Pastoreo

Predica, ora, ama y quédate

Por Mark Dever

Mark Dever es el pastor principal de Capitol Hill Baptist Church en Washington, D. C., y el presidente de 9Marks. Puedes encontrarlo en Twitter como @MarkDever.

Por Paul Alexander

Paul Alexander es el pastor de la Iglesia Grace Covenant de Fox Valley en Elgin, Illinois.
Artículo
24.12.2020

Cuando me entrevistaba con Capitol Hill Baptist Church antes de que me llamaran para ser su pastor, alguien me preguntó si tenía un programa o plan que implementar para el crecimiento. Tal vez para sorpresa de esta persona (¡y quizá para la tuya también!), respondí que realmente no tenía grandes planes o programas que implementar. Solo estaba armado con las cuatro «P» (por sus siglas en inglés): predicaría, oraría, desarrollaría relaciones de discipulado personal y sería paciente. En otras palabras, predicar y orar; amar y quedarme.

Predica

Tal vez incluso más sorprendente para algunos, dije que estaba feliz de ver cada aspecto de mi ministerio público fallar de ser necesario… excepto la predicación de la Palabra de Dios. Ahora bien, ¿qué clase de candidato a pastor puede decirle eso a una iglesia? Lo que quería comunicar era que solo hay una cosa bíblicamente necesaria para la edificación de una iglesia, y esa es la Palabra de Dios predicada. Otros podían cumplir el resto de los deberes, pero solo yo era responsable y había sido apartado por la congregación para la enseñanza pública de la Palabra de Dios. Esto sería la fuente de nuestra vida espiritual, tanto como individuos como congregación.

La Palabra de Dios siempre ha sido su instrumento escogido para crear, convencer, convertir y conformar a su pueblo. Desde el primer anuncio del evangelio en Génesis 3:15, hasta la palabra inicial de la promesa a Abraham en Génesis 12:1-3, hasta su regulación de esa promesa por su Palabra en los Diez Mandamientos (Ex. 20), Dios da vida, salud y santidad a su pueblo a través de la agencia de su Palabra. Desde las reformas bajo Josías en 2 Reyes 22-23, hasta el avivamiento de la obra de Dios bajo Nehemías y Esdras en Nehemías 8-9, hasta la gran visión del Valle de los Huesos Secos en Ezequiel 37:1-14, donde Dios respira la vida de su Espíritu en su pueblo muerto por medio de la predicación de su Palabra, Dios siempre envía su Palabra cuando quiere renovar la vida en su pueblo y reunirlos para su gloria. La manera en que Dios obra es a través de la agencia de su Palabra. Incluso dice lo mismo en Isaías 55:10-11:

«Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié» (énfasis mío).

El testimonio del Nuevo Testamento de la primacía de la Palabra de Dios en su método es igual de notable: «No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt. 4:4). La Palabra nos sostiene: «En el principio era el Verbo, y… en él estaba la vida… Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros» (Jn. 1:1, 4, 14). Jesús, el Verbo hecho carne es la vida suprema encarnada: «Así crecía y prevalecía poderosamente la palabra del Señor» (Hch. 19:20; cf. 6:7; 12:20–24).

La Palabra crece y lucha: «Y ahora, hermanos, os encomiendo… a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados» (Hch. 20:32). La Palabra es lo que nos edifica y preserva: «Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree» (Ro. 1:16; cf. 1 Co. 1:18). El evangelio, la expresión más clara de Dios de su Palabra, es su poder eficaz para la salvación: «Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios» (Ro. 10:17).

La Palabra de Dios es la que crea la fe: «Cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes» (1 Ts. 2:13). La Palabra lleva a cabo la obra de Dios en los creyentes: «Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón» (He. 4:12).

La Palabra de Dios convence: «Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas» (Stg. 1:18). La Palabra de Dios nos da un nuevo nacimiento. Santiago aconseja un poco más tarde: «Recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas» (v. 21). La Palabra nos salva. Pedro también afirma el poder regenerador de la Palabra de Dios: «siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios… Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada» (1 P. 1:23-25).

¡Hay poder creador, conformador y vivificante en la Palabra de Dios! El evangelio es la forma de Dios de dar vida a los pecadores muertos y a las iglesias muertas (Ez. 37:1-14). No tiene otra manera. Si queremos trabajar por una vida, salud y sanidad renovada en nuestras iglesias, entonces debemos trabajar por ello de acuerdo al modo de operación revelado por Dios. De otra forma, corremos el riesgo de correr en vano.

Por esa razón, nuestra elocuencia, innovaciones y programas son mucho menos importantes de lo que pensamos; ese es el motivo por el que nosotros, como pastores, debemos dedicarnos a la predicación y no a los programas; y es por eso que debemos enseñar a nuestras congregaciones a valorar la Palabra de Dios por encima de los programas. Predicar el contenido y la intención de la Palabra de Dios es lo que libera el poder de Dios sobre el pueblo de Dios, porque el poder de Dios para edificar a su pueblo está en su Palabra, particularmente como lo encontramos en el evangelio (Ro. 1:16). La Palabra de Dios edifica a su iglesia. Por tanto, predicar el evangelio es primordial.

Ora

La oración muestra nuestra dependencia en Dios. Lo honra como la fuente de toda bendición y nos recuerda que la conversión de individuos y el crecimiento de las iglesias es obra suya y no nuestra (1 Co. 2:14-16; 3:6-7). Jesús nos asegura que si permanecemos en él, y sus palabras permanecen en nosotros, podemos pedir cualquier cosa conforme a su voluntad y sabemos que él nos lo dará (Jn. 15:10, 16). ¡Qué promesa! Me temo que sea algo demasiado familiar para muchos de nosotros que corramos el peligro de escucharlo como una trivialidad. Sin embargo, debemos escucharlo como lo que nos despierta de nuestra somnolienta falta de oración y nos lleva con alegría a nuestras rodillas.

Entonces, ¿por qué debemos orar cuando comenzamos a trabajar por la salud y santidad de la iglesia? (1) ¿Qué oraciones más apropiadas podría hacer un pastor por la iglesia a la cual sirve que las oraciones de Pablo por las iglesias que plantó (Ef. 1:15–23; 3:16–21; Fil. 1:9–11; Col. 1:9–12; 2 Ts. 1:11–12)? Deja que estas oraciones sean un punto de partida para orar la Escritura de forma más amplia y consistente. Esta es otra manera en la que puedes desatar el poder transformador del evangelio en las vidas de los miembros de la iglesia. (2) Ora para que tu predicación del evangelio sea fiel, precisa y clara. (3) Ora por la creciente madurez de la congregación, para que tu iglesia local crezca en el amor congregacional, la santidad y la sana doctrina, a fin de que el testimonio de la iglesia en la comunidad sea distintivamente puro y atractivo a los inconversos. (4) Ora para que los pecadores se conviertan y para que la iglesia sea edificada por medio de tu predicación del evangelio. (5) Ora por oportunidades para que tú y otros miembros de la iglesia hagan evangelismo personal.

Una de las cosas más prácticas que puedes hacer por tu vida de oración personal y por la vida de oración de los demás miembros de la iglesia, es armar un directorio de membresía de la iglesia (con fotos, si es posible) para que todos en la iglesia puedan orar una página por día. El directorio de membresía de nuestra iglesia tiene cerca de dieciocho personas en una página normal. También tenemos secciones para los miembros en el área que no pueden asistir; miembros fuera del área; una página para los ancianos, los diáconos, las diaconisas, los líderes, el personal y los pasantes; una sección que registra a los hijos de los miembros de la iglesia, seminaristas financiados, obreros financiados (como misioneros), antiguo personal y pasantes.

Por lo general, animamos a las personas a orar por el número de página que corresponde al día actual del mes (por ejemplo, 1 de junio, página 1; 2 de junio 2, página 2, etc.). Modela a tu congregación fidelidad al orar por el directorio en tus tiempos devocionales, y anímales públicamente a hacer que orar por el directorio sea un hábito diario. Tus oraciones por las personas no tienen que ser largas, solo bíblicas. Tal vez escoge una o dos frases de la Escritura y ora por ellos más específicamente. Y en el caso de aquellos que aún no conoces bien, simplemente ora por ellos lo que ves en tu lectura diaria de la Biblia.

Modelar esta clase oración por otros y animar a la congregación a unirse a ti, puede ser una poderosa influencia para el crecimiento de la iglesia. Fomenta la generosidad en la vida de oración individual de las personas, y uno de los beneficios más importantes es que ayuda a cultivar una cultura congregacional de oración que gradualmente llegará a caracterizar a tu iglesia a medida que las personas sean fieles a la oración.

Ama

Uno de los usos más bíblicos y valiosos de tu tiempo como pastor será cultivar relaciones de discipulado personal, en las cuales te reúnas regularmente con algunas personas individualmente para hacerles bien espiritualmente. Una idea es invitar a personas después del servicio dominical a que te llamen para programar una cita para el almuerzo. Aquellos que expresan interés llamando y almorzando a menudo estarán abiertos a reunirse nuevamente. A medida que los vayas conociendo, podrías sugerir un libro que ambos puedan leer juntos y discutir semanalmente, cada dos semanas, o tan a menudo como puedan. Esto frecuentemente abre otras áreas de la vida de la persona para conversar, animar, corregir, rendir cuentas y orar. Si les dices o no a estas personas que los estás «discipulando» es irrelevante. La meta es llegar a conocerlos y amarlos de una manera distintivamente cristiana al hacerles bien espiritualmente. Inicia un cuidado y preocupación personal por los demás.

Esta práctica del discipulado personal es útil en varios frentes. Obviamente es algo bueno para la persona que está siendo discipulada, porque está recibiendo estímulo y consejos bíblicos de alguien que quizá esté un poco más avanzado, tanto en términos de etapas de la vida como en términos de su caminar con Dios. Entonces de esta manera, el discipulado puede funcionar como otro canal a través del cual la Palabra puede fluir hacia los corazones de los miembros y encontrarse en el contexto de una comunión personal. También es bueno para el que discipula, ya sea que seas un pastor contratado o un miembro del personal, porque te anima a pensar en el discipulado no como algo que solo hacen los súper cristianos, sino como algo que es parte integrante de tu propio discipulado con Cristo.

Esta es en gran parte la razón por la que sería prudente que tú, como pastor, animaras públicamente a los miembros a reunirse para una comida durante la semana con un miembro mayor o menor y tener conversaciones espirituales sobre teología cristiana y la vida. Los miembros necesitan saber que la madurez espiritual no se trata simplemente de sus tiempos devocionales, sino de su amor por otros creyentes y sus expresiones concretas de ese amor. Una consecuencia saludable de que los miembros del personal discipulen a otros miembros es que promueve una cultura creciente de comunidad distintivamente cristiana, en la que las personas se aman unas a otras no solo como el mundo ama, sino como seguidores de Cristo que buscan juntos entender y vivir las implicaciones de su Palabra en sus vidas. Este tipo de relaciones son favorables para el crecimiento espiritual y numérico.

Como pastor, una consecuencia saludable de discipular personalmente a otros miembros es que ayuda a romper la resistencia defensiva hacia tu liderazgo pastoral. El cambio siempre encontrará resistencia. Pero a medida que abres tu vida a otros, y a medida que ellos empiecen a ver que genuinamente te preocupas por su bienestar espiritual (2 Ts. 2:1-12), será más probable que te vean como un amigo atento, un mentor espiritual y un líder piadoso; y será menos probable que malinterpreten tus iniciativas graduales hacia un cambio bíblico como tomas de poder personal, ataques egocéntricos o negativismo demasiado crítico.

Desarrollar este tipo de relaciones establece su conocimiento personal de ti, lo cual es útil para nutrir la confianza personal en tu carácter y motivos, así como para desarrollar un nivel de confianza apropiado en tu liderazgo entre la congregación. Gradualmente, rompe la barrera del «nosotros vs. él» que lamentablemente, pero usualmente se interpone sutilmente entre una congregación herida y un pastor nuevo, y es útil para pavimentar el camino para el crecimiento y los cambios bíblicos.

Quédate

Cuando llegué a Capitol Hill Baptist, esperé tres meses antes de predicar mi primer sermón un domingo por la mañana. Simplemente asistía. Pedí este tiempo en las conversaciones que sostuvimos antes de que llegara. Cuando expliqué mis razones, estuvieron de acuerdo. Mostraba respeto por la congregación, me dio tiempo para aprender a qué estaban acostumbrados, y les mostraba a ellos que no tenía prisa por cambiarlo todo. Soy consciente de que no todos tenemos el lujo de esperar tres meses después de nuestra llegada; pero si es posible, lo recomendaría.

La mejor forma de perder tu lugar de influencia como pastor es actuar de prisa, forzando cambios radicales (aunque sean bíblicos) antes de que las personas estén preparadas para seguirte. Sería sabio para muchos de nosotros reducir nuestras expectativas y ampliar nuestros horizontes temporales. Lograr cambios saludables en las iglesias para la gloria de Dios y la claridad del evangelio no ocurre en el primer año después de que un pastor nuevo llega.

Dios está trabajando por la eternidad y ha estado trabajado desde la eternidad. Él no está apurado y nosotros tampoco deberíamos estarlo. Por tanto, es sabio mostrar cuidado por la congregación y preocupación por la unidad de la iglesia al no correr tan por delante de ellos que algunos comiencen a quedarse atrás. Marcha a un ritmo que la congregación pueda mantener.

Por supuesto, hay algunas cosas que podrías tener que cambiar bastante rápido. Pero siempre y cuando sea posible, haz estas cosas discretamente y con una sonrisa alentadora, no ruidosamente y con un ceño desaprobador. Ciertamente debemos «redargüir, reprender» (2 Ti. 4:2). Asegúrate de que los cambios que quieras implementar sean bíblicos (¡o al menos prudentes!); luego enseña pacientemente a las personas sobre ellos en la Palabra de Dios antes de que esperes que acepten los cambios que estás fomentando. Esta paciente instrucción es la manera bíblica de sembrar un amplio acuerdo con una agenda bíblica entre el rebaño de Dios. Una vez que este amplio acuerdo se haya sembrado, será menos probable que el cambio sea divisivo y que la unidad sea menos propensa a fracturarse.

Mientras trabajas por el cambio, esfuérzate también por extender una benevolencia cristiana genuina hacia la gente. «Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad» (2 Ti. 2:24-25). Date prisa lentamente… y amablemente.

La llave para mostrar y realmente tener esta clase de paciencia es tener la perspectiva correcta acerca del tiempo, la eternidad y el éxito.

1. El tiempo

La mayoría de nosotros pensamos solo en cinco o diez años a futuro (si acaso). Pero la paciencia en el pastorado requiere pensar en términos de veinte, treinta, cuarenta o incluso cincuenta años de ministerio. Esto pone todas nuestras dificultades en perspectiva. ¿Estás en una congregación a largo plazo —veinte, treinta, cuarenta años— o estás descifrando como «avanzar en la pirámide» al tomar una iglesia más grande en cinco o diez años? ¿Estás edificando una congregación o una carrera? Quédate con ellos. Sigue enseñando. Sigue modelando. Sigue liderando. Sigue amando.

Si eres un pastor joven y aspirante que todavía no ha recibido de una iglesia un llamado externo para predicar, escoge sabiamente. Nadie puede predecir el futuro o ver todos los resultados posibles. Pero puede ser poco sabio aceptar el llamado de una iglesia o un lugar en el que no podrías imaginar quedarte más de unos pocos años. Ve donde puedas visualizarte feliz echando raíces por el resto de tu vida y comprométete.

2. La eternidad

Como pastores, un día todos seremos responsables ante Dios por la manera en que guiamos y alimentamos a sus corderos (He. 13:17; Stg. 3:1). Todos nuestros caminos están delante de él. Él sabrá si usamos a la congregación simplemente para construir una carrera. Sabrá si los dejamos prematuramente por nuestra conveniencia y beneficios. Sabrá si presionamos demasiado a sus ovejas. Pastorea el rebaño de tal forma que no te avergüences en el día de rendición de cuentas. «Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís. Mas el que hace injusticia, recibirá la injusticia que hiciere, porque no hay acepción de personas» (Col. 3:23–25).

3. El éxito

Si defines el éxito en términos de tamaño, tu deseo por el crecimiento numérico probablemente agotará tu paciencia con la congregación, y tal vez incluso tu fidelidad a los métodos bíblicos. O tu ministerio entre la gente se verá truncado (por ejemplo, serás despedido), o recurrirás a métodos que atraigan a multitudes sin predicar el verdadero evangelio. Tropezarás con el obstáculo de tu propia ambición. Pero si defines el éxito en términos de fidelidad, entonces estás en condiciones de perseverar, porque estás libre de la demanda de resultados inmediatamente observables, liberándote para la fidelidad al mensaje y los métodos del evangelio, dejándole los números al Señor. Parece irónico en principio, pero intercambiar el tamaño por la fidelidad como criterio para el éxito es a menudo el camino para el crecimiento numérico legítimo. Dios se alegra mucho en confiar Su rebaño a aquellos pastores que hacen las cosas a Su manera.

La confianza en el ministerio cristiano no proviene de la competencia, el carisma o la experiencia personal; tampoco proviene de tener los programas correctos en su lugar, o de subirse al tren de la última moda ministerial. Ni siquiera proviene de tener el título de posgrado «correcto». Al igual que Josué, nuestra confianza está en la presencia, el poder y las promesas de Dios (Jos. 1:1-9). Más específicamente, la confianza para llegar a ser y ser pastor proviene de depender del poder del Espíritu que nos hace aptos a través del ministerio capacitador de la Palabra de Cristo.

«Y tal confianza tenemos mediante Cristo para con Dios; no que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios, el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu vivifica» (2 Co. 3:4-6). ¿Y cómo el Espíritu nos hace aptos? ¿Qué instrumento usa? No usa un programa. Usa la Palabra de Cristo. «Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, [¿por qué?] a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra» (2 Ti. 3:16–17; cf. Jer. 1:9; Ez. 2:1–7; 3:1–11).

Lo único necesario es el poder de la Palabra de Cristo. Esa es la razón por la que la predicación y la oración siempre serán primordiales, sin importar que moda encabece las listas. Apuesta tu ministerio sobre el poder del evangelio (Ro. 1:16).

Traducido por Nazareth Bello


Nota del editor: Este artículo es una reimpresión ligeramente editada del capítulo 1 de The Deliberate Church: Building Your Ministry on the Gospel (La Iglesia deliberante: Edificando su ministerio en el evangelio) (Crossway, 2005)