Pastoreo

La Esperanza del Cielo al Inicio del Ministerio

Por Omar Johnson

Omar Johnson es pasante de pastoral en la Iglesia Bautista Capitol Hill en Washington, D. C.
Artículo
24.01.2022

«¿Cuál es tu visión?».

Si eres un nuevo pastor, es probable que hayas oído alguna forma de esa pregunta infinidad de veces.

Tal vez la hayan hecho los miembros actuales de tu nueva iglesia, ansiosos por conocer la dirección en la que planeas llevarlos. Tal vez provenga de posibles miembros que han mostrado interés en unirse a la obra contigo, pero que necesitan conocer el proyecto antes de firmar. Podría ser la indagación de las iglesias u organizaciones paraeclesiásticas asociadas, prometiendo dinero y mano de obra para ayudar, si respondes correctamente a la pregunta.

«¿Cuál es tu visión?».

No puedo recordar todas las formas en que he respondido, pero mirando hacia atrás después de mi primer año de ministerio pastoral, estoy seguro de que muchas de mis respuestas fueron inadecuadas. ¿Por qué? Porque eran demasiado cortas de vista. Aunque haya comunicado mi esperanza de un ministerio largo y fiel en el mismo lugar y con la misma congregación, mi visión no estaba lo suficientemente lejos en el futuro. Debería haber puesto mi mirada en algo más lejano y más esencial: el cielo.

Hermanos, al principio de nuestros ministerios, necesitamos una gran visión de dónde termina todo. Necesitamos una visión del cielo. Permíteme ofrecer tres razones por las que centrarte en el cielo es indispensable si eres un nuevo pastor.

1. Centrarte en el cielo agujerea el orgullo de un nuevo pastor

Mirar hacia el cielo nos recuerda que el reconocimiento y las recompensas están por venir; lo que significa que no tenemos que clamar por ellos ahora. Al principio del ministerio, casi todos los pastores se sienten fuera de su alcance. Entre la predicación, la planificación, la consejería y la administración, hay momentos en los que uno se da cuenta: «¡No soy muy bueno en esto!».

¿Qué pasa después?

Muchos de nosotros tratamos de superar esta sensación de incapacidad buscando afirmaciones externas de nuestra competencia. Buscamos —y vivimos para— el reconocimiento de nuestro trabajo por parte de la gente. Queremos saber que ellos sepan que han hecho la contratación correcta; su elogio es una confirmación más del voto de la congregación.

Pero pregúntate: «¿Por qué me preocupa tanto lo que las personas piensan y dicen de mí aquí y ahora?». Esta mentalidad delata sutilmente que los que predicamos acerca del cielo, a menudo vivimos como si no existiera. Actuamos como si esta vida fuera todo lo que hay, y así la alabanza de la gente se convierte en nuestro mayor premio.

Pero la Biblia es clara en cuanto a que nuestras labores deben centrarse en servir a Dios, no a nosotros mismos; en su valoración de nosotros, no en la de los demás (1 Ts. 2:4; Gá. 1:10). Sorprendentemente, esta reordenación de prioridades no nos roba el reconocimiento, sino que lo garantiza.

Al final de nuestras vidas y ministerios, la aprobación y la aceptación que una vez buscamos de la gente serán proporcionadas por Dios. El Rey mismo nos saludará y nos recibirá en su reino con estas palabras: «Bien, buen siervo y fiel… entra en el gozo de tu señor» (Mt. 25:21).

2. Centrarte en el cielo impulsa el ministerio de un nuevo pastor

«Me dedico a hacer viajes al cielo conducidos personalmente». Así es como Charles Spurgeon resumió en pocas palabras el trabajo de su ministerio.

¿De qué dirías que trata tu ministerio? Si estás comenzando, podrías estar tentado a enumerar las tareas. «Mi ministerio consiste en predicar el evangelio y hacer discípulos». ¡Amén!

Pero, ¿Qué es lo que te impulsa? ¿Qué motiva tu ministerio?

Un vistazo a una de las cartas de Pablo nos muestra que un enfoque similar al de Spurgeon sobre el futuro alimenta su trabajo. Esta visión del futuro podría ayudar a impulsar nuestros ministerios también. En Colosenses 1:28, Pablo resume su ministerio, diciendo: «a quien Cristo anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduría». En este punto, podría parecer que el ministerio de Pablo está meramente orientado a las tareas. Pero luego expone su propósito final: «a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo».

Pablo trabajaba a la luz de la eternidad. Predicaba, amonestaba y enseñaba no simplemente porque esas eran las tareas de su trabajo, sino porque su ambición era presentar a la iglesia ante Dios algún día. Pablo sabía que el cielo era real, y quería ayudar a las personas a llegar allí, no como bebés, sino como creyentes maduros.

Esto es un correctivo para mí, y quizás también para ti. Gran parte del ministerio puede enfocarse en lo urgente: ayudar a una persona a superar una mala racha; querer ver a alguien superar una adicción, o esperar que alguien responda mejor a una situación difícil. Algunos días y semanas se sienten como si estuvieras jugando a un juego glorificado de golpear el topo. Tan pronto como abordas un problema o realizas una tarea, aparece otra.

Necesitamos pasajes como el de Colosenses 1:28 para recordar desde el principio que el ministerio consiste en algo más que ayudar a la gente a superar una semana difícil; en algo más que pastorear a la gente durante de una pandemia o una temporada política irritante. El ministerio consiste en preparar a las personas para que conozcan a Jesús, para que un día podamos estar con ellos, madurar en él.

¿Puedes imaginarlo, cuando estemos juntos al otro lado de la gloria con las personas que Dios nos ha dado para pastorear? Tendremos cuerpos nuevos y glorificados, pero nuestros recuerdos seguirán intactos. Recordaremos el trabajo que hicimos en medio de pruebas y lágrimas, en medio de tentaciones y conversaciones difíciles. Predicar. Amonestar. Enseñar. Todo para llevar a los santos al cielo. Lo recordaremos todo, y al otro lado de la gloria el único comentario que tendremos será: «¡Valió la pena!».

Hermanos, que la visión de lo que vendrá impulse nuestros ministerios ahora.

3. Centrarte en el cielo brinda el gozo duradero que un nuevo pastor necesita

Pastor, ¿Qué te haría feliz? ¿Con qué sueñas despierto en los raros momentos libres?

Para muchos de nosotros, es el éxito; el éxito del ministerio.

Y en un nuevo trabajo, tienes el punto de vista único de poder rastrear ese «éxito» (o la falta de él) directamente hacia ti. ¿Ha aumentado o disminuido el número de miembros desde que comenzó? ¿Han mejorado o disminuido las donaciones? ¿Ha aumentado o disminuido el entusiasmo?

Las respuestas suelen determinar nuestras actitudes. Pero Jesús nos da algo mucho menos voluble a lo que atar nuestra felicidad. En Lucas 10:20, los discípulos regresan eufóricos de un exitoso viaje ministerial, uno lleno de nuevos hitos. Pero Jesús redirige su gozo. «No se regocijen por las cosas fenomenales que han hecho, sino regocíjense de que sus nombres están escritos en los cielos».

Realmente hay algo por lo que alegrarse, dice Jesús, pero no tiene nada que ver con el aparente éxito del ministerio. Lo que debería alegrarnos a todos —tanto a pastores como a los que no lo son— es que hay una lista de miembros en el cielo con nuestros nombres, grabados en la preciosa sangre de Jesucristo, que murió y resucitó de la tumba por nosotros.

¿Acaba de comenzar tu ministerio y te has dado cuenta de lo increíblemente duro que es, de las constantes críticas que puedes recibir, de lo lento que puede parecer el crecimiento tanto numérico como espiritual? ¿Te sientes tentado a desesperarte y ya estás pensando en abandonar?

Resiste. En tu peor día, o durante tu peor semana, o después de lo que puede parecer el peor comienzo posible del ministerio que puedas imaginar, hay razones para regocijarte, razones para mantener la esperanza. Tu nombre está escrito en los cielos. Queridos hermanos, pongamos nuestra mirada más allá de unas pocas décadas. Pongamos nuestra mirada en la eternidad. Mantengamos el cielo como la visión y el combustible de nuestro ministerio, y trabajemos hasta llegar allí.

 

Traducido por Nazareth Bello