Evangelio

Un nuevo año, ¡Pero no de lo mismo!

Por Miguel Núñez

Miguel Núñez es vicepresidente de Coalición por el Evangelio. Es el pastor de predicación y visión de la Iglesia Bautista Internacional, y presidente de Ministerios Integridad y Sabiduría. El Dr. Núñez y su ministerio es responsable de las conferencias Por Su Causa, que procuran atraer a los latinoamericanos a las verdades del cristianismo histórico.
Artículo
01.01.2022

Un nuevo año ha comenzado y otro se ha ido, de la misma manera que ocurrió hace un año atrás. Esto ha ido ocurriendo por casi 20 siglos después de la muerte de nuestro Señor. No conocemos con certidumbre cómo la gente hacía la transición en la antigüedad, pero hoy en día es frecuente, al final de cada año, escuchar y leer nuevas resoluciones de parte de mucha gente; resoluciones que nunca se cumplieron en el año anterior y muchas que nunca se cumplirán en este año. Y nos preguntamos, ¿por qué se da este fenómeno una y otra vez?

Lamentablemente, la humanidad está llena de buenos deseos y de poco esfuerzo. Los buenos deseos nos revelan muchas veces que la mayoría conoce la verdad. La falta de esfuerzo nos deja ver que muchos no están dispuestos a pagar el precio para que la verdad se haga realidad en su vida. Resoluciones hechas “a la carrera”, sin una correcta meditación, usualmente no se convierten en realidad; y resoluciones hechas contando puramente con el esfuerzo humano no pasan de ser buenos deseos.

Buenas resoluciones usualmente son el producto de una buena reflexión, y cuando esa reflexión pasa a ser una convicción, entonces vemos cómo frecuentemente la vida de esa persona es cambiada. Necesitamos personas de mayor reflexión acerca de la realidad que estamos viviendo. Aun Sócrates, el gran filósofo griego, sin conocer al Dios de la Biblia, llegó a decir esta gran verdad: “una vida sin auto-reflexión no vale la pena vivirla”. Nosotros, los que conocemos que somos hechura Suya (de Dios), tenemos mayores y mejores razones para pensar de esa manera. Si Dios me creó, debió haberlo hecho para un propósito en particular. ¿Has reflexionado sobre esto? ¿Te has preguntado seriamente cuál es tu propósito en la vida?

Hechos 13:36 nos dice que “David, después de haber servido el propósito de Dios en su propia generación, durmió, y fue sepultado con sus padres, y vio corrupción”. Tú necesitas encontrar ese propósito, porque tu sentido de gozo depende de que lleves a cabo el propósito para el cual Dios te creó. Ser médico, abogado, pintor o cualquier otra cosa no constituye tu propósito en la vida; esas cosas son los instrumentos por medio de los cuales Dios pudiera llevar a cabo Su propósito en ti.

Independientemente de cuál sea ese propósito de Dios para tu vida, la Palabra revela uno que es universal para cada uno de Sus hijos. Pedro nos dice en su primera carta (2:9), “Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”. ¿Escuchan los que están a tu alrededor acerca de Sus virtudes a través de ti? ¿Pueden ellos ver esas virtudes reflejadas en tu persona? ¿O están las personas a tu alrededor menos inclinadas a creer en el Dios que sigues por la forma como vives?

Si no nos hacemos este tipo de preguntas, siempre concluiremos que estamos bien, aunque no lo estemos. Proclamar Sus virtudes, o reflejarlas, requerirá conocer a nuestro Dios íntimamente, de tal manera que su conocimiento nos vaya transformando. Y conocerlo de esa manera requerirá tiempo en su Palabra, rumiando las verdades aprendidas, y llevando a la práctica lo revelado por nuestro Dios.

Recuerda, cambiar requiere reflexión.

  • ¿Has pensado de qué manera cambiaste o no cambiaste en el año que terminó apenas hace unas horas?
  • ¿Qué impidió el cambio en esas áreas que Dios te señaló hace un año, pero que hoy tienen que ser señaladas de nuevo?

Al final del camino, la explicación es que no caminaste lo suficientemente cerca de Dios durante todo un año. Digo esto por lo que Pablo nos dice en 2 Corintios 3:18 “Pero nosotros todos, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu”. Nota cómo se supone que ocurre mi transformación: yo soy transformado (voz pasiva): Dios hace eso en mí. Pero a mí me toca jugar un rol activo. ¿Cuál? Contemplar como en un espejo la gloria del Señor. La contemplación de esa gloria debe ir cambiándome. Moisés pasó 40 días teniendo comunión con Dios, y su rostro fue transformado completamente, hasta el punto que muchos no podían ni contemplarlo.

Si quieres ser transformado, necesitas contemplar la gloria del Hijo revelada en Su Palabra. Cuando hagas eso, con frecuencia verás que irás cambiando paulatinamente de gloria en gloria, de una forma que tú no lo notarás, pero todo el mundo a tu alrededor se percatará de que no eres la misma persona. Nadie ha estado en la presencia de Dios por un tiempo suficiente sin experimentar cambios. Dios es un ser tan extraordinario que no nos imaginamos a nadie pasar tiempo con Él y seguir siendo la misma persona que antes era. Cuando te expones al sol por tiempo suficiente, tu piel cambia. Cuando te expones al Hijo por tiempo suficiente, tu corazón cambia.

 

Artículo publicado primero en Coalición por el Evangelio

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