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Quince Razones por las que tu alma necesita de la Adoración Corporativa y no solo una transmisión en vivo

Por Dane Ortlund

Dane Ortlund es jefe de publicaciones y editor de la Biblia en Crossway en Wheaton, Illinois, donde vive con su esposa, Stacey, y sus cinco hijos. Es autor de varios libros, el más reciente "Gentle and Lowly": El corazón de Cristo para los pecadores y los que sufren.
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09.03.2022

La pandemia continúa. La asistencia física en muchas iglesias sigue siendo escasa, o al menos más escasa que antes. Por varias razones, algunos tendrán que seguir quedándose en casa. Pero otros congregantes de bajo riesgo o completamente vacunados parecen preferir las transmisiones en vivo mucho más de lo que esperábamos.

En medio de estas diversas circunstancias e incertidumbres, tenemos que guiar bien a nuestras iglesias. Parte de eso significa que necesitamos recordarles a nuestras congregaciones lo que perdemos cuando no nos reunimos físicamente para adorar. A continuación, he escrito 15 reflexiones acerca de todo lo que se pierde cuando elegimos adorar desde el sofá en vez de las bancas.

1. Como dijo Bonhoeffer en Vida en comunidad: «La presencia sensible de los hermanos es para el cristiano fuente incomparable de alegría y consuelo». La simple presencia de otros cristianos tiene un efecto fortificante en nuestras almas, por debajo de lo que somos capaces de reconocer conscientemente. Esa es una de las razones por las que la Biblia nos exhorta a congregarnos. Somos el cuerpo de Cristo, conectado orgánicamente entre sí, la vida y la fuerza de Cristo mismo fluyendo en nosotros a través de los demás.

2. Una reunión de adoración virtual consiste en una participación unidireccional, no bidireccional. Estás recibiendo, pero no puedes dar. Ves a los que dirigen el servicio, predican y oran, pero ellos no pueden verte a ti. No pueden ver tus ojos, tu cuerpo, tu solidaridad. En el mejor de los casos, eres un número, apareciendo en una transmisión.

3. Usamos nuestras pantallas para trabajar y entretenernos. Pero la adoración corporativa no es ninguna de esas cosas. Ver el servicio en nuestras pantallas puede diluir sutilmente el carácter especial de la adoración corporativa, ya que el propio medio tiende a mezclarlo con otras realidades más mundanas de la vida como el trabajo y el entretenimiento.

4. Asistir a los servicios requiere más fuerzo. Tienes que quitarte el pijama y ponerte unos jeans. Tienes que entrar en el auto. Si tienes niños, tienes que pasar por la rutina de ponerlos presentables y meterlos en la minivan. Aquí en el norte, tienes que lidiar con la nieve, el hielo y el frío. Eso es bueno. Estamos enseñando a nuestros hijos y entrenando a nuestras almas a valorar la adoración corporativa. El esfuerzo de asistir nos entrena en una dirección saludable, reforzando el valor insustituible de reunirnos con otros cristianos.

5. No solo se trata de la adoración corporativa per se; es el tiempo en el pasillo, las conversaciones pasajeras, el saludo a través del santuario, la sonrisa en el estacionamiento, el saludo mientras te lavas las manos en el baño. Todo eso se pierde en el servicio virtual desde casa. En lugar de entrar en el automóvil a las 9:10 para el servicio de las 9:30, llegar a las 9:25, y tener algunos minutos de compañerismo pasajero —junto con el compañerismo y el ánimo sin prisas después del servicio—, abres tu laptop a las 9:29 y la cierras un segundo después de la bendición. Un período prolongado de adoración virtual debilita nuestras relaciones.

6. Hay algo más que es más difícil de articular, aunque está relacionado con el punto anterior. Mental y psicológicamente, hay una cierta «subida» cuando conduces a la iglesia, te estaciones, entras en el edificio, te acomodas en tu asiento o en la banca. Y hay una cierta «bajada» reflexiva cuando sales del santuario, conduces a casa y reflexionas sobre lo que acaba de ocurrir. Todo esto se pierde cuando la rampa de subida y bajada se sustituye por abrir tu computadora y cerrarla. La adoración corporativa debe ser preparada y luego absorbida, y asistir presencialmente ayuda a facilitarlo de una manera que casi seguramente se diluye con la adoración en el sofá.

7. La oración. ¿Con quiénes podemos orar si nos quedamos en casa? Con nuestro cónyuge, tal vez. Pero necesitamos orar con otros cristianos y necesitamos orar por otros cristianos. Queremos seguir aprendiendo a movernos por la vida como si Dios estuviera realmente allí, porque lo está. Ese crecimiento se atrofia en el aislamiento prolongado.

8. El ánimo. Subestimamos enormemente el poder espiritual del ánimo, tanto para el que anima como para el que es animado. Una de las razones por las que nos reunimos es para animarnos, es decir, para infundirnos valor unos a otros. Saludo a un amigo; me pregunta cómo me ha ido en la semana; le comento sobre una prueba que estoy atravesando; me dice: «Resiste, Dios está contigo». Un intercambio de 30 segundos, que se ha ido así de fácil, y mi alma se ha ensanchado.

9. Es más difícil para tu predicador si te quedas en casa. No puede verte. Sabe que estás ahí, y trata de saludarte desde el púlpito mientras echa un vistazo a la cámara de vez en cuando. Pero no sabe si estás asintiendo o si estás cabeceando. No recibe ninguna respuesta de tu parte. Podrías estar saltando de emoción y él no tendría ni idea. La predicación saludable es dialógica: tu predicador se alimenta de tus ojos, tus asentimientos, tu atención, mientras predica. Necesita verte.

10. Y la predicación es más difícil para ti si estás en casa. Sentarte en tu sofá para ver a tu predicador como un rostro en una pantalla simplemente no es tan agradable como estar sentado a 6 metros de distancia, en una habitación con mejor acústica, rodeado de decenas de otros cristianos que también están escuchando contigo. La atención a un predicador en 2-D necesariamente disminuye en comparación con un predicador en 3-D.

11. En la adoración corporativa dentro de tu iglesia, no todo está programado. Saludarás a alguien que no esperabas ver. Un visitante puede sentarse cerca de ti y tendrás la oportunidad de darle la bienvenida. Puede que incluso desempeñes un papel en llevar a alguien a Cristo. Desde tu sofá, nada de eso sucede. Todo es un guion. Es casi imposible tener una interacción fortuita.

12. Cuando estás en el santuario, no puedes pulsar el botón de silencio. No puedes ponerlo en pausa para tomar otra taza de café. No puedes subir o bajar el volumen. Tienes menos tentaciones de sacar el teléfono para ver quién te acaba de mandar un mensaje. Cuando estás en la iglesia, estás maravillosamente capturado por el ambiente. Estás atrapado, con otros cristianos, ante Dios. Eso es bueno.

13. Los cánticos. Tal vez puedes oír a la congregación cantar a través de los altavoces en tu casa, pero todos sabemos que no es igual que oír las voces reales a tu alrededor. Lo mismo ocurre con la recitación de las Escrituras en grupo, o la lectura de una confesión de pecado al unísono, aunque sea a través de mascarillas. Hay una artificialidad necesaria cuando estas cosas se hacen solo entre tú y tu familia desde su sala de estar. Tus hermanos necesitan oírte cantar. Los fortaleces mientras escuchan tu voz. No importa si no puedes afinar. Lo sepan o no, estás reforzando su teología con tu voz.

14. Los sacramentos. Perdemos la oportunidad de participar de la Cena del Señor si nos quedamos en casa, pero creemos que es una fuente vital de fortalecimiento espiritual y no simplemente un acto memorial.

15. El tiempo. Cuanto más tiempo pasa, y cuanto más cómodos nos sentimos tratando de adorar desde casa, más «fuera de forma» nos estamos poniendo. No estamos ejercitando nuestros músculos de la adoración corporativa. Cuanto más esperemos, más normal nos parecerá adorar desde casa. Por las razones anteriores, eso es menos que ideal.

Esto no es fácil para ninguno de nosotros. Seamos pacientes unos con otros. Amémonos, comprendámonos y seamos misericordiosos unos conos otros. Pero con las precauciones de seguridad requeridas, animemos con valentía a los demás a reunirnos para adorar corporativamente.

Este virus es malo. Lo entiendo. Protejamos nuestros cuerpos, pero no a costa de nuestras almas.

 

Traducido por Nazareth Bello