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La conversación detrás de la conversación: cómo los supuestos eclesiológicos moldean nuestro complementarianismo
¿Qué puestos de liderazgo pueden ocupar las mujeres en la iglesia local? ¿Cómo pueden las iglesias organizar mejor a las mujeres con dones de enseñanza? La forma en que respondemos a estas preguntas revela tanto sobre nuestra eclesiología como sobre nuestro complementarianismo. Detrás de muchos de nuestros debates sobre la complementariedad hay diferencias significativas sobre cómo vemos a la iglesia.
Dos personas pueden ponerse de acuerdo sobre los mismos principios complementarios, pero pueden poner en práctica esos principios de manera muy diferente debido a sus diferentes supuestos sobre la eclesiología, de modo que la primera persona se ve funcionalmente igualitaria a la segunda, mientras que la segunda parece funcionalmente patriarcal a la primera.
Una vez más, mucho depende de nuestra eclesiología. ¿Esperarías algo menos de la gente de 9Marks?
Más concretamente, las perspectivas defectuosas de la iglesia crean un caos sobre la complementariedad. Cuanto más se aleja nuestra eclesiología de las normas bíblicas, más nos encontramos forzando principios complementarios para adaptarlos a nuestro contexto. Los supuestos erróneos sobre la iglesia y los enfoques programáticos para el ministerio eclesiástico corren el riesgo de socavar los principios complementarios.
Este punto sobre la iglesia es realmente la conversación detrás de muchas de nuestras conversaciones sobre. Es el problema detrás del problema. Nuestros debates del complementarianismo a menudo son posteriores a nuestros debates eclesiológicos.
En este artículo exploraré, cómo nuestra comprensión de dos cosas: nuestros dones espirituales individuales y el ministerio de la iglesia en general, se relacionan con el complementarianismo. En otro artículo, Alex Duke considerará cómo las estructuras de gobierno no bíblicas crean un caos de la complementariedad, y cómo un retorno a las estructuras de autoridad bíblica nos ayudan a resolver muchos de los debates que actualmente se agolpan entre los círculos complementarios.
SOBRE LOS DONES ESPIRITUALES Y VALORACIÓN DE LAS MUJERES
Muy a menudo, nuestras conversaciones dentro de los círculos complementarios se centran en preguntar cómo podemos comunicar valor a las mujeres y honrar sus dones únicos. Es una buena pregunta y merece toda la atención que podamos darle. El problema es que a menudo respondemos a esta pregunta de una manera que representa una visión defectuosa de los dones espirituales, el ministerio de la iglesia y cómo nos valoramos y afirmamos unos a otros.
Por ejemplo, un pastor defensor del complementarianismo señaló recientemente que no contratar mujeres con dones de enseñanza, para el personal del ministerio o excluirlas de posiciones de liderazgo de género mixto, las «margina». Otros han argumentado que, si estás fallando en establecer plataformas para las mujeres con dones de enseñanza, no estás valorando su contribución para la iglesia.
Por supuesto, puede ser sabio y bueno para tu iglesia contratar a una mujer o crear más plataformas de enseñanza pública. Sin embargo, mi preocupación es con la línea de razonamiento representada en el párrafo anterior. Asume que nuestros dones deben dictar el tipo de ministerio que debemos hacer. También supone que comunicamos valor a los miembros de la iglesia al crear plataformas o programas para sus dones.
¿DEBERÍAN DICTAR MIS DONES MI MINISTERIO?
Seamos claros, la Biblia no tiene una teología de dones espirituales para los hombres y otra para las mujeres. Ambos están llamados a ejercer sus dones para el bien de la congregación. La pregunta es cómo se ejercen esos dones en la iglesia.
El Nuevo Testamento regularmente enseña que Cristo, en su gracia, da dones espirituales a su pueblo. Pablo dice que estos dones son nada menos que una «manifestación del Espíritu»
(1Co. 12:7), una demostración visible de la gracia y el poder de Dios que edifica la congregación. Y, sin embargo, muchos cristianos que conozco (tanto hombres como mujeres) viven con la desilusión e incluso la frustración porque no se les da mucha oportunidad de ejercer sus dones, especialmente si esos dones parecen corresponder con elementos públicos de la vida de la iglesia como «enseñando» o «liderando» (Ro. 12: 7-8).
Sin embargo, mi presentimiento es que estas frustraciones surgen no de nuestra falta de oportunidades para usar nuestros dones sino de una comprensión programática y equivocada de cómo deberían funcionar nuestros dones en la vida de la iglesia. La gente asume que su don debería emplearse en cierto tipo de ministerio. «Tengo el don de la administración, así que debería organizar las finanzas. Tengo el don del servicio, así que debería organizar los festejos. Tengo el don de enseñar, así que debería enseñar una clase». Esperamos conectar nuestros dones con algún programa prefabricado o posición dentro de la iglesia.
Pero, ¿por qué asumir que no podemos enseñar porque no tenemos una clase o no podemos administrar porque no somos parte de la administración formal de la iglesia? Nada de eso significa que nuestros dones tengan que permanecer latentes y languidecer. La Biblia dice que la iglesia es una familia. Servimos donde hay una necesidad. Todavía podemos «enseñar» en las relaciones de discipulado uno a uno. Podemos «administrar» ayudando a una pareja de recién casados a ordenar sus finanzas.
Podemos «liderar» motivando a aquellos en nuestro rango de influencia a reunirse regularmente para un grupo informal de oración. Usamos nuestros dones de acuerdo con las necesidades de la iglesia y las oportunidades que el Señor nos brinda. Después de todo, Dios nos dio el don para el bien común, no para nuestra propia satisfacción personal.
En general, la forma en que pensamos acerca de nuestros dones está cuesta abajo de nuestra visión de la iglesia. Si las percepciones de tu iglesia son programáticas, entonces concebirás cómo usas tus dones a través de la programación y los escenarios. Si las percepciones de tu iglesia son familiares, entonces mirarás alrededor del salón y verás quién necesita ayuda. ¿Recuerdas cuando nuestras madres, ocupadas en preparar la casa para una reunión y agasajo, nos decían que no esperemos a que nos pidan ayuda, sino que debíamos saltar y encontrar algo que hacer? ¿Y cómo habría respondido tu madre si le hubieras dicho, mamá lavar los platos no es mi don, es la música?
Estos puntos se aplican a todos, tanto para hombres como mujeres. Sí, deberíamos estar ansiosos por encontrar formas de hacer en lo que somos buenos. Pero finalmente, lo que dicta nuestro ministerio es lo que necesita nuestra iglesia. Como he argumentado en otra parte, una forma en que los hermanos que aspiran al pastorado deberían pasar su tiempo es sirviendo en la guardería y cortando el césped. ¿Tienes dones de enseñanza? ¡Excelente! Los niños de cuatro años necesitan a alguien con buena doctrina.
EJERCICIOS DE LOS DONES Y COMPLEMENTARIANISMO
Volviendo entonces al complementarianismo: Las mujeres que están dotadas para enseñar deberían enseñar. Tal vez tu iglesia evita alejarse de los programas. Quizás no haya muchas oportunidades para usar públicamente tu don, o las oportunidades que ya existen, han sido aprovechadas por otros. Si esa es tu situación, recuerda: tu don no necesita estar en un anaquel acumulando polvo. Es posible que Dios no te otorgue la plataforma exacta que deseas para tu don, pero eso no significa que no puedas ejercerlo.
Para cualquier hermana que se sienta desanimada o frustrada porque no tiene una oportunidad para la enseñanza pública, solo sepa que muchos de sus hermanos están en la misma situación. Personalmente, conozco a muchos hermanos, en varias iglesias, que pueden predicar con las luces apagadas; ellos rara vez, sí es que hay alguna vez, tienen oportunidades de enseñar públicamente desde el púlpito.
¿Están malgastando sus dones? No. Están enseñando en la escuela dominical para niños, durante el almuerzo con un amigo, en un comedor cercano, en casa con su esposa e hijos, en sus grupos pequeños, incluso con dos o tres personas todos los domingos después del servicio en el vestíbulo. Tú tampoco estás desperdiciando tu don. Todos nosotros simplemente estamos usando nuestros dones donde Dios nos coloca.
DONES, PLATAFORMAS Y VALOR
Pero, ¿qué pasa con la inquietante afirmación de que las iglesias fallan en valorar a las mujeres, si no utilizan sus dones de enseñanza de una manera —generalmente programada y pública— en particular? ¿Es este verdaderamente el caso?
Por supuesto, no estoy abogando en que las mujeres solo sirvan detrás del escenario. En cambio, sugiero que esta línea de razonamiento en realidad devalúa tanto a las mujeres como a los hombres en la iglesia, porque sugiere que los roles de apoyo detrás del escenario son marginales e insignificantes. Parece sugerir que detrás de un escenario, los miembros comunes son menos valiosos que aquellos con plataformas públicas o esfera de liderazgo. Los miembros son marginales, mientras que los líderes tienen valor. El ministerio público importa, el ministerio privado es menos significativo.
Cuando equiparamos el «valor» en el ministerio con las plataformas públicas y el liderazgo, implicamos algo desafortunado y poco útil sobre el servicio cristiano menos encantador (el contexto en el que la mayoría de los cristianos viven su compromiso con Jesús). Al equiparar el valor con el llamado o la responsabilidad del ministerio; nosotros, en efecto, convertimos a la mayoría de los miembros de la iglesia en cristianos de segunda clase.
En el transcurso de un año, mi propia iglesia de aproximadamente 700 miembros ve a unas 40 personas enseñando o ejerciendo liderazgo en un contexto público. Sugiero que evitemos agresivamente cualquier tipo de razonamiento que implique que los otros 660 miembros, aquellos que llevan la carga del ministerio diario en la iglesia, son simplemente actores marginales en el reino de Dios.
UNA PALABRA PARA LOS PASTORES COMPLEMENTARIOS
¿Cómo avanzan entonces las iglesias complementarias? Comienza recordando a tu iglesia, tanto a los hombres como a las mujeres, que el poseer un don no les da derecho a ciertos ministerios. Dignifica el trabajo de la membresía y aliente a los miembros a entrar dentro de la vida de los demás, no solo en los programas.
Al alentar este tipo de ministerio, algunos hombres y mujeres emergerán como particularmente talentosos en la enseñanza y sabrán cómo hacer las cosas. Un hombre en su congregación reúne de manera capaz y consistente pequeños grupos de hombres para la oración y la evangelización. Una mujer en su iglesia parece tener un flujo interminable de mujeres en su casa para conversar sobre el discipulado. Ambos tienen efectos espirituales significativos y positivos en aquellos en su círculo de influencia. A medida que estos individuos emerjan, equípalos, anímalos en su ministerio y sostenlos como ejemplos para sus hermanos y hermanas.
Pero, reconoce que en este punto los caminos ante los hombres y las mujeres divergen. La Biblia tiene un «programa» obligatorio que reconoce formalmente a los hombres que pueden enseñar y dirigir: la junta de ancianos. También tiene un tiempo obligatorio donde los hombres calificados participan en la enseñanza pública: el sermón. Pero la Biblia no exige ninguna estructura institucional dentro de la iglesia para las mujeres. En cambio, defiende el valor indispensable de que las mujeres enseñen a las mujeres (Tito 2: 3–5), y los pastores deben buscar agresivamente equipar a las mujeres dotadas para participar en ese ministerio. Por supuesto, ese ministerio se verá diferente de una iglesia a otra. Algunos buscarán llevar a cabo el Tito 2 con programas, otros desarrollando una cultura de mujeres discipulando a otras mujeres.
Entonces sí, la iglesia es asimétrica en este punto: los hombres calificados pueden ser pastores, las mujeres no. Los hombres calificados pueden predicar, las mujeres no. Pero también es el caso de que los hombres no pueden cumplir con Tito 2, no pueden entablar relaciones íntimas y personales de discipulado con mujeres o modelar la femineidad bíblica a las hermanas de la congregación. Solo una mujer puede hacer eso. Tanto hombres como mujeres son totalmente necesarios para llevar a cabo la misión de la iglesia.
Los complementarios deben trabajar para tener iglesias llenas de mujeres «poderosas en las Escrituras». Pablo elogió a toda la congregación de Berea por evaluar la integridad bíblica de su predicación, que seguramente incluía mujeres con discernimiento y teológicamente articuladas. Trabaja para equipar a las mujeres en discipular a otras mujeres en la congregación y para enseñar en contextos apropiados.
Si tu iglesia considera prudente contratar a un director de ministerio de mujeres o crear un contexto programático en el que algunas mujeres puedan enseñar en público a otras mujeres, hazlo. Pero no señales esos programas y plataformas como el lugar donde ocurre el ministerio real y se valoran a las mujeres.
En cambio, valora tanto a las mujeres como a los hombres al defender el sacerdocio de todos los creyentes y dignificar la vida ordinaria de la iglesia, y las responsabilidades que conlleva la membresía de la iglesia. Recuerda a tu congregación que el que recibe un profeta, recibe la recompensa de un profeta (Mateo 10:41). Recuérdeles que todos están llamados a ejercer sus dones de acuerdo con las necesidades de su iglesia, en las esferas que el Señor los ha colocado, y estos contextos son todo menos marginales.
Traducido por Renso Bello.