Pastoreo

«¿Qué Quieres?»: Reflexiones pastorales sobre la fidelidad

Por Aaron Menikoff

Aaron Menikoff es Pastor Principal de la Iglesia Bautista Mt. Vernon en Sandy Springs, Georgia.
Artículo
25.07.2019

La ambición intoxica. Hace algunos años atrás estuve cerca—un par de veces—de tener un libro que fuera recibido por un editor académico destacado. No estoy seguro que me molestó más: si el hecho de que ambos editores al final me rechazaron, o el hecho de que me preocupé mucho.

Aún ahora, odio pensar en esto. ¡Qué preocupación tan insignificante! Conozco un hermano afgano que trabaja para ayudar a la iglesia clandestina en Kabul. Estoy orando por una hermana que está luchando con el cáncer. Mi temblor personal no se registra en la escala Richter, pero no puedo cambiar el hecho de que el rechazo duele.

La ambición intoxica. Las ambiciones no cumplidas aparentan ser devastadoras. Traté de ponerle un nombre a mi descontento para hacerlo ver como algo piadoso. Después de todo, ser publicado por una imprenta de alto perfil hubiera significado un mayor respeto. Un mayor respeto hubiera significado una plataforma más amplia. Una plataforma más amplia hubiera significado una audiencia mayor. Y una audiencia mayor hubiera significado un mayor impacto en el evangelio, y así sucesivamente. Buen intento. El hecho está en que me preocupé más por mi fama que por la de Dios.

El renombrado autor David Foster Wallace no buscó esconder su ambición. Un entrevistador una vez le dijo: «el respeto significa mucho para ti». Wallace respondió: «Muéstrame a alguien a quien no le guste ser respetado, no creo estar más hambriento de respeto que la gente promedio». Tal vez él tiene razón. Pero por la gracia de Dios, los cristianos deben ser diferentes. Debemos estar hambrientos de la gloria de Dios y no de la nuestra. Conozco mi corazón, y por un tiempo quise ser más exitoso que fiel. Y cuando miro hacia atrás, me doy cuenta de que fue bueno que Dios no permitiera que el libro se publicara. Él me enseño la importancia de anhelar la fidelidad, un fruto precioso del Espíritu (Gálatas 5:22).

¿TE IDENTIFICAS CON ESO?

Wallace y yo no estamos solos en esto. Existe una razón por la que tantos libros están llenos de personajes frustrados. Michael Henchard de The Mayor of Casterbridge perdió su dinero y su oficina. Willy Loman de Death of a Salesman quiso ser más de lo que era. Aún la virtuosa Lucy de Narnia se convenció a sí misma de que hubiera sido mejor para ella ser como su hermana mayor, Susan. Tal vez te identificas con esto. ¿Alguna vez has batallado con la riqueza, la prominencia, o la belleza—parámetros mundanos del éxito—para decir algo? ¿Cuántos niños, cuando se le pregunta que quieren ser cuando sean mayores, responden «quiero ser fiel»? Creo que no son muchos.

AMBICIÓN PIADOSA

Existe la ambición piadosa. Dave Harvey nos advierte que no matemos ese deseo dado por Dios de alcanzar un objetivo. Él lo llama «la motivación instintiva de aspirar a cosas, de hacer que algo suceda, de tener un impacto, de tener parte de algo en la vida». Los cristianos no deben perder el deseo de cumplir algo grande. Harvey da en el clavo: «la humildad, correctamente entendida, no debería ser un suavizante de nuestras aspiraciones».

Lo último que quiero hacer es desmotivarte del tipo de acción visionaria que identifica a un verdadero creyente. Después de todo, no existe la falsa humildad, dice con una sonrisa pícara: «Mírame. No estoy tratando de hacer algo grande porque no quiero llamar la atención. ¿No desearías tu ser tan humilde como yo?». En lugar de esconder tus talentos, quita una página de la vida de Jim Elliot: «espera grandes cosas de Dios, procura grandes cosas para Dios». Hay mucho espacio en la vida cristiana para la ambición piadosa.

Desafortunadamente, es tan fácil decir que procuras grandes cosas para Dios cuando realmente buscas grandes cosas para ti mismo. Antes de que puedas darte cuenta, el deseo de fama personal quita el celo por la gloria de Dios. ¿Cómo puedes saber si tu ambición es piadosa o pecaminosa? Nuestras motivaciones nunca serán puras de este lado del sol. El pecado que mora en nosotros hace que esto sea así. Sin embargo, podemos y debemos buscar la fidelidad, dejándole los resultados a Dios.

¿QUÉ ES LA FIDELIDAD?

Básicamente, los fieles son simplemente aquellos «llenos de fe». La palabra en el griego para «fiel» en el Nuevo Testamento generalmente se refiere a confianza en el Rey Jesús crucificado, resucitado y que reina. De hecho, el pueblo de Dios siempre ha puesto su confianza en Dios. Cuando Pablo dijo que Abraham «creyó contra esperanza, de que se convertiría en padre de muchas naciones», lo que él quiso decir fue que Abraham fue fiel, aferrándose a las promesas de Dios a pesar de que lo contrario era lo evidente. Poniéndolo de manera simple, la persona fiel confía en Dios; cree en su Palabra.

Sin embargo, la fidelidad tiene otro significado que se relaciona con ella. Aquellos que están llenos de fe son dignos de confianza. La persona fiel tiene una trayectoria probada de obediencia a Dios. Los estimados miembros de Hebreos 11 dieron ejemplo de la fidelidad de diferentes maneras, no sólo por negarse a retractarse aún bajo el fuego (Hebreos 11:26-38). Cuando Pablo explicó cómo «peleó la buena batalla» y «mantuvo la fe» (2 Timoteo 4:7), él describió la fidelidad al Señor. En la parábola de los talentos, aquel que sabiamente administró la propiedad de su amo fue llamado «siervo fiel» (Mateo 25:23). De la misma manera, el cristiano que administra sabiamente el evangelio es también llamado fiel. La fidelidad se muestra de diferentes maneras prácticas y hermosas:

  •       Apartando tiempo para meditar en las Escrituras teniendo una agenda ocupada (Salmos 1:2).
  •     Levantándose temprano y trabajando duro todo el día para llevar la provisión a tu familia   (1 Timoteo 5:8).
  •       Elogiando a Cristo en un trabajo en el que se burlan de él (Mateo 10:33).
  •       Presentándose en la puerta de la viuda para arreglar su cerca (Santiago 1:27).
  •       Enseñando la Biblia cada semana a un grupo pequeño (2 Timoteo 4:2).
  •       Aferrándose al evangelio cuando aquellos a tu alrededor lo están suavizando (Gálatas 1:8).
  •       Corrigiendo gentilmente a tus hijos cuando dentro de ti quisieras gritarle (Efesios 6:4).
  •       Llegando temprano al servicio para poder motivar a los santos (Hebreos 10:25).
  •       Sometiéndote a tu esposo cuando piensas que está equivocado (Efesios 5:22).
  •       Liderando a tu esposa humilde y sacrificialmente (Efesios 5:25).
  •       Dando tiempo y dinero a un vecino en necesidad (Lucas 10:37).

Estas son sólo algunas de las características de una vida llena del Espíritu y fidelidad. El mundo se preocupa más por los reconocimientos y la popularidad, las propiedades y los beneficios, el encanto y el brillo. Dios se preocupa más por la fidelidad, del firme compromiso de honrar al Señor de mil maneras simples. ¿Cómo puedes estar seguro de que Dios se preocupa por esto? Porque Jesucristo, Dios encarnado, renunció al cielo por una vida de fiel obediencia que terminó en una cruz. La fidelidad no es nada más—o menos—que la semejanza a Cristo.

MI CORAZÓN CAMBIÓ

No hay nada de malo en estar decepcionado, pero cuando el editor me dio malas noticias la molestia fue mayor de lo que debió haber sido. Claramente me preocupé más por ser destacado que por ser útil. No sucedió de la noche a la mañana, pero a lo largo del camino algo hizo que mi corazón cambiara. Apartó mi vista de la fidelidad a mi Salvador y la puso en mí mismo.

Por lo menos estoy en buena compañía. Salomón oró y recibió sabiduría de Dios. Con esta sabiduría él arregló disputas, administró un reino, y supervisó la construcción de la casa de Dios. Salomón pidió sabiduría para poder gobernar con justicia. Dios, como a veces hace, le dio mucho más: «el rey Salomón fue mayor que todos los reyes de de la tierra en riquezas y en sabiduría. Y toda la tierra buscó la presencia de Salomón para escuchar su sabiduría» (1 Reyes 10:23-24). Él lo tenía todo: sabiduría, riquezas y prestigio. Pero en algún lugar del camino, su corazón cambió. Salomón comenzó a creer en su propia fama. Aunque hubo un tiempo en que exaltó el nombre del Señor por encima de su propia fama (ver 1 Reyes 10:1), eventualmente él descuidó la Palabra de Dios, desobedeció los mandatos de Dios y permitió que el reino reflejara su gloria y no la de Dios. Al acumular riquezas y esposas—todo desafiando a Dios (Deuteronomio 17:14-20)—Salomón probó que amaba el éxito más que la fidelidad. 

AGRADECIDO POR EL FRACASO

Salomón perdió su reino; yo sólo perdí mi orgullo. Cuando miro hacia atrás, me siento agradecido de que mi libro haya sido rechazado. Dios tiró un vaso de agua fría en mi cara, recordando que él es importante, y no yo. Viéndolo bien, fue una prueba pequeña. Pero fue mi prueba, y Dios la usó para quitar mis dedos de un ego quebrantado.

Más que eso, Dios puso en mi alma lo que todo cristiano debe saber. En su economía divina, las medidas del éxito no son la cantidad de seguidores, los me gusta,  o lo mucho que eres mencionado en las redes sociales. No es el número de cartas con tu nombre, los libros en tu librero, o lo rápido que puedes correr una milla (a mi edad, no muy rápido que digamos). Los cristianos, más que las demás personas, deben entender esto. Nuestro valor no se encuentra en lo que hacemos, sino en el perfecto amor de un Salvador condenado en nuestro lugar. Y el fruto del Espíritu no es el éxito, sino la fidelidad.

«LO QUE UNO PERSIGUE»

Wallace, el gran escritor americano, se suicidó en el 2008 a los 46 años. Él luchó con la depresión por años y no pudo encontrar una salida. Él alcanzó el éxito del mundo muy temprano en la vida todo el mundo quería publicar sus libros pero eso no fue suficiente para calmar su ambición. En la entrevista donde él admitió que quería respeto, también confesó que no sabía dónde encontrarlo. «Mi mayor problema» dijo, «es que realmente no tengo un anillo de latón, y soy un poco abierto con las sugerencias que tratan sobre lo que uno busca».

Wallace, al igual que Salomón, tuvo el mundo en la palma de su mano, pero no pudo vencer la desesperación que había en su cabeza. La ambición mundana, el deseo carnal por el éxito, es un autobús con dos paradas. Una parada es el fracaso, llegas sabiendo que no alcanzaste lo que querías. La otra parada es el éxito, llegas pero no te satisface. desembarcas sólo para buscar otro anillo de latón que no te dejará satisfecho. Independientemente de la manera en que lo veas, la ambición mundana es un autobús que no lleva a ninguna parte. Lo que persigues tiene importancia. Los cristianos son llamados a perseguir a Cristo. Amarlo, desearlo, seguirlo con toda su vida. ¿Cómo es esto? La fidelidad: el compromiso firme con honrar a Dios en los detalles insignificantes de la vida diaria.

¿CÓMO PUEDES CRECER EN FIDELIDAD?

Ahora más que nunca la iglesia necesita modelos de fidelidad. Estamos siendo bombardeados por imágenes del éxito sin fundamento, que reducen la fidelidad y elogian la aclamación. ¿Cómo podemos crecer en nuestra búsqueda de la fidelidad?

  •   Cree en el evangelio. Sólo aquellos que han puesto su fe en la obra expiatoria de Jesucristo pueden ser hallados fieles. ¿Hiciste esto? Somete tu vida a Cristo. Confía en él para tu salvación. Cree que él murió en la cruz por tus pecados y resucitó de la muerte para tu justificación. Sin fe, es imposible alcanzar la fidelidad.
  •     Reformula tu concepto del éxito. Una cosa es decir que el éxito es una vida de obediencia a Cristo, una vida de fidelidad. Pero considera la manera como reaccionas cuando no obtienes lo que deseas. Tal vez tu corazón no ha captado tu definición mental del éxito. Si ves el éxito cómo tener una gran familia, una carrera estable, o una iglesia grande entonces has aceptado la medida equivocada del mundo. Es tiempo de reformular el éxito.
  •   Si estás en el ministerio, escucha el mensaje de Mark Dever titulado «Necesidad de Perseverancia: Fortaleza para la reforma lenta y la peligrosa seducción de la Velocidad». Es un buen recordatorio de que la ambición mundana envenena el pastorado.
  •     Ponte a trabajar. La fidelidad es un don del Espíritu, pero también es trabajo duro. Revisa la lista que está más arriba. Cotejar esas opciones no son el camino al cielo; somos justificados por gracia solo por medio de la fe en Cristo. Pero si Dios nos ha dado una nueva vida, si él ha cambiado nuestros corazones, entonces haremos lo que sea necesario para obedecer sus mandatos.
  •   Déjale los resultados a Dios. Pablo escribió: «yo planté, Apolos regó, pero el crecimiento lo da Dios. Así que ni el que planta ni el que riega es algo, sino sólo Dios que da el crecimiento» (1 Corintios 3:6-7). El llamado a la fidelidad no es un llamado a la pereza, sino que es un llamado al descanso. Somos seres finitos. Podemos escribir el mejor libro, y nunca encontrar un editor. Podemos trabajar tan duro como podamos, y nunca ser promovidos. Podemos compartir el evangelio miles de veces, y nunca ver a alguien convertirse. Nuestro trabajo es ser fieles. El resto le corresponde a Dios.