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Vale más un solo día que mil fuera de ellos, un llamado a atesorar la presencia de Dios
Como pastor de una pequeña congregación en un proceso de revitalización, encontré algunos patrones en el comportamiento de nuestros congregantes, y creo que sucede igual en otras iglesias. Observar con preocupación que buen porcentaje de los miembros de nuestras congregaciones comienzan priorizando, o asignando un valor diferente y distante al estar en la presencia de Dios cada día, y en especial el asistir al culto dominical. Cabe la pregunta, ¿cómo podemos promover la regularidad, la relevancia y la intencionalidad con la que nuestros miembros permanecen juntos?
En una era dominada por la gratificación instantánea y la obsesión por la productividad, es fácil caer en la trampa de que reduzcas la vida cristiana a una serie de tareas pendientes.
Asistimos a la iglesia, leemos la Biblia, oramos, servimos… pero, ¿en dónde está el deleite? ¿Dónde quedó la pasión por la presencia de Dios en la iglesia, de manera individual como en forma corporativa?
Las Escrituras te recuerda una verdad profunda, «Porque mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos» (Sal 84:10). Estas palabras, escritas por un peregrino que anhelaba estar en la casa de Dios, deben resonar con fuerza hoy en nuestros corazones. ¿Valoramos realmente el tiempo en la presencia del Señor? ¿O lo vemos como una obligación más en nuestra agenda?
Algunas cosas a tomar en cuenta:
1. El anhelo de nuestra alma
El salmista no solo expresa una preferencia, sino un anhelo profundo por estar en la casa de Dios. Sus palabras revelan una sed insaciable por la comunión con el Creador, «anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová; mi corazón y mi carne cantan con gozo al Dios vivo» (Sal. 84:2). Observa la intensidad de sus palabras: «anhela», «ardientemente desea», «cantan con gozo». No se trata de una vaga inclinación, sino de un deseo apasionado que consume todo su ser.
Este anhelo debe ser la motivación de nuestra vida espiritual, ¿cómo podemos cultivarlo en nuestros corazones? Algunas cosas cardinales serían la meditación en las Escrituras, reconociendo la grandeza y el amor de Dios. También, la vida de oración, experimentando su presencia y fidelidad; sumado a esto la gratitud a él, recordando sus bendiciones y su gracia.
No se trata simplemente de cumplir con un deber religioso, sino de cultivar una relación íntima con Dios, que nos lleve a buscarlo con todo nuestro ser.
2. El gozo de la comunión con otros
El Salmo 84 también destaca el gozo de la comunión con otros creyentes. El peregrino anhelaba unirse a aquellos que se dirigía al templo (Sal. 84:1;4). Sabía que la experiencia de adorar junto a otros era algo único. Imagina la escena: peregrinos de diferentes lugares, con diferentes historias, unidos por una misma fe, caminando juntos hacia la casa de Dios ¡Qué retrato tan poderoso de la unidad y la diversidad del cuerpo de Cristo!
En una sociedad cada vez más individualista, donde se exalta la libertad y se desestiman los vínculos comunitarios, la iglesia se convierte en un oasis para la comunión. Un lugar donde no somos simplemente individuos aislados, sino miembros de una familia espiritual. Juntos, nos animamos, edificamos y nos brindamos el apoyo mutuo en el camino de la fe. Sí, compartimos nuestras alegrías y tristezas, nuestras victorias y derrotas. Nos exhortamos a perseverar, a crecer en santidad y a servir a Dios con fidelidad.
3. El estímulo mutuo y la perseverancia en la fe
El autor de la carta a los Hebreos nos exhorta a que «consideremos cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras, no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos unos a otros, y mucho más al ver que el día se acerca» (10:24-25). Además, la iglesia primitiva «perseveraba en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones» (Hechos 2:42).
Los textos anteriores nos enseñan que la vida cristiana no es una carrera solitaria. No podemos crecer aislados de otros creyentes. Necesitamos del apoyo, la exhortación y el ánimo de otros miembros de la iglesia para perseverar en la fe, especialmente al enfrentar pruebas, tentaciones y persecuciones.
La iglesia no es simplemente el espacio o lugar al que asistimos, es un cuerpo vivo del cual formamos parte. Y un cuerpo necesita de todos sus miembros para funcionar correctamente. Cada uno tiene una función que desempeñar, un don que compartir y una palabra de aliento que ofrecer. Al congregarnos, contribuimos al crecimiento y la edificación del cuerpo de Cristo.
4. La fuente de la fortaleza
Estar en la presencia de Dios, de forma individual como la iglesia reunida, es la fuente de nuestra fortaleza espiritual, «Bienaventurado el hombre que tiene en ti sus fuerzas, en cuyo corazón están tus caminos», continua el salmista en su exaltación (Sal 84:5). En el mundo se busca la fuerza en el dinero, el poder, la fama o el placer. En cambio, el salmista nos recuerda a los cristianos que la verdadera fuerza se encuentra en Dios. Él es nuestra fortaleza inquebrantable.
Finalmente,
En un mundo desafiante, de tentaciones y aflicciones, necesitamos renovar nuestras fuerzas en Dios de manera constante. La meditación en las Escrituras, la oración y la adoración colectiva son canales por los cuales Dios manifiesta su presencia, renueva con su Espíritu a la iglesia y la equipa para que los miembros puedan vivir vidas fructíferas. El tiempo que permanecemos en su presencia, recibimos de la gracia que necesitamos para enfrentar las dificultades, vencer las tentaciones y perseverar en la fe.
El Salmo 84 nos invita a redescubrir el valor del tiempo en la presencia de Dios. No es una obligación, sino un privilegio inmerecido. No debe ser visto como una carga, sino una fuente de gozo, fortaleza y crecimiento espiritual. Mi profundo anhelo es que los miembros de la iglesia local y quienes lean este artículo descubran la belleza incomparable de la presencia de Dios en ellos. Que sus corazones ardan con el mismo deseo del salmista, quien exclamó: «¡Oh, cuán amables son tus moradas, oh Jehová de los ejércitos! Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová; ¡mi corazón y mi carne cantan con gozo al Dios vivo!» (Sal 84:1-2).
Editado por Renso Bello
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