Pastoreo

La carne es débil: Reflexiones pastorales sobre el dominio propio

Por Aaron Menikoff

Aaron Menikoff es Pastor Principal de la Iglesia Bautista Mt. Vernon en Sandy Springs, Georgia.
Artículo
07.06.2019

Crecí a la sombra de Nike (la compañía de zapatos, no la diosa griega). La primera iglesia que visité se encontraba cerca de la oficina principal de Nike en Beaverton, Oregón. Jugué tenis con el hijo del fundador de Nike, Phil Knight, mientras estaba en la secundaria. Y para colmo de males, el dormitorio de mi universidad se encontraba frente a Hayward Field, donde Knight y su entrenador de pista Bill Bowerman probaron el primer par de tenis Nike para correr con suelas hechas en una plancha de hacer waffles. En el año 1988, cuando Nike lanzó una campaña llamada «Simplemente Hazlo», yo estaba en todo. Si trabajas lo suficientemente duro y sacas el tiempo para ello, puedes hacer cualquier cosa, o por lo menos eso creo.

La experiencia me ha enseñado que la vida es más que sangre, sudor y lágrimas. Todo el entrenamiento del mundo no hará que mi cuerpo de 5’9” de estatura sea un principiante en el equipo de basketball universitario. No importa cuántas noches en vela pase, Dios no diseñó mi cerebro para que  dominara la macroeconomía cuantitativa. Simplemente pregúntale al profesor Ellis quien escribió en mi primera asignación, «si este trabajo es una evidencia de tu habilidad, dudo que puedas pasar esta clase» ¡Ouch!

Como cristianos, luchamos con esta misma tensión. Por un lado, hay trabajo que hacer. Debemos ejercer el dominio propio. Por el otro lado, es un trabajo que no podemos hacer. Por más que lo intentemos, ni lo grande o fuertes o rápidos o inteligentes que seamos, simplemente en nuestra carne no tenemos el dominio propio requerido para caminar de una manera digna de nuestro llamado (Efesios 4:1). Pero hay esperanza. Afortunadamente, aún cuando la carne es débil, el dominio propio sigue siendo una parte importante del fruto del Espíritu Santo.

¿QUÉ ES EL DOMINIO PROPIO?

El dominio propio, poniéndolo de manera simple, es la habilidad de observar un pedazo de pastel de chocolate y no comerlo; hacer click de forma accidental en un acceso explícito a la web y cerrar la ventana inmediatamente; escuchar algunos chismes y cerrar la conversación. Cuando la mujer seductora corteja al joven con dominio propio, «he perfumado mi cama con mirra» (Proverbios 7:17), él huye como José (Génesis 39:12). El dominio propio es el rechazo de la tentación y de negarle al pecado que mora en nosotros la autoridad.

No podemos descartar el dominio propio, incluso cuando algunos equivocadamente reducen el cristianismo a una lista de lo que se debe y no se debe hacer. Cuando Pablo, estaba en la prueba, compartió el evangelio con Félix, «él razonó sobre la justicia y el dominio propio y el juicio venidero» (Hechos 24:25). Resistir la tentación no es el evangelio, sino una marca de todos los que verdaderamente lo han abrazado. Pablo más adelante insistió en que los cristianos en ocasiones sacrificarán aquellas cosas de las que pueden disfrutar libremente si esto contribuye para ganar a otros para Cristo. Dicha benevolencia requiere dominio propio (ver 1 Corintios 9:25). Pedro estuvo de acuerdo. Los verdaderos creyentes tienen más que conocimiento intelectual. Se caracterizan por el dominio propio, el cual fluye de la fe que Dios les ha otorgado (2 Pedro 1:5-6).

No debería sorprendernos que Pablo concluya su lista de frutos del Espíritu con el dominio propio. Después de destacar el amor, el gozo, la paz, la paciencia, la bondad, la benignidad, la fe, Pablo quiere que nos pongamos manos a la obra. Cualquier cosa que nos impida amar a los demás o ser amables debe ser eliminada. Pero los deseos de la carne no serán reducidos sin tener una lucha. Caminar en amor y gozo no será fácil. Necesitamos el dominio propio. Pablo lo pone de la siguiente manera: «pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos» (Gálatas 5:24). La presencia del dominio propio lo prueba.

LA LUCHA POR EL DOMINIO PROPIO

El fruto del Espíritu en tu vida no vendrá sin una lucha. Hay una razón por la que Jesús dijo, «si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lucas 9:23). La vida cristiana es difícil. No hay un camino fácil, ni una entrada amplia. Nos encontraremos en guerra con el pecado, ensangrentados y magullados, antes de que sea ganada la última batalla y las lágrimas se hayan ido (Apocalipsis 21:4).

Cuando se le ocurrió el lema «Simplemente hazlo», los ejecutivos de publicidad de Nike aprovecharon una verdad muy conocida incluso por las mentes paganas: nada digno de ser tenido llega sin pagar un precio. Esta es una verdad para los corredores olímpicos, los que ganan el premio nobel, los padres excepcionales y los cristianos ordinarios. El pastor Kevin DeYoung notó como «el crecimiento en santidad requiere del esfuerzo de una parte del cristiano». El antiguo puritano, Thomas Watson, utilizaba un lenguaje violento para hablar del mismo punto cuando encargaba a los creyentes «derramar sangre por cada pecado».

No soy el primero en afirmar que somos propensos a caer en la tentación antes de que la batalla realmente comience. Caemos en el pecado sin haber sacado nuestra espada e intentar cortar la garganta del pecado. Racionalizamos: «sólo estoy observando». Ponemos excusas: «no inicié la conversación». Presumimos de la gracia de Dios: «sé que Dios me perdonará, después de todo él es Dios».

Hace unos años atrás, un joven se sentó en mi oficina y compartió su testimonio. Él no estaba acostumbrado a hablar sobre su fe. Indagué sobre su vida y doctrina (1 Timoteo 4:16). Quería saber no sólo lo que creía, sino como estas creencias formaban la manera en que vivía. Él habló sobre su relación amorosa y admitió rápidamente haber llegado muy lejos. El no mostró ningún remordimiento, y cuando le pregunté cómo relacionó sus acciones con el llamado bíblico a la pureza, sonrió y dijo: «Jesús entiende, él sabe lo difícil que es estar soltero».

Es fácil para mí mover mis ojos, aún mientras escribo este recuerdo. Este hombre era inmaduro; ¡puede que él ni siquiera sea cristiano! Y aún así, tristemente sé lo que es presumir de la gracia de Dios. El permitir que mis ojos y mis pensamientos deambulen por lugares que manchen mi lecho matrimonial (Hebreos 13:4). Permitir que mi boca hable muchas cosas, sin preocuparme por el fuego que estoy encendiendo (Santiago 3:6). Permitir que mis oídos escuchen el chisme, sin tener amor por el hermano o hermana que está siendo juzgado por las palabras críticas. En cada caso, he tomado el camino de la menor resistencia y presumido de la gracia de Dios, en lugar de tratar de «derramar sangre por cada pecado». Lo he permitido. Tener dominio propio es luchar contra la tentación y matar el pecado. No solo un día sino cada día. No solo una hora, sino cada hora.

EL FRUTO DEL DOMINIO PROPIO

Es bueno recordar la lucha por el dominio propio. Debo luchar más. Pero la lucha no es toda la historia. El dominio propio es tanto un llamado a la acción como un don que debe ser recibido. El dominio propio es una parte del fruto del Espíritu. Hasta que este hecho no es comprendido, y comprendido de forma profunda, nunca iremos a Dios para buscar ayuda. Nunca viviremos con la confianza de que él proveerá.

Cuando surgió la Reforma, Martin Lutero predicó un sermón sobre la justicia de Cristo. El la llamó justicia ajena porque no pertenece al cristiano de manera natural. Es la justicia de Cristo. Le pertenece a él. La gracia significa que esta justicia puede ser nuestra solo a través de la fe en Cristo. «Todo eso se convierte en algo nuestro» dijo Lutero, y no sólo eso, «él mismo se convierte en parte de nosotros». A través de la fe, Cristo se da a sí mismo a nosotros. Y con él, nos da el poder para vencer el pecado en nuestra vida.

Es a través de este lente teológico que Lutero entiendo en fruto del Espíritu. Es sólo por la justicia de Cristo acreditada a nuestra cuenta, que podemos «tener una vida rentable en buenas obras… matando la carne y crucificando los deseos del yo».

En resumen, ¿quieres el dominio propio? Observa a Cristo. Confía en su muerte y resurrección. El dominio propio que practicamos—algunas veces muy doloroso y pobre—es realmente «el fruto y la consecuencia» de la obra de Cristo a favor nuestro. Estas son las buenas nuevas. El dominio propio es un don y una promesa para cada uno de los hijos de Dios. Dios hace más que ordenarnos obedecer; el nos equipa para ello. Él hace más que dirigirnos hacia la dirección que tenemos que caminar; él nos lleva hacia ella. Dios hace más que darnos su Palabra para guiarnos; él nos llena de su Espíritu y nos dirige.

Conozco mi propia alma, y una de las razones por las que a veces caigo en tentación antes de que la lucha realmente comience es porque fallo en recordar el poder del Espíritu en mi vida. El dominio propio es como una montaña muy alta para escalar, hasta que recuerdo que Cristo ya lo hizo por mí. La santidad es como una habitación muy estéril para entrar en ella, hasta que recuerdo que Cristo murió por mí para limpiarme de mi pecado.

EL DOMINIO PROPIO ES POSIBLE PORQUE EL ESPÍRITU ES PODEROSO

Aprendí hace tiempo que «Simplemente hazlo» puede ser un buen lema para el mayor fabricante de ropa deportiva del mundo, pero es un lema horrible para la vida cristiana. Sin embargo, es una lección que necesito recordarme diariamente. No comencé la vida Cristiana con mi propio esfuerzo, y ciertamente no puedo caminar en el Espíritu por el poder de mis propios medios. El dominio propio no es el producto de un verdadero coraje, es una parte del fruto del Espíritu. No puedo ejercer más dominio propio por mí mismo, de lo que puedo arrepentirme por mí mismo. Charles Spurgeon, el príncipe de los predicadores lo expresó muy bien:

¿Alguna vez has tratado de arrepentirte? Si es así, si has tratado de hacerlo sin el Espíritu de Dios, sabes que forzar a un hombre a arrepentirse sin la promesa del Espíritu para ayudarlo, es forzarlo a hacer algo imposible. Una roca puede llorar tan pronto, y un desierto puede florecer tan pronto, como lo es para un pecador arrepentirse por su propia voluntad. Si Dios le ofreciera el cielo al hombre, simplemente bajo términos de arrepentimiento de pecado, el cielo sería tan imposible como lo es a través de las buenas obras; porque un hombre no puede arrepentirse por sí mismo, así como no puede cumplir perfectamente la ley de Dios; porque el arrepentimiento implica el principio de obediencia perfecta a la ley de Dios. A mí me parece que en el arrepentimiento toda ley es solidificada y condensada; y si un hombre puede arrepentirse por sí mismo entonces no hay necesidad de un Salvador. Él puede también subir al cielo por los lados empinados del Sinaí.

Ahora, si leemos nuevamente las palabras de Spurgeon pero reemplazamos «arrepentimiento» con «tener dominio propio», sin el Espíritu de Dios no podemos hacerlo. El dominio propio es requerido; es un deber. Pero sólo aquellos que tienen el Espíritu pueden tener dominio propio.

¿QUÉ SIGUE?

¿Quieres ver el fruto del Espíritu manifestarse en tu vida? ¿Quieres crecer en amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, y mansedumbre? ¡Se que quiero hacerlo! ¿Cómo podemos crecer de esta manera? ¿Cómo podemos tener más dominio propio?

  •   Recuerda la cruz. Cuando los pecados de odio y ansiedad, dureza e impaciencia están en nuestras feas cabezas, debemos estar dispuestos a sacar la espada y «derramar sangre por cada pecado». Sólo podemos hacer esto si recordamos que Cristo derramó a propósito su propia sangre para que pudiéramos morir al pecado y vivir en justicia. Sin una mente enfocada en la cruz, tu dominio propio será poco más que una auto ayuda, y no permanecerá.
  •   Abraza la lucha. No caigas en la trampa de pensar que una vida marcada por el dominio propio—o cualquier otra de las partes del fruto del Espíritu—será fácil. No lo será. Hay muchos pasajes que nos recuerdan que la vida cristiana es una batalla dolorosa (ver Romanos 8:13, Colosenses 3:5, y 1 Corintios 9:24-25, para mencionar algunos).
  •   Trae a la luz la batalla más feroz. Aunque es verdad que todas nuestras tentaciones son comunes (1 Corintios 10:13), también es verdad que cada uno de nosotros tiene luchas que son únicas. Algunos luchan con la glotonería, otros con el chisme. Algunos luchan con la pornografía, otros con los videojuegos. ¿Dónde está la batalla por el dominio propio siendo más dura en tu vida? Esto es lo que necesitas compartir con un amigo piadoso en quien confías. Sácalo a la luz y encontrarás hermanos y hermanas que luchan contigo y por ti.
  •   Clama al Espíritu. Necesitas la ayuda de Dios para odiar tu pecado, para afligirte por su presencia en tu vida, para arrepentirte de su influencia en tu vida, y para equiparte para vivir sin él. Esta es una oración que Dios responderá con seguridad. Ora fervientemente (Lucas 18:1-8). Ora con confianza (Romanos 8:32). Ora diariamente (Lucas 5:16). Si el dominio propio falta en tu vida, ¿podría ser porque hace falta la oración? «Velad y orad» dijo Jesús, «para no caer en tentación. El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil» (Mateo 26:41).

De todas las partes del fruto del Espíritu, esta es en la que más quiero enfocarme. No porque es la más importante, cada una es igual de importante. De hecho, todas caminan juntas, como una hermosa colcha hecha con retazos. Y aún así, el dominio propio es el hilo que las une. Muéstrame un cristiano donde fluye el dominio propio, y veré a alguien lleno de amor, gozo, paz, paciencia, bondad, benignidad, fe y mansedumbre.

LOS PASTORES NECESITAN EL DOMINIO PROPIO

Predicar sobre el dominio propio es más fácil que ejercerlo. Hermanos pastores, no olvidemos que cada uno de nosotros está en necesidad desesperada de santidad, y no sólo porque necesitamos ser buenos ejemplos para el rebaño (Lucas 6:40), sino porque sin santidad no veremos al Señor (Hebreos 12:14). El momento en que nos preocupamos más por nuestra reputación que por nuestra alma, hemos perdido la batalla y estamos en nuestro propio camino hacia perder la guerra.

Dios es invencible, pero yo no (1 Corintios 10:12). Puedo caer y naufragar en mi fe (1 Timoteo 1:19). Sé que el Espíritu Santo está en mí, y descanso en el hecho de que con la ayuda de Dios soy fuerte. Pero descansar en esta verdad no me lleva a tener menos luchas, sino que me impulsa a luchar más.

Por esta razón, estoy comprometido con ser un libro abierto con todos los ancianos con quienes sirvo. Pero una disposición a ser abierto sólo cuando se nos pregunta no es suficiente, por lo menos no para mí. Por tanto, tomo la iniciativa de confesar mis pecados a un anciano en particular. Él no es mi sacerdote o mediador, no garantiza ningún perdón de pecado. Aún así, sé como los pastores son tentados a esconderse. Frecuentemente quiero que las personas piensen que nunca me falta el dominio propio. Ese es un deseo peligroso, y es algo que elimino al compartir mis faltas con un hermano que respeto, un hombre que me ayudará a permanecer sintonizado con cualquier señal de «un corazón malo, incrédulo» (Hebreos 3:12).

Pastores, no permitan que una meditación sobre el fruto del Espíritu sea una excusa para librarlos del arduo trabajo de erradicar las «obras de la carne» (Gálatas 5:18). Hazlo por el bien de tu familia y tu congregación. Pero, en última instancia, busca la santidad por el bien de tu propia alma.