Evangelio

La conversión, Dios y todo el ser

Por Steven Wellum

Stephen J. Wellum es profesor de teología cristiana en el Seminario Teológico Bautista del Sur en Louisville, Kentucky y editor del Southern Baptist Journal of Theology.
Artículo
16.02.2019

Desde Génesis hasta Apocalipsis, la Escritura deja en claro que la conversión es absolutamente necesaria para que las personas experimenten la salvación y conozcan a Dios. A menos que nos alejemos de nuestros pecados y volvamos a Dios, a menos que conozcamos vivencialmente lo que la Biblia describe como una circuncisión espiritual y sobrenatural del corazón (Dt. 30:6; Ro. 2:25-29), no conoceremos al Dios salvador y permaneceremos bajo su juicio e ira (Ef. 2:1-3).

Como lo ha demostrado Tom Schreiner en sus dos artículos en esta revista de 9Marks, la necesidad de la conversión se enseña a lo largo de la Escritura. Puede que no sea el tema central de la Escritura, pero ciertamente es fundamental para toda la historia de la redención, específicamente en términos de cómo se aplica la redención al pueblo de Dios. Sin la conversión, no podemos conocer a Dios como salvador. No podemos experimentar el perdón de los pecados. No podemos entrar al reino de Dios, al reino de la salvación.

Sin embargo, todavía es posible preguntar, ¿por qué es necesaria la conversión?  

CONOCIMIENTO POPULAR VS. CONOCIMIENTO BÍBLICO DE LA CONVERSIÓN

Antes de responder esa pregunta, vale la pena aclarar que no nos estamos refiriendo a la «conversión» en el sentido popular de la palabra, sino en el sentido bíblico. ¿Cuál es la diferencia?

Si investigas en Google sobre «conversión espiritual», los resultados predominantes serán algo así: la conversión es la «adopción de una nueva religión», o la «internalización» de un nuevo sistema de creencias. Estas definiciones ven «la conversión» como un cambio en el pensamiento o perspectiva del individuo, que, en su mayoría, deja a la persona fundamentalmente igual. Esta no es la conversión cristiana.

En cambio, la conversión cristiana depende de la obra soberana y sobrenatural del Dios trino en las vidas de las personas. En la conversión, Dios trae a las personas de la muerte espiritual a la vida. Esto les permite aborrecer lo que una vez amaron, su pecado y rebelión contra Dios, y volverse y confiar en Cristo.

TRES VERDADES QUE APOYAN LA NECESIDAD DE LA CONVERSIÓN

¿Por qué es absolutamente necesaria esta comprensión de la conversión? Existen tres verdades fundamentales que cimentan la enseñanza de la Biblia sobre la conversión, y nos ayudan a ver por qué es tan importante en la Escritura, teología y proclamación del evangelio.

Asimismo, permíteme resaltar que estas tres verdades se encuentran completamente interrelacionadas. No podemos comprender correctamente lo que la Biblia enseña sobre la conversión, si no asimilamos correctamente estas verdades, lo cual es un simple recordatorio de que nuestras creencias teológicas dependen mutuamente la una de la otra. Comprender incorrectamente un área de nuestra teología afectará gravemente otras áreas, y esto es verdaderamente cierto en nuestra comprensión de la conversión.

El problema humano

La primera verdad fundamental que cimenta y da sentido a la enseñanza bíblica de la conversión, es la visión de la Biblia acerca del problema humano. Aunque los seres humanos son creados como portadores de la imagen de Dios, y por tanto, poseen increíble valor e importancia, en Adán nos rebelamos contra nuestro Creador, y nos convertimos en pecadores sometidos a la ira de Dios (Gn. 3; Ro. 5:12-21).

Cuando la Biblia habla del pecado y de los seres humanos como pecadores, no ve esto como un problema secundario. Es algo que no puede ser remediado con la autoayuda, más educación o incluso con la resolución personal de convertirse en una mejor persona. Tales soluciones perennemente presentes, subestiman en gran manera la naturaleza del problema humano descrito poderosa y gráficamente por la Escritura.

Según la perspectiva bíblica, el pecado no es solo un problema universal del cual ninguna persona puede escapar por causa de nuestra solidaridad en Adán como nuestro representante del pacto (Ro. 3:9-12, 23; 5:12-21; 1 Co. 15:22); también nos constituye en pecadores por naturaleza y acción (Ef. 2:1-3). En Adán, y por nuestras propias decisiones, nos hemos convertido en rebeldes morales en contra de Dios, nacidos en este mundo como criaturas caídas. Esta es una condición que no podemos cambiar por nuestra propia iniciativa o acción. Y es una condición que, desafortunadamente, no queremos cambiar, sin la gracia soberana de Dios. En nuestra corrupción, no solo nos deleitamos en nuestro pecado y voluntariamente nos oponemos al justo gobierno de Dios sobre nosotros, sino que esa misma voluntad es la evidencia de que somos incapaces de salvarnos y cambiarnos (Ro. 8:7). Como resultado, permanecemos bajo el juicio y la ira de Dios (Ro. 8:1; Ef. 2:1-3) sea que lo reconozcamos o no. En nuestro pecado, nuestro estado ante el Juez del universo es uno de condenación y culpa (Ez. 18:20; Ro. 5:12, 15-19; 8:1). La Escritura describe este estado como de muerte, espiritual, y finalmente, física (Gn. 2:16-17; Ef. 2:1; Ro. 6:23).

La salvación, el remedio bíblico a este problema, invierte esta terrible situación. Y el punto decisivo en esta reversión es la conversión.

En primer lugar, lo que necesitamos es un salvador que pueda pagar por nuestro pecado ante Dios y satisfacer las justas exigencias y el juicio de Dios en nuestra contra. Nuestro Señor Jesucristo, Dios, el Hijo encarnado, hace esto en la cruz por nosotros. Él cumple las propias demandas de Dios; nuestro pecado es pagado por completo (Ro. 3:21-26; Gá. 3:13-14; Col. 2:13-15; He. 2:5-18).

Además, no solamente necesitamos el pago de nuestros pecados, también necesitamos ser traídos de la muerte espiritual a la vida, lo que resulta en una transformación de toda nuestra naturaleza (Ro. 6:1-23; Ef. 1:18-23, 2:4-10). Necesitamos que el Dios trino nos llame de muerte a vida, y que por la acción del Espíritu de Dios, recibamos un nuevo nacimiento (Ef. 1:3-14; Jn. 3:1-8). Necesitamos una resurrección de los muertos paralela a la resurrección de nuestro propio pacto, a fin de ser capaces de volvernos de nuestro pecado voluntariamente, dejar a un lado nuestra oposición contra Dios y su gobierno, y responder en arrepentimiento y fe al evangelio (Juan 3:5; 6:44; 1 Co. 2:14).

En resumen, la conversión es necesaria porque es parte de la solución a la grave naturaleza del problema humano descrito por la Escritura.

La doctrina de Dios

La segunda verdad fundamental que cimenta y da sentido a la enseñanza de la Biblia sobre la necesidad de la conversión, es la enseñanza acerca de la naturaleza y el carácter de Dios.

Como se señaló anteriormente, estas dos primeras verdades se explican mutuamente. El problema humano es lo que es debido a quién es el Dios de la Biblia. Nuestro problema solo puede ser visto auténticamente a la luz del carácter personal, justo y santo de Dios.

La conversión es necesaria porque nosotros, como criaturas pecaminosas y rebeldes, no podemos habitar en la santa presencia de Dios. El pecado no solo ha infringido el carácter de Dios, que es la ley moral del universo, también nos ha separado de la presencia del pacto de Dios (Gn. 3:21-24; Ef. 2:11-18; He. 9). Nosotros, quienes fuimos creados para conocer a Dios y vivir ante él como sus vice-regentes, gobernando como reyes y reinas sobre la creación para gloria de Dios, ahora estamos bajo la ira y la condenación de Dios.

Por tanto, sin que el carácter de Dios se satisfaga en la provisión sacrificial de Dios de sí mismo en su Hijo, no podemos conocer a Dios como salvador (Ro. 6; Ef. 4:20-24; Col. 3:1-14). Además, no es suficiente para que se lleve a cabo una transacción legal, tan importante como esa en el veredicto de nuestra justificación ante Dios. La salvación implica la eliminación interna del pecado y la transformación de toda nuestra naturaleza corrompida. Esto comienza cuando somos unidos a Cristo por la obra regenerativa del Espíritu, que nos permite alejarnos voluntariamente del pecado y confiar en la obra completa de Cristo, nuestro Señor.

En otras palabras, la conversión es absolutamente necesaria porque Dios exige que sus criaturas sean santas como él es santo. Por tal motivo, para que podamos habitar ante él debemos vestirnos con la justicia de Cristo, ser transformados por el poder del Espíritu y ser hechos nuevas criaturas en Cristo Jesús (2 Co. 5:17-21). No hay forma de que los portadores de la imagen regresen al propósito de su creación y disfruten de todos los beneficios de la nueva creación, sin que sus pecados hayan sido pagados por completo, sin haber nacido de nuevo por el Espíritu, y sin estar unidos a Cristo por la fe.

Si fallamos en comprender algo de la resplandeciente santidad de Dios, su perfecta justicia, y su demanda de que sus criaturas actúen como hijos obedientes y portadores de su imagen, nunca comprenderemos por qué la conversión es tan importante en la Escritura.

Asimismo, si no comprendemos que nuestra conversión sólo es llevada a cabo por la iniciativa soberana del Dios trino de la gracia, entonces jamás apreciaremos por completo la profundidad y la amplitud del amor de Dios por nosotros, su pueblo.

La conversión implica arrepentimiento y fe—Todo nuestro ser volviéndose a Dios

La tercera verdad fundamental que nos ayuda a entender la enseñanza de la Biblia sobre la conversión, es que la conversión afecta a toda la persona, y afecta a la persona como un todo. Es decir, en la Escritura, la conversión implica volvernos del pecado (arrepentimiento) y volvernos a Cristo (fe). Ambas cosas son necesarias para la conversión. Por ello, el arrepentimiento y la fe son vistos correctamente como dos lados de la misma moneda.

Dicho de otro modo, la conversión bíblica nunca es un simple cambio de la perspectiva intelectual que no produce ningún cambio en la vida de la persona. Desafortunadamente, en muchas iglesias, encontramos a personas que profesan haber sido convertidas, pero que solo exhiben un simple asentimiento intelectual al evangelio, en lugar de cualquier evidencia real de cambio en sus vidas.

La Escritura se refiere claramente a esta clase de simple asentimiento mental como una falsa conversión (Mt. 7:21-23). Dios demanda una respuesta de toda la persona a él como criaturas de su pacto: nuestro pecado es una rebelión de todo el ser contra Dios, y la salvación es una transformación de toda la persona, literalmente una nueva creación. La conversión implica volvernos del pecado y volvernos a Cristo, lo cual involucra toda la persona, su intelecto, voluntad y emociones (Hechos 2:37-38; 2 Co. 7:10; He. 6:1).

NO ES SUFICIENTE QUITARSE EL SOMBRERO ANTE JESÚS

La conversión no es opcional; es absolutamente necesaria. No podemos entender la salvación y el evangelio sin una sólida visión de ella.

El cristianismo nominal, que es descontrolado en nuestras iglesias, no es el cristianismo bíblico. No es suficiente quitarnos el sombrero ante Jesús; debemos experimentar la obra soberana y llena gracia de Dios en nuestras vidas, dándonos vida y capacitándonos, por obra del Espíritu Santo, para arrepentirnos y creer en el evangelio.

Nuestros entendimientos incorrectos de la conversión a menudo son consecuencia de nuestras defectuosas teologías. El remedio para esta situación es regresar a las Escrituras en  oración, pidiendo a nuestro gran Dios que reavive nuevamente a su iglesia, a fin de que en la programación del evangelio, hombres y mujeres, niños y niñas se arrepientan de sus pecados y crean en Jesucristo, nuestro Señor.


Traducido por Nazareth Bello, Venezuela.