Familia

Cuando Papá No Discípula a Sus Hijos

Por ​Jen Wilkin

Jen Wilkin es esposa y madre de cuatro hijos maravillosos, y una promotora de que las mujeres amen a Dios con su mente a través del estudio fiel de su Palabra. Ella escribe, habla y enseña a las mujeres acerca de la Biblia. Vive en Flower Mound, Texas, y su familia llama casa a The Village Church. Puedes encontrarla en jenwilkin.blogspot.com.
Artículo
08.01.2022

Existen tres tipos de “madres solteras” en la iglesia: la madre soltera literal que cría a los hijos por su cuenta, la madre cuyo marido no es creyente, y la madre cuyo marido profesa creer, pero no participa en la crianza espiritual de la familia. Para la verdadera madre soltera y para la madre casada con un no creyente, la tarea es clara: formar a sus hijos en el Señor, porque nadie más lo hará. Para la esposa del padre creyente —pero culpable de ausentismo espiritual— el asunto no está muy claro. Ella vive la tensión entre el deseo de honrar a su esposo y el querer equipar espiritualmente a sus hijos.

Los tres tipos de “madres solteras” necesitan desesperadamente el apoyo de la iglesia, sin embargo en este artículo me gustaría destacar específicamente el tercer tipo de madre, el tipo de mujer atrapada en un dilema.

¿ESPERAR O ACTUAR?

Esta mamá camina en ansiedad, particularmente en ambientes conservadores que enfatizan el rol de los padres como el de conductores espirituales del hogar. Ella ve a sus hijos irse a la cama cada noche, sin tiempo para que la familia comparta las Escrituras o la oración, sin conversaciones que aborden aquellos temas críticos que ayudan a los niños en la transición a la edad adulta con la sabiduría que se requiere. Ella ha sugerido sutilmente que papá inicie estos momentos de enseñanza, para encontrarse finalmente con apatía o con intentos testimoniales de corta duración por parte de él. Y debido a que a ella le han enseñado que Dios quiere que los hombres dirijan este tipo de conversaciones en casa, ella comienza a creer que tan solo puede sentarse en silencio, sin querer usurpar la autoridad, confundida acerca de su papel de madre y esposa, orando para que el Señor cambie el corazón de su marido.

Ella no se debe dar por vencida en cuanto a la oración. El uso de las palabras de mamá es mucho más efectivo que reprender o mendigar a papá a que esté más involucrado. La oración por el corazón de papá y por los corazones de los niños debe ser siempre la primera acción que la mamá persiga, tanto en los hogares donde papá está espiritualmente presente como también en los hogares donde no lo está. Pero en los hogares donde el papá está espiritualmente ausente, creo que mamá está llamada tanto a orar como a actuar.

NO DEJES A TUS HIJOS EN LA CALLE

Cuando mis hijos estaban a comienzos de la escuela primaria, usualmente yo los llevaba hasta la esquina donde una policía de tránsito les ayudaba a cruzar una complicada intersección. Ella vestía un chaleco anaranjado y tenía una señal de pare. Tenía un silbato. Conocía los patrones de tráfico. Su trabajo era asegurarse que los autos se detuvieran y los niños cruzaran con seguridad. Como madre, yo no tenía autoridad para decirle a mis hijos que cruzaran la calle cuando la intersección me parecía que estaba libre de tráfico. Ese era el trabajo de la policía de tránsito.

Ahora supongamos que la policía de tránsito no quiere hacer su trabajo una mañana. Digamos que ella me ve llegar con mis pequeños pero decide quedarse sentada viendo fotos en Instagram. Digamos que le pido que les ayude a cruzar la intersección, pero ella ignora mi válida solicitud. ¿Qué debería hacer? Yo no tengo un chaleco naranja o una señal de pare. No conozco los patrones de tráfico como ella los conoce. ¿Debería decirle a mis hijos: “Bueno, ¡buena suerte! Voy a orar que lleguen con seguridad al otro lado”?

Por supuesto que no. Yo debería hacer lo que ella ha optado por no hacer. Debería ver una apertura en el tráfico y llevar a mis hijos de forma segura a través de la calle. Debería someterme a una autoridad superior a la del policía de tráfico con el objetivo de hacer lo que es seguro y correcto.

Las mamás que se ocupan con los papás espiritualmente ausentes, con razón sienten ansiedad por sus hijos. En la concurrida intersección de la vida, no es ni seguro ni correcto dejar a los niños sin formación en los asuntos espirituales. De hecho, sería reprensible el hacerlo. Pero no te preocupes, es posible honrar la sagrada responsabilidad hacia tus hijos y hacia su Padre celestial, a la vez que muestras honor a su padre terrenal.

HAZ DISCÍPULOS EN TU HOGAR

La Gran Comisión llama a los seguidores de Cristo a hacer discípulos, enseñándoles a obedecer todo lo que Él ha mandado (Mt. 28:18-20).  A los padres se les encarga con este llamado en el hogar. Una madre que no puede contar con su marido para asociarse en este cumplimiento necesitará valentía y humildad para seguir adelante en obediencia a Cristo. Como su discípulo, ella puede y debe disponer sus esfuerzos para hacer discípulos de sus hijos, enseñándoles a obedecer sus órdenes. Mamás, no solo tienen permiso para asumir esta responsabilidad, sino que tienen un mandato.

Ante la falta de ayuda de papá, sigue adelante para llenar el vacío. Sin menospreciar a papá, simplemente comienza a tener las conversaciones necesarias para guiar a tus hijos a salvo hasta la edad adulta. Continúa orando por él. Continúa invitándolo periódicamente a que se una a la conversación. Continúa honrándole, comprometiéndote a hablar bien de él a tus hijos. En la medida en que le pides al Señor que te ayude en tus esfuerzos para ablandar el corazón de tu marido, mantente confesando cualquier resentimiento o auto justicia que puedas albergar. Apóyate en tu comunidad cristiana para que te sostenga. Pero no dejes que el miedo a usurpar la autoridad que papá no ejerce, te mantenga lejos de equipar a tus hijos en el temor del Señor. El Señor se deleita en aquellos que hacen su voluntad. Entrena a los niños. Recuérdate a ti misma que Dios es su Padre celestial perfecto, y confía en que Él los cuidará y los formará a la imagen de su Hijo.

 

Artículo publicado primero en Coalición por el Evangelio