Membresía
¿Qué es lo que el principio regulador exige de los miembros de la iglesia?
Hace unos años estuve en un culto dominical por la tarde en una de las iglesias más grandes y más prestigiosas del sur de California. Debido a que la asistencia de los cultos vespertinos había empezado a disminuir en los últimos años, se estaba probando un enfoque más informal. Un pastor universitario dirigía el culto. Después de los preliminares, nos hizo levantar, girarnos 90 grados, y darle a la persona a nuestro lado un masaje en la espalda.
Fue un poco desorientador estar dando masajes en la espalda en este gran santuario, en medio mismo de los bancos. Pero había más. Entonces el pastor nos pidió que nos girásemos hacia las personas que teníamos a ambos lados, mirarlas directamente a los ojos, y decirles: te amo. Esto fue incluso más embarazoso que los frotamientos en la espalda.
LA ADORACIÓN REGULADA
El principio regulador aborda lo que la iglesia debe hacer cuando se reúne. Las iglesias no son libres de hacer cualquier cosa que quieran, deben hacer lo que las Escrituras enseñan y exigen que hagan. Cuando la iglesia se reúne para adorar, su adoración debe ser de acuerdo con las Escrituras.
Los protestantes reformados han sostenido tradicionalmente que las Escrituras exigen un número limitado de elementos: lectura de la Biblia, predicación, oración, alabanza cantada, administración de los sacramentos y promesas solemnes (p. ej.: Confesión de Fe de Westminster, XXI y XXII). Sin embargo, permitieron una libertad considerable respecto a la forma que un elemento dado puede tomar (p. ej.: oraciones escritas en vez de espontáneas) y las circunstancias internas en las que el culto se desarrolla (la hora del culto, la disposición de los asientos, los medios de proyección auditiva, la iluminación, etc., Confesión de Fe de Westminster 1.6).
Históricamente, un culto bien regulado significaba que los protestantes reformados conocían bastante bien lo que pasaría en la iglesia cada semana. Había muy pocas sorpresas. A nadie se le pediría que hiciera nada extraño. Nada embarazoso sería hecho por aquellos que dirigían los cultos. Se leería la Palabra, se predicaría, se cantaría, y los sacramentos serían administrados. Nada de espectáculos circenses. Nada de fuegos artificiales. Nadie divagando por ahí. El culto consistía en la aplicación seria de la Palabra de Dios.
Esto era bueno porque a los miembros se les exige estar en los cultos. La asistencia es una obligación de la membresía. Ya que los miembros tienen que asistir, solo se les debería exigir que hicieran lo que Dios les exige hacer.
LA AUTORIDAD DE LA IGLESIA Y LA MEMBRESÍA
Para poder entender por qué el principio regulador limita lo que los cristianos pueden hacer cuando se reúnen, necesitamos considerar la naturaleza de la libertad cristiana. En concreto, los cristianos deberían ser libres del ejercicio arbitrario de la autoridad de la iglesia.
¿Qué es lo que una iglesia puede exigir de sus miembros? Solo lo que las Escrituras exigen.
Por cierto, “miembros” es la palabra correcta. Déjame que me aparte del tema. La Iglesia, al igual que Israel antes de ella, fue entendida por los reformados como una comunidad bajo un pacto, esto es, una comunidad en un pacto con Dios y entre ellos mismos, teniendo una existencia concreta, real. La Iglesia se entendía como una institución que tenía una forma de gobierno, oficiales, membresía, un método de disciplina, doctrina, y sacramentos. Esta es la Iglesia a la que su Dios le mandó reunirse en el día del Señor.
Como Cristo estableció la Iglesia, la participación y la asistencia son obligatorias. Los cultos dominicales no son opcionales como puedan serlo una conferencia, un pequeño encuentro de grupo, o un estudio bíblico en medio de la semana. Uno puede optar por no ir a un grupo de debate o de discipulado porque pueden realizar prácticas que lo incomode. Pero este no es el caso con el culto del día del Señor, bajo la dirección de los oficiales de la iglesia, con el propósito de adorar.
Esto, creo yo, ha sido históricamente el punto de vista reformado de la Iglesia, su membresía, y su autoridad, y es tan verdad hoy como siempre lo ha sido. La iglesia solo puede pedir de sus miembros lo que las Escrituras piden.
LA AUTORIDAD DE LA IGLESIA Y LAS PRÁCTICAS DE ADORACIÓN
Debido a que, en un sentido, los miembros tienen que estar presentes, la iglesia no debe exigir a los miembros reunidos hacer nada que no autoricen las Escrituras. No se les puede imponer nada inusual. La autoridad de la iglesia es limitada. No debería mandar lo que las Escrituras no mandan.
Por ejemplo, no debería exigir que los adoradores se inclinen hacía el este, se arrodillen, se santigüen, o que lleven ceniza en sus frentes. No debería exigir que los ministros lleven vestiduras, sobrepellices, sotanas, estolas, ni otros adornos que impliquen un clero sacerdotal. No debería someter a las congregaciones a la quema de incienso, a lecturas no bíblicas, exorcismos, unciones, ceremonias, rituales, ni nada no autorizado por las Escrituras. Nada de masajes en la espalda. Nada de rituales tipo “te quiero”.
Ya que los miembros de la iglesia no tienen más remedio que escuchar, los líderes de la misma solo pueden exigirles que hagan lo que las Escrituras exigen hacer.
De esta forma no solo libramos las conciencias de los creyentes de la imposición de ordenanzas concebidas humanamente, sino que la sensibilidad de los creyentes son libradas del mal gusto de los oficiales de la iglesia bien intencionados y necios. El principio regulador, aplicado correctamente, significa que los miembros de la iglesia están libres de la amenaza de la idolatría y de lo grotesco, de la herejía y de las payasadas.
LA AUTORIDAD DE LA IGLESIA MÁS ALLÁ DE LA ADORACIÓN
Puesto que esta comprensión de la autoridad de la iglesia es parte del principio regulador, tenemos un abanico de aplicaciones mucho más amplias que nos lleva más allá de la asistencia y los elementos de un culto.
Es una obligación bíblica apoyar económicamente a la iglesia (1 Co. 9:14; 16:1-2). Esto significa que, a cambio, la iglesia debería cuidar de limitar sus gastos a lo que es autorizado por las Escrituras. Dicho de otra manera, no debería, a través de su poder para recolectar dinero, imponer a sus miembros la participación en causas que no están apoyadas por las Escrituras. Estoy pensando en la predilección de los protestantes tradicionales para dar dinero a las causas de los círculos políticos de derechas, o en el entusiasmo de protestantes evangélicos del pasado por la “Mayoría Moral” y la “Coalición Cristiana”. Cómo los cristianos de forma individual decidan gastar su propio dinero para apoyar sus convicciones políticas, es una cosa. Cómo la iglesia decide gastar el dinero de sus miembros a través del presupuesto, es otra muy diferente.
El calendario de la iglesia puede ser otra área donde el principio regulador es relevante. Tal y como yo lo entiendo, el cuarto mandamiento obliga a los miembros de la iglesia a asistir a los cultos de mañana y tarde. No obstante, ¿obliga a los miembros a participar en actividades entre semana? ¿Deberíamos disciplinar a un miembro que opta por no ir al grupo de jóvenes, o al culto semanal de oración, o al culto del domingo del día de la Ascensión? Creo que no. Esta clase de actividades pueden ser buenas y bien intencionadas; los oficiales pueden aconsejar a la membresía de la iglesia que estas actividades extraordinarias son edificantes y beneficiosas; pero no pueden ser consideradas obligatorias en el sentido que los cultos dominicales son.
Por último, el principio regulador es útil para la unidad de la iglesia. ¿Por qué las discusiones sobre la adoración dañaron a tantas iglesias durante las últimas décadas? En una parte no pequeña, estas discusiones fueron el resultado de innovaciones no bíblicas. Los miembros de iglesia más antiguos entraron en el edificio de la iglesia un domingo por la mañana, ¡y allí estaba!, la banda de alabanza, el espectáculo luminoso, el líder de alabanza, el video clip, la pantalla gigante, el equipo de teatro, los pasos de baile, la máquina de niebla. Los miembros más antiguos resistieron, luego se fueron. La iglesia se dividió. ¿Por qué? Porque no había un principio regulador para proteger a la congregación de los proveedores de la novedad.
CONCLUSIÓN
Así como el principio regulador simplifica la adoración de la iglesia, su doctrina acompañante de la autoridad de la iglesia simplifica la vida de la iglesia. Reconocer que Jesús ha autorizado a la Iglesia para hacer algunas cosas y no otras, ayuda a alejar nuestra atención de interminables retiros, conferencias y seminarios; lejos de incontables estudios bíblicos entre semana, grupos de oración, grupos de responsables, grupos de discipulado, y grupos de apoyo; y nos ayuda a volver a ponerla en los medios ordinarios de gracia ejercidos en los cultos ordinarios de la iglesia en el día del Señor. Libera a los creyentes para que estén en casa, para que amen a sus mujeres, críen a sus hijos, y sirvan a sus vecinos.
El principio regulador es el gran liberador de la vida cristiana: nos libera de ceremonias humanamente concebidas, aunque sean antiguas; de novedades excéntricas, aunque sean modernas; y de calendarios de iglesia hiperactivos, aunque sean bien intencionados.
Es una pena que muchos lo hayan visto como algo que limita. De hecho, nos libera.
Terry Johnson es pastor decano de la Independent Presbyterian Church de Savannah, Georgia.
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