| Journal - El Evangelio

El problema con los programas evangelísticos

Por Mack Stiles

Mack Stiles vive en el Medio Oriente con su esposa Leeann, donde se desempeña como pastor de una iglesia internacional.
Artículo
03.10.2017

No se requiere mucho esfuerzo para convencer a la mayoría de cristianos de que la evangelización en comunidad es la mejor manera de hacer discípulos. Ni siquiera es difícil encontrar personas que se juntan para llevar a cabo una tarea evangelística. 

Sin embargo, cuando pensamos normalmente en la evangelización en comunidad, pensamos en programas evangelísticos, que no es lo mismo. Con «programa» me refiero al gran evento ocasional que se hace con un predicador conocido o un tema emocionante. En algún momento del evento se presenta una explicación del evangelio. O tal vez el programa es sencillo, pensado para atraer a las personas, como un proyecto de servicio o un programa deportivo, con la esperanza de que pueda abrir una puerta para una conversación espiritual. 

Dios puede usar los programas. Conozco a personas que han venido a la fe en eventos evangelísticos. Yo mismo promuevo a menudo y hablo en programas evangelísticos. Pero no creo que los programas sean la manera más efectiva —ni siquiera la manera principal— de evangelizar. 

No obstante, cuando consideras fríamente los programas, las cuentas no salen. Por un lado, vemos que los resultados no corresponden con la inversión económica: cuanto más dinero se gasta en los programas evangelísticos, menos fruto hay en la evangelización. Por ejemplo, cuando se les preguntó a personas menores de 21 años —edad en la que la mayoría de personas vienen a la fe— cómo habían nacido de nuevo, solamente 1% dijeron que fue a través de la televisión u otros medios, mientras que un tremendo 43% dijo que llegaron la fe a través de un amigo o un miembro de su familia.6 Solo piensa en la diferencia de costo entre una taza de café y un programa de televisión. O piensa en el efecto: las mamás llevan a más gente a Cristo que los programas. 

De forma extraña, parece que los programas de evangelización consiguen otras cosas: producen un sentimiento de comunidad entre los cristianos que participan en ellos, animan a los creyentes a defender su fe en Cristo y pueden hacer que las iglesias lleguen a otros lugares de ministerio. 

Sin embargo, parece que tenemos un deseo insaciable de que los programas logren el objetivo de la evangelización. ¿Por qué? Los programas son como el azúcar. El azúcar sabe bien, hasta puede llegar a ser adictiva. Sin embargo, nos quita el deseo por comida más saludable. Aunque provee un incremento rápido de energía, con el paso del tiempo te hace flácido, y si continúas consumiéndola como una dieta constante te matará. 

Una dieta estricta de programas evangelísticos produce una evangelización malnutrida. De la misma manera que comer azúcar nos puede hacer sentir como si hubiésemos comido —cuando no lo hemos hecho—, los programas nos pueden hacer sentir que hemos evangelizado, cuando no ha sido así. Por tanto, deberíamos tener una inquietud sana con los programas. Deberíamos usarlos estratégicamente pero con moderación, recordando que Dios no envió un evento, sino que envió a su Hijo. 

Entonces, ¿qué deberíamos hacer? Queremos evangelizar en comunidad. Anhelamos tener amigos a nuestro lado cuando compartimos nuestra fe. Pero, al mismo tiempo, vemos las limitaciones, incluso los peligros, de los programas. ¿Hay alguna alternativa? 

Me gustaría argumentar a favor de algo completamente diferente, algo que es comunitario pero también personal: una cultura de evangelización. 

 

La iglesia y el evangelismo 

Jesús dijo: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros» (Jn. 13:35). Un poco después, estando con sus discípulos, Jesús oró pidiendo que ellos tuvieran unidad «para que el mundo crea que tú me enviaste» (Jn. 17:20-21). Jesús dice que el amor que tenemos unos por otros en la iglesia es una declaración de que hemos sido verdaderamente convertidos. Y cuando estamos unidos en la iglesia mostramos al mundo que Jesús es el Hijo de Dios. El amor confirma nuestro discipulado. La unidad confirma la deidad de Cristo. ¡Qué poderoso testimonio! 

Hay muchos pasajes en la Escritura que instruyen y dan forma a nuestros esfuerzos evangelísticos, pero estos versículos son fundamentales porque nos muestran que la iglesia debe ser una cultura de evangelización. 

Esto significa que la iglesia local es el evangelio hecho visible. Si debemos mostrar una imagen del evangelio mediante nuestro amor unos por otros, esto debe tener lugar en una congregación local con personas que han hecho juntas un pacto en amor para ser una iglesia. No es un amor abstracto, sino un amor para personas que viven en el mundo real. No puedo decirte cuántas veces he escuchado de parte de no creyentes que la iglesia les resultó extraña, pero lo que les atrajo a la comunión fue el amor que había entre sus miembros. 

Ahora bien, el evangelio es proyectado no solamente a través de nuestro amor. ¿Has pensado alguna vez en cuántas instrucciones bíblicas Dios ha diseñado para la iglesia que, si se siguen correctamente, sirven como proclamaciones del evangelio? 

Al buscar una cultura de evangelización no rediseñamos la iglesia para la evangelización. En vez de esto, permitimos que aquellas cosas que Dios ya ha diseñado para la iglesia proclamen el evangelio. Jesús no se olvidó del evangelio cuando edificó su iglesia. 

Por ejemplo, los bautismos son imágenes de la muerte, la sepultura y la resurrección de Jesús. Estas imágenes muestran cómo su muerte es nuestra muerte y cómo su vida es nuestra vida. La Santa Cena proclama la muerte de Cristo hasta que él regrese y nos lleva a confesar nuestros pecados y a experimentar el perdón una vez más. Cuando oramos, oramos las verdades de Dios. Cantamos las grandes cosas que Dios ha hecho por nosotros a través del evangelio. Damos financieramente para hacer avanzar el mensaje del evangelio. La predicación de la Palabra presenta el evangelio. 

De hecho, para empezar, la predicación de la Palabra de Dios es lo que forma la iglesia. Y, una vez que está formada, a la iglesia se le da la tarea de hacer discípulos, quienes son luego enviados a predicar el evangelio para formar nuevas iglesias. Este ciclo ha venido sucediendo desde que Jesús ascendió al cielo y continuará hasta que regrese. 

Una cultura de evangelización es el fundamento, no algo que va de arriba hacia abajo. En una cultura de evangelización, las personas entienden que la tarea principal de la iglesia es ser la iglesia. Ya hemos visto que las mismas prácticas de la iglesia son un testimonio en sí mismas y de ellas mismas. Por supuesto que la iglesia apoya y ora por tener oportunidades evangelísticas y alcanzar a otros, pero el papel de la iglesia no es crear programas. La iglesia debería cultivar una cultura de evangelización. Los miembros son enviados desde la iglesia para evangelizar. Sé que esto puede sonar un poco exigente, pero es muy importante. Si no entiendes esto correctamente, puedes trastocar a la iglesia, o puedes estar equivocadamente enojado con el liderazgo de la iglesia. 

En una cultura de evangelización saludable se entiende que existe una prioridad diferente para la iglesia y para el individuo. Necesitamos iglesias que vivan el evangelio de la manera que la Biblia describe, y necesitamos cristianos dispuestos a recibir a quienes indagan sobre la fe cristiana, no al revés. Esto significa que algo que deberías hacer personalmente en la evangelización puede no ser lo mejor para que toda la iglesia lo haga. 

En una cultura de evangelización la meta es que cada uno comparta, ore y aproveche las oportunidades que le lleguen no solo el pastor y los ancianos. Nuestra responsabilidad es ser testigos fieles—juntos. 

Creo que si los miembros pasaran la mitad del tiempo que han dedicado a programas en conversaciones evangelísticas con vecinos, compañeros de trabajo o de estudio, habrían visto una mejor respuesta al evangelio y habrían incluso alcanzado a más personas. Si lo piensas, sería imposible acomodar en tu edificio de la iglesia a todos los no creyentes con los que los miembros de tu iglesia tienen contacto semanalmente; sin importar lo grande que sea el edificio. 

El hecho es que la mayoría de las personas vienen a la fe mediante la influencia de sus familiares, de estudios bíblicos con grupos pequeños o de conversaciones con un amigo después de una reunión de la iglesia: cristianos hablando intencionalmente sobre el evangelio.

 

Nota del editor: Este artículo es un fragmento adaptado del libro de Mack Stiles, La evangelización: cómo toda la iglesia habla de Jesús. 

Este artículo fue traducido por Raúl Caban.