Predicación expositiva
Mantengamos vivos el griego y el hebreo en el ministerio
Odio intentar hablar mientras estoy en la silla del dentista. Me molesta que alguien me haga preguntas mientras me taladran, raspan o rocían los dientes. Espero que no esperen nada más que un «ajá». Sin embargo, hace poco mi higienista dental me preguntó cuánto tiempo me toma preparar un sermón. Cuando tuve la libertad de acceder a toda la gama de mis miembros fonéticos, le dije: «A veces puedo tardar hasta 20 horas».
«¡20 horas! ¡20 horas!», gritó. Corrió por la oficina diciendo a sus colegas con sorpresa: «¿Sabías que a veces tarda 20 horas en preparar un solo mensaje?». No esperaba una respuesta así.
¿Pero por qué le fascinó la duración de la preparación de mi sermón, y por qué pensó que a alguien más le importaría? Porque la higienista dental y sus colegas son mormones. En la iglesia SUD, los obispos locales son voluntarios. No dan sermones cada semana. A menudo se encargan de que uno de los miembros comparta un testimonio anecdótico durante su reunión. Casi no es necesaria ninguna preparación. Así que intenté explicarle por qué me tomaba tanto tiempo. Le dije que mi trabajo es predicar la Biblia. Cada semana traduzco un texto en hebreo o griego antiguo. Me esfuerzo por comprender el significado del texto en su contexto histórico utilizando los idiomas originales. Luego trato de preparar un mensaje que sea fiel al significado que el autor quiso comunicar, a la vez que hago las aplicaciones apropiadas. La preparación de un sermón es un trabajo duro, así de simple.
Con esta introducción, podrías pensar que este artículo trata del tema de la preparación de sermones. En cierto modo lo es, pero mi tarea es escribir acerca del uso del griego y el hebreo en el ministerio. Antes de hacer explícitamente la conexión obvia entre la preparación de sermones y el sustento de tus habilidades en los idiomas originales, permíteme aclarar algo desde el principio. ¡El título de este artículo presupone que debes mantener vivos el griego y el hebreo! En otras palabras, me dirijo a aquellos pastores que recibieron una formación formal en lenguas bíblicas. No todos los pastores son tan afortunados, y debemos dar gracias a Dios por la abundancia de herramientas exegéticas a nuestra disposición para estudiar nuestras biblias en castellano. Y para aquellos que desean estudiar los idiomas de la Biblia, nunca en la historia de la iglesia ha sido más accesible la oportunidad de tomar cursos de griego y hebreo.
Pero para aquellos que han pasado horas en el seminario analizando verbos hebreos y diagramando frases griegas, tengo dos grandes argumentos: En primer lugar, creo que lo más importante que se puede hacer para mantener vivos los conocimientos del griego y del hebreo en el ministerio es hacer el arduo y laborioso trabajo de preparar sermones partiendo del texto griego y hebreo de las Escrituras. En segundo lugar, el mayor desafío para mantener vivo el griego y el hebreo en el ministerio es la fuerte convicción de que es importante.
EL GRIEGO Y EL HEBREO PARA LA PREDICACIÓN
Me pregunto si algunos pastores evangélicos han llegado a creer que el esfuerzo dedicado al estudio de los idiomas bíblicos originales durante la preparación de los sermones es cosa del pasado. Después de todo, estamos en la era de la información. ¿Acaso la preparación de un sermón no es tan sencilla como pedir un esquema preelaborado, escuchar lo que algunos pastores famosos ya han predicado acerca de un texto, hurgar en algunos comentarios y luego tomar lo mejor que cada uno tiene para ofrecer? No. No es así.
El apóstol Pablo le dijo a Timoteo: «Esfuérzate por presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse y que interpreta rectamente la palabra de verdad» (2 Ti. 2:15 NVI). La antigua versión de la Reina Valera lo expresa así: «Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado». Dejaré que decidas cuál es la traducción más fuerte sobre la base de tu estudio del texto griego. El punto es que los pastores deben ser eficaces en las Escrituras. Se nos ha encomendado predicar la Palabra (2 Ti. 4:1-2), lo que significa que debemos dedicar una cantidad de tiempo considerable cada semana a la preparación de los sermones.
¿Qué mejor manera de mantener vivos el griego y el hebreo que preparar tus sermones del Antiguo Testamento partiendo de la Biblia hebrea y tus sermones del Nuevo Testamento partiendo del Nuevo Testamento griego? Este ritmo de estudio semanal mantendrá fresco tu griego y tu hebreo.
En la actualidad, todo gira en torno a la productividad y la rapidez. Tal vez alguien deba decirles a los pastores: «Está bien ir más despacio. Medita en las palabras y frases. Dedica un tiempo pausado a estudiar tu pasaje en el idioma original». No estás descuidando tu responsabilidad cuando te esfuerzas por preparar sermones significativos y excelentes partiendo de los idiomas originales. Incluso puedes descubrir que tu confianza en el púlpito se dispara cuando tu sermón es fruto de tu propia exégesis rigurosa. Al reflexionar sobre la importancia de detenerse pacientemente en los textos, John Piper escribió: «Rastrillar es fácil, pero todo lo que se obtiene son hojas; cavar es difícil, pero se pueden encontrar diamantes».
¿REALMENTE IMPORTA?
Permíteme ser el primero en decir que mantener vivos el griego y el hebreo en el ministerio no es fácil. Tratar de mantenerse al día en el uso de los idiomas bíblicos requiere mucho tiempo, es tedioso y desalentador. Las presiones del ministerio pastoral son a veces monumentales. Y cualquier pastor nuevo recién salido del seminario descubrirá rápidamente que los miembros de su iglesia realmente no se preocupan por los puntos más finos del aspecto verbal del griego del Nuevo Testamento. De hecho, es probable que ni siquiera les importe que sepas leer griego y hebreo, ni un poco.
Entonces, ¿qué nos motivará a seguir trabajando cuando tantas responsabilidades compiten por nuestro tiempo? Creo que necesitamos una firme convicción de que nuestra vocación principal es el ministerio de la Palabra. Los pastores no somos conferencistas de TED; no somos psicólogos pop, oradores motivacionales, gerentes de organizaciones o trabajadores sociales piadosos. Somos teólogos, intérpretes, exégetas, expositores y heraldos de un texto divinamente inspirado.
Si has aprendido griego y hebreo, sigue usándolos porque el estudio detallado de la Palabra de Dios es importante. Los pastores deben entregarse al estudio personal y forjar sermones elaborados por su propia exégesis, meditación y reflexión. Pasar tiempo en el texto griego y hebreo ayudará a tu tarea interpretativa, ampliará tus descubrimientos exegéticos y fomentará el compromiso crítico con los comentarios. Tú y tu congregación se beneficiarán.
«TENEMOS QUE SEGUIR AVANZANDO»
Quizá algunos no estén tan convencidos. ¿Son realmente tan importantes los idiomas originales? Tal vez debamos buscar respuestas en otra época de la historia de la Iglesia. Durante la Reforma, Dios levantó pastores-estudiosos que se apropiaron del grito del renacimiento para su propio trabajo: ¡Ad Fontes! (¡A las fuentes!) Martín Lutero tenía en tan alta estima la importancia del estudio de los idiomas bíblicos que creía que «no conservaremos mucho tiempo el evangelio sin los idiomas (originales). Las lenguas —decía Lutero— son la vaina en la que está contenida esta espada del Espíritu; son el cofre en el que está consagrada esta joya; son el vaso en el que se guarda este vino». Sin los idiomas, Lutero creía que la Reforma podría no haberse producido nunca. Él mismo habría seguido siendo un «monje encadenado» mientras que el Papa y su imperio antibíblico habrían «permanecido inamovibles».
Juan Calvino, que predicaba sus sermones directamente del texto griego y hebreo, consideraba que el conocimiento de los idiomas bíblicos era indispensable para los pastores. Creía que los pastores son teólogos y eruditos que nunca debían pasar por alto el estudio serio de la Palabra de Dios:
Dios no quiere que nos formemos en el Evangelio solo durante dos o tres años, sino que quiere que sigamos adelante, de modo que, aunque vivamos cien años o más en este mundo, debemos seguir siendo eruditos, y saber que aún no nos hemos acercado a nuestra perfección, sino que tenemos que seguir avanzando.
No dejemos los idiomas después de dos o tres años de clases en el seminario. Por el bien de la iglesia, y la pureza y defensa del evangelio, aún tenemos que seguir avanzando.
Traducido por Nazareth Bello