nuestra propia experiencia. Más bien, somos criaturas finitas con una visión limitada. Nuestras experiencias son ciertamente importantes, pero no son definitivas. Dado que pertenecemos a un Creador y no a nosotros mismos, es su Historia la que da significado a la nuestra. Su Historia da sentido a nuestras vidas, incluyendo un sentido redentor a nuestro sufrimiento. Su Historia también nos sitúa en una comunidad de personas cercanas a nosotros, no «influenciadores» con un estilo de vida que vender, sino padres, madres, hermanos y hermanas por los que realmente somos vistos y conocidos.

2. «Si no parece cierto, probablemente no lo sea»

A medida que la internet ha escapado de sus ataduras físicas y se ha convertido en un hábitat móvil y ambiental, ha alterado no solo nuestro sentido del yo, sino nuestro sentido de la verdad. Al forzar continuamente nuestras reservas de atención, la cultura digital nos prepara para formar nuestras creencias basándose en la intuición inmediata. Nuestro deseo de pensar a profundidad se ve comprometido por la tiránica novedad e inmediatez de la internet, y a medida que nuestro deseo de pensar a profundidad cede, también lo hace nuestra capacidad.

Esta fue la conclusión de Nicholas Carr en su monumental libro del año 2010 The Shallows: What the Internet Is Doing to Our Brains [Superficiales: ¿Qué está haciendo la Internet con nuestras mentes?]. Carr presenta pruebas convincentes de que el tipo de lectura y aprendizaje que hacemos en línea es muy diferente al que hacemos fuera de línea, y que la internet es, por su naturaleza, una arquitectura epistemológica que nos condiciona lejos del pensamiento profundo.  «La Red es, por diseño —escribe Carr—, un sistema de interrupción, una máquina orientada a dividir la atención».

Las investigaciones psicológicas demostraron hace tiempo lo que la mayoría de nosotros sabemos por experiencia: las interrupciones frecuentes dispersan nuestros pensamientos, debilitan nuestra memoria y nos ponen tensos y ansiosos. Cuanto más complejo es el tren de pensamiento en el que estamos involucrados, mayor es el deterioro que causan las distracciones [4].

Carr concluye:

Dada la plasticidad de nuestro cerebro, sabemos que nuestros hábitos en línea siguen reverberando en el funcionamiento de nuestras sinapsis cuando no estamos conectados. Podemos suponer que los circuitos neuronales dedicados a escanear, hojear y hacer varias cosas a la vez se expanden y fortalecen, mientras que los utilizados para leer y pensar a profundidad, con una concentración sostenida, se debilitan o erosionan [5].

Las implicaciones teológicas de esto son graves. La Biblia no es una revelación simplista. Interpretar correctamente la Escritura y aplicar su historia y sus promesas a nuestras vidas requiere un pensamiento maduro. La enseñanza de la iglesia sobre la sexualidad, por ejemplo, se basa en una rica metanarrativa del diseño divino y la naturaleza humana. En las salas de avatares incorpóreos de la internet, no es solo que estas ideas sean impopulares, sino que requieren un tipo de pensamiento sostenido, cuidadoso y de gran alcance que la Web socava activamente en sus usuarios.

En Cartas del diablo a su sobrino, el demonio titular de C. S. Lewis aconseja a su protegido que no intente discutir con los humanos. En lugar de debatir si tal o cual afirmación religiosa es objetivamente cierta, Escrutopo insta a Orugario a presionar con la jerga a su «paciente». «No pierdas el tiempo tratando de hacerle creer que el materialismo es la verdad —escribe Escrutopo—. Hazle pensar que es poderoso, o sobrio, o valiente; que es la filosofía del futuro. Eso es lo que le importa» [6]. Lewis sabía en los años 40 lo que la era de la internet ha demostrado: el pensamiento cuidadoso, claro y profundo es conducente a la fidelidad cristiana, pero la reacción impresionista y visceral no lo es.

3.  «Todo lo que me haga sentir incómodo no debería existir»

Al igual que la invención del automóvil no solo permitió los deseos de viajar de la gente, sino que también los creó y cultivó, el entorno comisariado de la internet permite a la gente eliminar lo que no le gusta y cultiva la sensación de que lo que no le gusta debe ser eliminado. Entre las muchas dinámicas que entran en juego con cosas como la «cultura de la cancelación», una de ellas es sin duda el modo en que la tecnología de la internet ha reducido nuestra tolerancia a las cosas que nos gustaría eliminar de nuestras pantallas. El correo electrónico odioso puede borrarse, las publicaciones pueden refrescarse y el interlocutor ofensivo puede silenciarse. Esta capacidad perpetua de personalizar lo que consumimos, gracias a la naturaleza incorpórea de la internet, entrena nuestras conciencias en una liturgia de la aversión.

Intuitivamente, tenemos la sensación de que la internet nos conecta con personas e ideas que de otro modo no veríamos, y es cierto. Pero también es cierto que su forma permite, en un sentido muy poderoso, escapar de cualquier cosa que encontremos. La forma de la tecnología digital nos mantiene a una distancia segura de cualquier cosa que podamos objetar, incluso de lo que puede ser para nuestro mayor bienestar.

En un ensayo del año 2016 para First Things, Marc Barnes describió cómo observaba a los visitantes de un museo de arte. Apenas miraban las piezas intemporales que tenían delante, apuntando casi automáticamente las cámaras de sus teléfonos al arte, sacando una foto y pasando a otra cosa.

«El clic nos ofrece una salida —escribe—. Lo que no es natural siempre puede ser imitado tecnológicamente, y el acto de tomar una foto imita el momento de la emoción… Conseguimos a través del lente lo que no podemos conseguir a través del corazón: un momento en el que el objeto penetra y nos cambia según su propio valor» [7].

Desde el punto de vista teológico, la capacidad de curar nuestra realidad paraliza nuestra capacidad de seguir los mandatos bíblicos de vivir de forma contraintuitiva. Se nos enseña a amar a nuestros enemigos, a someternos a los que tienen autoridad, a negar nuestros instintos pecaminosos, a recibir una reprimenda fiel, a confesar nuestros pecados y, quizá lo más difícil de todo, a perdonar a los que pecan contra nosotros. Ninguna de estas prácticas se celebra en la cultura en línea dominante, y varias de ellas se consideran evidencias activas de abuso. ¿Por qué? Porque dentro de la lógica moral de la internet, el usuario siempre tiene el control. Seguir cualquiera de estos mandatos bíblicos es conceder el orgullo de nuestra propia historia, y la experiencia en primera persona, altamente curada y totalmente personalizada de la vida en línea simplemente no es compatible con esto.

CONCLUSIÓN

El principal canal de formación personal del individualismo expresivo es sin duda la internet, que por su naturaleza nos entrena en estas liturgias digitales que socavan la fidelidad bíblica. Entonces, ¿qué debemos hacer? ¿Debemos borrar nuestras cuentas, cancelar nuestras suscripciones, tirar nuestras computadoras y rechazar el mundo en línea? La tentación es fuerte, y hay que admitir que los cristianos deben replantearse seriamente la aceptación automática y la participación en estos entornos.

Pero debemos recordar que Jesús oró por sus discípulos, no para que fueran sacados del mundo, sino para que fueran protegidos del maligno (Jn. 17:15). Estas liturgias digitales no existen en última instancia debido a la internet, sino al mundo, que siempre expresará su rechazo a la verdad revelada a través de cualquier medio disponible. La respuesta no puede ser abandonar el mundo, sino participar en la creación de uno nuevo.

Los cristianos no siempre resistirán con éxito estas liturgias digitales, pero lo harán mejor juntos. La característica más importante de la internet es también su debilidad más importante. La «comunidad» incorpórea no satisface el alma, no cura la soledad y no infunde un sentido de justicia cósmica. Solo las prácticas de culto de la iglesia local, a través de las cuales la Palabra renueva nuestra mente, pueden hacerlo.

A medida que los cristianos nos recordamos mutuamente el evangelio, construiremos en los demás la capacidad de obtener alegrías más ricas, una identidad más profunda y un significado duradero que la tecnología digital promete, pero nunca ofrece. La permanencia del evangelio, revelada en un libro, proclamada por una comunidad y demostrada a través del amor, es un contrapeso más que suficiente para las almas cansadas de las pantallas.

 

Traducido por Nazareth Bello

 

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[1] Por «objetivo», no pretendo subestimar la dificultad de discernir el significado o el papel de la interpretación. Simplemente quiero decir que el lenguaje de la Biblia es un lenguaje real, puesto ahí por humanos racionales, y discernible por los mismos.

[2] Laurence Scott, The Four-Dimensional Human: Ways of Being in the Digital World. (New York: W.W. Norton, 2015), 4.

[3] Partes de esta sección son una adaptación de un ensayo que escribí para Desiring God, «Constantemente (Des)conectado», https://www.desiringgod.org/articles/constantly-disconnected

[4] Nicholas Carr. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? Superficiales (New York: W.W. Norton, 2010), 132.

[5] Ibid., 141.

[6] C.S. Lewis, Cartas del Diablo a su sobrino. (New York: HarperCollins, 1942).

[7] «Arreglar con un clic», First Things, mayo de 2016 https://www.firstthings.com/article/2016/05/click-fix