Evangelio

Eres tan depravado que probablemente piensas que esta iglesia se trata de ti: Cómo la depravación total destruye el «atraccionalismo»

Por Alex Duke

Alex Duke es el director editorial de 9Marks. Vive en Flushing, Nueva York, y es miembro de North Shore Baptist Church. Puedes encontrarlo en Twitter en @_alexduke_
Artículo
08.06.2022

La última vez que lloré durante un servicio dominical ni siquiera estaba presente. Lo estaba viendo en línea. Un domingo por la noche, mientras navegaba por Facebook, me topé con una invitación a la transmisión en vivo de una iglesia. A menudo me preguntaba: «¿Qué hacen los domingos?». Así que, con la suficiente curiosidad, hice clic y lo sintonicé.

Treinta minutos después, estaba en el sofá, llorando.

Si esto fuera una película, el director insertaría un sonido especial en este momento, y el protagonista miraría a la cámara y diría algo así como: «Apuesto a que te estás preguntando cómo he llegado hasta aquí».

Bueno, déjame explicarte.

Ese domingo en particular era el Día del Padre, y un dúo de padre e hijo predicó un emotivo sermón que exhortaba a los padres a alcanzar un nivel superior.

Al finalizar el servicio, la iglesia quiso honrar a varios padres de la congregación que habían sido testigos de cómo el Señor había redimido situaciones irremediables. Para ello, hicieron pasar por el escenario a un grupo de familias. Al llegar al centro del escenario, cada miembro se detenía y miraba fijamente a la cámara mientras una persona —a veces un niño, a veces un padre— sostenía una cartulina que describía brevemente el trasfondo del problema: «No he sido un padre atento; nuestro padre creció en un hogar de abusos y divorcios; nunca tuve una conversación espiritual con mi padre».

Durante unos segundos, los ojos de todo el mundo se clavaban en la cámara. Luego, en el momento preciso, la cartulina se volteaba y se convertía en un testimonio: «Por fin desperté y me bauticé hace unos años; al adoptarnos a través de un orfanato, Dios le ha mostrado a nuestro padre cómo ser un padre para los huérfanos; por fin llamé para hablar con mi padre acerca de Jesús… cuando murió unos meses después, sé que se fue al cielo».

Historia tras historia, esta cadena de santos relataba los triunfos de la gracia de Dios. Pensé en las palabras de David en el Salmo 30:

«Has cambiado mi lamento en baile;

Desataste mi cilicio, y me ceñiste de alegría.

Por tanto, a ti cantaré, gloria mía, y no estaré callado.

Jehová Dios mío, te alabaré para siempre».

Así que me senté allí en mi sofá, viendo el servicio en Facebook, llorando.

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Volveremos a esto en unos minutos, pero lo menciono ahora como un ejemplo de lo que quiero que este artículo aborde: cómo la depravación total debe enfocar nuestra filosofía del ministerio; cómo debe poner en tela de juicio los principios rectores del atraccionalismo; y cómo debe confundir las prácticas bien intencionadas de las iglesias no atraccionales.

Esa es nuestra hoja de ruta. Empecemos.

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1. La creencia en la depravación total debe enfocar nuestra filosofía del ministerio

Supongo que debo aclarar lo que quiero decir con «depravación total». En pocas palabras, la depravación total se refiere al estado natural, posterior a la Caída, de toda la humanidad, en particular nuestra incapacidad innata para salvarnos. Sin la obra sobrenatural y regeneradora de la gracia de Dios, todos estamos muertos espiritualmente, ensimismados e insaciablemente satisfechos con el pecado y odiamos a Dios (Ef. 2:3-5).

Esta depravación es «total» no en cuanto a que somos tan malos como podemos serlo, sino en cuanto a que nuestra maldad lo abarca todo. Adolf Hitler pecó más a menudo y más atrozmente que la Madre Teresa, pero él no estaba más muerto espiritualmente y ella no necesitaba menos la gracia resucitadora de Dios.

Dicho de forma más sencilla, la depravación total significa que:

1. No podemos salvarnos a nosotros mismos porque estamos muertos en el pecado.

2. No queremos salvarnos a nosotros mismos porque amamos nuestro pecado

3. Seremos responsables de ello.

El problema más esencial de los incrédulos no es que sean ignorantes, apáticos o insensibles, sino que se han rebelado personal, voluntaria y alegremente contra el Dios que los hizo. Su enemigo más inexorable no es la finitud intelectual o el hastío de la vida en el mundo moderno, sino lo que les mira en el espejo mientras se cepillan los dientes sin decir nada. Si esto es cierto, y las Escrituras dicen que lo es, lo que debe preocupar a los incrédulos es nada menos que escapar del justo juicio de Dios.

Estas verdades deberían enfocar la filosofía del ministerio de toda iglesia. ¿Cómo es eso? Bueno, lo más importante es que una iglesia así hablaría clara y regularmente sobre el pecado del hombre y la ira de Dios.

He oído a algunos pastores hablar del pecado como si fuera poco más que las etiquetas emocionalmente insanas que nos ponemos a nosotros mismos: rotos, no amables, sin esperanza, etc.

Si bien estas etiquetas comunican algunos de los efectos alienantes del pecado, oscurecen su esencia y socavan la agencia y la culpabilidad de la persona ante el Señor. Es el lenguaje de la psicología pop más que el de la antropología bíblica.

Por supuesto, el pecado es algo que se nos hace; por desgracia, algunos tienen mucha más experiencia con él que otros. Pero si nos detenemos ahí, hemos evacuado la enseñanza de la Biblia sobre el tema. ¿Por qué? Porque nadie está en desacuerdo con esto. Es muy fácil para nosotros culpar y señalar con el dedo. Es nuestro estado natural, después de la Caída: «La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí».

No se requiere una obra de Dios para convencer a alguien de que es víctima del pecado de otros. Tampoco se requiere una obra de Dios para convencer a alguien de que ha sido materialmente afectado por el pecado de otros. Pero es bastante difícil, ciertamente si no es por la gracia de Dios, convencer a alguien de que él mismo es un autor prepotente de pecado tanto contra Dios como contra los demás.

Por tanto, las iglesias deben hablar del pecado principalmente (aunque no exclusivamente) como nuestra rebelión personal y voluntaria contra Dios, y no como una etiqueta social e indirecta que nos ponen otros o nosotros mismos. Deben tener claro que Jesús murió en la cruz como sustituto de los pecadores, no como timón de los que andan sin rumbo (Ro. 3:25; 1 Jn.2:2, 4:10).

No pretendo negar la naturaleza integral de la obra de Cristo —ciertamente él restaura a los quebrantados, ama a los que no son amables y da esperanza a los desesperanzados; ¡sí, y amén! —, pero precisamente nada de eso es accesible sin que Cristo absorba la ira de Dios por los pecadores.

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2. La creencia en la depravación total debería poner en entredicho los principios del atraccionalismo

Una vez más, sería útil definir nuestros términos, especialmente porque he revelado un poco mis intenciones al adjuntar el espeluznante sufijo «ismo» al adjetivo relativamente no amenazante «atraccional». ¿Cuáles son los «principios» de este movimiento?

Se me ocurren algunos:

  • Las iglesias comprometidas con el atraccionalismo tienden a no alejar a la gente. El objetivo es mantener el cerco alrededor de la iglesia abajo, mantener la puerta de la iglesia abierta y sin llave, para que todas las personas puedan entrar a disfrutar de la comunión de la iglesia sin los requisitos de la membresía.
  • Las iglesias comprometidas con el atraccionalismo buscan ganarse el favor de los no cristianos resaltando la similitud de sus miembros con el mundo, mientras que la Biblia vincula el atractivo de la iglesia con su distinción del mundo (Mt. 5:16, 1 P. 2:12). Este compromiso con la similitud es la razón por la que gran parte de la música cristiana moderna se parece a un espectáculo de música secular. Es la razón por la que tantas iglesias hacen series de sermones acerca de películas o sobre la crianza de los hijos o sobre el matrimonio o la gestión del dinero: esos intereses son universales. Por eso, en las «iglesias atractivas» a menudo florece una industria artesanal de programas que las convierte en una especie de proveedor de servicios religiosos, construidos para satisfacer ciertas necesidades de los posibles miembros de la comunidad circundante. Tales programas —alacenas de alimentos, grupos de rehabilitación para adictos, pequeños grupos para divorciados, clases de inglés como segunda lengua— no son ciertamente «malos» de forma aislada, pero cuando están atados a un tipo de filosofía ministerial que descuida la línea entre la iglesia y el mundo, oscurecen el propósito principal de la iglesia y en el proceso tienden a hacer más daño espiritual que bien material.
  • Las iglesias comprometidas con el atraccionalismo presentan una predicación que tiende a centrarse en los beneficios del evangelio —felicidad, mejora en los matrimonios y la crianza de los hijos, una conciencia limpia, paz mental, etc.—, a expensas de una enseñanza clara del propio evangelio. Si asistes a una iglesia durante un mes, y nunca oyes al pastor hablar del pecado, la ira de Dios y la muerte sustitutiva de Cristo, entonces es probable que estés en una iglesia influenciada por los compromisos del atraccionalismo. Si escucha al pastor llamar a la gente a «creer en Jesús» pero nunca a «arrepentirse del pecado», entonces es probable que estés en una iglesia influenciada por los principios del atraccionalismo.

El atraccionalismo es malo. Atraer a los no creyentes es bueno.

Toda iglesia debe desear atraer a los incrédulos. De hecho, 1 Corintios 11-14 supone su presencia en nuestras reuniones. Cada vez que una iglesia se reúne, no solo debe darles la bienvenida a los incrédulos, sino que debe dirigirse directamente a ellos; debe ser un «lugar seguro» para ellos, donde sus estilos de vida serán desafiados, no irrespetados, donde enfrentarán la confrontación, no el prejuicio.

Toda iglesia debe desear ser atractiva para los no salvos. Buscamos ser atractivos planificando nuestras reuniones con una preocupación por la claridad y la inteligibilidad (1 Co. 11-14). Buscamos ser atractivos predicando sermones que ofrezcan conexiones con su cosmovisión (Hch.17). Tratamos de ser atractivos siendo hospitalarios (He. 13:2) y satisfaciendo las necesidades (Mt. 25:35). Buscamos ser atractivos siendo hombres sinceros, comisionados por Dios para hablar de Cristo con la confianza de que el conocimiento de él será una fragancia de vida para algunos, y de muerte para otros (2 Co. 2:14-17).

Pero el atraccionalismo toma estos deseos bastante obvios y benignos y los convierte en la razón de ser de la iglesia local. El atraccionalismo encoge los mandatos de las Escrituras. El atraccionalismo invierte la Gran Comisión, convirtiéndola en un mandato para que la gente venga a nosotros, y luego corta las partes que requieren paciencia y longanimidad. El atraccionalismo prioriza indulgentemente un mandamiento bíblico —el evangelismo— a expensas de otros —la membresía significativa de la iglesia y la disciplina—.

Sin embargo, ¿cómo es que la depravación total pone en entredicho los principios del atraccionalismo? Sencillamente, porque «no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios» (Ro. 3:11). Una vez más, el mayor problema del hombre no es el aburrimiento, sino la rebelión; no son los problemas relacionales intrafamiliares, sino su propia tiranía espiritual; no es la mala administración financiera, sino la bancarrota espiritual; no es su adicción a las drogas, sino su abnegación de Dios.

El atraccionalismo pierde de vista la parte más importante de la historia. Sin duda, lo hace con la mejor de las intenciones, bajo un calendario lleno de bondad. Pero un pastor arrastrado por sus suposiciones es como un médico que se acerca a una operación a corazón abierto con un tenedor de plástico. Por muy bien capacitado que esté, por mucho que desee que el sufrimiento de esta persona termine, sus herramientas y estrategias simplemente no son lo suficientemente buenas para solucionar el problema.

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3. Una creencia en la depravación total debería confundir las prácticas bien intencionadas de las iglesias atraccionales

 ¿Recuerdas aquella vez que lloré viendo un servicio online? Bueno, lo que me hizo llorar es un ejemplo de a qué me refiero cuando digo «las prácticas bien intencionadas de las iglesias atraccionales». El momento fue conmovedor; fue creciendo a la perfección con el tema del sermón, utilizando ilustraciones de carne y hueso para recalcarlo.

 Mientras cada familia cruzaba el escenario, era como si el predicador dijera: «¡Miren! Es posible. ¡Miren! Es posible. ¡Miren. Es posible».

 Ahora bien, dudo en ser un detractor de la celebración pública e incluso desenfrenada de la obra de Dios en la vida de su pueblo. Pero, si se me permite, me di cuenta de que lo que me hizo llorar podría haber hecho llorar a cualquiera, ya sea judío o griego, hombre o mujer, demócrata o republicano, que odie a Dios o que lo ame, un cristiano, un sij o un humanista secular.

Verás, en el sermón que preparó este momento, había escuchado muchas cosas. Había escuchado: Sé un buen padre porque los padres son vitales para la salud espiritual de sus hijos. Había escuchado: Dios es poderoso y lo necesitas para ayudarte a ser un buen padre. Había escuchado: No hay situación que no pueda ser redimida. Sí, y amén; sí, y amén; sí, y amén.

¿Pero sabes lo que no escuché? No escuché que mi propio fracaso como padre y mi propio fracaso como hijo es una prueba positiva de mi propia pecaminosidad, por la cual un día seré juzgado por Dios, el Creador de todas las cosas. No escuché que este Creador, que es dueño de mi vida y al que debo rendir cuentas, es también un Padre, que ha predestinado en amor y antes de la fundación del mundo a un pueblo para que fuera adoptado como hijo por medio de su Hijo, Jesucristo.

No escuché que, por medio de la sangre de este Hijo, los hijos de desobediencia podían convertirse en hijos de la herencia, y los hijos de ira podían convertirse en hijos de la promesa, por amor y por gracia, para que nadie pueda jactarse. No escuché que lo mejor está por venir para estos nuevos hijos adoptivos, que la herencia de su Padre en todas sus riquezas y bondades les espera en la gloria, guardada a salvo para ellos bajo la mirada vigilante de su Hermano mayor.

En resumen, no escuché el evangelio.

Me di cuenta de que lo que había visto había sido diseñado, como la foto del antes y el después de un anuncio publicitario, para describir un cambio de vida sin una explicación totalmente directa de cómo se produjo. Era impresionante, incluso conmovedor, pero no tenía nada de evangélico.

Quiero dejar claro lo que no estoy diciendo: No estoy diciendo que estas familias en particular y sus historias no sean evangélicas. Confío en que cada uno de ellos atribuya cada pizca de gracia en sus vidas a la bondad de Dios, su Padre, y a su Señor Jesucristo. Confío en que cada uno de estos padres ama a Jesús y conoce el evangelio. Pero en este servicio en particular, estas historias «reales», se convirtieron, en cierto sentido, en irreales. Corriendo el riesgo de sonar grosero, permíteme explicar lo que quiero decir: estas historias se convirtieron en un producto, situado en un tiempo, lugar y fecha determinados para demostrar un concepto, el que acaban de articular los predicadores en el escenario.

Las historias de la gracia de Dios que cambian la vida de las personas son hermosas. Se anuncian de forma atractiva al mundo, y motivan a los cristianos a la alegría y la obediencia. Por ejemplo, en mi iglesia, antes de que alguien se bautice, sube al centro del escenario y lee su testimonio, como ocurrió en esta reunión del Día del Padre. Pero esto siempre se hace en conexión con un mensaje claro y extendido del evangelio, tanto en el sermón como en los testimonios, para que no haya confusión.

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Lo que me temo que sucedió en este Día del Padre en particular, y lo que me temo que sucede en las iglesias atraccionales de todo el mundo todos los domingos, es que la gente se sienta en estos servicios y responde precisamente de la manera en que estas iglesias están orando para que respondan. Lo que me temo es que la gente llore —o ría, o administre mejor su dinero, o deje de beber, o deje de gritar a sus esposas— por razones insuficientes y con motivaciones insuficientes porque tienen una comprensión insuficiente de quién es Jesús y de lo que es la vida cristiana.

Por lo general, las personas totalmente depravadas quieren ser mejores padres. Quieren ser mejores personas. Quieren administrar mejor su dinero, dejar de beber, dejar de ver pornografía, sentir menos odio en su corazón hacia su hermano distanciado, hacer ejercicio de 3 a 5 veces por semana y ascender en la cadena alimenticia en el trabajo a través de su industria e integridad.

Y así los sermones acerca de estas cosas, o de otros beneficios genéricos de seguir a Cristo, «funcionarán». Harán una mella. Pero como la huella de un pulgar en un colchón de mil dólares, la verás y luego desaparecerá.

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Me doy cuenta de que he gastado más de 2500 palabras ahora para hacer un punto simple: porque la depravación total es real, el modelo de iglesia «atraccional», algunos podrían llamarlo «sensible» o «pragmático», simplemente no funciona. Está cargado de buenas intenciones, y su «éxito» en la producción de conversos, tanto genuinos como aparentes, no debe permitirnos ignorar la plaga de personas que deja sin salvación, pero autoengañadas, relajadas, pero no regeneradas.

Es como poner un imán en un frasco lleno de ositos de goma. Es como levantar la voz mientras hablas con alguien que no habla tu idioma. De nuevo, simplemente no funciona.

El problema de la humanidad es demasiado grande para ser resuelto con sermones y programas de nicho para gente rota. Y la solución de Dios es demasiado grande para agotarse con familias redimidas y presupuestos equilibrados.

Entonces, ¿qué hacemos? Confiamos en los medios que Dios ha prometido bendecir en su Palabra, que es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.

 

Traducido por Nazareth Bello