Clases esenciales: Sufrimiento

Sufrimiento – Clase 3: El futuro del sufrimiento

Por CHBC

Capitol Hill Baptist Church (CHBC) es una iglesia bautista en Washington, D.C., Estados Unidos
Artículo
18.10.2018

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Clase esencial
Sufrimiento
Clase 3: El futuro del sufrimiento


La importancia del cielo y el infierno en el sufrimiento de un cristiano

  1. Introducción

Es March Madness (Campeonato de la División I de Baloncesto Masculino de la NCAA) ahora mismo. 64 equipos compitiendo por el campeonato nacional de baloncesto universitario. Algunos de nosotros podemos estar emocionados por ello, otros no tenemos ni idea. De cualquier manera, imagina esto: imagina que vas a ver el gran juego, es uno reñido, y realmente quieres que tu equipo gane. ¿Cómo te sientes durante el juego? Es angustiante. Mientras el balón va y viene entre los equipos, comes tus uñas, gritas frente al televisor, y saltas de arriba abajo. ¿Por qué? Porque no sabes lo que pasará, quién ganará. Eso es lo que hace que el juego sea emocionante y estimulante cuando tu equipo gana (ahora tienes derecho de fanfarronear), pero también tan decepcionante cuando pierdes.

Bueno, imagina un segundo escenario. Imagina que no puedes ver el gran juego esta noche porque digamos que está pautada una reunión de miembros en la iglesia. Afortunadamente, tu amigo tiene DVR, y puede grabar el juego para que puedan verlo mañana por la noche. Así que, al día siguiente durante el trabajo intentas evitar cualquier conversación acerca del juego porque sabes que lo verás esa noche, sin embargo, fue un juego tan importante que no puedes evitar escuchar a tu compañero hablar de ello. No solo escuchas que tu equipo ganó, sino que escuchas que remontaron de una desventaja de 15 puntos en los últimos cinco minutos, y una canasta sobre la bocina les dio la victoria.

Ahora bien, cuando te sientas a ver el juego esa noche, ¿qué diferencia hace el saber cómo termina? Todos tus amigos que esperaron para ver el juego contigo se sientan alrededor del televisor, comiendo sus uñas, gritando, saltando. En el segundo período parece que todo está perdido. Pero tú puedes sentarte relajado y calmado, y disfrutar de tus palomitas porque sabes quién gana al final.

Lo mismo sucede con la vida cristiana. Dios en su bondad nos ha dicho cómo termina todo. Él gana. Satanás, el pecado y la muerte están derrotados y habrá un final para el sufrimiento.

Sufrir como cristiano significa sufrir con el fin de todas las cosas firmemente puestas a la vista. Si no lo haces, eventualmente cualquier esperanza que tengas, fallará y estarás aplastado bajo el peso de la realidad en este mundo caído[1]. Pero cuando sufrimos con el fin en mente, nuestra esperanza arde intensamente porque demuestra que lo que nos aguarda supera cualquier cosa a la que hayamos renunciado. Y en esa esperanza, hay gloria para Dios y gozo para nosotros, incluso en medio del sufrimiento.

Cualquier respuesta al problema del sufrimiento que no mencione el fin, no puede ser una respuesta cristiana. Ahora, con agendas apretadas, fechas topes y otras responsabilidades que ocupan nuestra atención, es fácil vivir como si esta vida es todo lo que hay. Podemos creer que hay vida después de la muerte, pero dejamos esto en un segundo plano hasta que la idea de la eternidad se convierte en una póliza de seguro por si acaso[2]. Cuando perdemos de vista el cielo, la tragedia (grande o pequeña) puede hacernos caer en la desesperación porque nos roba nuestra esperanza.

Martin Lutero entendió muy bien esta realidad, y dijo que vivía como si solo existiesen dos días en su calendario: este día y ese gran día. Este día refiriéndose al día de hoy, en el que te encuentras; ese gran día refiriéndose al fin, el día en que compareceremos ante Dios como juez. Así que, lo que haremos es comenzar mirando el fin y considerando lo que Dios está haciendo con las realidades del infierno y el cielo. Con eso en mente, podemos volver a este día, hoy, y ver cómo esas realidades nos ayudan en nuestro sufrimiento.

Ese Día y el infierno

Recientemente, ha habido muchas discusiones sobre la idea del infierno. Por tanto, consideremos lo que la Biblia dice acerca del infierno…

Cuando la Biblia habla acerca del infierno, lo describe como un lugar de sufrimiento tan insoportable que estará lleno de «llanto y crujir dientes» (Mt. 8:12). Se describe como un horno de fuego, un fuego inextinguible donde el gusano no muere, y el fuego nunca se apaga (Mt. 13:42, Mr. 9:43, 48). Imagina eso, un fuego tan intenso que nunca se acaba, nunca; un lugar lleno de hedor y podredumbre tan malo que los gusanos nunca desaparecen. Los que están en el infierno anhelan un fin, pero no hay un final a la vista. La Escritura lo describe como un lugar don los pecados son castigados, no por 10 años, o 100 años, o 1000 años, sino eternamente, por eso, Apocalipsis 14 señala que el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. Un tormento que no permite el descanso de día ni de noche.

Sin embargo, el aspecto más aterrador de todos es la completa separación de Dios, estar en enemistad con él, enfrentar su ira, saber que nunca serás capaz de ser reconciliado con el Dios por el que fuiste creado para adorar (2 Ts. 1:9). Y donde hay separación de Dios, también hay separación de nuestros amigos, familiares y seres queridos. No importa lo que nos digan Hollywood o las historietas recientes, el infiero no es una fiesta donde las personas se reunirán. Aquellos en el infierno siempre estarán en desacuerdo los unos con los otros, constantemente destrozados por la comprensión de su culpa y vergüenza.

Entonces, ¿qué nos dice esto acerca de Dios? ¿Qué está haciendo?

¿Puedes imaginar que Dios mirara el mal en este mundo –violación, asesinato, robo, abuso, discriminación–, y no hiciera nada al respecto, e incluso llamara bueno al mal? Ese no sería un Dios bueno, sería un tirano perverso. Pero Dios no es indiferente al pecado, y el infierno sirve como evidencia de ello. Porque él es bueno y justo, castigará cada pecado, como lo ha dicho en Éxodo34, no dejará al culpable sin castigo. Nada se esconderá bajo la alfombra, nunca será el juez malvado que acepte un soborno, muestre parcialidad o sentencie un veredicto equivocado.

De acuerdo, si eso es lo que Dios hará Ese Día, ¿qué importancia tiene para cómo nosotros vivimos el Hoy? ¿Qué diferencia hace en medio de nuestro sufrimiento?

Este Día y el infierno

Imagina a alguien contra quien se haya pecado: alguien a quien injustamente se le ha hecho un mal. Tal vez ha sido interrumpido en el tráfico. Tal vez su cónyuge lo culpó por algo que no hizo. Tal vez alguien le robó. Tal vez ha sido abusado ​​por un padre o una pareja. Tal vez perdió un cónyuge o un hijo porque profesaba ser cristiano.

En cualquiera de estos escenarios (y puedes imaginar muchos otros más), ¿qué anhela la víctima? ¡Justicia! Y ese anhelo es bueno y correcto, es una expresión de ser hechos a imagen de Dios. El problema es que la venganza nunca fue una carga para la que fuimos diseñados: es demasiado pesada. Cuando vives como si la venganza dependiera de ti, el deseo de justicia puede consumirte. No puedes perdonar a la persona porque, si lo haces, ¡podría salirse con la suya! Y así, la ira y el resentimiento comienzan a crecer dentro hasta que terminas amargado.

Para aquellos que se encuentran sufriendo bajo esta carga, Dios viene misericordiosamente y ofrece quitarla de sus hombros y llevarla por ellos. Leemos en Romanos 12: «No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor».

La venganza le pertenece a Dios, no a nosotros. Podemos confiar en que Dios corregirá todo lo malo y proveerá justicia en cada situación. Dios es mucho mejor para vengarse que nosotros. Los que te han ofendido responderán a Dios por ello y no se saldrán con la suya. Un día, en Ese Día, comparecerán ante Dios y le rendirán cuentas. Si en esta vida se negaron a arrepentirse, beberán la copa de la ira de Dios.

Por tanto, cuando veo el cuadro bíblico del infierno puedo confiar la venganza a Dios. Más que eso, puedo soltar la amargura, el enojo y el resentimiento. En lugar de ser vencido por el mal, ahora puedo vencer el mal haciendo el bien a esa persona. Cuando veo el infierno por lo que es, no quiero deseárselo ni a mi peor enemigo.

Ahora que Cristo ha venido, Dios puede ser absolutamente justo y todavía perdonar a los pecadores, él puede, como escribe Pablo en Romanos 3, ser justo y ser el que justifica. ¿Cómo funciona eso? Cuando una persona se rehúsa a arrepentirse de su pecado y creer en Cristo, se enfrenta a la ira de Dios por sí mismo, así es como llega la venganza y se preserva la justicia de Dios. Pero si esa persona se arrepiente y cree en Cristo, la venganza de Dios vendrá de otra manera. Como un sacrificio expiatorio, él se sustituye en el lugar de aquellos que confían en él. De cualquier forma, Dios permanece justo.

En ese sentido, la realidad del pecado tiene otro propósito en nuestro sufrimiento. Cuando somos perjudicados, anhelamos justicia. Pero, cuando somos culpables del daño, ¿qué anhelamos? Misericordia. El infierno no es solo lo que otras personas merecen (Los Hitlers, Stalins, Bin Landens); es lo que nosotros merecemos. «No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios…  por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios… éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás»[3]. Como resultado, lo que es justo, lo que es correcto, es que seamos condenados al infierno.

Si el infierno no es real, no hemos sido salvados de mucho. Pero si es real, el infierno sirve como un escenario para mostrar cuán profunda es la misericordia de Dios, ¡para mostrarnos de lo que hemos sido salvados!

En medio del sufrimiento, es fácil sentir pena por nosotros mismos y pensar que Dios nos debe su bondad; olvidar lo que merecemos por causa de nuestro pecado. Y cuando no somos agradecidos, el sufrimiento se vuelve insoportable. No obstante, mientras más apreciamos la misericordia de Dios, más podremos dejar de enfocarnos en nosotros mismos y tener una perspectiva eterna de las cosas. En ese sentido, incluso cuando no entendemos lo que Dios está haciendo, podemos descansar en la verdad de que Dios es bueno, y esa esperanza es la que nos permite avanzar.

Ese Día y el cielo

En Ese Día, el día del juicio, Jesús separará a las ovejas de los cabritos, a los justos de los injustos. Así que necesitamos considerar no solo lo que la Biblia dice acerca del infierno, sino también lo que dice acerca del cielo.

Cuando la Biblia habla del cielo, lo describe como un lugar donde no hay más sufrimiento. Así, leemos en Apocalipsis 21: «He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron». No habrá más jaquecas, cáncer, brazos que no funcionen, ojos que no vean. No habrá más tristeza, dolor, funerales. Recibiremos cuerpos nuevos que nunca se romperán, desgastarán o enfermarán.

No habrá más pecado con el cual luchar, no más culpa ni vergüenza de pasados rotos. Estaremos con nuestros amigos y familiares que han creído en Cristo y nuestras relaciones serán sin envidia, rivalidad o competitividad. En cambio habrá un amor perfecto, cada persona cuidará de la otra, y será capaz de confiar completamente.

Y lo mejor de todo, el cielo se describe como el lugar donde habitaremos con Dios y seremos perfectamente felices y satisfechos en él. Es imposible detallar cuán asombroso será. Piensa en el mejor placer que puedas imaginar en la vida… Dios es infinitamente mejor. Cada bien en esta vida es una señal del bien supremo de Dios. Él es lo increíble acerca del cielo. Si el cielo solo fuera un lugar para evitar el infierno, cantar cánticos y sentarse en una nube, todas esas comodidades eventualmente se tornarían aburridas. Pero nunca sondearemos las profundidades de la belleza, majestad y maravilla de quién es Dios. Él nos dejará sin aliento, una y otra vez.

Entonces, ¿qué nos enseña el cielo acerca de Dios? ¿Qué está haciendo?

Si el infierno nos muestra la bondad y la justicia de Dios, el cielo nos muestra la gracia y la misericordia de Dios. El cielo no es lo que ninguno de nosotros merece, pero es real y es un disfrute que va más allá de nuestra imaginación. De modo que, si esto es cierto acerca de Dios, ¿qué diferencia hace en medio de nuestro sufrimiento? ¿De qué manera debería afectar cómo vivimos en Este Día, Hoy?

Este Día y el cielo

Por un lado, nos recuerda que hay un final para el sufrimiento, no durará para siempre.

Sin esperanza, el sufrimiento nos aplastará con la desesperación. Piensa en el sufrimiento que soportamos por nuestros cuerpos. Desde que el pecado entró en escena, nuestros cuerpos han gemido por el peso de la vejez, la descomposición, la enfermedad. Pero la esperanza que tenemos es que estos cuerpos son solo temporales, en el cielo nuevo y en la tierra nueva, nuestros cuerpos serán hechos nuevos. Filipenses 3:20-21: «Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas».

Joni Eareckson Tada, quien ha sufrido de cuadriplejia (parálisis motora de las cuatro extremidades) desde 1967, explica cuán crucial ha sido esta esperanza para ella en su sufrimiento. Escribe:

«Todavía encuentro difícil creerlo. Yo, con dedos arrugados y doblados, músculos atrofiados, rodillas nudosas e incapaz de sentir algo de los hombros hacia abajo, un día tendré un nuevo cuerpo, liviano, brillante y vestido de justicia, poderoso y deslumbrante. ¿Te imaginas la esperanza que esto le da alguien con la médula espinal lesionada como yo? ¿O a alguien con parálisis cerebral o esclerosis múltiple? Imagina la esperanza que esto le da a alguien que es maníaco-depresivo. Ninguna otra religión, ninguna otra filosofía promete nuevos cuerpos, corazones y mentes. Solo en el Evangelio de Cristo, aquellos que sufren encuentran una esperanza tan increíble[4]».

Los que sufren físicamente necesitan esperanza, y la esperanza del cielo es que nuestros cuerpos serán hechos nuevos. Esto nos señala que Dios se preocupa profundamente por nuestro dolor y sufrimiento. David escribe en el Salmo 56:8: «Mis huidas tú has contado; Pon mis lágrimas en tu redoma; ¿No están ellas en tu libro?». Él no es indiferente a nuestro dolor, no es frío ni distante. Un día, Dios promete limpiar cada lágrima, corregir cada error, remover cada dolor, y el cielo nos recuerda que tal esperanza es segura.

Otro beneficio de la realidad del cielo para el sufrimiento es que nos señala nuestra más grande esperanza: estar con Dios. Nos recuerda que nuestro sufrimiento nunca es en vano. En el siglo XVIII, Jonathan Edwards describió el cielo como un lugar donde todos estarán profundamente satisfechos, tendrán una copa y su copa rebosará, algunos tendrán un dedal, otros un vaso, otros una cubeta de cinco galones, pero todos tendrán una copa llena. ¿Qué diferencia hace el tamaño de la copa? Pablo escribe en 2 Corintios 4:17-18: «Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas».

¿Viste eso? La aflicción de Pablo, su sufrimiento tiene un efecto sobre el peso de gloria que experimentará en el cielo, lo está preparando para ese peso de gloria. Mientras soportamos hoy con fe paciente, el sufrimiento tiene una forma de crear un recipiente más profundo para nosotros, una expectativa y apreciación del cielo cuando lleguemos allí. En este sentido, somos ayudados en nuestro sufrimiento presente, ¡sabiendo que Dios lo está usando para darnos una mayor capacidad de disfrutarlo ahora y en la eternidad!

Nuestro anhelo por Dios puede ser la función más importante de la realidad del cielo en nuestro sufrimiento. Si Dios es nuestro mayor tesoro, el sufrimiento que una vez parecía una montaña insuperable se convierte en un obstáculo. Eso no quiere decir que ya no dolerá más; solo que no vamos a mirar nuestras circunstancias para satisfacernos. Considera las palabras de Pablo en Filipenses 3:8: «Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo».

Pablo acaba de pasar tiempo reflexionando sobre las cosas que una vez fueron valiosas para él: su herencia religiosa, antecedentes familiares, educación y logros en el cumplimiento de la ley, y ahora dice que todas esas cosas son basura. De hecho, piense en lo que se excluiría de la lista de Pablo que él considera basura. ¡Nada! Entonces, ya sea su salud, sus relaciones, su reputación, todo entra en la categoría de basura, cuando lo compara con el valor supremo de conocer a Cristo. En ese sentido, su presente amor por Cristo y la esperanza de estar un día con él serían intocables. Podría estar consumiéndose por fuera, pero renovado por dentro. A nadie le preocupa que su basura se arruine o se la roben.

¿Cómo podemos crecer en esto?  Algunas sugerencias:

  • Lee la Palabra de Dios
    • Medita en Apocalipsis 4-5; 21-22.
    • Medita en el Salmo 2 – el Señor se ríe, se burla de aquellos que buscan descarrilar su programa – nuestro futuro está seguro.
    • Reflexiona sobre 1 Corintios 15 – la promesa de un nuevo cuerpo que funciona.
  • Ora
    • Ora por un corazón sabio para contar los días correctamente (Sal. 90).
    • Examina tu agenda – ¿Estás tan ocupado que tu enfoque está siempre en el ahora? Necesitas parar para…
    • Orar por un corazón que esté profundamente satisfecho en Dios (Sal. 73:25-26; Fil. 3:8; 2 Co. 4:16-18).
  • Buenas sugerencias para leer:
    • El sermon de Jonathan Edwards «Heaven, a World of Love» [El cielo, un mundo de amor] o «Sinners in the hands of an angry God» [Pecadores en las manos de un Dios enojado].
  • Canta himnos que te ayuden a reflexionar sobre el cielo:
    • Alcancé salvación
    • Jerusalén mi hogar feliz
    • Él viene
    • Cuán dulce y horrible es el lugar
    • Arpas eternas
    • Hay un mundo feliz
    • Mi redentor vive

 

[1] Véase 1 Ts. 4:13

[2] Necesitamos orar como Moisés en el Salmo 90:12 pidiéndole a Dios: «Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría». Esto después de considerar la brevedad de la vida: «Los días de nuestra edad son setenta años; Y si en los más robustos son ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, porque pronto pasan, y volamos» (Sal 90:10).

[3] Ro. 3:10-11, 23; Ef. 2:3b

[4] When God Weeps de Joni Eareckson Tada y Steven Estes.