Pastoreo

¿Manso es ser débil? – Reflexiones Pastorales sobre la Gentileza

Por Aaron Menikoff

Aaron Menikoff es Pastor Principal de la Iglesia Bautista Mt. Vernon en Sandy Springs, Georgia.
Artículo
08.12.2018

¿Cuál es la primera palabra que viene a tu mente cuando escuchas el título «pastor»? Supongo que no es «gentil». A pesar del gigante de hierro, nuestros héroes populares no son conocidos por su mansedumbre. Tienden a realizar grandes hazañas a través de la fuerza pura, destreza y la fuerza de voluntad. Ellos se destacan en arrogancia, no en humildad.

Siempre pensé que yo era gentil. Al leer las listas de virtudes en el Nuevo Testamento, la gentileza nunca atrajo mi atención. Cuando joven oraba regularmente contra la lujuria. Luché contra el orgullo. Me esforcé por protegerme de la pereza. Estos pecados capitales comprendían un monstruo de tres cabezas al que sabía que debía oponerme. Pero en algún punto del camino, mientras me enfrentaba en un ataque frontal contra mi cancerbero, un pequeño pecado furtivo se deslizó de mi corazón y me atacó por la retaguardia. Él usa muchos nombres: dureza, descaro y dominante son algunos de ellos. Él no es manso ni gentil.

Entonces, ¿cómo me atrapó mi pequeño pecado furtivo? Un querido hermano hizo algo valiente; me dijo que yo podría llegar a ser duro e intimidante. Tan duro que de hecho, no estaba seguro de poder servir conmigo en el cuerpo de anciano de nuestra iglesia. Sus palabras me sorprendieron. No podía creerlo. Sin embargo, no pude   no   créelo. Este hermano es sabio, piadoso, y yo sabía que él quería lo mejor para mí y para la iglesia que ambos amamos.

MI PECADO ME ENGAÑÓ

Necesitábamos cavar más profundo. Le pedí que seleccionara a un par de ancianos de nuestra iglesia con quienes se sentía cómodo compartiendo esta información. Los cuatro nos sentamos a hablar y orar. Él les contó sus preocupaciones. Lo hizo humildemente, confesando sus propias debilidades a lo largo del camino. Pero a medida que hablábamos, comprendí mejor las formas en que yo había conducido conversaciones que hacían sentir a los demás pequeños. Me di cuenta de que a menudo ofrecí una mínima orientación mientras esperaba obtener, de los demás, los máximos resultados. Aprendí que mientras, en su mayor parte, mi lujuria, mi pereza y mi orgullo estaban bajo control, la dureza estaba teniendo un auge en mí.

Me pregunté cómo me perdí de ver este pecado por tanto tiempo. Después de todo, oraba regularmente, leía la Biblia todos los días y predicaba al menos una vez a la semana. Yo había sido apartado por una iglesia local para tratar los pecados de toda una congregación, entonces, ¿cómo pude haber perdido tan descuidadamente mi propio pecado?

La respuesta corta es   No lo sé, mi pecado me engañó . El teólogo del siglo XIX, Archibald Alexander, señaló: «En todo pecado, la mente está bajo una influencia engañosa. Los pensamientos y motivos correctos están olvidados o sobrepasados ​​por el momento» [1]. Él tiene razón; me había engañado al pensar que la franqueza una palabra más aceptable que la durezaera simplemente parte de mi estilo de liderazgo.

A medida que pasaban las semanas, el Señor me recordó que la santificación es un proceso, incluso para los pastores. No solo esto, encontré en las agudas palabras de mi querido hermano el poder de Hebreos 3:13, «antes exhortaos unos a otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado». Su exhortación me llevó a examinar mi corazón de nuevo.

LAS ESCRITURAS ME REFRESCARON

Igualmente importante, su reprensión me llevó a leer las Escrituras con ojos nuevos. Por ejemplo, cuando recordé a Moisés anteriormente, primero pensé en un líder profundamente valiente que superó la profunda inseguridad para sacar al pueblo de Dios de Egipto. Esto es verdad. Moisés fue un defensor ferozmente intenso de la justicia. Pero eso no es todo lo que era. Cuando me encontré cara a cara con mi propia dureza, vi a Moisés como un hombre transformado personal y poderosamente por la gloria de Dios. Por lo tanto, la Escritura lo describe como, «Y aquel varón Moisés era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra» (Números 12: 3).

Antes, cuando meditaba en el fruto del Espíritu, me apegaba a mi necesidad de gozo, fidelidad y autocontrol. Pero ahora, la gentileza me llamó desde el texto, instándome a poner mi corazón en esta pieza particular del fruto del Espíritu (Gal 6: 22-23).

Previamente, cada vez que fui a 1 Pedro 5 para examinar el papel de los ancianos en la iglesia, observé especialmente cómo necesitan ser siervos dispuestos, no codiciosos de ganancias. Pero ahora lo que más me llama la atención es el hecho de que no deben ser «dominantes» sobre las ovejas a su cuidado (1 Pedro 5: 3).

¿Cuántas veces había leído 1 Timoteo 3, ponderando las calificaciones necesarias para ocupar el oficio del obispado? La fidelidad en el matrimonio, la sobriedad y la respetabilidad cada uno exigió mi atención. Pero ya no puedo leer este pasaje sin ver la frase «no pendenciero,…sino amable» que brilla con luces de neón.

NUESTRA IGLESIA NO NECESITA UN PASTOR MANSO

Dirigir una iglesia, incluso con una pluralidad de ancianos, no es fácil. Un buen pastor debe estar preparado para recibir un aluvión de críticas. Es parte del juego. Además, puede existir la expectativa de que los pastores no solo deben saber dónde debe estar la iglesia, sino también deben tener la visión, la confianza, la resolución y la firmeza para lograrlo. Y a veces, debido a nuestras mentes malvadas, los pastores no vemos cómo fomentar la virtud de la mansedumbre favorecerá esta causa. Sabemos que Estados Unidos no necesita un presidente manso, el ejército no necesita un general manso y la compañía no necesita un Director ejecutivo débil. Entonces, quizás sin admitirlo, resolvemos que nuestra iglesia no necesita un pastor manso.

Pero la iglesia no es un país, un ejército o una compañía. Si Dios la quería dirigida por políticos, generales o directores ejecutivos, él podría haber hecho que eso sucediera. En cambio, en su sabiduría, confió el futuro de la iglesia a los ancianos, cuya marca distintiva es un reconocimiento personal de la debilidad: «Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros» (2 Co. 4: 7). Si Jesús salvó al mundo haciéndose así mismo débil (Filipenses 2: 7), entonces seguramente le corresponde a cada anciano adoptar su postura.

Como esposo, aprecio las palabras de Dave Harvey sobre la mansedumbre en el matrimonio: «La mansedumbre no tiene nada que ver con ser débil o pasivo. La mansedumbre es potencia potenciada por el amor. . . . En el matrimonio, ser manso no es ser débil o vulnerable, sino estar tan comprometido con tu cónyuge que te sacrificarás por su bien» [2]. Estas palabras son tan aptas para el pastorado.

Manso no es débil. El pastor que siente la necesidad de impulsar a su iglesia a la grandeza a través del ejercicio de sus propios dones subestima el poder del evangelio. El pastor convencido de que debe ser el más perspicaz, el más incisivo, el más contundente o el más dominante ha pasado por alto la más básica de las verdades espirituales: Dios se deleita en usar al hombre más manso porque ellos son los más obviamente dependientes de él. Esto no significa que un buen pastor sea callado, reticente al liderazgo o escéptico de su propio juicio. ¡De ningún modo! Sin embargo, significa que un pastor es  «pronto para oír, tardo para hablar, [y] tardo para airarse» (Santiago 1:19).

Todavía no soy tan amable como debería ser, pero soy consciente de mi tentación de ser duro, y sé que tal conocimiento me hace un mejor esposo, padre y pastor. Sé que un día pronto mi ministerio habrá terminado. La gente se reunirá en mi funeral donde espero que hablen mucho más sobre Jesús que sobre mí. Pero en la medida en que soy recordado, me gustaría ser recordado como un hombre que modeló la mansedumbre.

MOVIÉNDOSE  HACIA LA MANSEDUMBRE

Ninguno de nosotros es tan manso o gentil como debería ser. Pero, ¿qué debes hacer si crees que puedes tener un problema real aquí?

  • Encuentra a alguien que te diga la verdad en amor y pregúntele: «¿Soy amable? ». Me ayudó simplemente a saber que este es un área en la que realmente debo concentrarme. Sabiendo que puede no ser la mitad de la batalla, pero es un comienzo.
  • Medita sobre algunos textos clave de las Escrituras: Proverbios 15: 4; Mateo 5: 5; Gálatas 5:23; Efesios 4:1-3; Colosenses 3:12; 1 Timoteo 6:11; Santiago 1:21. Aún más que eso, considera el carácter de Cristo. Pablo dijo que cada cristiano está «siendo transformado a la misma imagen» de Cristo, «de un grado de gloria a otro» (2 Cor 3:18). Esto significa que también compartimos su mansedumbre (2 Corintios 10: 1; Mateo 11:29). Es difícil pasar el tiempo con versos como estos y no alejarse con un mayor deseo de ser amable.
  • Considera cómo te perciben los demás. Si tus palabras, tono y semblante son duros e insensibles, reconsidera cómo te comunicas con los demás. Parte de amar a otra persona es desviarte de tu camino para asegurarte de que sepan que te importan. A veces, la falta de gentileza es simplemente una falla al dejar en claro cómo te sientes realmente.
  • Ora para que Dios te haga más amable. Sin duda, esta es una oración que Dios se deleita en responder. Él ama a sus ovejas más que tú, y por amor a ellas él obrará con mansedumbre en los corazones de los pastores menores que realmente anhelan exhibir la mansedumbre de Cristo.

[1] Archibald Alexander,  , Practical Truths  [Verdades prácticas] (Harrisonburg, VA: Sprinkle, 1998), 59.

[2] Dave Harvey,   Cuando los pecadores dicen: «Sí, quiero» (Wapwallopen, Pensilvania: Shepherd Press, 2007), 130.

Traducido por Renso Bello.