Predicación expositiva
Por qué debemos predicar la Biblia
En el año 1977, unas pocas semanas después de mi conversión, fui a visitar una iglesia. El pastor había llegado de viaje esa semana y por la forma como predicó, supongo que había encontrado algunos problemas en la congregación.
Cuando anunció su texto bíblico, me sentí muy entusiasmado y expectante: el sueño de José en Génesis 37. En ese momento no tenía ideas muy claras acerca de la predicación en general, y mucho menos de lo que implicaba exponer un pasaje del Antiguo Testamento en el marco de la gran historia de la redención.
Pero aún así fue muy decepcionante al ver lo que el predicador hizo con ese pasaje del Génesis. Si mi memoria no me falla, inmediatamente después de leer las Escrituras, comenzó diciendo que él también había tenido un sueño: había soñado que los hermanos de la iglesia se amaban entre sí, que no chismeaban unos de otros, y cosas por el estilo. El relato bíblico se quedó en la plataforma de lanzamiento después de disparar hacia el espacio el cohete de sus propias opiniones e inquietudes.
Han pasado muchos años desde ese incidente y, gracias al Señor, he tenido la bendición de escuchar a muchos buenos predicadores predicando muy buenos sermones de las Escrituras. Pero debemos reconocer con tristeza que, dentro del mundo evangélico, no abunda la predicación que expone lo que el texto bíblico realmente dice. No lo que el predicador cree que dice, o lo que la iglesia quiere que diga, sino lo que el Espíritu Santo quiso comunicarnos en ese pasaje de las Escrituras.
Esa es una de las razones por las que la iglesia de Cristo está languideciendo en muchos lugares: la falta del alimento sólido de la Palabra de Dios. Y es la predicación expositiva regular en nuestras iglesias lo que garantiza que nuestras ovejas sean alimentadas. Por predicación expositiva nos referimos al tipo de predicación que toma un texto, a veces una línea de un texto, de las Escrituras y expone lo que ese texto enseña en su contexto y en el contexto más amplio de la historia redentora.
Permíteme aclarar que este tema no es únicamente para pastores y predicadores. Es extremadamente importante que los creyentes en las iglesias vean la importancia de exponerse regularmente a la predicación expositiva para su propio crecimiento espiritual y su propio equipamiento, para entonces servir a otros en el cuerpo de Cristo. Una de las razones por las que existe la mala enseñanza es porque hay mucha gente dispuesta a escucharla.
EL PROBLEMA PLANTEADO
En 2 Timoteo 3:1 vemos el planteamiento de un problema: “Pero debes saber esto: que en los últimos días vendrán tiempos difíciles”.
En el Nuevo Testamento la frase “los últimos días” no se usa para referirse primariamente a los días que anteceden la venida del Señor, sino más bien a esta última etapa en la historia de la redención en la que nos encontramos y que empezó en el día de Pentecostés (Hch. 2:16-17; 1 Jn. 2:18).
De manera que nosotros, lo mismo que Timoteo, nos encontramos dentro de ese período que Pablo describe como “tiempos difíciles”. Y ¿cuál es la naturaleza del peligro que tanto Timoteo como nosotros tenemos que enfrentar? Lo vemos en los próximos versos:
“Porque los hombres serán amadores de sí mismos, avaros, jactanciosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, irreverentes, sin amor, implacables, calumniadores, desenfrenados, salvajes, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, envanecidos, amadores de los placeres en vez de amadores de Dios; teniendo apariencia de piedad, pero habiendo negado su poder; a los tales evita”, 2 Timoteo 3:2-5.
Alguien pudiera decir que esos rasgos de carácter han estado presentes entre los impíos desde que el mundo es mundo. Y es cierto. Pero lo que Pablo nos dice aquí es que en los postreros días estas cosas no solo se van a manifestar en el mundo, ¡sino también en la iglesia! Las personas que Pablo está describiendo aquí no están fuera de las iglesias, ¡están dentro! (2 Ti. 3:5, 8).
UN CUADRO ATERRADOR
Esto da miedo. ¿Cómo se supone que los ministros del evangelio vamos a poder hacer la obra del Señor cuando este tipo de personas tratará de infiltrarse en las iglesias, disfrazadas de ovejas? Algo interesante en esta lista de adjetivos es que comienza con dos palabras que en el idioma original poseen el prefijo griego philos: “amadores de sí mismos” y “avaros” (φίλαυτοι, φιλάργυροι), y concluye con otras dos palabras que poseen el mismo prefijo: “amadores de los placeres en vez de ser amadores de Dios” (φιλήδονοι μᾶλλον ἢ φιλόθεοι). De manera que el problema de esta gente no radica en que hacen cosas malas; se trata de algo más profundo. Sus corazones están tan dañados que aman lo que no deben amar, y aborrecen lo que no deben aborrecer.
Es de esa fuente corrupta que brota todo lo demás. ¿Hay algo que nosotros como pastores podamos hacer que sea capaz de cambiar radicalmente el curso de los afectos de estas personas? ¿Existe algún programa, alguna charla motivacional o predicación terapéutica que sea capaz de hacer eso? ¡Por supuesto que no!
Estas personas no pueden cambiar porque no quieren cambiar. Ellos aman lo que aman; de manera que nosotros no tenemos capacidad en nosotros mismos para cambiar la inclinación de sus corazones. Esa es una de las razones por las que el ministerio nunca ha sido fácil y nunca lo será (ver 2 Ti. 3:10-13).
Esta no parece ser una nota muy alentadora para un joven pastor como Timoteo, que para colmo de males parecía tener una tendencia a retraerse. ¿Qué consejo podemos darle a un pastor joven como Timoteo ante la realidad de los problemas y dificultades que va a tener que enfrentar en un mundo tan dañado como este?
Aquí es donde entran en juego los expertos en mercadotecnia eclesiástica diciéndonos que debemos ser innovadores, y esforzarnos para que la iglesia no se vea tan diferente al mundo que la rodea, para no amedrentar a los incrédulos, para que se sientan lo más cómodo posible en medio nuestro.
Pero eso no es lo que Pablo le dice a Timoteo. Como bien se ha dicho: la forma más eficaz de alcanzar al mundo con el evangelio no es dándole a la gente las mismas cosas que ya tienen en el mundo, sino ofreciéndoles una alternativa que solo Dios puede proveer: el poder omnipotente de su Palabra.
UN MARCADO CONTRASTE
En 2 Timoteo 3:14-17 vemos un marcado contraste. “Tú, sin embargo…”, comienza Pablo (3:14). Esta es la línea que separa a los pastores falsos de los verdaderos. Pablo advierte a su discípulo que vendrán engañadores, por lo cual debe mantenerse firme en la Palabra. Entonces le da tres razones para hacerlo.
La Palabra da sabiduría
En primer lugar, solo las Sagradas Escrituras “pueden dar la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús” (2 Ti. 3:15). Ningún otro libro en el mundo puede hacer eso. Solo la Biblia posee un testimonio fidedigno acerca de Cristo, y solo ella tiene el poder para llevar a Cristo.
La Biblia no fue escrita para enseñarnos cómo vivir nuestra mejor vida ahora, sino más bien para hacernos ver nuestra necesidad de un Salvador, y para guiarnos eficazmente a poner nuestra confianza en ese Salvador. Cristo es el centro de las Escrituras (Lc. 24:25-27; 1 Pe. 1:10-12).
El origen de la Palabra es Dios
En segundo lugar, Timoteo debía mantenerse firme en la Palabra por el origen de la Palabra: “Toda Escritura es inspirada por Dios” (2 Ti. 3:16a). Estamos tan acostumbrados a decir que la Biblia es la Palabra de Dios, que fácilmente podemos perder de vista lo extraordinario de ese hecho.
Pero Timoteo era judío, y él sabía lo que implicaba que este libro fuera la Palabra “exhalada” por Dios (que es lo que la palabra “inspirada” significa aquí). Él sabía que desde el principio de la creación, todo lo que Dios ha hecho, lo ha hecho a través de su Palabra. En el principio Dios dijo: “Sea la luz. Y hubo luz” (Gn. 1:3). Así de simple. Nuestro Dios es capaz de traer a la existencia cosas que antes no existían, únicamente por el poder de su Palabra.
“Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos –dice el salmista en el Sal. 33:6–, y todo su ejército por el aliento de su boca”. Y el autor de Hebreos nos dice en el capítulo 11 que “por la fe entendemos que el universo fue preparado por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve no fue hecho de cosas visibles”, Hebreos 11:3.
Él habló, y una cantidad ilimitada de seres y elementos vinieron a la existencia, desde estrellas gigantescas hasta partículas minúsculas. La creación es una prueba contundente del inmenso poder que desata la Palabra de Dios cuando es pronunciada. Aun nuestro Dios gobierna en su providencia a través de esa misma Palabra. Él crea por su Palabra, gobierna el universo por su Palabra, trae juicio sobre el mundo por medio de su Palabra (Sal. 46:6), y por esa misma Palabra cambia el corazón de los perdidos, crea la Iglesia, y nutre y edifica a los creyentes (Hch. 20:32).
Es tal la identificación de Dios con su Palabra, que la Biblia se presenta a sí misma como poseyendo los mismos atributos de Dios. La Palabra de Dios es justa (Sal. 119:7), es fiel (Sal. 119:140), es verdad (Sal. 119:142; Jn. 17:17), es eterna (Sal. 119:89), es omnipotente (Is. 55:11), es perfecta (Sal 19:7), es santa (2Tim. 3:15).
La Palabra es suficiente
Pero hay una tercera razón por la que Timoteo, y todos los pastores de todas las épocas, deben mantenerse firmes en la Palabra. Ya que la Palabra de Dios es la Palabra de Dios, ella es suficiente para llevar a cabo el propósito para la cual Dios la inspiró:
“Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra”, 2 Timoteo 3:16-17.
Todo lo que Timoteo necesitaba para seguir avanzando en su propia madurez, y para hacer la obra del ministerio, se encuentra allí: en la Palabra inspirada de Dios, infalible, inerrante, y suficiente.
A la luz de esa realidad, ¿qué debemos hacer con la Palabra?
EL MANDATO URGENTE
2 Timoteo 4:2 comienza con el verbo “predica”, el cual se encuentra en imperativo, lo que indica que no es una opción entre otras, ni una sugerencia.
Dios nos manda a proclamar como heraldos la Palabra de Dios. Esto es lo que significa la palabra “predicar” en el original. En los tiempos antiguos los heraldos iban por las calles anunciando en alta voz la victoria de un rey, o las políticas de un nuevo gobierno, o la llegada del emperador. Y eso es precisamente lo que nosotros debemos hacer como predicadores cristianos: predicar fielmente la Palabra para dar a conocer la victoria de nuestro rey Jesús, las políticas de su gobierno, y la realidad de su próxima venida.
Puedo imaginarme a Pablo diciéndole a Timoteo: “Los tiempos son peligrosos, los creyentes son perseguidos por causa de su fe, y los engañadores irán de mal en peor. Pero tú, Timoteo, predica la Palabra, a tiempo y fuera de tiempo, es decir, cuando sea factible hacerlo y cuando sea peligroso. Aunque todo el mundo te diga que la predicación dejó de ser relevante en esta cultura dominada por la imagen, ¡predica la Palabra!”.
“Redarguye, reprende, exhorta con mucha paciencia e instrucción” (2 Ti. 4:2). Al predicar la Palabra debemos tratar de alcanzar los mismos objetivos que Dios tenía en mente al inspirarla. Pero debemos hacerlo con paciencia, en primer lugar, porque los cambios no se producen de la noche a la mañana. Y en segundo lugar, porque no todo el mundo aprecia que se les predique fielmente la Palabra (ver 2 Ti. 4:3-4).
De ahí las directrices que siguen en el versículo 5, y que contrastan una vez más a Timoteo con los falsos maestros: “Pero tú”.
- “Sé sobrio en todas las cosas”: mantente en tu sano juicio; no te dejes arrastrar por el deseo de muchos que visitan las iglesias cada semana esperando ver y escuchar cosas sensacionales y extravagantes.
- “Sufre penalidades”: recuerda que todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución (2 Ti. 3:12), y eso incluye a los que persisten en predicar la Palabra, cuando muchos no querrán escucharla.
- “Haz el trabajo de un evangelista”: en la iglesia y fuera de ella, comparte el evangelio con los perdidos.
- “Cumple tu ministerio”: ¿Cómo? Entre otras cosas, procurando “con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que maneja con precisión la palabra de verdad” (2 Ti. 2:15).
¿CONFIAMOS VERDADERAMENTE EN LA BIBLIA?
Después de haber visto estos pasajes, nos podríamos hacer la pregunta: ¿cuánto confiamos realmente en la Biblia como para dedicar nuestras vidas a predicarla fielmente, o para no querer que nadie nos predique absolutamente nada que no esté en la Biblia?
Podemos llenar las iglesias haciendo muchas cosas entretenidas, pero no fuimos llamados a entretener, sino a buscar las ovejas del rebaño de Dios y alimentarlas con la Palabra para llevarlas a crecer en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo (2 Pe. 3:18).
El evangelio de Cristo que se revela de tapa a tapa en las Escrituras no ha perdido ni una pizca de su poder para salvar y edificar.
Pastor, ya sea que estés iniciando, tengas años exponiendo las Escrituras, o recién estés considerando tu llamado de parte de Dios: si quieres la bendición de Dios sobre tu ministerio, entonces predica la Palabra, a tiempo y fuera de tiempo. A final de cuentas, lo que el Señor evaluará de tu ministerio en aquel día no es el número de personas que venían a escucharte cada domingo, ni la cantidad de mensajes reproducidos en YouTube.
“¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente a quien su señor puso sobre los de su casa para que les diera la comida a su tiempo? Dichoso aquel siervo a quien, cuando su señor venga, lo encuentre haciendo así”, Mateo 24:45-46.
Quiera el Señor levantar más predicadores en el mundo hispano que tengan esta convicción, de manera que la voz de Dios siga resonando en los púlpitos a través de expositores fieles a su Palabra, para ver Su poder en acción salvando a pecadores y edificando a Sus iglesias. Que sea usted uno de ellos que, a la hora de pararse detrás del púlpito, no comparta sus sueños u opiniones personales, sino que exponga la Palabra de Dios.
Artículo publicado primero en Coalición por el Evangelio