Discipulado

Aprender a orar escuchando en la iglesia

Por Claudia Anderson

Claudia Anderson es una editora retirada en Washington, D. C.
Artículo
01.10.2019

Durante uno de las etapas de mi infancia, cuando los vecinos me llevaron a la escuela dominical, aprendí la oración del Padre Nuestro. Media vida después, siendo una adulta y buscando, recordé que la oración del Señor estaba precedida por las palabras: «Les enseñó a orar diciendo…». Comencé a decir la oración del Padre Nuestro todas las noches, esperando que él me enseñara.

Finalmente, él lo hizo. Por la gracia de Dios, me convertí y fui bautizada a la edad de 49 años, y una vez que me uní a la Iglesia Bautista de Capitol Hill, me encontré inundada de oración sin guion, junto con muchas cosas nuevas y extrañas. En el servicio del domingo por la mañana, varios pastores oraban desde el púlpito, largas y preciosas oraciones. Pasaron meses, sino años, antes de notar cualquier orden en este desfile: primero una oración de alabanza; luego una oración de confesión, seguida de una «garantía bíblica de perdón». Por último, una oración de petición, está casi siempre dirigida por el pastor principal. Esta diferenciación se reforzó cuando ayudé en el ministerio de niños y descubrí que guiábamos las oraciones de los niños con el dispositivo nemotécnico ACTOS: adoración, confesión, tiempo de dar gracias y súplica. Como niña en la fe, me aferré a esto también.

Durante los servicios de los domingos en la noche, después de los himnos, el pastor tomó una docena o más de peticiones de oración y pidió a un miembro de la congregación que orará brevemente por cada una. Inclinamos nuestras cabezas y escuchamos una larga cadena de voces individuales orar en diferentes estilos. He llegado a apreciar la franqueza, la audibilidad y la hermosura especial producida, al parecer, por la dependencia de las frases bíblicas. Llevábamos nuestras necesidades al «trono de la gracia», donde se nos prometió «ayuda en tiempos de necesidad». Estamos «entrando a sus atrios con alabanzas».

Al comienzo, ciertas experiencias específicas en la iglesia, causaron en mí una impresión del poder de la oración corporativa. Mencionaré dos de ellas.

Cuando se conoció que iba a estar fuera por tres meses en otro estado, haciendo un trabajo desconocido, el pastor me puso en la lista de oración de la noche. Estaba ayudando en la guardería esa noche, pero alguien fue enviado para llevarme e invitarme a la reunión (en esos días, probablemente no más de 100 personas, aunque hemos crecido desde entonces). Fui llevada al frente, y varios hermanos y hermanas pusieron sus manos sobre mis hombros y espalda mientras el pastor oraba por mí. Me faltan las palabras para describir el efecto que esto hizo sobre un largo divorcio y una vida de soledad. Me abrió a una dimensión del amor que nunca soñé que existía. Más tarde registraría su nombre, el compañerismo cristianoy leería, en el último libro de la Biblia: Y me dijo: «Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo» (Apocalipsis 21:6-7).

Unos cinco años después, el mismo pastor me casó a mí y a mi esposo Bill. En su sermón de la boda, exhortó: «Ora todos los días para que ames a tu cónyuge mejor que el día anterior. Oren sobre esto por innecesario o imposible que parezca». Me lo tomé muy en serio, y aún lo oro, una oración que se enseña en la iglesia y que me ha ayudado en aprender a ser una esposa.

Experiencias como éstas quemaron la temprana vergüenza que se asocia a la oración frente a otros, y me ayudaron a construir un entendimiento de cómo trabajamos como cuerpo de Cristo. Sin embargo, a medida que pasaron los años, el principal instrumento de crecimiento espiritual, en la oración como en todo lo demás, ha sido el conocimiento de la Biblia. Es la acumulación paciente de sermón sobre sermón, a lo largo de dos décadas, lo que sentó las bases para mi propio estudio en casa y en pequeños grupos, todo lo cual me ha abierto las riquezas de la oración bíblica.

Si Pablo no me lo hubiera mostrado, en su carta a los filipenses, ¿alguna vez se me habría ocurrido pedir un amor que «abunde más y más en ciencia y en todo conocimiento» piensa: amor inteligente, amor profundo para que pueda «escoger lo mejor, ¿para que seáis puros e irreprensibles el día de Jesucristo»? A través de su carta a la iglesia en Colosas, Pablo me llevó a orar por «aguante y paciencia con alegría», recordando que es «el Padre quien nos ha capacitado para compartir la herencia de los santos en la luz». Me consuela confiar en su « glorioso poder».

Estudiar la Biblia es aprender a orar de los maestros. He llegado lo suficientemente lejos como para ser cautivada por lo que espero sea una empresa de toda la vida, y vislumbrar en un horizonte lejano lo que encuentro es un gran proyecto, «orar los salmos».

A pesar de toda la espléndida enseñanza que he tenido, no soy especialmente competente en la oración, ni me he puesto a descansar de una vez por todas en lo que uno de los interlocutores de C.S Lewis en Cartas a Malcolm llamó la «irritabilidad» de la oración. Aun así, estoy en camino. En realidad, llevo una vida de oración. Todos los días, pongo ante Dios en fe mis preocupaciones más importantes y todas las actividades diarias. Y cuando mi mente está en blanco, mi configuración predeterminada sigue siendo la oración del Padre Nuestro. Me siento bendecida de poder recurrir a sus palabras tan familiares sin temor a agotar sus profundidades: «Líbranos del mal», «Hágase tu voluntad».

Al escribir esto, me doy cuenta de que cada una de mis oraciones de acción de gracias debe comenzar adecuadamente con gratitud a aquellos que me llevaron a la iglesia cuando era niña y que, al crecer, me volvieron a invitar.

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