Predicación expositiva

Por qué la predicación es primordial y las ordenanzas no lo son

Por Jonty Rhodes

Jonty Rhodes es el pastor fundador de Christ Church Central (IPC) en Leeds, Inglaterra.
Artículo
18.03.2022

Durante la pascua de la primera mitad del siglo I, un viajero observa desde la distancia la crucifixión de tres hombres en una colina a las afueras de Jerusalén. ¿Qué descubre? Sus ojos le indican poco. Además de algunos patrones climáticos inusuales y una muerte más rápida de lo normal en el caso de uno de los hombres, todo lo que nota son unos hombres judíos de aspecto ordinario ejecutados por Roma.

Pero una vez que llega a estar cerca, todo cambia. Entre otras cosas, escucha hablar a los crucificados. Uno de ellos admite su culpabilidad y ruega al personaje central, aparentemente llamado «Jesús», que se acuerde de él cuando llegue a su reino. Oye a este Jesús prometer que el criminal entrará ese mismo día en el paraíso. También oye al centurión que supervisa la crucifixión declarar que Jesús era «el Hijo de Dios». Al cabo de un rato, oye a Jesús anunciar que su obra está «terminada», y entonces encomienda su espíritu a su Padre celestial.

Aunque los ojos del viajero le indicaron poco, sus oídos le abrieron la puerta de la salvación. Como le ocurrió a nuestro viajero de ficción, así nos ocurre a nosotros hoy.

«Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios» (Ro. 10:17).

En su bondad, Jesús nos dio dos ordenanzas —dos imágenes del evangelio el bautismo y la cena del Señor. Ambas son vitales para una iglesia sana. Pero la predicación de la palabra de Dios siempre debe tener prioridad sobre las ordenanzas. ¿Por qué? Porque los signos solo tienen sentido cuando van acompañados de palabras que los explican.

He oído que, en los primeros tiempos de la radiodifusión británica, la BBC llegó a un acuerdo con los periódicos de que no perjudicarían las ventas comentando las carreras de caballos. En su lugar, reproducían el sonido de la carrera, los truenos de los caballos, los aplausos del público, sin palabras para explicar lo que estaba ocurriendo. Suena tan ridículo que podría ser cierto.

Pero un servicio de adoración que ignorara la predicación del evangelio, y en su lugar pusiera toda la atención en el bautismo o la cena del Señor sería mucho más tonto. Veamos solo tres razones por las que esto es así.

EL EJEMPLO DE PABLO

«Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio» (1 Co. 1:17). Pablo ciertamente bautizó a personas, aunque a veces parece haber olvidado a quiénes (1 Co. 1:16). Pero estaba claramente convencido de que su tarea central era predicar a Cristo crucificado. Cuando llegamos al libro de los Hechos, apenas oímos hablar de la cena del Señor. Pero vemos a Pablo predicando en casi cualquier oportunidad.

Cuando las divisiones en la iglesia primitiva amenazaban con abrumar a los otros apóstoles, decidieron: «No es justo que dejemos de predicar la palabra de Dios para servir a las mesas» (Hechos 6:2), y resolvieron en cambio «dedicarnos a la oración y al ministerio de la palabra» (Hechos 6:4). La devota predicación de la palabra era la clara prioridad de los primeros líderes de la iglesia.

Mientras Pablo veía un futuro en el que la iglesia no tendría apóstoles, sino que sería liderada por hombres «ordinarios» como Timoteo y Tito, se preocupó de nuevo por la fiel predicación. Le dijo a Timoteo: «Dedícate a la lectura pública de la Escritura, a la exhortación y a la enseñanza» (1 Ti. 4:13). Recordó a Tito que Dios había manifestado el evangelio «en su palabra por medio de la predicación que me ha sido confiada por mandato de Dios nuestro Salvador» (Tit. 1:3). No es de extrañar que algunas de las últimas palabras de Pablo sean también algunas de las más pesadas:

«Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina» (2 Ti. 4:1-2). Las epístolas pastorales tienen pocas o ninguna referencia a las ordenanzas. Pero el mandato de predicar resuena en cada una de ellas.

EL EJEMPLO DE JESÚS

Por supuesto, Pablo y Timoteo solo seguían los pasos de su maestro. Él daba mucha importancia a su ministerio de predicación. Cuando las multitudes de Capernaum llegaban en masa para ser sanadas, habiendo visto el poder de Jesús sobre la enfermedad y demonios por igual, Cristo le dijo a Simón que era necesario, en cambio, «vamos a las ciudades vecinas, para que yo también predique allí; porque para esto he venido» (Mr. 1:38).

¿Por qué dejó Jesús la buena obra de la sanación para predicar a nuevos pueblos? Porque era el sembrador, cuya palabra daba fruto y abría la entrada al reino eterno (Mr. 4:1-20).

Todavía hoy es a través de la Palabra, y no de las meras ordenanzas, que los hombres y mujeres «nacen de nuevo, no de semilla perecedera, sino de imperecedera, por la palabra viva y permanente de Dios» (1 P. 1:23). Es la Palabra leída y predicada la que puede convertir al escéptico y discipular al santo (2 Ti. 3:15-17). Las ordenanzas sin la Palabra no salvarán a nadie, mientras que la Palabra sin las ordenanzas han salvado a muchos.

No debemos ignorar las ordenanzas. Pero mantengamos el sermón en el centro.

Traducido por Renzo Jr. Bello